Voluntarios del Pre-Meeting 2022 (Foto: Archivo Meeting)

Meeting 2022. El mensaje del Papa

Las palabras del Santo Padre firmadas por el cardenal Pietro Parolin, con motivo de la XLIII edición del Meeting de Rímini (del 20 al 25 de agosto)

Del Vaticano, 21 de julio de 2022
A Su Excelencia Reverendísima
Mons. Francesco Lambiasi, Obispo de Rímini

Excelencia Reverendísima:

El Santo Padre le saluda de corazón y quiere hacerle llegar, a través de mi persona, este mensaje para el próximo Meeting por la amistad entre los pueblos, titulado «Una pasión por el hombre». En el centenario del nacimiento del Siervo de Dios Mons. Luigi Giussani, los organizadores quieren hacer memoria agradecida de su celo apostólico, que le llevó a conocer a tanta gente y a llevar a todos y cada uno la Buena Noticia de Jesucristo. En efecto, como decía en su discurso al Meeting de 1985, «el cristianismo no nació para fundar una religión, nació como pasión por el hombre. […] Un amor por el hombre, una veneración por el hombre, una ternura por el hombre, una pasión por el hombre, una estima total por el hombre».

A veces la historia parece dar la espalda a esta mirada de Cristo hacia el hombre. El papa Francisco lo ha señalado en muchas ocasiones. «También esta es la fragilidad de los tiempos que vivimos: creer que no existe posibilidad de rescate, una mano que vuelva a levantarte, un abrazo que te salve, que te consuele, que te inunde de un amor infinito, paciente, indulgente; que vuelva a ponerte en camino» (Il nome di Dio è Misericordia. Una conversazione con Andrea Tornielli, Ciudad del Vaticano-Milán 2016, 31). Este es el aspecto más penoso de la experiencia de soledad que muchos han vivido durante la pandemia o de los que han tenido que dejarlo todo huyendo de la violencia de la guerra. Por eso la parábola del buen samaritano es una palabra clave hoy, más que nunca, porque es evidente que «los hombres esperan íntimamente que el samaritano acuda en su ayuda, que se incline sobre ellos, unja sus heridas, les cuide y les ponga a salvo. En último término, saben que necesitan la misericordia de Dios y su delicadeza […], un amor salvífico que se les done gratuitamente» (Entrevista a S.S. el Papa emérito Benedicto XVI, en Per mezzo della fede, a cargo de Daniele Libanori, Cinisello Balsamo 2016, 129).

El Evangelio muestra al buen samaritano como modelo de una pasión incondicional por cada hermano y hermana que uno encuentra en su camino; y por eso encuentra una profunda consonancia con el lema del Meeting: «Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano» (Enc. Fratelli tutti, 79).

No solo se trata de generosidad, que unos pueden tener más que otros. Aquí Jesús quiere ponernos delante de la raíz profunda del gesto del buen samaritano. El papa Francisco lo describe así: «Reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que con ello le confiere una dignidad infinita. A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal» (ibid., 85).

Este misterio nunca deja de sorprendernos, como el propio Don Giussani testimonió en presencia de san Juan Pablo II el 30 de mayo de 1998: «“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?”. Ninguna pregunta me ha impresionado en la vida tanto como esta. Solamente ha habido un Hombre en el mundo que podía responderme, planteando una nueva pregunta: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si luego se pierde a sí mismo? O, ¿qué podrá dar el hombre a cambio de sí?”. […] Solamente Cristo se toma toda mi humanidad en serio» (Crear huellas en la historia del mundo, Madrid 2019, 13-14).

Esta pasión de Cristo por el destino de cada criatura es lo que debe animar la mirada del creyente hacia cualquiera: un amor gratuito, sin medida ni cálculo. Pero –preguntémonos–, ¿todo eso no podría parecer una intención piadosa en comparación con lo que vemos que sucede en el mundo de hoy? En el enfrentamiento de todos contra todos, donde los egoísmos e intereses partidistas parecen dictar la agenda de la vida de los individuos y de las naciones, ¿cómo es posible mirar al que está al lado como un bien que respetar, custodiar y cuidar? ¿Cómo es posible colmar la distancia que nos separa a unos de otros? La pandemia y la guerra parecen haber ahondado esa fosa, retrocediendo en el camino hacia una humanidad más unida y solidaria.

Pero sabemos que el camino de la fraternidad no está trazado por las nubes. Atraviesa los múltiples desiertos espirituales presentes en nuestras sociedades. «En el desierto –decía el papa Benedicto XVI– se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza» (Homilía en la misa de apertura del Año de la fe, 11 de octubre de 2012). El papa Francisco no se cansa de señalar el camino que atraviesa el desierto trayendo vida. «Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro considerándolo como uno consigo. Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199).

Recuperar esta conciencia es decisivo. Una persona no puede hacer sola el camino de redescubrimiento de sí misma, es esencial el encuentro con el otro. En este sentido, el buen samaritano nos indica que nuestra existencia está íntimamente ligada a la de los demás y que la relación con el otro es condición necesaria para llegar a ser plenamente nosotros mismos y poder dar fruto. Dándonos la vida, Dios se nos ha dado en cierto modo a sí mismo para que nosotros, a su vez, nos demos a los demás. «Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (Enc. Fratelli tutti, 87). Don Giussani añadía que la caridad es don “conmovido” de sí. En efecto, es conmovedor pensar que Dios, el Omnipotente, se ha inclinado sobre nuestra nada, ha tenido piedad de nosotros y nos ha amado uno a uno con un amor eterno.

¿Cuál es el fruto de los que, imitando a Jesús, se donan? «La amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos» (ibid., 94). Un abrazo que derriba muros y va al encuentro del otro con la conciencia del valor que tiene cada persona concreta, sea cual sea la situación en que se encuentre. Un amor al otro por lo que es: criatura de Dios, hecha a su imagen y semejanza, y por tanto dotada de una dignidad intangible, de la que nadie puede disponer o, peor aún, abusar.

Esta amistad social es la que, como creyentes, estamos invitados a alimentar con nuestro testimonio. «La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo» (Evangelii gaudium, 24). ¡Cuánto necesitan los hombres y mujeres de nuestro tiempo encontrar personas que no impartan lecciones desde el balcón sino que bajen a la calle para compartir la fatiga cotidiana de la vida, sostenidos por una esperanza fiable!

El papa Francisco insiste en llamar a los cristianos a esta tarea histórica, por el bien de todos, con la certeza de que la fuente de la dignidad de todo ser humano y la posibilidad de una fraternidad universal está en el Evangelio de Jesús encarnado en la vida de la comunidad cristiana. «Si la música del evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados-enviados. Si la música del evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer» (Discurso en el Encuentro ecuménico, Riga – Letonia, 24 de septiembre de 2018).

El Santo Padre desea que los organizadores y participantes del Meeting 2022 acojan con el corazón alegre y disponible esta invitación, y que sigan colaborando con la Iglesia universal en el camino de la amistad entre los pueblos, dilatando en el mundo la pasión por el hombre. Y confiando esta intención a la intercesión de María Santísima, le envía de corazón la Bendición Apostólica.

Expresando mi deseo personal de un Meeting que responda plenamente a sus expectativas, confirmo la distinguida consideración

de Su Excelencia Reverendísima
dev.mo
Pietro Card. Parolin
Secretario de Estado