Centro de refugiados en Leópolis © Davide Arcuri

Los rostros de la guerra

Los refugiados, la crisis del cereal, Egipto y los pasos hacia la subsidiariedad… El conflicto en Ucrania y sus consecuencias globales. Hablamos con Giampaolo Silvestri, secretario general de AVSI
Luca Fiore

«En línea recta, Trieste está más cerca de Leópolis que de Palermo». Giampaolo Silvestri, secretario general de AVSI, usa esta imagen aérea para resumir la peculiaridad de la crisis humanitaria que ha desatado la invasión rusa de Ucrania. Una emergencia en un país vecino cuyas consecuencias sufre de manera directa, y que tendrá implicaciones globales. No solo por el precio del gas para los países ricos, sino porque también afectará a las economías precarias de los países en vías de desarrollo. Estamos ante una guerra complicada, en la que tampoco es fácil ayudar a las víctimas. En este momento la paz parece aún lejos, pero ya sabemos que la reconstrucción, independientemente de lo que dure el conflicto, será larga y fatigosa.

¿Qué tipo de crisis es la ucraniana?
Para empezar, la tenemos muy cerca. Por eso tiene un gran impacto en nuestra manera de mirar, basta ver el espacio que le dedican los medios. Otro aspecto se refiere a sus dimensiones. Ucrania es el país más extenso en territorio europeo y tiene 40 millones de habitantes. De momento se calcula que cuatro millones y medio han huido a otros países, y hay otros tantos desplazados internos. Las cifras superan las de crisis como la siria o venezolana. El tercer aspecto es que se trata de un país avanzado desde muchos puntos de vista, es un país rico si lo comparamos con las emergencias a las que estamos acostumbrados.

¿Qué consecuencias tiene todo eso?
Atender a un refugiado en África puede costar uno o dos dólares al día. Ayudar a un ucraniano, veinte o treinta, porque estamos en Europa, donde el coste de los bienes y servicios es mucho más alto. Pero además de la cercanía, la extensión y el contexto geográfico, hay otro elemento preocupante.

¿Cuál?
Toda la atención de la opinión pública se centra actualmente en esta crisis. Desde hace semanas, las primeras diez páginas de los periódicos hablan de ello. Eso significa que se emplean recursos en Ucrania, pero mientras tanto las demás crisis no se han resuelto. Los refugiados venezolanos siguen ahí, y los sirios. Se corre el riesgo de que las demás crisis se queden sin financiación. Pero no solo eso. Rusia y Ucrania no son dos países cualesquiera. Ambos son los mayores exportadores de cereales, sobre todo a países en vías de desarrollo. Egipto, Líbano, Siria, pero también Kenia dependen en gran parte de las importaciones de cereal. Egipto, por ejemplo, es el mayor importador del mundo de cereales y la revolución de 2011 empezó precisamente con las protestas por el aumento del precio del pan. Ucrania es el mayor productor del mundo de aceite de girasol, que en los últimos años ha sustituido al aceite de palma. Ya se debería haber empezado a sembrar, ¿qué pasará si no se hace?

¿Cómo ha tenido que cambiar vuestra forma de trabajar?
Como ya pasó con Siria, pero en este caso en mayor medida, nuestra intervención debe darse sobre el terreno, pero también aquí. Para los refugiados, lo que sucede en Ucrania tiene un impacto en lo que sucede aquí, y viceversa. Además, hay un nuevo elemento. Desde que comenzó la emergencia, algunos de nuestros trabajadores se han ido a Ucrania, Polonia y Rumanía desde otros puntos calientes. Pienso en Fiammetta Cappellini, que ha regresado de Haití; Edoardo Tagliani de Siria y Emanuele Gobbi Frattini de Túnez. La experiencia acumulada en otras partes del mundo durante estos años puede servirnos en Ucrania. También estamos poniendo en marcha redes de trabajo en Italia, con los Bancos de Solidaridad, el Banco de Alimentos o el Banco Farmacéutico, entre otros. Y en otros países, con AVSI Polska en Polonia, Fdp – Protagonistas de la Educación en Rumanía, o Emaús en Ucrania. Cada vez trabajamos más en sinergia con otras organizaciones, dándoles apoyo.

¿Cuáles son las necesidades y dificultades más urgentes?
La comida y los bienes esenciales, así como el acompañamiento psicosocial. La gente que sale de Ucrania ha sufrido serios traumas. Ha tenido que huir dejando su casa de manera improvisada. Por ahora, el sistema económico resiste en el oeste del país, pero en el este la situación es grave y no es fácil hacer llegar las ayudas. Luego está la seguridad de nuestros cooperantes. En Leópolis, estamos en las oficinas de Cáritas, que está cerca de un repetidor que es objetivo militar. Hace unas semanas fue bombardeado.

¿Qué encuentros le han impactado más?
He conocido a una mujer joven que huyó de Kiev. Su padre se había ido a combatir al Donbás con el ejército ucraniano. Su madre, que está en Sebastopol, en Crimea, no se cree los bombardeos rusos porque solo sigue los medios de Moscú. Está viviendo en su propia piel la división de su pueblo, que es una división que empieza por la familia. Ahora trabaja en nuestra centralita ayudando a dar información a los refugiados en su propio idioma.

Ahora se está trabajando para hacer frente a la emergencia, ¿pero cuáles son los desafíos a largo plazo?
Depende de cuántas personas se queden. Hasta ahora han llegado unos 800.000 y en nuestro país ya vivían 250.000 ucranianos que, en muchos casos, son los que han acogido a los refugiados. Por tanto, solo el 10% de los que han llegado han pedido ayuda. A corto plazo ese es un dato positivo, pero según vaya pasando el tiempo, estas soluciones provisionales se volverán problemáticas. Habrá que encontrar alojamientos estables, pero para eso esta gente necesita encontrar trabajo. Respecto a Ucrania, ya sabemos que cuando acabe la guerra será un país por reconstruir. Tanto desde el punto de vista de las infraestructuras como de las relaciones entre las personas y entre los dos pueblos.

Ha sido impresionante la disponibilidad de las familias europeas para acoger a los ucranianos.
Sí, 600 familias se han puesto en contacto con nosotros. Hemos visto una disponibilidad enorme. Además, el Gobierno italiano ha reconocido el valor de la acogida familiar. El decreto ley para hacer frente a la crisis prevé una serie de recursos para apoyar a las familias acogedoras. Eso significa que los 33 euros al día por persona que antes solo se destinaban a las entidades que acogían, ahora podrán llegar a las asociaciones del tercer sector que apoyan a estas familias. Esto es muy importante pues supondría un paso hacia la subsidiariedad real, sentando un precedente del que espero que no se vuelva atrás.

¿Qué es lo que más le ha impactado personalmente?
La generosidad de la gente. En poco más de un mes recogimos casi dos millones de euros. En una crisis como la del terremoto de Haití, recogimos esa cifra en tres o cuatro meses. La respuesta ha sido brutal. También me impresiona lo difícil que es comprender realmente lo que está pasando. La violencia es innegable pero da la sensación de que la información se está manipulando con fines políticos en ambos bandos. Cada vez cuesta más reconocer la objetividad de los hechos. Es algo que creo que debería hacernos reflexionar.

¿Qué significa para usted trabajar por la paz?
Esta guerra ha causado ya divisiones muy hondas. Ha roto una nación, familias, iglesias… Reconstruir una convivencia, ya no digo una paz, entre estos dos países será muy duro. ¿Cómo se construye la paz? Para nosotros significa hacer nuestro trabajo intentando hacerlo bien. Hay que abrir caminos de reconstrucción y sostenibilidad, pero también hay que volver a mirar la objetividad de los hechos. Debemos permanecer fieles a la raíz que inspira nuestro trabajo, que es lo que nos ha permitido marcar la diferencia todos estos años.

¿Qué es lo que marca la diferencia?
La atención que prestamos a cómo hacemos las cosas. Hacemos lo mismo que los demás. Si hay que repartir comida, se reparte comida. Respondemos a las necesidades. Pero lo que marca la diferencia es intentar tener en cuenta la integridad de la persona. Esto vale para la gente a la que ayudamos y también para los que trabajan con nosotros. La respuesta desinteresada que hemos recibido de nuestros cooperantes que han viajado desde países complicados a un país en guerra depende también de la relación que se ha instaurado durante estos años y que ha hecho crecer en el trabajo una dimensión ideal muy importante.