Mauro Magatti (Foto: Attilio Aletti)

El pensamiento social de don Giussani

Persona, obras, poder y democracia. Por el Centenario del fundador de CL, un diálogo en Varese entre Mauro Magatti y Giorgio Vittadini. «Una sociedad que quiera florecer, no puede hacerlo sin correr el riesgo de la libertad»
Roberto Copello

Persona. Obras. Poder. Democracia. Cuatro palabras clave en el pensamiento social (y también político) de Luigi Giussani. Cuatro temas sobre los que se han confrontado en Varese el sociólogo Mauro Magatti y Giorgio Vittadini, dialogando sobre varios puntos tomados del libro El yo, el poder, las obras, una antología que en el año 2000 reunió varios textos que don Giussani dedicó a la acción social del cristiano. Esta conversación tuvo lugar el 28 de junio en el aula magna de la Universidad de Insubria, conmotivo del segundo encuentro organizado por el Centro cultural Kolbe de Varese por el Centenario de Giussani. Estos fueron los temas que surgieron.

Persona.
Magatti: «Cuando Giussani dice que el núcleo del individuo no puede reconducirse a sus antecedentes, dice algo que mis colegas sociólogos no pueden dar por descontado. Si yo viviera en la Edad Media, mi mismo patrimonio genético habría generado a otra persona, pero al mismo tiempo yo no puedo explicarme completamente por mis caracteres sociales (familia, ciudad, escuela). Hay algo que escapa a esa determinación social. Somos nosotros mismos, únicos, pero al mismo tiempo debemos medirnos con la red de relaciones en que nos encontramos. Lo vemos en nuestros hijos, que reflejan la educación que han recibido de sus padres, pero también son distintos, mostrando un vínculo paradójico entre la persona y el grupo, el individuo y la sociedad. Es la idea de que una sociedad que quiere florecer, una organización social que quiere realizarse a sí misma, no puede hacerlo sin correr el riesgo de la libertad, permitiendo que cada uno de sus miembros crezca sin querer dominar su vida».

Vittadini: «Giussani hasta en el congreso de la Democracia Cristiana de Lombardía en Assago en 1987 usó la palabra “deseo”. Puede parecer una palabra vaga, pero es la manera que tiene el hombre de intentar reavivar su destino. Dante lo concebía de la misma manera; para él, el mal es un deseo reducido. ¿Pero qué tiene que ver el deseo con la doctrina social? Para entenderlo, debemos acudir a las últimas encíclicas, donde el yo egoísta que ha sido la base de las decisiones económicas y sociales de los últimos trescientos años ha sido sustituido por un yo relacional. ¡Nada que ver con Max Weber y su teoría del egoísmo individual para llegar al bienestar colectivo! El papa Francisco plantea la cuestión del hombre relacional. El mismo del que habla Giussani. Las crisis financieras han puesto en discusión la idea de que el hombre egoísta lleve al bienestar. No, lleva a la destrucción del planeta».

Obras.
Vittadini: «Si el hombre desea, dice Giussani, no está solo, se une, construye asociaciones, movimientos, cuerpos intermedios, cuerpos sociales. Las agregaciones sociales están en la raíz de la subsidiariedad, que va unida a este deseo de no estar solos. Giussani contesta a la idea del yo y del Estado planteada al final de Tangentópolis (caso de corrupción en 1992 con gran repercusión en Italia, ndt): el hombre solo al mando para resolver los problemas. Sin embargo, aquí se confirma una tradición de agregaciones que van desde la Edad Media hasta la segunda unidad italiana, cuando el país no solo se hizo desde arriba, sino desde el movimiento católico y las asociaciones obreras, y de muchas obras surgidas para responder a las necesidades que había: don Bosco inventó la formación profesional, y luego los periódicos, los sindicatos, las cooperativas, llegando hasta la Cáritas y el Banco de Alimentos. Y las empresas. Gente que daba trabajo, generando belleza y riqueza. Hay que salir del maniqueísmo de cierto mundo católico que sitúa a los voluntarios en el bando bueno y a los empresarios en el malo. Todo lo que es bueno es bueno, para el hombre y para Dios».

Magatti: «Pero Giussani escribió antes de la globalización. La cuestión actual es qué amenaza a la libertad. La amenaza este sistema tecno-económico-institucional. En 1989 creíamos que la libertad había vencido. Ahora tenemos que volver a jugar esa partida por la libertad. Y será más complicado para nuestros hijos de lo que fue para nosotros en el siglo XX. Han crecido oyendo decir que ser libres significa elegir. Nelson Mandela siempre fue libre, incluso los 35 años que pasó en la cárcel. La libertad no coincide con la libertad de elección, es mucho más. Hannah Arendt lo decía con una famosa expresión: “Hemos nacido para comenzar”. El deseo es un impulso que nos empuja más allá de nosotros mismos. No somos baricéntricos, sino excéntricos, nuestro centro cae fuera de nosotros. Nuestro yo es demasiado pequeño, nos empuja a comenzar. Por eso lo que hace falta no son infraestructuras o tecnología, sino un hombre creativo y generador, al que hay que atender. Los jóvenes hoy no se casan porque les han explicado que para ser libres deben poder elegir siempre. Y si hoy elijo a una mujer, mañana ya no seré libre para elegir».

Giorgio Vittadini (Foto: Attilio Aletti)

Poder.
Magatti: «Poder deriva del verbo: puedo. Una sociedad sin poder es impensable. Por tanto, en sí mismo tiene un significado positivo. Pero puede tener un lado demoniaco, como muestra el Diálogo del gran inquisidor de Dostoievski. El deseo ha sido el gran tema de los últimos cuarenta años en las sociedades avanzadas, la manera de lograr el orden social. Ya en 1927, Paul Mazur de Lehman Brothers escribía en la Harvard Business Review que había que pasar de una cultura de las necesidades a una cultura de los deseos. Y añadía que hay que educar a los ciudadanos a consumir y desear nuevos bienes antes de que los viejos se agoten. Un proyecto que se ralentizó por la crisis del 91 y la Segunda Guerra Mundial, pero que a partir de los 50 y 60 se llevó a cabo. Pero mientras tanto la experiencia del deseo de Dios se desvanecía en una Europa que se convirtió en el continente más secularizado. Ya nadie menor de 30 años te dice: soy ateo. Te dicen: ¿Dios? Ah, sí, interesante, pero no entienden de qué estás hablando. Don Giussani sostiene que el problema es la conquista del deseo: si conquistas el deseo, conquistas al hombre. Si piensas que tu cumplimiento pasa por consumir, eres un esclavo. La tecnología tampoco es la respuesta para nuestra aspiración de felicidad. Ni el clima, una cuestión tan compleja que no hay tecnología capaz de resolverla, pero muestra que no podemos concebirnos como individuos solos que, multiplicados por miles de millones, hacen lo que quieren. Nuestra naturaleza es relacional, nadie existe prescindiendo de todo lo demás. Creerlo es ideología pura que deja al individuo en manos del poder. Aquí reside la actualidad de Giussani».

Vittadini: «Don Giussani propuso cantar a los jóvenes en 1986 una canción de Jannacci y Fo, He visto un rey. Era una canción sobre el poder, sobre esta sociedad que odia nuestra tristeza, primer signo de nuestra humanidad. Hay que defender la tristeza. Don Giussani siempre decía que menos mal que la vida es triste, porque de lo contrario, sería desesperada. No hablaba de la tristeza malvada, sino de la que implica un deseo de infinito, de algo que no alcanzas, la percepción de algo que falta en todo lo que haces. El poder puede ahogar esa tristeza o amarla, amar que exista algo que no puede controlar. Como me decían en catequesis, la política no da la felicidad».

Democracia.
Vittadini: «Los cuerpos intermedios son lugares donde el deseo se educa y el mal se corrige. La democracia no se limita a cuánta gente va a votar. En Rusia y Turquía, la población siempre votará a Putin y Erdogan porque en esos países no hay cuerpos intermedios que enseñen a concebir un bien distinto del poder. La democracia existe cuando existen lugares así. Pero el cuerpo intermedio también se puede corromper, puede perder el ideal, por eso dentro debe haber un deseo».

Magatti: «Giussani dice que el criterio de la convivencia humana debe ser la afirmación del hombre porque existe. Se trata de una afirmación muy fuerte, que confirman los hechos en un mundo social cada vez más sofisticado. Por ejemplo, si uno tiene claro el sentido del hombre porque existe, frente a la pandemia se hace responsable de su comportamiento. Sin renunciar por ello a ser libre. En el mundo de la post-globalización, la trama consiste en empezar a tratar el tema de la convivencia entre distintas culturas, no se trata de querer que todos sean como nosotros pero permanecer firmes en nuestras conquistas. Ramon Panikkar distinguía entre diálogo dialéctico y diálogo dialógico. El primero es el de los debates televisivos, donde se afirma con fuerza y se quiere convencer al otro, en un diálogo estéril que radicaliza las posturas. ¡No los veáis! El diálogo dialógico es en cambio un camino donde todos están convencidos de sus ideas, pero se ponen en camino para buscar un tercer punto, que no es la meta pero implica un camino de cambio en todos. Es lo mismo que sucede entre marido y mujer. Si ambos no están dispuestos a desplazarse de sus posiciones iniciales, terminan divorciándose».

Para terminar la velada, se invitó a los ponentes a dos flashes finales.
Magatti: «Decía el compositor Gustav Mahler que la tradición es la custodia del fuego, no la adoración de cenizas. Creo que Giussani supo leer su tiempo. La mejor manera de honrarlo no es repetir lo que decía, sino repetir su posición».
Vittadini: «La experiencia es el tema cardinal de Giussani. Experiencia que no es la suya o la del Papa, sino la de otros, pero que es siempre y solo mía. En último término, lo que está en juego es el yo. Como dice un canto espiritual, soy yo, soy yo, soy yo, Señor, el que necesita rezar...».