Davide Prosperi

Un ímpetu de vida

Un adelanto de la entrevista de "Città Nuova" a Davide Prosperi. El texto completo saldrá en el número de agosto
Michele Genisio

Vamos ahora con una pregunta comprometida. Don Giussani, con su carisma y su fuerte personalidad, dejó sin duda un vacío. Luego vino la dimisión de Carrón después de las nuevas normas sobre el gobierno de las asociaciones laicales y la reciente carta del 10 de junio del Card. Farrell. Parece que la Fraternidad de Comunión y Liberación –como el resto de movimientos eclesiales, por otra parte– está atravesando un periodo doloroso, ¿es así? ¿Qué significa este momento para vosotros?

Lo que la Iglesia está proponiendo desde hace tiempo a todos los movimientos tiene un significado especial para CL. En primer lugar, quiero decir que esta es una ocasión de crecimiento para todo el movimiento y para cada uno de nosotros. No se trata simplemente de adecuarse a las normas jurídicas que han cambiado, sino que ante todo debemos reconocer que se nos ha hecho una corrección que acogemos con gratitud y con actitud abierta a una renovación, a pesar de la fatiga y de las posibles incomprensiones que pueda haber. La Iglesia nunca ha dejado de reiterar su estima por nuestra experiencia. Por otro lado, hace falta sencillez de corazón para aceptar una corrección. Especialmente si esta llega cuando se pensaba, o al menos muchos pensaban, que todo iba bien. Hace falta una gran sencillez de corazón para reconocer lo que corresponde verdaderamente a las exigencias fundamentales de la persona, que no siempre son evidentes de manera inmediata. Don Giussani decía en este sentido que hace falta una ascesis para reconocer las exigencias y evidencias fundamentales del corazón (cf. El sentido religioso). A veces, permanecer fieles a las exigencias del corazón requiere un sacrificio y la Iglesia nos está ayudando en esto. Al mismo tiempo, también quiero decir que todos en CL, incluidos sobre todo aquellos a los que más les cuesta, deben poder hacer su propio camino con el tiempo que necesiten, y mientras lo hacen deben sentir siempre el calor de nuestra compañía. Nadie debe sentirse excluido, nadie debe sentirse fuera, todos merecen ser escuchados.

Ahora merece la pena afrontar la corrección que contiene la carta que me envió el pasado 10 de junio el Card. Farrell. ¿En qué consiste? Se refiere a la llamada “teoría de la sucesión del carisma”, que no solo tiene que ver con la manera de designar al presidente o a los órganos de gobierno de CL, sino que también tiene importantes implicaciones educativas: se trata de cómo se vive la “autoridad”, es decir, de la manera de entender su naturaleza y su función dentro del movimiento, y por tanto también la relación que tienen con ella los miembros de la comunidad. No es una cuestión de normas teológicas separadas de la vida, de disquisiciones doctrinales de las que deben ocuparse los expertos y que no afectan a la experiencia personal. Todo lo contrario. La experiencia se da siempre e inevitablemente siguiendo a alguien, es decir, dentro del camino trazado por una enseñanza recibida. Una experiencia sin enseñanza es una quimera. En este sentido –quiero subrayar esto–, la vida y la doctrina no solo no deben estar separadas, sino que de hecho nunca lo están. Con más o menos conciencia, una experiencia cristiana siempre se vive teniendo una cierta concepción de lo que significa seguir a una autoridad, de modo que plantear esta cuestión no significa preocuparse de temas abstractos que poco tienen que ver con la fe, sino más bien ayudarse a que esa experiencia sea cada vez más consciente y madura.

Concretamente, se nos dice que es equivocada la idea de que exista en el movimiento un punto último, en este caso una persona, que posea la única interpretación auténtica del carisma. Don Giussani nunca desarrolló sistemáticamente una profundización doctrinal sobre la naturaleza del carisma, sino que más bien en alguna ocasión usaba imágenes para explicar lo que eso significaba para nosotros. Una vez, por ejemplo, definió el carisma como un “ímpetu de vida”. Ese ímpetu de vida fue donado por el Espíritu Santo a don Giussani y fue transmitido por él de diversas formas a aquellos que se adhirieron poco o mucho a su propuesta. Por tanto, a través de él ese carisma fue donado a la Iglesia. Nadie, ni siquiera don Giussani, que lo recibió y donó, es “propietario” del carisma. Él fue el transmisor de una Gracia fundamental para el nacimiento de una nueva forma de vida cristiana en la Iglesia.

Entonces, si empezamos a considerar que ese carisma es donado a todos –aunque sea en distinta medida, en función de la libertad de Dios y de la generosidad de cada uno– pero que a uno se le concede en una medida tan excepcional que se convierte en el único o, en todo caso, en el intérprete supremo en el presente, ahí es donde empiezan los problemas. No solo porque esta idea es problemática en sí misma, sino también por las consecuencias que tiene en el método de elección del sucesor de quien guía. El error, y es aquí donde la Iglesia nos está corrigiendo, sería entonces pensar que la indicación para designar a la autoridad debe llegar desde arriba, puesto que solo aquel en el que el carisma está más vivo está capacitado para reconocer a su legítimo sucesor. De por sí, el método de elección del guía por cooptación no sería inadmisible en sentido absoluto, pero resulta gravemente problemático desde el momento en que se atribuye a esta elección el tipo de significado que acabo de describir.
En cambio, decir que es necesario elegir a la autoridad es la traducción práctica del principio por el cual el carisma se dona por voluntad del Espíritu a todos los bautizados que han sido aferrados por este don. Por tanto, la conducción, aunque esté encarnada en un punto último de referencia que es personal, y que se espera que también pueda ser el de mayor autoridad moral, debe ser expresión de una comunión. Sin embargo, si se da por buena la “teoría de la sucesión” arriba descrita, la autoridad se vuelve insustituible e infalible.

Es cierto que históricamente CL siempre ha tenido una autoridad personal, y presumiblemente seguirá siendo así. Pero la cuestión es que cuando se teoriza que la autoridad lo es en virtud de una comprensión suprema del carisma, resulta casi inevitable que esa persona (y con ella quien la sigue) piense que seguir el carisma significa de hecho seguir su percepción y su interpretación personal.
En cambio, la Iglesia nos exhorta a reconocer que la guía es expresión de una comunión, de una amistad. Somos responsables del don recibido juntos y por tanto la propuesta educativa es fruto de una autoridad que vive en la corresponsabilidad.
El propio don Giussani, según me han contado, en la última etapa de su vida decía muchas veces: «Yo solo he sido un canal». Es decir, el dejó pasar lo que el Espíritu quería donar a la Iglesia para su renovación. Aceptó, respetó esta iniciativa del Misterio, del mismo modo que otros la han aceptado después de él llegando a ser responsables.

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