El encuentro en el Aula Magna de la Universidad Bicocca de Milán

Construir la paz. «Si yo no, ¿quién?»

Crónica del encuentro dedicado al último libro del papa Francisco en la Universidad Bicocca de Milán. Una posibilidad para «no perderse entre tanto ruido» al afrontar el drama de la guerra
Davide Perillo

«Las palabras del Papa vuelven a ponernos delante una verdad que en estos días terribles corremos el riesgo de perder entre tanto ruido: la guerra nace en nuestro corazón. Empieza en mi corazón, herido por el pecado». Esa es la razón de este encuentro. Davide Prosperi, presidente de la Fraternidad de CL, lo explicaba así al presentar un evento que reunió en el Aula Magna de la Universidad Bicocca de Milán a seis testigos para hablar del último libro del papa Francisco, Contra la guerra. El coraje de construir la paz, que recoge textos y reflexiones del pontífice a propósito de la guerra. Una clave decisiva para leer todo lo que está pasando en Ucrania. «Misiles y masacres son las consecuencias más brutales de un hecho que nos afecta a todos. Pero no solo por cercanía geográfica, sino porque el germen del mal también nos afecta a nosotros. Reconocerlo es la primera condición necesaria para ponerse en camino».



De ahí la decisión de organizar un momento de diálogo y de trabajo («el primero de una serie al que seguirán otros por toda Italia en las próximas semanas») que dio comienzo citando a don Giussani: «Quien no se reconoce pecador falta a la verdad en su relación con cualquier cosa». «Todo se nubla cuando olvidamos nuestro mal, el misterio del veneno que hay dentro de cada uno de nosotros», señalaba Prosperi. «Si lo olvidamos, creemos que nosotros podemos hacer justicia, cueste lo que cueste». El resultado es que «se incrementa la devastación, en vez de disolverla». En una situación como la que estamos viviendo, el deseo de justicia y paz es muy fuerte. ¿Pero qué paz? «La paz no es solo ausencia de guerra, sino que es fruto de la justicia y efecto de la caridad», recordó Prosperi citando al Papa. «Sin la irrupción en escena de este otro factor, que la Iglesia llama caridad, no puede haber verdadera justicia ni disponibilidad para el perdón». Y sin perdón no hay paz. Solo se abre el paso a «una escalada de odio y venganza», como indicaba hace unos días Paolo Pezzi, arzobispo de la Madre de Dios en Moscú.

Por eso, subraya Prosperi, «la postura del Papa no es irracional». Como tampoco es irracional la cumbre del designio con el que Dios se desvela en la historia: la cruz. «Para la perspectiva del mundo resulta escandaloso. Basta ver la polémica que ha causado la presencia de dos mujeres, una ucraniana y la otra rusa, en el Via Crucis papal. Pero la Iglesia anuncia que este Bien ha entrado en la historia y está presente». Ahí es donde hay que mirar, a las semillas de bien que, inesperadamente, se pueden ver incluso en circunstancias como estas.

Davide Prosperi (©Giorgia Casadei)

Antes de las intervenciones, dos saludos. Giovanna Iannantuoni, rectora de la Bicocca, agradeció la posibilidad de profundizar juntos en estos temas, «por fin de manera presencial». Ella, que gobierna «una comunidad de cuarenta mil jóvenes sacudida por un doble impacto, primero el Covid y ahora la guerra», subrayó dos palabras del título: «construir, que es un verbo amplio, grabado en todos los corazones. Y coraje, porque es necesario, sobre todo ahora». Pero también destacó otras palabras del interior del texto. Como cuidado, una indicación que también debe tener presente quien gestiona el poder, o esperanza, un término que nos interpela a todos. «Con la esperanza de construir un futuro de paz, todos pueden tener una misión».

El otro saludo fue el de Lorenzo Fazzini, responsable editorial de la Librería Editorial Vaticana, que en vez de palabras destacó cifras. «Veinticinco mil millones de inversión en armas en 2021, un 8% más que en 2020; frente a los 68 millones de gastos diarios». Unas cifras que dan la razón a los Papas que ya antes de Francisco calificaban de «irracional» la carrera armamentística en la era nuclear, así como a este Papa, «indómito y apasionado que insiste en que no podemos resignarnos ante los 59 conflictos que siguen activos en todo el mundo».

Gian Guido Vecchi (©Giorgia Casadei)

Luego llegó el turno de los invitados, empezando por Gian Guido Vecchi, vaticanista del Corriere della Sera, que recordó que las palabras usadas por el Papa estas semanas en realidad no son nuevas. Desde los primeros pasos de su pontificado, Francisco denuncia «el peligro de la Tercera Guerra Mundial a pedazos». Recientemente, hablando con los periodistas en el vuelo de regreso desde Malta, señalaba que «estamos enamorados del espíritu de Caín». En su última entrevista al Corriere, el Papa invitaba a leer un artículo escrito por el cardenal Carlo Maria Martini, arzobispo de Milán, después del 11 de septiembre «porque es perfecto». Vecchi lo ha hecho, y ha encontrado cosas que en aquel momento, dice, «se nos escapaban porque estábamos pegados a la actualidad», pero ayuda mucho volver a leerlas ahora. Partiendo del reclamo al hecho de que todos estamos marcados por el pecado, que los esfuerzos humanos por destruir el mal con armas nunca tendrán un efecto duradero, que «la paz es el mayor bien humano porque suma todos los bienes, mientras que la guerra es la síntesis de todos los males». Indica algo que Vecchi llama «un horizonte exigente», pero que conviene tener presente: la paz solo se realiza «con una humanidad nueva» y «a la luz de la dinámica evangélica».

Andrea Tornielli
, director editorial del Dicasterio para la comunicación vaticana, destacó la urgencia de que «las palabras del Papa se conviertan en una postura compartida». Retomó el mensaje Urbi et Orbi de la última Pascua («no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos a pedir la paz») y las frases decisivas que dijo en el viaje a Iraq en 2021. «Si queremos mantener la fraternidad, no podemos perder de vista el Cielo», porque «el más allá de Dios nos remite al más acá del hermano». La guerra empieza justo ahí, «cuando borramos el rostro del otro», como decía Tonino Bello en una cita tomada de Francisco: «Los conflictos encuentran su raíz en la disolución de los rostros». Algo que hiere aún más cuando se combate entre hermanos. Tornielli contó lo dramático que ha sido para él discutir con sus colegas ucranianos sobre la participación en el Via Crucis de una mujer rusa. «Si no logramos ser hermanos bajo la cruz el Viernes Santo, ¿cómo podemos pensar en construir algo después?».

Andrea Tornielli (©Giorgia Casadei)

A los que piensan que esas palabras del Papa son hermosas pero abstractas, Tornielli responde con firmeza que esa es «la única postura realista», porque tiene en cuenta cómo ha cambiado en los últimos años la naturaleza de la guerra, matando cada vez a más civiles inocentes, en un «mundo actual que está realmente en peligro de autodestrucción». Así, sin poner nunca en el mismo plano a agresor y agredido, el Papa cultiva «el profundo realismo de quien sabe qué tipo de destrucción causa hoy una guerra como esta». Haciendo preguntas incómodas, como la del Regina Caeli del 1 de mayo. «Me pregunto si verdaderamente se está buscando la paz». La realidad, lamentablemente, dice que no, según Tornielli. «Hace falta un impulso por parte de todos para detener las armas y pensar en el después, en cómo reconstruir».

Las tres intervenciones siguientes, como dijo Prosperi, eran sendos testimonios de quien vive esta situación en primera persona, aunque de distinta manera. La primera fue Giovanna Parravicini, investigadora de la Fundación Rusia Cristiana. Empezó citando una poesía de Yuri Galanskov: «Y en un trecho, / como el ruido del trueno / y como la venida de Cristo al mundo, / insurrecta, / pisoteada y crucificada / la belleza humana». Son versos del siglo pasado, pero muestran «una imagen actual». Guerra o paz empiezan en el corazón humano y lo que hay que mirar para entender este drama son «rostros humanos, concretos y precisos».

Giovanna Parravicini (©Giorgia Casadei)

Cuando miras estos hechos, te das cuenta de que en Rusia también hay quien resiste a la retórica de la guerra y vive de otra cosa. «Existe una amplia red de voluntariado que no se expresa con una protesta sino con una pregunta: “Si yo no, ¿quién?”. Un yo que se convierte en un pueblo responsable, constructor de obras». Es el «gran movimiento subterráneo» que sigue trabajando clandestinamente para que «el dolor de los demás entre en nuestra casa», como le escribió una amiga. Por esta razón, añadió Parravicini, «me impresiona la insistencia del Papa en que la paz es un don». A veces nace por vías «improbables pero verdaderas». En Moscú, por ejemplo, la Fratelli tutti «fue traducida al ruso por varios musulmanes, Lo hicieron porque querían entenderse mejor». De nuevo, «el más allá de Dios permitiendo descubrir el más acá del hombre», manteniendo abiertas por tanto ciertas vías que parecerían imposibles. «Como haría el Papa, que si pudiera encontrarse cara a cara con Putin –estoy segura– le miraría con la esperanza de un cambio». Como muestran «varios hechos que veo, donde el abismo que hay entre nosotros queda salvado». ¿Por ejemplo? La pianista rusa que, con temor y temblor, ayuda a un amigo a acoger a una familia ucraniana, y ella misma se siente abrazada.

Elena Mazzola, presidenta de la ONG Emaús –dedicada a jóvenes vulnerables–, vivía en Jarkov. Tuvo que escapar cuando empezó la invasión junto a sus jóvenes. «He vivido poco esta guerra en mi propia piel, pero lo que he visto me ha bastado». Dice que aceptó la invitación a hablar en este encuentro «para no quedarme atascada en la dinámica del conflicto», en esa cadena de horrores que, vistos de cerca, te hacen pensar que palabras como “paz” o “perdón” son prematuras. «Sin embargo, esta semana me he dado cuenta de lo necesarias que son».

Elena Mazzola (©Giorgia Casadei)

Describió el impacto que le causó una joven que insistía en ponerse una camiseta con un eslogan antirruso o una mujer que le dijo, con firmeza, que «mataría a todos los rusos, uno por uno»; o el cinismo de tantas conversaciones en cuanto suena la palabra “paz”. «Yo sé por qué sucede. Conozco sus historias, sé a quién han perdido y cómo. Pero entiendo que hay un punto en el que lo que decía Giovanna, “si yo no, ¿quién?”, tiene que ver con mi corazón. Soy yo la que debe encontrar la manera de no entrar en guerra. Soy yo la que, en mi relación contigo, debo decidir si tú eres mi hermano o si sigo peleando contigo mientras hablo de la paz en Ucrania».

Hablar de «perdón» también es una cuestión dolorosa en este momento. «Pero hay personas que lo hacen de una forma que me corresponde, como monseñor Pezzi. Cuando él habla de “perdón”, veo que lo hace pensando en mi dolor y el de mis amigos». Igual que el Papa, «que acompaña sus palabras con una verdadera conmoción». Para Elena, eso es lo que marca la diferencia. «Hay una manera de mirar al hombre en la que puedo ver cómo Cristo me mira, y eso me permite llegar a pronunciar la palabra “perdón”».

Luca Sommacal (©Giorgia Casadei)

Luego llegó el turno de Luca Sommacal, presidente de Familias para la Acogida. Narró vínculos que ya surgieron en años pasados con aquellos “hijos de la esperanza”, los niños del Donbas que acogían temporalmente y luego volvían a Ucrania «llevando a su casa otra perspectiva». Recordó el mandato de Benedicto XVI, que en un encuentro con familias pidió que construyeran redes, relaciones, hermanamientos. Y la experiencia, profunda y bellísima, de estas semanas, en las que 90 familias han acogido a 280 refugiados, «experimentando que cada gesto de acogida, por pequeño que sea, tiene como horizonte el mundo». Es un océano de bien «que necesita ser acompañado. Viviendo solos, hasta el ímpetu más noble corre el riesgo de desvanecerse». ¿Por qué han dado su disponibilidad? ¿Qué es lo que les mueve? Sommacal responde citando el mensaje que don Giussani les envió por el vigésimo aniversario de la asociación. «Nunca dejéis de acoger. Si Él se inclinó sobre los más pequeños para indicar el camino a los mayores, haced vosotros lo mismo, pues habéis conocido el factor que da vida y respiro a cada cosa».

Monseñor Paolo Martinelli (©Giorgia Casadei)

Cerró fray Paolo Martinelli, capuchino, vicario episcopal de Milán que se dispone a dejar la ciudad para abrazar la nueva tarea que la pide el Papa como vicario apostólico en Arabia meridional. Traía el saludo del arzobispo de Milán y su «gratitud por este texto del Papa», porque «va a la raíz de la cuestión» y ofrece una «visión nítida de la guerra como derrota para todos». Recordó que el miedo «nunca puede fundar una paz duradera». La única alternativa a la guerra «es la conversión a la fraternidad». Rememoró el 27 de marzo de 2020, con la invitación de Francisco a estar juntos delante del Covid «porque vamos en la misma barca» y necesitamos reparar, reconstruir la humanidad herida. En esta construcción es donde las religiones deben desempeñar su papel. «Miramos al cielo y caminamos en la tierra», decía el Papa en ese famoso viaje a Iraq. Martinelli citó varios pasajes y leyó también otras páginas del célebre Documento de Abu Dabi sobre la fraternidad universal, hablando del «conocimiento mutuo como método y criterio», afirmando «la sacralidad radical de la persona» y «el diálogo como camino». Pero todo eso «tiene su raíz en la paternidad de Dios hacia todos los hombres. De ahí puede llegar el don impagable de la paz, del perdón mutuo y la reconciliación».

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Casi dos horas de intenso diálogo, lleno de hechos que demuestran que «el testimonio que hemos escuchado hoy es un juicio de verdad», dijo Prosperi para terminar. «Estos hechos no son solo un “buen ejemplo”. Demuestran que lo que el Papa no deja de decir no es una ilusión piadosa, sino uno camino posible. Hemos visto que ya está sucediendo. Y si está sucediendo en algunos casos, por pequeños que sean, es porque es posible. La alternativa a la guerra es la conversión a la fraternidad». Vale para Ucrania y para nuestro corazón herido.