Convivencia en el sur de Chile

Chile. La fantasía de Dios es infinita

Diego da clase en dos institutos de Santiago. Luego tiene una Escuela de comunidad con 50 chavales. Muchos no tienen ninguna relación con la fe. Al terminar el confinamiento organizan una convivencia en la montaña y empiezan a surgir preguntas…
Diego García*

Soy profesor en dos institutos de Santiago de Chile. Después de clase, hacemos la Escuela de comunidad un grupito de cincuenta chavales. Muchos de ellos los conozco de clase y no tienen ninguna relación con la fe, algunos son católicos pero no van a misa desde que recibieron los sacramentos, y otros ni siquiera están bautizados.
En este tiempo de reapertura después del confinamiento por la pandemia, solo había una cosa en la cabeza de los bachilleres del último curso: ir al sur, a la montaña, a pasar un fin de semana largo, como hacíamos todos los años, la última convivencia antes de empezar la universidad. El año pasado se suspendió y este año no queríamos perder la oportunidad. El grupo está formado por 14 chavales y un padre que nos ayuda. En el último minuto se unió otro chico. No era alumno mío, pero lo conozco bien, a él y a su familia. Se considera ateo, pero cree en Dios a su manera. Desde luego, no cree en la Iglesia ni en los curas. Decidió venir por la invitación de un amigo y porque le gusta la montaña. A mí también me gusta, podría decirse que somos amigos por conveniencia. La fantasía de Dios es infinita.
Durante los cinco días de convivencia, quien quería podía ir a misa libremente. El segundo día participó casi la mitad de los chavales y mi amigo ateo se quedó en el umbral, intentando pasar desapercibido. Sabía que le había visto, pero decidió quedarse ahí. Es un chico testarudo. Al terminar la celebración, mientras guardaba el cáliz y las vinajeras, una de las chicas que había estado le preguntó a su amiga si lo que yo bebía era vino o agua. Como lo oí, respondí. Su amiga le preguntó entonces si había hecho la primera comunión y ella respondió que no. La otra se lanzó: «Si te interesa, empezamos con don Diego un camino de acercamiento a los sacramentos». Entonces entré en escena, y pregunté si alguien más quería participar. De repente, el ateo de la puerta da un paso adelante: «¿Puedo ir yo también?». «Por supuesto», respondí. Los demás me miraron un poco sorprendidos, era lo último que esperaban.
La imaginación de Dios no tiene límites. Mi vocación también surgió así, “en el lugar equivocado en el momento equivocado”. Pero algo me hizo aferrarme a esa compañía humana. Quería estar con ellos, del mismo modo que este chico ha sentido el abrazo de sus compañeros y ha querido estar en el lugar adecuado en el momento adecuado que el Señor ha preparado para Él.

A continuación, las cartas de dos alumnas

La Escuela de comunidad de GS siempre ha sido más que solo una reunión. Es un lugar de compañía y aprendizaje en que unos a otros nos enseñamos, aprendemos, forjamos un camino y una amistad. Las primeras veces que asistí a estos encuentros, lo que conversaban y los textos que ahí se leían no lograban darme mucho sentido, cada día tenía más dudas y mientras más lograba comprender, me surgían más dudas.
Por un momento llegué a pensar que algunos chicos sabían más que otros y por lo tanto que yo sabía menos. Pero con el tiempo logré entender que esa es la esencia de este lugar, las preguntas. No leemos solo para aprender, sino para preguntarnos el porqué. Logro hacerme preguntas sobre mí misma, y cada vez que respondo a una de ellas me surgen otras mil.
En las vacaciones de verano leímos un texto que me impactó mucho. Logró encender una llama en mí que creí que ya se había apagado. Para ese entonces no tenía preguntas, ni una sola, no nacían en mi interior. No había un deseo de hacerme preguntas porque no quería responderlas, tenía la convicción de que no necesitaba hacerlo porque ya tenía las respuestas y si no las tenía, no quería pensar en ello. Hubo un fragmento en particular: «El grito está ahí, no lo hemos hecho nosotros y no tenemos el poder de apagarlo con nuestras palabras».
Comencé a preguntarme por qué estaba intentado apagar el grito del corazón.
Carrón escribía: ‹‹Damos por obvia la existencia del grito del corazón, de ese deseo que resiste frente a cualquier nihilismo. Pero la existencia del grito, de la pregunta, del deseo, es lo menos obvio que hay››.
Al leer esto me quedé en blanco, quería respuestas, pero no hay respuestas sin preguntas y no sabía por dónde comenzar a buscar. Fue entonces cuando mis compañeras empezaron a hablar y me di cuenta de que era ese el lugar en que nacerían miles de preguntas, pero ¿dónde encontraría las respuestas? ‹‹Si está el grito, está la respuesta››.
No necesitaba recorrer el mundo para encontrarlas, el lugar estaba aquí, bastaba con conversar conmigo misma, con “no quedarme dormida”, con estar acompañada, tomármelo en serio, ser parte de la Escuela de comunidad. Aquella amistad sería el camino en que todos juntos nos ayudaríamos unos a otros a responder a este deseo.
Masiel


Llegué a Escuela de comunidad de GS de casualidad y realmente no le tomé el peso a los textos que, aunque me habían parecido interesantes, solo eran palabras, letras que no tenían sentido y que me hacían preguntarme cosas. A pesar de estas nuevas preguntas, pensé que solo eran escritos, que no tenían nada de especial, y estaba equivocada, escribiendo sobre ello pude darme cuenta de que la Escuela de comunidad no es necesariamente la respuesta a todas mis dudas, sino que es un sitio en el que puedo compartir estas preguntas que tengo. Es un sitio en el que he podido ver que no estoy sola.
Saber que no estoy completamente sola en este universo es reconfortante. Saber que hay un lugar donde hay gente que quiere o que tiene preguntas muy parecidas a las mías y están dispuestos a compartirlas o a caminar en este mundo incierto conmigo, me hace muy feliz.
Siendo sincera, me da vergüenza admitir que no lo sé todo, pero aquí me encuentro con gente con la que estoy feliz de poder ser honesta y decir: «Estoy perdida, pero estoy feliz de perderme contigo». Esto es increíble y muy importante para mí, tal vez todo lo que escribo no tiene sentido, pero yo siento que encontré algo, no sé cómo describirlo, ni muchos menos como nombrarlo, pero es algo que ha logrado hacerme feliz y que me hace decidir quedarme cada encuentro. Es algo extraño, que me empuja a ir todas las semanas y encontrarme con este momento que responde a lo que soy con nuevas preguntas o nuevos diálogos y me encanta, siento que es mi casa.
Anto

*misionero de la Fraternidad San Carlos Borromeo en Puente Alto (Santiago de Chile)