Matthias Stomer, Adoración de los pastores, siglo XVII. Palacio Madama, Museo Cívico de Arte Antiguo, Turín. © Mario Bonotto/Photo Scala, Florencia.

Navidad. Dios reina haciéndose pequeño por nosotros

Las palabras de felicitación de Davide Prosperi al movimiento. «Dios no solo camina con nosotros sino que confía en nuestra libertad, tiene hambre y sed de un “sí” libre por nuestra parte»

Queridos amigos:
Este año vuelve a alcanzarnos el anuncio de la Navidad, que es siempre el mismo y siempre nuevo, como nuevas son las circunstancias que la vida nos pone delante. Este año, concretamente, el Rey del cielo viene entre nosotros en un momento en que es difícil no sentir el «frío y el hielo», como dice la letra de Tu scendi dalle stelle (Tú bajas de las estrellas, ndt.). No solo a causa del Covid, que por desgracia está volviendo a golpear con renovadas fuerzas. También a causa de los cambios que nuestro movimiento ha tenido que afrontar en el último periodo, cambios que para algunos de nosotros siguen siendo fuente de confusión y de temblor.
Pues bien, a esta confusión, a esta necesidad de orientación, Dios ha respondido y sigue respondiendo de esta manera tan sencilla:

«Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

La respuesta de Dios a nuestra necesidad de luz, consuelo y salvación es distinta de la que nosotros esperaríamos instintivamente. Como decía el papa Francisco en su discurso navideño a la Curia romana, «el misterio de la Navidad es el misterio de Dios que viene al mundo por el camino de la humildad (…). El Rey de reyes no viene al mundo llamando la atención, sino suscitando una misteriosa atracción en los corazones de quienes sienten la presencia desbordante de una novedad que está por cambiar la historia».

Meditando las palabras del Papa, no he podido evitar volver a preguntarme: ¿qué hay de “rompedor”, de “nuevo”, en un niño colocado en un pesebre? O más concretamente: ¿qué hay de nuevo para nosotros, qué podemos descubrir al volver nuestra mirada hoy hacia ese niño? ¿Qué tiene que decirnos esta Navidad?

Dos respuestas asoman en mi corazón.
Primera: es verdad, Dios elige un camino que instintivamente ninguno de nosotros elegiría, el camino de la humildad. ¿Pero por qué lo elige? Me atrevo a responder: porque este es precisamente el camino que corresponde a la espera más verdadera del corazón. De hecho, así es, al menos para mí y para muchos amigos. Nada tiene el poder de caldear nuestro corazón como el hecho de darnos cuenta de la presencia de este Dios que decide “mezclarse” con nuestra pequeñez para poner en ella la morada de su poder y su grandeza.
Es adecuado, en el fondo es razonable que sea así, pues solo de esta manera Dios nos da al salvador que esperamos realmente. No un Iron man solitario que se vale del mundo como un escenario donde mostrar su valor para salvarlo, sino el Emmanuel, es decir, el Dios con nosotros, el Dios que, puesto que nos ama de verdad, quiere hacer de nosotros, pobres, frágiles y vulnerables como somos, instrumentos de Su presencia en el mundo:

«Fijaos en vuestra asamblea, hermanos: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso». [Cor 1, 26-28]

Este es por tanto mi primer deseo para cada uno de nosotros en esta Santa Navidad: que el niño Dios, el Dios que decide revestirse de nuestra debilidad, encienda en nosotros el fuego de la audacia. Que el impulso de este nuevo inicio venga dictado por la humilde certeza de que el Señor está con nosotros. Emmanuel: Dios está con nosotros.

Paso ahora a la segunda respuesta, que me ha sido sugerida por la meditación de algunas homilías navideñas del papa emérito Benedicto XVI. Ratzinger se detiene varias veces, como fascinado, para contemplar la paradoja de este Dios que haciéndose niño adopta el aspecto del “mendigo”, del Dios que, a pesar de que no necesita nada, se muestra sediento del amor de Su criatura, igual que un niño busca el abrazo de su madre:
«Dios se hizo niño, un niño que necesitaba una madre. Se hizo niño, un ser que entra al mundo con una lágrima, que como primer sonido emite un grito que pide ayuda, cuyo primer ademán son los brazos extendidos, que buscan cobijo».
Y añade: «Dios se hizo niño. A la inversa, hoy oímos decir también que esto es un sentimentalismo que será preferible dejar de lado. Pero el Nuevo Testamento piensa diferente. Para la fe de la Biblia y de la Iglesia es importante que Dios quisiera ser un ser así, dependiente de la madre, dependiente del amor cobijador del ser humano».

Queridos amigos, realmente creo que estas palabras del Papa emérito arrojan una luz nueva sobre el momento que estamos viviendo. Dios no solo camina con nosotros sino que, con un gesto de generosidad aún más vertiginosa, confía en nuestra libertad, mendiga la ayuda de cada uno de nosotros, tiene hambre y sed de un “sí” libre por nuestra parte. Es más necesario que nunca que la “apuesta” que Dios hace por nosotros llegue a ser el contenido habitual de nuestra autoconciencia. Es más necesario que nunca que crezca en nosotros la conciencia del hecho de que, tal como hemos repetido este año y como Julián nos decía en su carta de dimisión como presidente de la Fraternidad, el incremento o declive del carisma que ha aferrado nuestra vida se confía realmente a la libertad de cada uno de nosotros.
Pero que nadie se sienta aplastado por el peso de “tanta” responsabilidad. Ante todo, ayudémonos a mirar esta responsabilidad como un don fascinante. En el fondo, lo que se empieza a intuir al mirar al niño Jesús mientras busca el abrazo de su madre, es precisamente esto. ¿Acaso el Misterio no podría prescindir de nosotros? Por lo que a mí respecta, la respuesta está clara: por supuesto que podría. Nadie es insustituible. Pero eso hace aún más conmovedor el hecho de que Él extienda sus brazos hacia mí, hacia cada uno de nosotros. Ayudémonos, en este tiempo que viene, a responder a esta elección generosamente, dándolo todo, sin reservas, «para que la gloria humana de Cristo se pueda seguir afirmando en el mundo» a través de esta pequeña gran compañía nuestra.

Un abrazo a todos.

Feliz Navidad.
Davide