El papa Francisco, el pasado Viernes Santo

Contra la guerra. Un desafío para el mundo entero

Nueve años de magisterio atravesados por un grito que pide un camino real hacia la paz. Una antología razonada de las intervenciones del papa Francisco sobre la “tercera guerra mundial a pedazos”
Alessandro Banfi

«La guerra es irónica por naturaleza porque siempre es peor de lo que imaginamos que va a ser. Cada guerra implica una situación irónica porque sus medios son melodramáticamente desproporcionados con respecto a sus presuntos fines». Son palabras del inglés Paul Fussell, gran historiador de la Primera Guerra Mundial. Esta vez, la realidad vuelve a ser trágicamente irónica. ¡Qué desproporción entre las ambiciones y los fines previstos por la invasión rusa de Ucrania y los resultados alcanzados! Pero la realidad también nos lleva a reflexionar sobre cuestiones como el incremento del gasto militar (el plan de rearme de Alemania cambia su identidad en el escenario mundial, proyectándola a convertirse en la segunda potencia militar del globo), el final histórico de la neutralidad de países como Finlandia o Suecia, que piden entrar en la OTAN cuando ni siquiera participaron en tiempos de Stalin, o el envío de “armas, armas, armas” a Ucrania.
Toda guerra pretende imponer un pensamiento único, totalizador e ideológico. Esta vez no es diferente. A un lado y a otro.

El papa Francisco es un referente seguro en medio de la confusión generada por una polémica que reduce la tragedia bélica a un enorme juego de tanques y batallas donde parece que lo más importante es hundir al enemigo. Para orientarse y buscar un juicio histórico consciente, resulta un valioso instrumento el libro Contra la guerra. El coraje de construir la paz, una antología razonada de intervenciones del Papa con los textos más significativos de su pontificado a propósito de este tema: desde las encíclicas Fratelli tutti y Laudato si’ a sus mensajes por la Jornada Mundial de la Paz (que se celebran el primer día de cada año), sus discursos durante el histórico viaje de Iraq el año pasado y los pronunciados en Japón en noviembre de 2019. Contine también los textos del Ángelus y las últimas audiencias, incluido el Acto de consagración al Corazón Inmaculado de María de Ucrania y Rusia el pasado 25 de marzo.

El libro ofrece muchas respuestas a la angustia que todos sentimos. Los juicios históricos del Papa nos ayudan a no refugiarnos en una cómoda “opción religiosa” que nos apartaría de actuar como testigos en la tormentosa historia del hombre de hoy. En la introducción, un texto inédito escrito para este libro, Francisco retoma por ejemplo su intuición de la “tercera guerra mundial a pedazos” que durante los nueve años de su misión ha sido un continuo punto de referencia. «Desde el principio de mi servicio como obispo de Roma hablé de la Tercera Guerra Mundial, diciendo que ya la estamos viviendo, aunque a pedazos. Esos trozos se han hecho cada vez más grandes, soldándose entre sí…». Los poderosos de la tierra también hablan de la posibilidad de un nuevo conflicto global. Desde hace tiempo, el Papa denuncia la acumulación de armas cada vez más sofisticadas en los arsenales de varios países.

Escribe Francisco: «Ucrania ha sido atacada e invadida. Desgraciadamente, muchos civiles inocentes, muchas mujeres, niños y ancianos se han visto afectados por el conflicto, obligados a vivir en refugios excavados en la tierra para huir de las bombas, con familias que se dividen porque los maridos, padres y abuelos se quedan atrás para luchar, mientras que las esposas, madres y abuelas se refugian tras largos viajes de esperanza y cruzan la frontera para buscar refugio en otros países que las reciben con gran corazón. Ante las desgarradoras imágenes que vemos cada día, ante los gritos de niños y mujeres, solo podemos clamar: “¡Parad!”».

Este libro constituye un itinerario razonado por el Magisterio papal sobre esta materia. Parte de una dura crítica a la acumulación de armas por parte de los Estados y gobiernos. Quien acumula armas de destrucción masiva las acabará utilizando, no se conformará con amenazar al vecino o a un potencial enemigo. Más aún en la era nuclear. Resulta impresionante releer ahora ciertos pasajes de los discursos del papa Francisco pronunciados hace solo tres años en Japón. Decía en Nagasaki: «En este lugar de memoria, que nos sobrecoge y no puede dejarnos indiferentes, es aún más significativo confiar en Dios, para que nos enseñe a ser instrumentos efectivos de paz y a trabajar también para no cometer los mismos errores del pasado». En aquel lugar citaba la oración de san Francisco de Asís:

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:
donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría
.

El uso nuclear con fines militares es inmoral y la Iglesia siempre ha intentado favorecer todos los procesos de desarme que involucren a países e instituciones internacionales. Trabajar por la paz también es un camino posible para los hombres de hoy. En este sentido, el recuerdo del histórico viaje a Iraq indica un camino concreto. Allí donde la guerra ardió ferozmente, encontramos una «catequesis sobre la crueldad» que no se puede evitar. Solo la solidaridad y la fraternidad concreta pueden llevar a un mundo nuevo, libre de violencia. En la audiencia que siguió a su viaje a Iraq el 10 de marzo del año pasado, Bergoglio decía que «la respuesta no es la guerra, la respuesta es la fraternidad. Este es el desafío para Iraq, pero no solo: es el desafío para tantas regiones de conflicto y, en definitiva, es el desafío para el mundo entero: la fraternidad. ¿Seremos capaces nosotros de hacer fraternidad entre nosotros, de hacer una cultura de hermanos? ¿O seguiremos con la lógica iniciada por Caín, la guerra? Fraternidad, fraternidad».

¿Qué es lo que necesita el mundo? «Artesanos de paz». Como decía en el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de hace dos años, «es necesario apelar en primer lugar a la conciencia moral y a la voluntad personal y política. La paz, en efecto, brota de las profundidades del corazón humano y la voluntad política siempre necesita revitalización, para abrir nuevos procesos que reconcilien y unan a las personas y las comunidades. El mundo no necesita palabras vacías, sino testigos convencidos, artesanos de la paz abiertos al diálogo sin exclusión ni manipulación. De hecho, no se puede realmente alcanzar la paz a menos que haya un diálogo convencido de hombres y mujeres que busquen la verdad más allá de las ideologías».

El continuo y humilde llamamiento del papa Francisco va en la línea de la larga tradición que comenzó con los Papas en la segunda mitad del siglo XIX. Una verdadera catequesis de la que brota la condena del recurso a la violencia y a la destrucción mutua de los pueblos como solución para sus controversias. Sigue diciendo el Papa en la introducción: «La guerra no es la solución, la guerra es una locura, la guerra es un monstruo, la guerra es un cáncer que se alimenta de sí mismo, engulléndolo todo. Es más, la guerra es un sacrilegio que causa estragos en lo más precioso de nuestra tierra, la vida humana, la inocencia de los más pequeños, la belleza de la creación. ¡Sí, la guerra es un sacrilegio!».