El Papa en Nursultán (©Ansa/Alessandro Di Meo)

Kazajistán. «Mira, el Maestro está aquí y te llama»

Desde todos los rincones del país, incluso desde otros países vecinos, un centenar de amigos del movimiento se juntan en Nursultán por la visita del papa Francisco. Este es el relato de los que estaban allí, y de quien pudo ver al Papa en persona
Lyubov Khon

En abril nos llegó una gran noticia inesperada: el Papa venía a vernos. Mi corazón se llenó enseguida de gratitud, con una pregunta: ¿qué significa esto para nosotros? Mi memoria me llevó al año 2001, cuando vivimos un evento grandioso con la llegada de Juan Pablo II a Kazajistán. Entonces la situación del mundo también era turbulenta y había muchas dudas con el viaje del Papa debido a los atentados terroristas que acababan de producirse en Estados Unidos. Aquellos días el planeta también pasó por unos acontecimientos trágicos, y por eso era tan importante para nosotros encontrarnos con el Papa, mensajero de paz, confianza, esperanza y misericordia de Dios.

A causa de la guerra en Ucrania y por la imposibilidad de ir a Roma a la audiencia de CL con el Papa prevista para el 15 de octubre, nuestros amigos rusos también decidieron venir a Nursultán. Así que nuestra peregrinación conjunta se llenó aún más de significado y de espera. Luego la alegría creció aún más con el “sí” de las madres de “El faro”, el centro dedicado a jóvenes especiales en Karagandá. Ni siquiera sabían quién era el Papa, pero aceptaron la invitación sin dudarlo, y vinieron con algunos de sus maravillosos hijos, conmovidos, abiertos y llenos de curiosidad por todo.

La mañana del 14 de septiembre, antes de la misa con el Papa, un centenar de amigos de Almaty, Karagandá, Astaná, así como de Georgia, Rusia e Italia, se reunieron en el hotel para preparar la peregrinación y trabajar un texto de la encíclica Fratelli tutti sobre la amistad que permite trascender de nosotros mismos: «Nuestro gesto también es “un movimiento que va más allá de nosotros mismos”, ¿con qué expectativas y preguntas vives esta experiencia?».

Resultó difícil empezar el encuentro. Después de los cantos hubo un profundo silencio. Yo miraba los rostros de mis amigos con emoción, animándoles a dar este paso. Luego, poco apoco, Cristo se abrió paso mediante los testimonios, llenos de honestidad ante la presencia del Misterio, llenos de sed y de necesidad. «No soy un vagabundo, sino un peregrino», reconocía Kostya, de Moscú, mientras ayudaba a sus amigos a organizar el viaje. Silvia contó que «venir aquí ha sido una decisión que implicaba dejar el trabajo y otras muchas cuestiones que debían quedar resueltas. Pero siento que me falta siempre la respuesta a la necesidad de mi corazón. Para mí, era importante escuchar al Papa ahora, en este momento de mi vida. Busco constantemente, y sé dónde buscar».

Arman reconoce que su escepticismo le bloqueó un poco al principio, «pero mis amigos siempre han estado ahí. Monseñor Adelio (Dell’Oro, obispo de Karagandá, ndr) me dijo: me encantaría verte en Nursultán. Luego otro amigo me dijo sencillamente: “Para mí esto es una peregrinación”. Ha sido muy importante estar acompañado por mis amigos. Su presencia en mi vida ha cambiado mi manera de mirar».

Jean François, que vino desde Moscú, nos recordó «el camino de los Ejercicios espirituales, la personalidad de Marta, el riesgo de perder la vida viviendo. Luego, de repente, alguien dice: “Mira, el Maestro está aquí y te llama…”. Y empieza la aventura».
Lucia confesó que «el comienzo de curso en la universidad ha sido complicado. Me sentía devastada, pero aquí puedes venir tal como estés. Necesito esta mirada, vengo como un mendigo. Solo traigo una pregunta y un deseo».

Nina, una de las “madres del Faro”, dijo que «en mi vida ha sucedido un milagro. Aquí encuentro una perspectiva distinta a la hora de mirar a mis hijos y mi vida entera. Ya no puedo vivir sin eso. Quiero saber cuál es la fuente de todo esto. No quiero perderlo en la vida de todos los días». Larisa, otra madre de otro hijo especial, contó que «al principio me preguntaba: ¿por qué a mí? Como si fuera una desgracia. Ahora la pregunta es: ¿por qué ha nacido mi hijo? Y la respuesta: para que yo crezca». Dima, que luego tendría la posibilidad de encontrarse con el Papa personalmente junto a Ramzia, su esposa (publicamos su carta más abajo) dijo que llevaba en el corazón «el deseo de preservar la misma apertura que Juan y Andrés, de estar delante del Misterio igual que ellos».

Terminamos la asamblea cantando el Ave María. Con esta oración fuimos a la misa del Papa. Antes de que llegara, proyectaron un video sobre el cristianismo en Kazajistán. Los católicos somos solo el 1%, pero nuestra pequeña Iglesia es un pueblo abierto a encontrarse con todos a lo largo del camino. Era evidente en misa, pues allí se congregó todo tipo de gente para saludar al Papa, no solo católicos.
Cada palabra de la homilía iba dirigida a nosotros. Solemos vivir «en nuestros desiertos, que nos hablan de esa fatiga, de esa aridez que a veces llevamos en el corazón... El veneno de la desilusión apaga el entusiasmo… Es necesario aprender de su amor crucificado». Ese es el camino de la salvación: los brazos extendidos de Jesús son un abrazo de ternura. Es el camino del amor humilde sin condiciones ni peros.

Bendecidos por el Papa, fuimos todos a la parada del autobús con la cara radiante y el corazón cambiado, reconciliados con nosotros mismos y con nuestras vidas, perdonados y deseosos de vivir humanamente.

Así lo reflejan los mensajes de nuestros amigos. «Hoy, después de estar con nuestros amigos, de sus abrazos y testimonios, después de la misa histórica con el Papa, no tengo miedo a volver a mi colegio, a esa realidad, a esas personas que se me dan para que pueda volver a verle. Vuelvo con tanta plenitud que quiero compartirla con todos los que viven sin ella». Otro decía: «Doy gracias por esta compañía junto al Papa, que cada día me recuerda qué es lo más importante en la vida para no perderla». Y otro: «Ha sido realmente sorprendente ver la gran carpa en la que se celebró la misa para todo el pueblo. Al fin y al cabo, esta casa y esta persona tan frágil encarnan la Casa y al Padre para cualquier persona, sin excluir a nadie, un Padre amoroso que trae misericordia y paz. El mundo ve esta fragilidad como una debilidad, algo ilusorio, ingenuo, utópico. Un anciano enfermo. Pero gracias a esa “debilidad” todo el mundo renace, al percibir el reconocimiento del propio valor, de la alegría y el gusto de la vida. Este Acontecimiento es un gran signo para nuestro país».

También escribió una madre del Faro: «Continúa la cadena de felices acontecimientos que comentó con nuestro primer encuentro con el Faro. ¡Fue maravilloso! La belleza de todo lo que está pasando, la música y el canto, divinos, el brillo en los rostros de estos amigos, la oración y las palabras, profundamente penetrantes, “¡no estás sola!”… Esto da fuerzas para vivir, ver la luz a través de las grietas del corazón para que nuestra humanidad crezca. Nuestros chicos “especiales” también han percibido el significado de todo lo que estaba pasando. Nuestro corazón está lleno de amor y agradecimiento». Hay muchísimos más, como el de Asset: «Mi peregrinación con el Papa ha sido un viaje donde he vuelto a descubrir a mi esposa Maira. Hemos ido juntos con nuestros amigos de Almaty. Al volver, ella me contaba que le había conmovido Francisco, su humanidad y sencillez, hasta las lágrimas. Al final, me ha dicho: “Ahora entiendo una cosa, de dónde nace esta mirada: nace dentro de nuestra compañía, que nos permite mirar de esta manera”. Me habló de un compañero suyo, decía: “Me impresionan los cristianos porque tienen una unidad que los musulmanes no tenemos”. Para mí, el testimonio de Maira ha supuesto un gran impacto, me impresiona que ella tampoco tiene miedo de la humanidad de sus compañeros musulmanes».
¿Y yo? Tras el encuentro con el Papa y después de esta peregrinación con mis amigos, me doy cuenta más claramente de que lo que he encontrado es invencible, firme como un faro en medio del oleaje de la vida. No necesito palabras. Solo necesito Su tierna sonrisa. Quiero vivir en Sus manos misericordiosas y correr hacia allí donde Él acontece, siguiendo mi corazón.



La carta de Ramzia que, con su marido Dima, pudo estar personalmente con Francisco durante su visita.

Corrí hacia el Papa como uno corre a ver a un amigo. Me encontraba en una dimensión de apertura total, ante una presencia humana y divina a la vez. Su mirada era un abrazo totalizante, con esos ojos límpidos y profundos que penetran hasta el fondo de tu ser. Ojos agradecidos de existir, de estar ahí y acogerte. Ojos que reflejan una madurez cósmica y, al mismo tiempo, ojos puros de niño… Me sentí aferrada por una Presencia desbordante. Nadie podrá borrarlo de mis ojos ni de mi memoria. Es para siempre.
Teníamos menos de un minuto para estar con él. Así que teníamos que ser esenciales. Lo único que pude decirle fue: «¡Gracias, Santo Padre! Somos hijos del carisma de don Giussani». Y él enseguida respondió: «¡Qué hermoso, sois de esa banda de allí!». «¡Sí! Yo soy de tradición musulmana y he conocido una fe inmensa dentro de la gran compañía de don Giussani. Y gracias a usted, que nos testimonia una fe viva con su vida». Él contestó: «¡Grande, don Giussani!». Dima le agradeció de corazón que hubiera venido a vernos a nuestro país, a nuestra tierra y el Papa respondió que para él era un honor. Cuando Sofía, nuestra hija mayor, le dijo: «Gracias por su gran fe», él le dijo con ojos de niño: «Gracias a ti, querida». Era como si nos hubiéramos sumergido en una eternidad que nos alimentaba, nos llenaba de verdadera alegría, de abandono total al Ser, de la certeza de que Él es todo y todo consiste en Él.
Salí de aquel encuentro con el corazón sobresaltado, temblando… conmovida hasta las lágrimas, lágrimas de purificación. Toda la plenitud que había recibido me abrazaba desde dentro… Es un gran misterio la presencia de Dios. Es misterioso cómo Él entra en nosotros, cómo nos permite experimentarlo. Cada vez me doy más cuenta de que el misterio de Dios es humano, carnal: se puede tocar y abrazar.
Igual que entró en mi vida en 1998 mediante ciertos rostros amigos que resplandecían de luz y esperanza, del mismo modo sigue entrando en mi vida hoy, permitiéndome abrir de par en par el corazón y los ojos incluso cuando me faltan las fuerzas. Así, estos ojos y este corazón van siendo cada vez más Suyos. ¡Qué gran historia! ¡Qué gran compañía! Qué grande es aquel que en la sencillez de su corazón le dio todo a Cristo, de tal modo que nosotros podamos encontrarnos con Él todos los días.
Ramzia