Celda cartuja en Montalegre, Tiana (Barcelona). (Foto: Album/Ramon Manent/Mondadori Portfolio)

El Rey del mundo nació en silencio

En medio de la polémica por las vacunas y los pasaportes Covid, los líderes políticos se gritan unos a otros. A la dictadura del rumor se contraponen los que, en silencio, participan de la gran obra de la salvación del mundo
Antonio Socci

Ernesto Che Guevara también hizo cosas buenas. Me he topado con una cita suya que me parece muy útil hoy: «El silencio es una discusión llevada a cabo por otros medios». Es una sugerencia muy valiosa en la zarabanda sobre las vacunas y los pasaportes Covid que invade los medios desde hace meses. Hace falta una moratoria. Ni mordazas ni censuras, solo autodisciplina para donar a todos algo de quietud. Espero que la atmósfera navideña ponga fin a la histeria colectiva. En el fondo, ya está todo dicho (también mucha bazofia) y seguir gritándose mutuamente hace irrespirable el ambiente. El silencio podría ayudar a replantear las cosas que se han gritado con tanta vehemencia y hacerlo con cierta reflexión autocrítica. Por ejemplo, el silencio en las plantas de cuidados intensivos ha llevado a muchos a replantearse sus ideas. Cuántos virólogos improvisados y cuántos expertos imprudentes hemos oído pontificar estos meses, y cuántos graduados en la universidad de Twitter. ¿Podremos dejarlo un poco? Decía Karel Capek: «¿Te imaginas el silencio que habría si todos dijeran solo lo que saben?». Por lo demás, la frase de Guevara reformula la máxima de Von Clausewitz según la cual «la guerra es la continuación de la política por otros medios». En efecto, la guerra llega cuando la política se rinde y ya no es capaz de resolver los problemas. En la práctica, la guerra es la derrota de la política que vive del diálogo y del compromiso. Los políticos deberían reflexionar atentamente, y sobre todo los grandes líderes del mundo, que estos días multiplican sus embravecidas declaraciones, corriendo el riesgo de precipitarnos en una pesadilla peor que el Covid.

Vientos de guerra soplan entre Estados Unidos y Rusia por Ucrania (con la UE balbuceando) y sobre todo en Asia, por las miras puestas por la China comunista hacia Taiwán. En estos casos también nos enfrentamos al fracaso de la política, a liderazgos demasiado débiles o demasiado fuertes que se gritan mutuamente. Hace falta el silencio y la sabiduría de la política, que sepa conjurar conflictos ruinosos. No gritos de guerra. Sorprende que alguno ya aparezca en los medios dispuestos a endosarse el casco en vez de advertir los riesgos y sugerir diálogo y moderación. Con el habitual «a las armas». Como si nada nos hubieran enseñado las recientes (y desastrosas) guerras de Libia o Siria… No necesitamos bullicio incendiario, sino bomberos silentes y laboriosos. Pero el silencio no es solo un valor laico, valioso en el debate público y la política. También está «el gran silencio», como recita el título de una famosa película sobre los monjes de la “Grande Chartreuse”. El cardenal Robert Sarah ha escrito, en diálogo con Nicolas Diat, un libro precioso, con prólogo de Benedicto XVI, titulado La fuerza del silencio. Contra la dictadura del rumor.

Es una lectura llena de sugerencias y de poesía. El cardenal Sarah es un auténtico maestro espiritual y su amor por el silencio y la oración –subraya el Papa emérito– «le permite reconocer los peligros que amenazan continuamente la vida espiritual incluso de sacerdotes y obispos, amenazando así a la Iglesia misma, donde el lugar de la Palabra lo ocupa con no poca frecuenta una verborrea en la que se disuelve la grandeza de la Palabra». El silencio es por tanto fundamental en la vida cristiana. Diat comienza su diálogo con el cardenal contando que el libro nació de la amistad entre el prelado y un monje cartujo, «fray Vincent. Molido por una esclerosis en placas, el joven religioso sabía que estaba llegando al fin de su vida. En el vigor de la edad juvenil, se encontraba paralizado, anclado a la cama de la enfermería, condenado a someterse a unos protocolos médicos despiadados… La fuerza del silencio nunca habría existido sin fray Vincent. Él nos mostró cómo el silencio en el que lo sumergió la enfermedad le permitía entrar cada vez más profundamente en la verdad de las cosas. Las razones de Dios suelen ser misteriosas. ¿Por qué quiso someter a una prueba tan dura a un joven alegre que no pedía nada? ¿Por qué una enfermedad tan cruel, tan violenta y dolorosa? ¿Por qué este encuentro sublime entre un cardenal situado en la cumbre de la Iglesia y un enfermo encerrado en su habitación? El silencio fue el silencio de esta historia… El silencio era el ascensor hacia el cielo… ¿Quién vino a buscarlo sin pronunciar una palabra? Dios». En el silencio Dios se hizo hombre y resucitó. El silencio de Dios es un abismo incomprensible para nosotros, pero donde él actúa misteriosamente y nos salva con hechos. «El encuentro con fray Vincent fue un anticipo de eternidad… Aquel domingo primaveral, cuando fray Vincent se reunió con los ángeles del cielo… reinaba una gran paz en todo el monasterio». Los monjes de la Cartuja participan del silencio laborioso de Dios por la salvación de la humanidad. Su lema es Stat Crux dum volvitur orbis, la cruz de Cristo permanece estable mientras el mundo da vueltas.

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No solo los monjes. Por experiencia directa, también conozco gente todavía joven que –perfectamente consciente– es condenada al silencio, durante años, de la enfermedad. La imposibilidad para comunicarse por otros medios hace sufrir mucho, pues comunicarse es esencial. Pero ese silencio también está lleno de una riqueza desconocida cuando Dios habita en el corazón. Ellos son los verdaderos héroes de nuestro tiempo, que contrarrestan «la dictadura del rumor» participando, en silencio, en la gran obra de la salvación de la humanidad. El Rey del mundo nació en el silencio de una gruta y su Gran Política para salvar a los hombres brota del silencio. Su silencio está lleno de acontecimientos de los que el mundo no se da cuenta. Como escribió George Bernanos, «el Verbo se hizo carne… y los periodistas de entonces ni siquiera se enteraron». Sin embargo, es la única noticia importancia desde el principio del mundo, la Buena Noticia. Y la seguimos tapando, pendientes todo de la charlatanería del mundo. «Contra la dictadura del rumor», repite el cardenal Sarah, y con él el Papa emérito, al que dedica su libro: A Benedicto XVI, gran amigo de Dios, maestro de silencio y oración.

Artículo publicado en el diario italiano Libero el 7 de diciembre