Gigi di Palo © Catholic Press Photo

Ese "aroma" a familia

Los mínimos históricos en natalidad agravan el “invierno demográfico”. ¿Cuál es esa «pobreza generadora» de la que habla el Papa? ¿A qué se debe? Entrevista a Gigi de Palo, responsable del Foro italiano de asociaciones familiares
Paolo Perego

En 2021 nacieron 338.532 personas en España, una cifra que no deja de descender, marcando cada año un nuevo mínimo histórico. La tendencia es similar a la del resto de Europa. «Un asteroide a punto de impactar en la tierra, como en la película Don’t look up. Solo que en nuestro caso, todavía podemos hacer algo», explica Gigi de Palo, 45 años, padre de cinco hijos y responsable del Foro de asociaciones familiares y de la Fundación por la Natalidad en Italia. El riesgo del que habla es real, puesto que para garantizar el recambio generacional se calcula que serían necesarios al menos 500.000 nacimientos al año.
Es también un tema crucial para el Papa, como dijo en el mensaje que envió al segundo congreso organizado por la entidad que dirige De Palo. Sin duda, con la mirada puesta en el X Encuentro Mundial de las Familias que se celebra esta semana. «Esta es una nueva pobreza que me asusta. Es la pobreza generadora de los que descartan el deseo de felicidad en sus corazones, de los que se resignan a diluir sus mayores aspiraciones, de los que se conforman con poco y dejan de esperar grandes cosas».

¿Qué tal fue el congreso?
Siempre me sorprende el deseo de hablar, de contarnos. Como cuando le cuentas a un amigo los primeros pasos que da un hijo tuyo. Durante dos días tuvimos la alegría de compartir una belleza educativa que es patrimonio de todos: políticos, empresarios, artistas, gente común. Con toda discreción, queriendo preservar la esfera más íntima del debate público, ya sean cosas buenas o malas, a un padre siempre le brillan los ojos cuando habla de un hijo. Eso pude verlo en todas las intervenciones.

¿Le sorprende?
Preparando el congreso, apostamos justamente por este denominador común. Todos los invitados venían con una condición: cada uno es libre de decir lo que quiera, siempre que cuente qué es lo que hace vibrar su corazón cuando habla de sus hijos. Porque la finalidad es contar a los que escuchan, sobre todo a los jóvenes, que a pesar de las dificultades merece la pena. Que la paternidad te hace mejor, que el nacimiento de un hijo saca de ti energías insospechadas. Que puedes ser mucho más de lo que crees si te abres a la vida.

La natalidad está en caída libre. Todos reconocen este problema, políticos incluidos, ¿pero cómo afrontarlo?
No limitándose a tratar un tumor con calmantes. Es verdad que todos reconocen el problema. Pero por buenas medidas que sean, no se resuelve solo con permisos de paternidad, más guarderías y demás. ¿Por qué no incluirlo en los presupuestos generales para que los jóvenes tengan posibilidades reales de crear su propia familia?

Pero hay un problema previo. ¿Los jóvenes desean tener hijos?
Los datos nos dicen que la media de hijos por mujer está entre uno y dos, siempre más cerca del uno, pero podemos deducir que el deseo ideal sería tener al menos dos. De modo que nos encontramos con una separación entre deseo y realidad. Hace poco, un estudio decía que el 94% de los jóvenes encuestados, entre 18 y 24 años, marcaban entre las prioridades de su futuro la de tener trabajo, familia e hijos. ¿Cuántos hijos? El 80% respondía que dos o más, lo que nos muestra la clave de lo que estamos hablando. Claro que vivimos en la realidad y sabemos que los aspectos económicos influyen. Si no tienes un trabajo, un seguro… eso “rebaja” el nivel de los sueños de la juventud. El problema entonces no es tener hijos, sino ofrecer a las generaciones jóvenes unas condiciones que les permitan cumplir sus deseos. Si aplicáramos políticas fiscales como las de Alemania y Francia, tendríamos tasas de natalidad más elevadas, por ejemplo. Lo dicen los datos, no yo. Los jóvenes italianos desean más tener hijos que los franceses, sin embargo en Francia la tasa de natalidad es mayor. Por eso insisto en que habría que intentar reducir las dificultades económicas. La segunda causa de pobreza, después de la pérdida de empleo, es el nacimiento de un hijo, pero nos conviene invertir esa tendencia demográfica negativa.

¿Por dónde empezar?
Por ese denominador común que comentaba. Hay temas que pueden unir más que separar, y la familia es uno de ellos. Hasta hace poco tiempo, y aquí incluyo también a los católicos, siempre se ha insistido en diferenciar desde el punto de vista “ideológico” el enfoque de la familia. Sin embargo, hablar como se ha hablado en nuestro congreso une, sin duda. Crea vínculos entre el político, el directivo, el estudiante, la actriz y el banquero. Hace saltar por los aires muchos esquemas del pasado. De esa unidad surgirá después el debate sobre la inversión en jóvenes y en futuro. Pero antes hay que cambiar el relato. Muchas veces se transforma a la familia en algo que solo hay que defender y no que narrar. Lo dice el Papa en la Amoris Laetitia, en el punto 37: «Durante mucho tiempo creímos que con solo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas».

¿Qué quiere decir?
Defiendes a la familia cuando la narras, cuando muestras su belleza. No conozco a nadie que se haya casado porque la familia fundada en el matrimonio es la célula fundamental de la sociedad o porque así lo afirma la doctrina social de la Iglesia. Sin embargo, conozco gente que ha decidido dar el paso viendo a otras familias. Como me pasó a mí, cenando con unos amigos, con Anna Chiara, mi mujer. Podría parecer como ir al “matadero”, pero era imposible no desear ese gusto por vivir también para nosotros, y para toda la vida. Es imposible cuando pruebas su sabor y percibes su aroma.

El aroma de la familia, como suele decir.
Lo dice el Papa. Hay un personaje de una película de Disney Pixar, Ratatouille, con el que uno de mis hijos estaba obsesionado: un crítico que quiere valorar y acabar a toda costa con el restaurante. Digamos que ideológicamente. Pero luego prueba el ratatouille, un plato que sale sin pensar, y su sabor acaba con la ideología, con los prejuicios, reavivando la memoria de su madre, su infancia, su vida. Ese sabor abre mucho más. Si te saco una bandeja con harina, aceite, levadura, agua y pan, y te digo: «prueba qué rico el pan», me tomarás por loco. Pero delante de una hogaza caliente, recién horneada… Delante de ese aroma, te dan ganas de saborearlo, de conocer los ingredientes y saber cómo puedes hacerlo tú también. El cristianismo es así, se comunica por atracción. Lo mismo pasa con la familia. No puedes explicarla a partir de cuestiones doctrinales, bioéticas o morales. Es, ante todo, un aroma que puede suscitar un deseo. Pero no estamos inventando nada nuevo. «Maestro, ¿dónde vives?». Juan y Andrés vieron algo excepcional que les atraía. Es la historia más hermosa del mundo y todo bautizado está llamado a mostrar lo hermoso que es todo este “caos”. Porque, volviendo a la familia, es realmente así. No es hermosa porque todo vaya bien. Lo hermoso es su complejidad, lo hermoso es el perdón.

¿Qué hace posible una mirada así?
La conciencia de lo que eres y de lo que tienes entre manos. La conciencia de ser un pobre hombre –y no es falsa modestia– te hace estar abierto, acoger a cualquiera que tengas delante. Además, ¿cómo vas a mirarte sin pensar en cuánto te han amado y te aman? Eso es lo que define el empeño que ponemos mi mujer y yo en las cosas que hacemos, aunque nunca logremos cuadrar las cuentas. Lo que tengo entre manos ahora es mucho más de lo que habría podido imaginar. Y lo tengo delante todos los días. No es por mi capacidad ni por mi santidad. Todas las mañanas me toca pedir: «Señor, soy un pobre hombre, pero tú quédate conmigo».

Hablaba de amor, una palabra que abre el lema del encuentro del Papa con las familias, “El amor familiar: vocación y camino de santidad”.
Sí. Por un lado, el lema plantea precisamente el relato de la familia, lo que decíamos antes del “aroma” y de la Amoris Laetitia. Por otro, habla de la vocación a la santidad de cada uno. Es una invitación a mirar la realidad. Me explico. Muchas veces nos preguntamos por los matrimonios que se rompen, por los problemas de los jóvenes de hoy. A menudo buscamos un chivo expiatorio: la cuestión cultural, los lobbies, las redes sociales. Pero aquí el Papa nos invita a darnos cuenta de lo que sucede a diario. Madres y padres que hacen piruetas todo el día por sus hijos. ¿Acaso no están dando la vida? O los que acompañan a su mujer o a su marido en tratamientos de quimioterapia todo el día… «Santidad de la puerta de al lado», como dice el Papa. Un relato nuevo de familia y la santidad de la puerta de al lado van unidos. Este es el desafío para este encuentro. Un cambio de método que el Papa señaló desde el principio en la Evangelii Gaudium: el primerear de Jesús.