El papa Francisco durante la audiencia del 18 de mayo

«Seguid así, seguid en este abrazo»

Seiscientos adultos y niños de Familias para la Acogida en la plaza de San Pedro, en la Audiencia del 18 de mayo por los cuarenta años de historia de la asociación
Giorgio Cavalli

«Hay momentos que quedan para la historia», me decía Simone en el tren, cuando volvíamos, cansados pero contentos, de Roma a Milán después de celebrar con 600 amigos de Familias para la Acogida los cuarenta años de historia de nuestra asociación. Una historia que abraza a varias generaciones, donde asistimos continuamente al espectáculo de familias jóvenes que se abren a la acogida en estos tiempos en que parece apagarse toda esperanza. La última frontera son las decenas de familias que han acogido a refugiados ucranianos, algunos de los cuales nos acompañaron hasta la plaza de San Pedro para la audiencia general del Papa. La acogida no conoce fronteras ni edades, por lo que pudimos encontrarnos con viejos amigos que por todo el país han construido a lo largo de los años esta historia con pequeños o grandes gestos de acogida. Familias acogedoras, familias adoptivas, familias cuya vocación les ha llevado con el tiempo a abrir casas de acogida, dando nueva vida a una cultura de la acogida que bebe de la fuente de la relación con don Giussani, tal como describe el libro El milagro de la hospitalidad. Milagro, es decir, res mirabilis (cosa admirable, digna de ver), que ayer veíamos ante nuestros ojos en una plaza de San Pedro al rojo vivo por un sol ardiente, donde parejas jóvenes con sus niños se mezclaban con amigos ya entrados en canas para escuchar la catequesis del Papa del miércoles.

El Papa nos invitó a mirar a Job que, llegado a su vejez, grita su protesta frente al mal, y Dios le responde con ternura. Job lo ha perdido todo, sus campos, sus bienes, sus hijos, su salud, pero al final Dios toma la palabra, dejándola entrever tras su silencio. De hecho, los amigos de Job pretendían saberlo todo de su dolor, pero Dios, advirtió el Papa, nos guarde del moralismo de los que siempre saben ponerlo todo en su sitio sin atravesar la contradicción ni la fragilidad humanas.



Nosotros, que vivimos inmersos a diario en esta fragilidad humana, teníamos la sensación de estar delante de alguien que ha pasado por aquí, un Papa que tiene experiencia de la acogida. Por eso, cada uno de nosotros tuvimos la impresión de que el Santo Padre leía en nuestro corazón, nos hemos sentido comprendidos hasta el fondo, incluso en esos momentos oscuros en que la oración se convierte en un grito, el grito de Job. Luego, evocando el sufrimiento reciente de la pandemia y de la guerra en Ucrania, el papa Francisco se preguntaba: «¿Podemos justificar estos excesos como una racionalidad superior de la naturaleza y de la historia? ¿Podemos bendecirlos religiosamente como respuesta justificada a las culpas de las víctimas? No, no podemos». De hecho, existe una especie de «derecho de la víctima a la protesta, en relación con el misterio del mal, derecho que Dios concede a cualquiera, es más, que Él mismo, después de todo, inspira». Incluso esta protesta puede ser una forma de oración. Un hijo que protesta ante sus padres –algo que nosotros entendemos perfectamente– les está pidiendo una atención especial. De este modo, la clave de la conversión reside precisamente en el grito de dolor de Job, cuando por fin puede decir: «mis ojos lo verán, que no un extraño».

Dios se complace en la protesta de Job, en su confianza, como alguien que sabe que Dios no es su “perseguidor”, y al llegar a la vejez puede decir: «Mi Dios vendrá y me hará justicia». Al terminar la catequesis, en los saludos finales, Francisco se dirigió a nuestro pueblo de familias. «Saludo a la asociación Familias para la Acogida, que se dedica a la adopción, haciéndose cargo de niños y ancianos con dificultades. Perseverad en la fe y en la cultura de la acogida, ofreciendo así un hermoso testimonio cristiano y un importante servicio social. Gracias, gracias por lo que hacéis». Después, saludando al presidente, Luca Sommacal, y algunas familias de la asociación, añadió, abriendo sus brazos: «Seguid así, seguid en este abrazo».

Después vino la misa en el altar de la cátedra de la basílica de san Pedro, celebrada por el padre Marco Vianelli, director de la pastoral familiar en la Conferencia Episcopal Italiana. Vianelli, que conoce bien la asociación, habló del “jubileo” de Familias para la Acogida, destacando el valor histórico de esa jornada, añadiendo que la lectura del día, tomada de los Hechos de los Apóstoles, parecía escrita justo para nosotros. «Habéis venido desde muchos lugares a esta nueva Jerusalén para compartir con la Iglesia vuestra vida». Vianelli nos animó a buscar, como Pablo y Bernabé, nuevos caminos hacia un templo nuevo para custodiar nuestra historia sin nostalgia, buscando juntos respuesta a las preguntas de hoy. Quien permanece en Él da un fruto dinámico, porque «no sois bonsáis, muy elegantes pero que no dan fruto». Porque el amor, concluyó, «que siempre es algo artesanal», está llamado a dar fruto.

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Al terminar la jornada, Marco escribió: «Soy un padre y marido cincuentón en pleno proceso de acogida. Acogedor, como decía hoy Luca, porque ha sido acogido. Acogido en esta compañía que, convivencia tras convivencia, ocasión tras ocasión, rostro a rostro, multiplica por cien el gusto por el otro».