Mariupol, Ucrania (©Victor/Xinhua/Ansa)

Santoro. «Seamos artesanos de la fraternidad y de la paz»

La consagración a María, el magisterio del Papa y nuestra tarea ante el conflicto en Ucrania. La carta del arzobispo de Taranto publicada en Avvenire
Filippo Santoro*

La guerra en Ucrania también crea confusión entre muchos católicos, divididos entre la defensa de la justicia –la evidente consideración de que hay un agresor y un agredido– y el anhelo de la paz, un fin indispensable para que florezca la vida. La división solo nace cuando no están claros los fundamentos racionales, que por el contrario se encuentran totalmente realizados en las palabras y gestos del Papa, empezando por la extraordinaria consagración de los pueblos ruso y ucraniano al Corazón Inmaculado de la Virgen.
Ante todo, hay que recordar que la guerra nunca es buena y que nace del aspecto más oscuro del corazón humano, que la tradición bíblica remonta al pecado original. La guerra, con la carga de muerte y horror que pesan sobre agresor y agredido, es ajena a la naturaleza humana, que está hecha para la paz, para el crecimiento y la afirmación del otro. Don Giussani recordaba que la extrañeza que se ha introducido, representada por la serpiente en el relato bíblico, distorsiona los deseos humanos, incapaces de permanecer en la justicia incluso cuando nacen de una injusticia sufrida. «No es difícil ser como ellos», cantaba el cantautor Claudio Chieffo, aplicando esa misma enseñanza a los horrores del nazismo en su canción “La nueva Auschwitz”.

Por esta debilidad originaria, el grito de paz, ese «¡deteneos!» pronunciado por el papa Francisco en la plaza de San Pedro, no es un reclamo a las buenas intenciones sino una consideración realista de la condición humana. La misma consideración que está en la base del reclamo del Papa por el aumento del gasto militar generado por esta crisis. Francisco observa que el incremento mundial de herramientas mortales no puede más que favorecer el potencial destructivo que el hombre siempre lleva dentro de sí por esa herida originaria.

¿Se permitirá entonces que triunfe la injusticia, que el derecho internacional quede indefenso, permitiendo la opresión de la libertad de los individuos y de los pueblos? No, una mirada realista sabe que todos los hombres comparten la oscura posibilidad del mal, pero eso no significa que todas las opciones políticas sean equivalentes. La doctrina social de la Iglesia siempre ha tenido en su centro el valor de la persona y su libertad, entendida como adhesión al bien y a los bienes de la vida, que son signo del gran bien que es el designio de Dios. Por ello, la Iglesia comprende y acepta el derecho a la autodefensa por la injusticia, mientras no cree un mal mayor que el que quiere afrontar. Por tanto, hay que estar vigilantes para que la justa defensa no genere un mal mayor y un deseo equivalente de aniquilación del enemigo, llegando incluso al uso de armas atómicas.

Se trata de un equilibrio de juicio y de acción al que todos estamos llamados y que, justamente por su fragilidad originaria, es muy difícil sostener. Aquí reside el valor inmenso y realista de la consagración al Corazón Inmaculado de María de los pueblos ruso y ucraniano. Este gesto recuerda que las víctimas de las guerras suelen ser inocentes y que, puesto que todos compartimos el mismo pecado original, también somos todos hermanos y hermanas por la redención que Dios ha realizado encarnándose en María. A Ella, convertida en madre de todos a los pies de la cruz, encomendamos la petición del milagro de la justicia y la paz, conscientes de que sin la obra redentora de Cristo, el deseo del hombre siempre tiende a ser violento, sacrificando la libertad o la paz de seres humanos inocentes, y el perdón se vuelve imposible. Así, junto a María, podremos convertirnos en «artesanos de la fraternidad, podremos tejer los hilos de un mundo lacerado por guerras y violencias», como recordaba el Papa en el Ángelus del 1 de enero de 2022. Ya hay muchos testimonios de esta misericordia que avanza, como la de la refugiada ucraniana Kristina, que afirma que «si soy cristiana, debo descubrir este amor en mí, este perdón. Porque si odio, yo perderé esta guerra». Como la poetisa rusa Olga Sedakova, a la que le gustaría «pedir perdón a los que son bombardeados, expulsados de sus casas y de su patria, a los que sufren hambre, calumnias y muerte. Pedir perdón por algo imposible de perdonar».

De este modo, aparte de hacer todo lo posible por acoger a los refugiados que han perdido su casa y sus bienes, con esperanza imploramos un cambio en los corazones de aquellos que puedan negociar la paz. Por lo demás, la consagración al corazón de María terminaba diciendo, con Dante, «tú eres fuente viva de esperanza».
*Arzobispo de Taranto