(Foto Giovanni Gimmi Garbujo)

El ritmo del Misterio

En Huellas de enero, un fragmento del Seminario de Familias para la Acogida, que ha sido ocasión también de un diálogo con el teólogo Javier Prades. El texto completo se publicará próximamente en la web de la asociación

Intervención. Mi marido y yo llevamos nueve años casados y hace seis comenzamos el camino de la adopción, pero aún no se perfila nada en el horizonte. Este largo tiempo de espera ha sido objetivamente muy rico. Rico en dolor, incomprensión, rabia, y al mismo tiempo en gracia, con nuevos descubrimientos, amistades que han aflorado o se han renovado, que han llevado a algunos amigos a abrirse a la acogida, pero sobre todo ha servido para profundizar nuestra vocación matrimonial. En resumen, paradójicamente ha sido un periodo fecundo. Pero sigo teniendo la percepción de algo que falta o no comprendo, sobre todo cuando me surge la pregunta: «¿Por qué otros sí y nosotros no?». Pregunta que se ha agudizado en este tiempo y, tal vez por primera vez desde que supimos que no podíamos tener hijos biológicos, se ha hecho radical. Es la pregunta por mi destino, por lo que necesito para vivir, ¿un hijo? ¿O es algo más grande? La percepción de que la respuesta no es un hijo me resulta muy evidente, igual que la certeza de que esta circunstancia, es decir, mi vocación matrimonial, es el lugar privilegiado en el que mi relación con Jesús se hace radical, yo diría carnal, en el sentido de un diálogo verdadero con Alguien que nunca ha dejado de mendigar mi corazón. Es asombroso, pensando también en la Jornada de apertura de curso. Nunca como estos días, después de haberla oído cientos de veces, ha sido tan pertinente en mi vida la pregunta de Jesús tal como la proponía Giussani: «¿De qué te sirve hacer todo lo que se te ocurra, “ganar el mundo entero” –dice– “si pierdes el significado de ti mismo?”… “¿O qué dará el hombre a cambio de sí?”». Al mismo tiempo, sigue vivo el deseo y la disponibilidad de la acogida, sobre todo de niños y jóvenes. No doy clase, y nunca me han gustado especialmente los niños, pero lo veo en la relación con mis sobrinos o con los chavales de los juveniles. Aparte del gusto de estar con ellos, siento que me apremia su destino, como cuando los veo perdidos o enfadados, incluso cuando noto que les da igual lo que les diga. El hecho de que esta forma de fecundidad en nuestro matrimonio, al menos como yo pensaba, se nos niegue actualmente (sin excluir la posibilidad de que se nos niegue del todo) no me deja en paz. Por eso nos hemos movido para retomar el contacto con el Tribunal de menores y el organismo de adopción internacional, es decir, para retomar las dos vías que habíamos iniciado. A veces también asoman nuevas hipótesis: hacer caritativa en comunidades educativas para menores, comenzar alguna acogida o pensar en cambiar de país. Todas son opciones viables y muy buenas, pero a veces parece que no cuadran del todo. Tenemos la sensación de querer “tapar un agujero”, en vez de seguir un camino, el nuestro. Al mismo tiempo, no me gustaría quedarme “quieta”, limitándome a resignarme o a cerrar las puertas, por prejuicio, a algo que venga a nuestro encuentro. Por eso pregunto qué relación hay entre acoger y secundar la realidad –de una manera distinta a la que yo deseo, por el momento– y moverse para verificar una hipótesis, sin que esta se convierta en pretensión, estrategia o “agitación” para tapar agujeros.

Javier Prades. Siempre me ha ayudado la sugerencia de Julián Carrón cuando invita a «darse cuenta de lo que aún no está resuelto y no pretender que esté resuelto algo que aún no lo está». En efecto, se trata de no cerrar demasiado deprisa la herida o el cansancio, pretendiendo que quede resuelto algo que no está resuelto. Porque hay un ritmo propio del Misterio y en algún sentido, o en algún momento, o en algunas dimensiones de la vida, todos tenemos algo sin resolver. Solo se resolverá en el Paraíso, solo allí se dará la verdadera correspondencia, sin descartes, con lo que corresponde realmente, es decir, con la sobreabundancia de lo eterno. Mientras no lleguemos allí, podemos vivir dramáticamente, atravesando también estas situaciones sin resolver. De esta manera, si puedo hablar así, no “ahorramos” al Misterio su parte. Si yo sé que una situación no está resuelta, permanezco a la espera, atento a la acción de Dios. ¡No eliminemos a Dios de la ecuación! Hoy no está resuelto… dejemos que el Misterio hable. De momento no hemos oído o reconocido la manera en que se cumple este deseo. Bien, es verdad, dejémoslo así. ¿Por qué Dios no lo va a poder hacer mañana? ¿Cuál es nuestra, vuestra experiencia? Dios se manifiesta cuando quiere, según un designio, según una sabiduría que gracias al cielo no es la nuestra, como decía el texto del Miguel Mañara de Milosz que tantas veces citaba Giussani. Por tanto, mantener lo que está sin resolver tal como se da, es decir, no pretender resolverlo nosotros porque somos un poco más astutos a la hora de cambiar de estrategia, creo que permite respetar la naturaleza de la realidad, es decir, la estructura de la realidad, que es diálogo con el Misterio, y que no decidimos nosotros. La vida se nos da no solo al ser puestos en el mundo sino, según la providencia, también en el presente. Hay una oración de la liturgia que, si fuéramos verdaderamente conscientes, nos costaría decir con sinceridad. Dice el sacerdote en la oración: «Oh Dios, tu providencia que nunca se equivoca» (oración colecta del domingo IX, tiempo ordinario). Esto lo decimos en la liturgia de la misa. Probablemente cada uno de nosotros añadiría una nota bene diciendo «casi nunca». La fe que nos propone la liturgia de la Iglesia dice que la providencia, y por tanto la sucesión temporal de los acontecimientos, forma parte de Su designio infalible. Dejemos hablar a Dios, y lo “desafiamos” con nuestra petición: ¡date prisa! ¡Ven, Señor Jesús! Es decir: respóndeme, muéstrame signos que correspondan a mi deseo, hazme entender la verdadera naturaleza de mi deseo, que es de fecundidad y no necesariamente de la imagen con la que yo traduzco la fecundidad. El arzobispo que me ordenó sacerdote recuerdo que me decía: «Dios puede despertar un deseo que permanezca siempre vivo en el corazón para fecundar otras dimensiones de la vida y quizás no para traducirse en el objeto propio de ese deseo». Nunca he olvidado esa observación porque a menudo uno lleva en el corazón un deseo que espontáneamente tendería a identificar con el objeto más inmediato. Tal vez no suceda de la manera que yo pensaba, pero misteriosamente Dios “usa” ese movimiento que es el deseo como un ímpetu afectivo que tiende hacia un objeto tal vez desconocido, poniendo en movimiento y fecundando dinamismos de la vida en otras situaciones o para otras iniciativas. Giussani decía muchas veces que su deseo era ser misionero. ¿Pero lo fue? ¿Se marchó a vivir a Brasil? ¿Se fue a África, como misionero, con la barba, allí con los niños? No. Entonces, ¿no fue misionero? Que responda cada uno… La providencia de Dios llega en los momentos en que se presenta el Misterio y tal vez pone en movimiento la vida según una imagen que no es la nuestra. Es muy interesante verse en acción, en relación con el Misterio.