Pier Alberto Bertazzi

El inicio como origen permanente. Un testimonio

Apuntes de la intervención del 27 de julio de 2014 de Pier Alberto Bertazzi en los Ejercicios de verano de los Memores Domini en La Thuile
Pier Alberto Bertazzi

Hace un tiempo, los amigos de varias comunidades de la zona de Milán me invitaron a sus vacaciones y me pidieron que presentara uno de los libros recomendados ese verano, que recogía las entrevistas que don Giussani había concedido a Robi Ronza, primero en 1976 y luego en 1986, publicados varios meses después bajo el título El movimiento de Comunión y Liberación. Entrevista de Robi Ronza (Encuentro, Madrid 2010). Parece que les resultó útil y alguien –¡lamentablemente!– se lo comentó a Carrón, que me ha pedido que retome con vosotros lo que aquello supuso, lo que me enseñó para mi vida ahora, partiendo de esa historia, que en gran parte viví directamente. Intentaré hacerlo teniendo presente lo que Aldo Baldini, nuestro gran amigo memor domini fallecido recientemente, decía de nuestra historia y de las palabras que la expresan: las llamaba “sagradas”.

La historia
La primera palabra es “historia”. Nuestra historia, la historia que viví. Pensemos en la carta de la abadesa que leyó anoche Carrón. Solo sabía vivir el presente sumergiéndose continuamente, como en un humus, en las raíces y en la historia que la ha llevado hasta donde está ahora. Leyendo la biografía de don Giussani todos nos topamos con esa afirmación que Carrón retomaba en la introducción del libro de Ronza: «Para mí –decía don Giussani– la historia es todo; he aprendido todo de la historia». Esto bastaría para entender cómo retomar lo que se ha vivido. No se trata de hojear un diario, es verdaderamente una posibilidad de mirarse a uno mismo, la propia identidad. Me gustaría explicitar esto con una cita del papa Francisco en una entrevista reciente con el diario La Vanguardia, de Barcelona, donde hablaba precisamente del pasado y de la actualidad. «Para mí, la gran revolución [y revolución quiere decir el cambio que un hombre necesita, que la sociedad necesita] es ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que decir el día de hoy. No hay contradicción entre ser revolucionario e ir a las raíces». El auténtico “revolucionario” no parte de una imagen suya sino de las raíces. «Más aún –continúa el papa Francisco–, creo que la manera para hacer verdaderos cambios es la identidad. Nunca se puede dar un paso en la vida si no es desde atrás, sin saber de dónde vengo, qué apellido tengo, qué apellido cultural o religioso tengo» (entrevista de H. Cymerman, publicada en La Vanguardia el 12 de junio de 2014). La identidad que tengo es lo que me hace capaz de vivir y construir algo nuevo en mi vida y en la sociedad de la que formo parte. La identidad que tengo es lo que me hace realmente capaz de contribuir y responder al deseo que marca la vida de todos.

Me he dado cuenta de que para mí, concretamente, la cuestión implicaba hacer mía –y añadiría: por fin– la vida que he vivido. Lo pensaba leyendo la biografía de don Giussani y prestando atención a cuántas veces Carrón retoma momentos de nuestra historia pasada y juicios con los que Giussani nos los señalaba y nos ayudaba a entenderlos. ¿Qué quiere decir haber vivido una vida? ¿Guardar el diario con los recuerdos? ¿Qué sentido tiene haberla vivido? ¿Qué sentido tiene si no representa algo para mí ahora? De lo contrario, es como esos que van por ahí de turismo para enseñar después las fotos a sus amigos. ¡Madre mía! No puedo reducir mi vida a los recuerdos de lo que he vivido, al álbum de fotos. Debe haber algo que responda ahora a la pregunta que tengo, como ser humano, como alguien que está viviendo este momento, esta historia. Entonces, pensando en mi testimonio de hoy, pensaba: «A fin de cuentas, me alegro de tener que hablar de estas cosas porque probablemente será una ocasión de hacer mío lo que ya he vivido». Esta historia es mía, pero solo porque es el origen de mi identidad ahora. Me volvía a la mente la imagen que todos conocemos de la mochila de la que habla el libro Educar es un riesgo, de la carga de tradición que un joven pone ante sus ojos para comprobar si le ayuda y de qué manera a afrontar su propia vida. A los setenta años también debemos mirar lo que ha sucedido, lo que se nos ha dado, y ponerlo por fin delante de nuestros ojos, abrir la mochila y decir: «¿Esto es lo que me permite ser yo mismo ahora?». Es bonito plantearse esta pregunta.


El inicio como origen
El segundo punto que quería tocar es la cuestión del inicio porque en estas entrevistas, igual que en el libro sobre su vida, me refiero a la biografía de Savorana, don Giussani habla precisamente del inicio de la vida del movimiento, y es precioso porque por su manera de hablar uno se da cuenta, al menos eso me ha parecido entender, de que él ve el inicio como un origen, no por “cómo empezamos” sino como el origen, la fuente viva, permanente, «fuente viva», ¿os acordáis de san Bernardo, en Dante? Esto es muy importante, para mí lo ha sido: entender que para nosotros, el inicio del que participamos es el origen de algo que o es verdad ahora o es que nunca empezó. El hecho de que ese inicio sea mío no es producto de la larga carrera que pueda haber hecho, con cargos o responsabilidades; si yo participo de ese inicio no es porque yo estuviera –aunque yo también estaba, amigos, ¡yo estaba!–. No es ese el motivo por el que ese inicio me interesa. Me interesa si es algo vivo ahora, más aún, si es algo que de algún modo nace ahora para mí.

Si yo participo de ese inicio no es porque yo estuviera –aunque yo también estaba, amigos, ¡yo estaba!–. No es ese el motivo por el que ese inicio me interesa. Me interesa si es algo vivo ahora, más aún, si es algo que de algún modo nace ahora para mí

Cómo sucedió ese inicio lo sabéis perfectamente o lo podéis leer. Yo solo quiero recordar una expresión con la que don Giussani lo describía en una entrevista de 1979 –la tenéis en el suplemento de Huellas n. 2/2010 (De qué vida nace Comunión y Liberación, entrevista a Luigi Giussani a cargo de Giorgio Sarco, mayo de 1979)–, cuando dice que el inicio que define lo que es CL es la intuición del cristianismo como el acontecimiento de una vida, “coma”, como una historia. También describe cómo sucedió ese inicio para él. De ahí nace la imagen del inicio como origen. «Recordar cómo nació esta intuición en mí significa reavivar en la memoria uno de los momentos más bellos de mi vida». Aquí vuelve a decir en pocas líneas algo que sabéis, lo habéis leído en el libro de Savorana y en otros textos, pero permitidme que lo repita: «uno de los momentos más bellos de mi vida», porque esa intuición «solo llegué a ser consciente de ella, propiamente hablando, cuando leí y comprendí por primera vez con inteligencia verdadera el comienzo del Evangelio de Juan: “El Verbo se hizo carne”. Recuerdo cómo mi profesor del seminario, don Gaetano Corti, nos explicaba este pasaje a los muchachos diciendo que la clave de la realidad y el centro de la vida personal y del mundo se había hecho presencia posible de encontrar para cada uno de nosotros en Cristo. Por aquellos tiempos, leía a Leopardi apasionadamente» (De qué vida nace Comunión y Liberación, op. cit., p. 3), y esto, entre otras cosas, es algo que siempre molesta un poco a ciertos laicos, cuando se enteran de que nos encanta Leopardi y que incluso fue un elemento esencial en la experiencia de don Giussani, porque no comprenden que de lo que hablamos es de la respuesta a mi problema humano. No es una religión más, no es una cultura más, no es una asociación más, probablemente la mejor. Lo único que nos interesa es que Cristo sea lo que responde a mi verdadera exigencia humana. Entonces se entiende por qué Leopardi fue tan importante en la vida de don Giussani y por qué decía eso: ¡imaginaos, yo allí, tan apasionado por Leopardi, cautivado por esa grandeza, por esa pregunta tan humana y tan verdadera que parecía infinita, que parecía no tener respuesta, y la tenía delante! Empezó por ahí. La grandeza de la pregunta sobre mi humanidad que sale a mi encuentro, que encuentra satisfacción en Alguien que vive. «La Belleza hecha carne, la Verdad hecha carne y la Justicia hecha carne están entre nosotros, son el Verbo de Dios, son Jesucristo» (ibídem, p. 4). El grito supremo del hombre, tal como Leopardi lo expresaba, tal como don Giussani entendió que Leopardi lo expresaba, encuentra aquí una correspondencia total.

Que esto es verdadero, que este inicio se corresponde con el origen de algo, no solo con “cómo empezamos”, es algo de lo que uno se da cuenta en el presente. Todos nosotros hemos visto algún video donde don Giussani habla de Leopardi y de este episodio. Pensadlo un momento y decidme si lo que cuenta no es lo que está pasando en este mismo momento. El inicio que ha sucedido se convierte en origen de algo que sucede. Teniendo presente este inicio como origen, uno comprende la grandeza del modo tan sencillo con que don Giussani narra el nacimiento de GS, cómo surge y propone el cristianismo en su esencia. ¿Y cuál es la esencia del cristianismo? «Es el anuncio de Cristo: este es el centro de toda la vida del hombre y de la historia [esto es volver al inicio en el seminario de Venegono]. Y esto se vive juntándose, viviendo una vida de comunidad, porque Cristo prosigue en la historia dentro del signo de la gran comunidad que es la Iglesia, respecto al cual las comunidades particulares son como la mano que acaricia, que no es la persona, pero que al mismo tiempo es la persona en la concreción de su gesto. [...] Así comenzamos: hablando de Cristo» (El movimiento de Comunión y Liberación, op.cit., p.20). ¿Pero quién era Cristo? ¿Quién es ese Cristo del que se empezó a hablar y que quien se encontraba con don Giussani y con aquellos jóvenes, y siempre así en la historia del movimiento, descubría como la posibilidad de responder a la grandeza, antes desconocida, del propio deseo? Porque «así comenzamos: hablando de Cristo; tratando de afrontar todos los problemas a partir de un punto de vista cristiano, del que nos parecía ser el punto de vista de la palabra de Cristo autentificada por la tradición y el magisterio de la Iglesia» (ibídem). Fue un inicio sencillísimo, pero con una potencia imponente, ¿os dais cuenta? Porque entre los que se encontraban con nosotros Cristo era reconocido como respuesta a la grandeza del deseo que nos constituye, que de otro modo resultaría inabarcable.

«Lo que más temo –decía Giussani– es la adhesión a la propuesta de CL de manera rígida y esquemática, de tal modo que impida su función esencial: ser instrumento para el crecimiento de la persona»

El inicio tiene un significado en mi vida si hoy es un origen para mí. Don Giussani lo recordaba también en 2002, leyendo una frase de san Gregorio de Nisa: «Jamás le faltará espacio a quien corre hacia el Señor [...] Quien asciende no se detiene jamás, va de inicio en inicio, conforme a unos inicios que no se acaban nunca» (cfr. Gregorio de Nisa, Homilías sobre el Cantar de los Cantares, V y VIII, Città Nuova, Roma 1988, pp. 142, 201); y comentándola con estas palabras: «Es un inicio que no reduce nunca el camino que recorremos; para vivir nuestro camino humano, la genialidad que abarca el espacio, todos los espacios de nuestro tiempo y de nuestro corazón, es la petición. Deseemos mutuamente que estos inicios y este retomar continuo no cesen nunca» («De inicio a inicio», Huellas, n. 10/2002).

El camino
El tercer punto es el camino, del que me gustaría destacar la gran y permanente preocupación –lo digo en sentido positivo, como ocuparse atentamente de algo– que don Giussani siempre nos ha manifestado y que vuelve a emerger recorriendo esta historia. Este libro de entrevistas está totalmente atravesado por el reclamo continuo que don Giussani nos hace hablando justamente en momentos en que el movimiento nace, cae, se reanuda, se equivoca, se difunde por todo el mundo, un reclamo «a la lealtad y a la fidelidad al origen». ¿Pero cómo? Uno podía pensar: nos extendemos por todas partes, el movimiento crece, ¡todos contentos! Pero hay un hilo conductor que es muy importante captar: su continua preocupación, ¿pero por qué? La expresa así en dos líneas, en la página 129 del libro de Ronza: «Lo que más temo [lo dice en un momento de expansión del movimiento] es la adhesión a la propuesta de CL de manera rígida y esquemática, de tal modo que impida su función esencial: ser instrumento para el crecimiento de la persona y para la plena expresión de toda su humanidad». ¡Esto es lo que reclama! ¡Esta es su preocupación! Daos cuenta de que una preocupación expresada en estos términos no puede dirigirse a un movimiento entendido como organización o asociación. Se dirige a nosotros, a cada uno de nosotros. O el movimiento, mi experiencia de movimiento, es esto o no tiene ninguna originalidad –iba a decir que no tiene ningún sentido–. O es esto, o hemos perdido el tiempo. Para don Giussani el movimiento es un instrumento para el crecimiento de la persona y para la expresión plena de toda su humanidad.

Personalmente, estoy convencido de que este es el trabajo que nos propone Julián con una inteligencia, una constancia y una pasión que siempre me sorprenden. En él descubro esa misma preocupación constante de don Giussani, porque no es que aquello empezara y hubiera que llevarlo adelante de un modo u otro, sino que era necesario que cada día comenzase de nuevo para cada uno, es decir, que ese fuera el origen de la propia vida, y por eso su reclamo era continuo. No estamos en una organización, porque lo que hemos encontrado es la posibilidad de ser nosotros mismos, la posibilidad de lo humano, para nosotros y para todos. Yo pensaba que esta era una preocupación debida sobre todo al desastre del ’68 (al que luego dedicaré un par de palabras). Pero releyendo estas entrevistas me he quedado realmente asombrado al ver cómo la preocupación que don Giussani expresaba justo después de aquel momento permaneció constante durante toda la vida del movimiento. Y no pienso solo en estas entrevistas, sino también en todos los Equipe de los universitarios. En el fondo, es un reclamo continuo en don Giussani.

Y sigue siendo así hoy: una preocupación continua y aguda por que el movimiento coincida para cada uno de nosotros con la experiencia misma de vivir. Creo que puedo decir que lo que hemos encontrado es verdadero, me cambia y puede cambiar el mundo, si aquí y ahora es una experiencia mía, no si se organiza algún proyecto que llevar a cabo. Si es algo de lo que puedo partir ahora, a lo que puedo acudir ahora. Para mí ha sido importantísimo ver cómo esta preocupación ha sido realmente continua en nuestra historia. Por otra parte, también ha sido importante entender que es posible que incluso una realidad religiosa fuerte y bien fundada puede llegar a transformarse en un formalismo. ¿Por ejemplo? La vida cristiana en los años cincuenta, cuando empezó la experiencia de GS, y el impacto que tuvo don Giussani al captar con total nitidez en qué se había convertido Cristo para muchos cristianos: no se parecía ni de lejos a lo que le habían enseñado en el seminario. Ni a lo que él experimentaba. ¿Y qué era el cristianismo, la vida cristiana en los años cincuenta, cuando todos eran católicos? Los más ancianos lo pueden recordar. Escuchad cómo describe don Giussani la situación: «El hecho que más me impresionaba era que casi todos eran bautizados [casi todos eran de CL, añado yo], y muchos de ellos iban a misa todos los domingos [los Memores Domini todos los días por la mañana o por la tarde, añado], pero en su jornada cotidiana era como si el cristianismo no tuviera ningún espacio, como si perteneciese a otro nivel de la existencia». Pues bien, ¿este juicio no nos atañe? He intentado echar un vistazo a mi jornada, a mi presencia en casa. Si alguno de vosotros quiere intentar hacer lo mismo, puede resultarle útil. «Pero en su jornada cotidiana era como si el cristianismo no tuviera ningún espacio, como si perteneciese a otro nivel de la existencia. Un nivel que no tenía nada que ver con la vida y todos sus apremios más significativos: con la concepción y el sentimiento de lo real, con la necesidad de juzgar, de darse cuenta de todo aquello que enriquece al hombre, le hace llegar a ser más humano y le permite construir su personalidad como centro de relaciones. Con todas estas realidades la fe no tenía nada que ver; por consiguiente en la práctica no tenía que ver con nada que tuviera algún relieve efectivo en la vida de la persona» (El movimiento de Comunión y Liberación, op. cit., p.19-20).

¿Y nosotros? Probablemente, el riesgo que don Giussani vislumbraba con tanta antelación en la realidad cristiana de los años cincuenta podría ser, en ciertos aspectos, el mismo riesgo que corremos nosotros ahora. Le decía a unos amigos: «Mirad, yo soy un ciellino histórico (si en CL hubiera habido “senadores”, yo sin duda sería senador), soy Memor Domini, rezo mis oraciones casi siempre a su hora, etcétera, etcétera, pero estas palabras de don Giussani valen también para mí». Y al darme cuenta de esto no me sentí aplastado sino más bien aliviado, pues es como descubrir que se puede volver a empezar, que el origen está presente. Por eso estoy sinceramente agradecido a Carrón, porque –puede que lo haya entendido mal, pero no creo, nunca se lo he preguntado– me parece que este es el trabajo que nos está proponiendo.

El riesgo que don Giussani vislumbraba con tanta antelación en la realidad cristiana de los años cincuenta podría ser, en ciertos aspectos, el mismo riesgo que corremos nosotros ahora

Apostarlo todo por la experiencia
Hay un cuarto punto que titularía: apostarlo todo por la experiencia. Estas cosas no me las invento yo, todas son cosas que he tomado de lo que dice don Giussani sobre la experiencia y la historia del movimiento. Hablando del inicio, ilustrando en qué sentido GS, es decir el carisma del movimiento que comenzó de esta forma, lo apostaba todo por la experiencia, don Giussani dice: «Los muchachos de GS eran llamados a apoyarse en la experiencia como lugar en el que puede ser adecuadamente verificada la validez de los criterios que la persona ve que le propone otro a quien conoce y el ambiente que la rodea. El lugar de esa comprobación –afirmamos nosotros– no es la dialéctica, sino la experiencia». ¿Y qué es la experiencia? La «correspondencia de cuanto me es propuesto (tanto si es un hecho como una afirmación) con la propia vida, con la conciencia de uno mismo en cuanto que implica ciertas exigencias y evidencias originarias [...]. Por eso, en aquellos años, decíamos siempre que la propuesta cristiana no engaña, porque se confía por entero [¿recordáis cuando decía: “Durante 50 años he apostado solo por la libertad”?] al juicio que nace de la confrontación entre ella y las evidencias originarias, así como con las estructuras de la necesidad, en todos los sentidos, que hay en el hombre. Pero es también cierto que la propuesta cristiana exige que tampoco engañe el interlocutor» (ibídem, pp. 26).

El movimiento siempre ha apostado todo por la experiencia como método para conocer a Cristo y para verificar, como siempre nos han insistido, «la pertinencia de la fe con las exigencias de la vida», con la necesidad y el deseo que constituye nuestra humanidad. Que se trataba de apostarlo todo por la experiencia lo experimentaríamos pronto y de manera dramática en la vida del movimiento durante la crisis del ’68. En «La larga marcha de la madurez» (Huellas, n. 3/2008), don Giussani expresa un juicio sobre el ’68. Lo primero es que es verdad, fue una sacudida, pero en el fondo llevaba dentro de su origen un ansia de liberación. Luego acabó como acabó, con el terrorismo armado. Pero al principio… hasta tal punto que nosotros, por ejemplo en Medicina, participábamos tranquilamente, pues se percibía un ansia de verdad, un deseo de estudiar y vivir de una manera que se correspondiera mejor con las necesidades, las propias y las del mundo. La segunda cosa potentísima que dice don Giussani en esta intervención implica cómo juzgar ese momento de durísima crisis que se vivió en el movimiento. «Hoy tenemos que mirar a la cara ese momento de nuestra historia en el que la experiencia del movimiento sufrió su mayor sacudida: el ’68. Tal vez no sea inútil recordar que, en la vida de aquellos a los que Él llama, Dios no permite que suceda cosa alguna si no es para la madurez, para una maduración de los que han sido llamados» (p. 1). Como sabéis, en pleno apogeo del ’68 mucha gente del movimiento, entre ellos –como solía decir don Giussani– los más inteligentes, lo que ya os indica que yo no estaba entre ellos –¡de hecho aún sigo aquí!–, y casi todos los líderes de entonces se marcharon. ¿Por qué? Porque les parecía que la vida del movimiento ya no respondía a la pregunta que había estallado en todos. ¿Qué hacíamos nosotros? ¿El raggio? No teníamos ningún problema en ir a misa por las mañanas, ¿pero a Vietnam? De pronto era como si fuera imposible no poder participar de esta revolución dentro de las universidades. En un momento dado, muchos decidieron: «No, mirad, aquí hay que implicarse con los que se han metido en esta iniciativa política porque esta es la manera de que nuestra experiencia sea verdadera, si no [¡escuchad, escuchad!] quedará reducida a una experiencia religiosa, como mucho haremos una Acción Católica un poco renovada...».

Era como si en la conciencia de los que se marchaban hubiera desaparecido la evidencia del carisma del movimiento tal como don Giussani lo había encontrado y como nosotros lo habíamos conocido al encontrarnos con él: la respuesta al grito humanísimo de Leopardi, es decir del hombre. Por eso aquel periodo fue tan complicado.

De este modo, el ’68 fue una gran sacudida. Para mí sin duda fue la ocasión de hacer una comprobación decisiva en mi vida, pero también fue algo que, como os mencionaba antes, no solo afectaba a ese año. De hecho, supuso el prototipo de cómo podemos destruir, por un ídolo, la verdad que hemos encontrado. Un ídolo es algo que atrae, a lo que es difícil resistirse, tiene una fascinación, como lo tenía la revolución marxista-leninista por aquel entonces. No había duda, todos estábamos dentro de alguna manera, pero para nosotros es un problema permanente. Un problema que también nos afecta ahora, aunque la situación sea totalmente distinta.

¿Por qué me quedé? No solo porque no era de los más inteligentes, sino sobre todo porque sucedió otra cosa. Yo iba al liceo Parini, así que conocí a don Giussani en GS, no en clase. En esa época las comunidades dentro del instituto eran una amistad a prueba de bomba atómica, pero no eran cerradas, era una amistad que te lanzaba al mundo entero. Si alguien me hubiera preguntado entonces: «Si todos tus amigos se marcharan, ¿qué harías tú?», habría respondido inmediatamente: «Irme con ellos. Me da igual dónde. Me voy con ellos al fin del mundo, hasta a las puertas del infierno». Hasta que llegó el día en que se marcharon de verdad. Era una mañana de san Esteban, había misa a las nueve de la mañana. Al acabar la misa algunos empezaron a decirme: «Oye, GS ya no es más que una reedición de Acción Católica… Hay que entrar en política… Hace falta, para responder… Nos vamos. ¿Te vienes?». No sé cómo pasó pero tengo que admitir que no lo dudé ni una milésima de segundo. Respondí que no y también les dije por qué: «Por lo que he aprendido con vosotros, por lo que he visto, que es decisivo para mí, y por el mundo que he visto estando con vosotros». Repito, no sé cómo pasó, qué significaba decir eso, pero recordando estas cosas uno recupera imágenes de su historia que tal vez permiten entender un poco mejor qué es la Gracia. Creo que mi permanencia también dependió de algo que don Giussani siempre definió como «una cierta sencillez», que consiste en querer de verdad, pero también decididamente, mi propio bien, y tener la certeza de haberlo encontrado y reconocido. No se trata de preguntarte: «¿Pero será verdad? ¿O no será verdad?». Es un encuentro donde encuentras la correspondencia con la necesidad que tienes, y ya no lo dejas, no lo dejas ni para ir detrás de tus amigos de siempre. En realidad, nunca los dejé, fueron ellos los que abandonaron lo realmente importante en nuestra amistad.

El ’68 fue una gran sacudida. Para mí sin duda fue la ocasión de hacer una comprobación decisiva en mi vida que no solo afectaba a ese año. De hecho, supuso el prototipo de cómo podemos destruir, por un ídolo, la verdad que hemos encontrado

Entonces, el grupo de los que quedábamos en la universidad decíamos un poco ingenuamente, como agarrándonos a un clavo ardiente: «Sigamos adelante haciendo los gestos que hacíamos. De este modo lo que hemos vivido puede seguir siendo verdadero para nosotros». Era una época en la que don Giussani no estaba muy presente. Desde este punto de vista, os recomiendo leer la biografía de don Giussani –¡creo que es realmente un suicidio no leer ese libro!–, nosotros queríamos seguir de todas formas porque esa era la manera en la que habíamos vivido la preciosa experiencia de GS. Éramos lo más vivo y bonito que había en los institutos de aquella época, teníamos una capacidad incomparable de responsabilidad, presencia y expresión. Hablo en pasado, pero solo porque estoy contando lo que pasó aquellos años, pero veo que o es así ahora o no vale de nada jugar a recordarlo. ¿Qué hicimos entonces? Empezamos a juntarnos en la universidad, a retomar ciertas lecturas, a hacer ciertos gestos, etcétera, pero sobre todo –esto no lo pensábamos al principio– empezamos a intentar expresarnos, a decir a los demás que existíamos, a encontrarnos con la gente. Hasta publicamos un boletín pensado para comunicar a otros que incluso en medio de todo aquel caos había un punto donde esa exigencia de liberación también seguía viva de hecho.

El título del boletín era «Comunión y Liberación». La liberación era la exigencia que compartíamos con todos, y el lugar donde nos parecía haberla encontrado y que podía hacerla accesible para todos era la comunión. «Comunión y Liberación» no era entonces el nombre de un movimiento, solo de nuestro boletín. Lo repartíamos de manera bastante limitada, pero cuando lo vieron los del movimiento estudiantil empezaron a llamarnos «los de Comunión y Liberación», es decir, los universitarios que repartían aquel boletín, reconociendo que la limpieza que habían hecho no había culminado su éxito porque nosotros todavía andábamos por ahí.

Recuerdo que era el mes de noviembre, estábamos en un encuentro con don Giussani en la sede que habíamos reconstituido después de la convulsión, donde habíamos colgado el boletín en la puerta de una sala que utilizábamos como secretaría de los universitarios y en un momento dado, mirándolo, don Giussani dijo: «Esto es, nosotros somos el nombre que se han dado los universitarios, porque la comunión es liberación», y puso el acento en la «y», para señalarnos el significado profundo de ese “nombrecito” que habíamos inventado. A partir de entonces el movimiento se dio el nombre de Comunión y Liberación, también empezó a reorganizarse, la maravilla del CLU empezó ahí y luego todo lo demás.

Decía que con el ’68 se marcharon casi todos. Don Giussani resume así los dos motivos de esta decisión: «Se trata de personas altruistas» que «se habían ensimismado prioritariamente con el compromiso ético-social» (ibídem, p. 52). ¿Entendéis? Nosotros íbamos a la caritativa de la Bassa en los años sesenta, pero cuando uno captaba el significado de ese gesto, ¿cómo iba a caer en la red del marxismo-leninismo? ¡Entonces es que uno iba a la Bassa como los voluntarios de una ONG! Por tanto, eran altruistas e inteligentes, continúa don Giussani, «pero de hecho no habían asimilado la dimensión religiosa de la experiencia de GS» (ibídem). ¿Qué quiere decir que no habían asimilado la dimensión religiosa de la experiencia de GS? Cuando leí esto, me dije: «¡Pero si es la Escuela de comunidad de este año!». El capítulo VIII de Los orígenes de la pretensión cristiana de don Giussani, que Julián nos ha propuesto retomar providencialmente: «Jesucristo vino para llevar al hombre a la religiosidad verdadera, sin la cual es mentira cualquier pretensión de solución» (Los orígenes de la pretensión cristiana, Encuentro, Madrid 2011, pp. 121).

Entonces comprendí que el ’68 no tenía la culpa. Uno puede hallarse entre las fauces del león, como les pasaba a nuestros hermanos en los primeros tiempos del cristianismo, y ni siquiera allí caer derrotado, no morir ni aunque lo maten, como decía Guareschi. De modo que no es el ’68, no es el desastre social lo que causó esta crisis, sino la falta de identidad religiosa de nuestra experiencia humana. Parecía increíble abandonar la fascinación que habíamos encontrado, pero muchos lo hicieron, ¿por qué? Porque no se había vuelto experiencia de vida en cada uno de ellos. Podríamos decir: porque se quedó en una intención. Pero una fascinación que no se vuelve experiencia y se queda en intención decae en una especie de programa o proyecto, y al cabo de un tiempo esa fascinación se agota, es inevitable. Porque esa fascinación no había madurado en la conciencia religiosa, no había madurado hasta convertirse en conciencia del propio ser religioso, como verdadera dimensión de lo humano: ser religioso en el sentido de que yo dependo, soy de Otro. Esa fascinación se había vuelto conciencia, pero había permanecido como una etiqueta, ser religiosos era algo añadido, no se entendía como lo que desvelaba la verdad de lo humano. La segunda razón que da don Giussani es que «no compartían incondicionalmente nuestra tesis de fondo, o sea, que el anuncio del hecho cristiano es la fuente originaria de la liberación» (El movimiento de Comunión y Liberación, op. cit., p. 65), es decir, no compartían el nuevo inicio: Comunión y Liberación. Lo que deseaban los que se marcharon –y nosotros tanto o más que ellos– ¡lo habíamos encontrado! Era justamente la experiencia de satisfacción de nuestra humanidad lo que nos hizo quedarnos.

Publicamos un boletín pensado para comunicar a otros que incluso en medio de todo aquel caos había un punto donde esa exigencia de liberación también seguía viva de hecho. El título del boletín era «Comunión y Liberación».

El movimiento “renace”
Cito solo un quinto punto: el movimiento “renace”. La firme reanudación del movimiento, del CLU, culmina en el gran congreso de 1973, que fue algo inmenso. Nunca se había visto el Palalido tan lleno, con una participación, una pasión, una sinceridad, una belleza que afortunadamente nosotros vemos a menudo en el movimiento, pero que no es tan común en nuestra sociedad. Fue como decir: aquí estamos nosotros, que durante el ’68 y los años siguientes se nos consideraba una entidad extinta, aquí estamos. Don Giussani, como él mismo contó, se pasó la mañana rezando el Rosario porque estaba muy preocupado por nosotros, porque podía haber violencia, aunque todo estuvo muy tranquilo. Pero la preocupación de don Giussani de la que hablaba antes permanece y vuelve a aparecer porque, como dirá después, el éxito del congreso del Palalido podía, «paradójicamente, [estar] en el origen de un equívoco» (ibídem, p. 133). ¿Pero cómo? ¡No sabéis cuánto esforzado le había dedicado, día y noche! No solo porque me tocaba estar en el escenario, igual que ahora, dirigiendo el trabajo. ¡Nos habíamos esforzado todos! Después de todo lo que habías hecho, con la sinceridad y el deseo con que lo habías hecho, sintiendo que lo que estabas haciendo era lo correcto, ¿cómo reacciona uno ante un juicio así? Pues bien, no te ofendes, sino que entiendes ante todo que tienes un padre. Estas fueron las palabras de don Giussani: «El éxito de aquella reunión del Palalido, sin embargo, estuvo en el origen de un equívoco que estaría destinado a ejercer durante cierto tiempo un influjo no del todo positivo en la vida y en el desarrollo del movimiento» (ibídem). ¡Madre mía! ¿Qué habíamos hecho? «En efecto, con esa oleada de éxito, la actividad de los dirigentes de Comunión y Liberación comenzó a orientarse por entero a demostrar y poner en práctica valores positivos que podía haber en la manera cristiana de afrontar la temática que el ’68 había puesto de manifiesto. En otras palabras, nos empeñábamos ciertamente en plantear lo específico del hecho cristiano, pero solo dentro de los límites de un horizonte previamente determinado por otros» (ibídem). Era completamente cierto, y ay de nosotros si nos sentíamos ofendidos porque al final de una iniciativa tan espléndida había alguien que te decía –claro está, depende de quién sea ese alguien–: «Ojo que nos podemos equivocar, para seguir adelante esto no puede bastar».

Esta preocupación reapareció en los últimos Ejercicios de la Fraternidad con una cita de don Giussani que releo: «Sin darnos cuenta, se produjo “el paso de una matriz a otra [de un origen a otro origen, de un punto original a otro punto original. El inicio ya no era el origen] haciendo lo más abstracto posible el discurso y minimizando la experiencia en la que se participaba antes”. De este modo, “se obró una reducción o una banalización del espesor histórico del hecho cristiano, […] minimizando su alcance histórico”» (L. Giussani en J. Carrón, «Prosigo mi carrera para alcanzarlo», supl. Huellas, n. 5/2014, pp. 28-29).

Para entender bien por qué el juicio anterior no solo se refería al ’68, del mismo modo que este no solo atañe al Palalido del ’73, sino que también nos afecta hoy, recuerdo las tres consecuencias que derivan del desvanecimiento de la incidencia histórica de la experiencia en la que participábamos. «Una concepción eficientista del compromiso cristiano». Estamos en las páginas 28 y 29 del cuaderno de Ejercicios. «Ante la necesidad del mundo, se produce el análisis de dicha necesidad y se elabora una teoría para responder a ella». Sí, lo habíamos hecho muy bien pero, como se decía antes, «etiam etnici...», eso lo hacen todos. En cambio, a nosotros se nos había dado algo que, «lo siento mucho...» –nos decía don Giussani– pero es único para ti y para el mundo. Segunda consecuencia, la más grave: «La incapacidad [...] para madurar la propia experiencia cristiana hasta que se convierta en un juicio crítico y sistemático». ¿Eso cómo se hace? ¿Con un máster, un doctorado? ¿Dónde? ¿En Harvard, Yale, Stanford...? No, no, no es el análisis de los problemas lo que te hace capaz de construir una humanidad nueva y adecuada en el mundo. Lo que te hace capaz de eso es vivir tu «experiencia cristiana hasta que se convierta en un juicio crítico y sistemático, y por tanto, en sugerencia de modalidad de acción». Solo si se vive, la experiencia cristiana se convierte en cultura (juicio crítico y sistemático) y juicio de acción. La tercera reducción también es muy clara y probablemente actual: «la infravaloración teórica y práctica de la experiencia de la autoridad» (ibídem). Tal vez esto también tenga que ver conmigo ahora, me digo. Este es el problema que hace que uno, por mucho que diga que obedece y que sigue, al final parte de sí mismo y no de lo que ha encontrado. No parte de algo que está “antes”. Este es el riesgo del que don Giussani nos advierte continuamente en nuestra experiencia y del que habla constantemente. Si lo pensamos bien –en mi caso es totalmente cierto– es el riesgo que corre nuestra experiencia hoy. Cuando tengáis ocasión, retomad también la intervención de Carrón sobre Europa («Europa 2014. ¿Es posible un nuevo inicio?», Huellas, n.5/2014). ¡Es esto! El problema real es que nuestra generosidad, nuestra capacidad para captar las necesidades del mundo y nuestra creatividad ocupen el puesto de lo único que puede hacerme realmente creativo, constructivo, fecundo, capaz de ayudar a quien lo necesite a reconocer el camino a su destino. Lo único que hace falta es que yo permanezca en este camino, ¡no mi capacidad de hacer cosas! Del mismo modo, es exactamente el mismo problema que veo que estamos viviendo ahora, que yo vivo ahora, que he vivido continuamente, y que posiblemente el movimiento esté viviendo en este momento de manera especial.

No es el análisis de los problemas lo que te hace capaz de construir una humanidad nueva y adecuada en el mundo. Lo que te hace capaz de eso es vivir tu «experiencia cristiana hasta que se convierta en un juicio crítico y sistemático»

«Una distancia crítica irrevocable»
No quiero dejar pasar este punto porque lo considero como una especie de tributo a aquellos de nosotros que se han comprometido más directamente en el ámbito social y en la política. Repasando esta historia, me ha parecido interesantísimo caer en la cuenta de cómo se ha vuelto sistemático e institucional nuestro compromiso que, como sabéis, empezó a mediados de los años cincuenta con la caritativa en la Bassa milanesa. Muchas cosas las habréis leído en la biografía de don Giussani, pero me gustaría destacar aunque sea telegráficamente qué había de original en este compromiso que alcanzamos, qué es lo que vale, porque a partir de ahí podremos volver a empezar, ahí se vuelve a empezar, ahí se origina todo.

Hoy sigue aún muy presente en el movimiento ese humus del que nació el compromiso social y político de muchos, hasta tal punto es así que basta dar una vuelta para toparse con una humanidad nueva que actúa, construye, trabaja, enseña. Es algo que conocemos bien gracias a Huellas, y a las mil maneras con que continuamente se nos testimonia la posibilidad de construir históricamente, dentro de la sociedad en que vivimos, realidades de vida nueva. ¿Pero cuál es el origen real de este compromiso de presencia social y política entre nosotros? Lo recuerdo con palabras de don Giussani: «La multiplicación y el crecimiento de comunidades cristianas vitales y auténticas no puede dejar de producir el nacimiento y desarrollo de un movimiento, cuyo influjo en la sociedad civil tiende inevitablemente a ser cada vez más relevante; la experiencia cristiana se convierte de este modo en uno de los protagonistas de la vida civil» (El movimiento de Comunión y Liberación, op. cit., p. 121). ¡Es inevitable! ¿Quién no tiene la tensión, las ganas y el deseo de que esto suceda? Es inevitable. «Se convierte de este modo en uno de los protagonistas de la vida civil, en constante diálogo y confrontación con todas las demás fuerzas y las demás presencias de que esta se compone». Y sigue diciendo don Giussani: «Una vez más, si fuera lícito comparar las cosas pequeñas con las grandes, quisiera recordar aquí el ejemplo del movimiento benedictino». En un discurso con motivo del centenario de san Benito, el abad general de los benedictinos recordaba que esta realidad, que nació como movimiento, llegó a influir incluso en «el código de la vida civil de entonces». ¿Cómo pudo suceder? «Gracias a que se multiplicaron, a centenares y millares, sus comunidades de oración y de trabajo, en torno a las cuales cuajó de nuevo y recuperó consistencia la misma vida civil» (ibídem, p. 122). Este es el primero de los elementos de ese humus, esa conciencia, esa perspectiva de la que han nacido tantas iniciativas de presencia social.

Un segundo elemento que históricamente estuvo al comienzo de este intento es el trabajo, la necesidad del trabajo como aspecto esencial de la dignidad humana. Es una de las preguntas que Ronza plantea a don Giussani: «Y tras la libertad para educar, ¿qué es lo que sigue a continuación en su orden de preocupaciones [como la promoción y el desarrollo de obras sociales]?». Don Giussani responde: «No sigue, sino que tiene el mismo grado de urgencia la libertad de trabajar, o sea, la lucha contra el paro. No podemos rendirnos tranquilamente ante el hecho de que la reorganización de la economía tenga lugar a costa del empleo». Afortunadamente, hace poco oí decir esto. «Es necesario actuar y estudiar incansablemente para encontrar una vía de salida a este estado de cosas [...]. Sin esperar a que cambie el mundo se puede comenzar a cambiar, juntos, algunas cosas» (ibídem, p. 173). Como nos recuerda Vittadini continuamente, este fue el ímpetu de nuestro compromiso social más concreto: esta pasión por que lo humano pudiera expresarse hasta el fondo, ningún proyecto más limitado o restringido que eso.

Don Giussani hace luego dos observaciones sobre la cuestión política, después de citar a los benedictinos y hablar del trabajo como origen de una presencia social. Como podéis leer en la biografía de don Giussani, resulta interesante señalar que nuestra presencia política partió de un gesto de obediencia, y es muy importante recordarlo. Fueron los obispos italianos quienes, en 1974, llamaron a los católicos a comprometerse en un referéndum contra la ley del divorcio. Entre las numerosas siglas católicas que existían, solo una respondió, ¿adivináis cuál? Solo una. Aun teniendo clara la percepción de que sería un paso no solo inútil sino incluso equivocado en un contexto social que había cambiado profundamente, respondimos obedeciendo hasta el fondo, comprometiéndonos “a muerte”, como se suele decir, y al año siguiente, en 1975, volvimos a obedecer con motivo de las elecciones políticas, etcétera, etcétera… En estas entrevistas, don Giussani habla directa y claramente del compromiso político, y se refiere a una “distancia” que existe entre CL y los que se comprometen directamente en acciones políticas. En la militancia política propiamente dicha «ya no es la comunidad en cuanto tal quien se compromete sino las personas, quienes, bajo su propia responsabilidad, aunque formadas en la vida concreta de la comunidad misma, se comprometen a buscar instrumentos adicionales de incidencia política, tanto teóricos como prácticos». Y aclara: «La militancia política de las personas que son miembros de CL, y cada una de las decisiones que se derivan de ello, son fruto de un juicio y de una responsabilidad eminentemente personales». Por eso, «hay entre todos nosotros en cuanto CL, y nuestros amigos comprometidos [en política], una distancia crítica irrevocable» (ibídem, pp. 122-123). Lo cito sobre todo para despejar un error que podía haber también en mi comprensión de las cosas, lo he visto en mí y os lo comunico. Esta distancia crítica a la que –dice don Giussani– «no renunciaremos jamás», ¿de dónde nace? Nosotros deseamos que estos amigos vivan su pertenencia al tomar sus decisiones, y obviamente les apoyaremos en ello. Esta distancia crítica irrevocable no hay que entenderla en el sentido de que no queremos saber, que nos mantenemos lejos, sino en el sentido –al menos así lo entiendo yo– de que la construcción del movimiento como tal no puede coincidir en ningún caso con una decisión de tipo político. El movimiento debe ser él mismo, no debemos delegar en nuestros amigos, a los que apoyamos con todo el corazón y con todas nuestras fuerzas, la representación del rostro del movimiento. La presencia de CL en la sociedad es otra cosa, y ese es el sentido de la distancia crítica irrevocable. Ay de quien quiera captar algún tono de enemistad que no existe. De la misma manera, ay de nosotros, ay de mí en todo lo que hago en mi trabajo, ay de ti en todo lo que haces en el tuyo, si pensamos que podemos contribuir a la vida de nuestros hermanos los hombres sin vivir en esta experiencia tan concreta lo que el movimiento significa para nuestra persona.

Hoy sigue aún muy presente en el movimiento ese humus del que nació el compromiso social y político de muchos, hasta tal punto es así que basta dar una vuelta para toparse con una humanidad nueva que actúa, construye, trabaja, enseña

En la biografía de don Giussani puede leerse un punto en el que don Giussani expresa ya de manera completa cómo ve toda esta dinámica. Es un párrafo dedicado a los comienzos de la editorial Jaca Book, en 1966, la primera empresa autónoma que nació de personas del movimiento, sin ser sin embargo una realidad del movimiento (cfr. A. Savorana, Luigi Giussani. Su vida, Encuentro, Madrid 2015, p. 401ss).

Se entiende así el sentido de la carta de Carrón en La Repubblica el 1 de mayo de 2012, que generó tanta perplejidad y tantas dudas. Pero intentemos comprenderla. Yo la he releído haciendo este recorrido y creo haberla entendido un poco mejor. La carta no acusa a nadie. Más aún, para mí el punto más espinoso es cuando dice que tal vez no hemos dado un testimonio adecuado a nuestros amigos. Tampoco es una estratagema para salir de una situación complicada. Yo la veo como un intento de volver a proponer la preocupación de don Giussani que –como decía– ha impregnado toda la vida del movimiento, y a la que no podemos plantear objeciones, que no decaiga el origen, el punto del que partimos para vivir nuestra vida, llevar a cabo nuestros intentos y construir lo que estamos llamados a construir en la sociedad.

El seguimiento, hoy
En uno de los encuentros que he tenido este verano me pidieron que explicara mejor, retomando nuestra historia como estamos haciendo ahora, lo que yo había comprendido, viviendo situaciones de gran dificultad para el movimiento, respecto al seguimiento, y al seguimiento hoy en concreto. Esta pregunta me ha hecho pensar que en esa crisis del ’68, en el fondo, si nos volvimos a juntar para repetir los mismos gestos que habíamos hecho antes en el movimiento, con la belleza y la grandeza que habíamos experimentado, fue precisamente por esto: por no inventar nosotros lo que había que hacer, sino para perseguir algo que había antes. Tardé en entenderlo. Sucedió cuando, al entrar en los Memores Domini, oí la definición que daba don Giussani de esta compañía, que vale para todo el movimiento: «Una compañía guiada hacia el destino». La compañía es hacia el destino, y ahí debo estar yo porque se trata de mi destino. En esta compañía, este camino se hace posible no por la unión de nuestras fuerzas, sino porque hay alguien que guía, uno que está antes. Nuestro intento de reanudar el camino después del ’68 probablemente llevaba dentro, así, ingenuamente, un poco destartalada (pero afortunadamente valió así), justamente esta exigencia: seguir tenía que ser algo real. ¡No una intención sino algo real! Recuerdo otra afirmación de don Giussani que me parece muy importante en este sentido. La recordaba no hace mucho Carlo Wolfsgruber. En una determinada circunstancia, don Giussani le dijo, con una expresión que me parece preciosa, que al menos a mí me fascinó y ya nunca se me fue de la cabeza: «Lo que sabemos o lo que tenemos llega a ser experiencia solo si es algo que se nos da ahora: hay una mano que nos lo ofrece ahora» (Luigi Giussani. Su vida, op. cit., p. 889).

¿Os dais cuenta? Para captar la concreción de lo que significa seguir, es necesario que suceda delante de una presencia que tenga la consistencia de «una mano que nos lo ofrece ahora». Para terminar, la llegada de Carrón supuso para mí una experiencia muy importante en este punto. Se me hizo bastante evidente que él era la persona, el sacerdote por el que don Giussani en los últimos cinco años de su vida hizo todo lo que pudo para que viniera a Italia y tomara en sus manos la responsabilidad del movimiento. Me resultaba obvio que él era quien debía asumir ese puesto, que luego confirmaron nuestra diaconía, los obispos y el Papa. Pero podíamos recibirle simplemente como el nuevo líder, y pensar: «Nos ha ido bien», o «Nos ha ido mal». Pero yo, tal vez de nuevo en este caso, tuve suerte. Cuando empecé a participar en los primeros encuentros con él me di cuenta de que ese defecto, ese peligro que siempre nos advertía don Giussani, seguía estando presente en mí y tal vez en el movimiento. De hecho, en la primera ocasión que tuve de intervenir, dije: «Mira, no sé explicar cómo, pero me doy cuenta de que tal vez, con todo lo que he hecho en estos más de cincuenta años en el movimiento (porque he hecho muchas cosas, algunas también buenas), debo volver a empezar a entender lo que significa obedecer». Es decir, el defecto estaba justamente en la manera de seguir, y lo entendí ante su insistencia en que el movimiento coincidiera para nosotros con la experiencia de vivir. ¡No lo que llenaba la vida y las jornadas, sino la experiencia de vivir! Entonces se abrió paso en mí esta pregunta, que no solo no me ha aplastado sino que me revitalizado en cierto modo: «Debo aprender una obediencia que tal vez, por su pureza, es decir por su totalidad, nunca ha tenido».

Esta distancia crítica irrevocable no hay que entenderla en el sentido de que no queremos saber, sino en el sentido de que la construcción del movimiento como tal no puede coincidir en ningún caso con una decisión de tipo político

Fijaos en que podemos no gustar la belleza de lo que hemos encontrado. Por desgracia, es posible pensar que Cristo es un gran hombre, pero que no se puede vivir así. En cambio, se puede, como nos decía don Giussani, es posible que se convierta en una experiencia real, aunque uno no tenga ni un minuto que dedicar a reuniones del movimiento. Hay una presencia en tu vida que basta un Ángelus para que salga a la luz, basta que nuestra mente recuerde que es una presencia concreta, siempre que nuestra mente vaya unida al corazón. Creo que lo que está haciendo Carrón, de la manera en que él la ha recibido, es exactamente la misma propuesta. Está intentando ofrecernos la misma ayuda, en la que don Giussani tanto insistió, como vemos ahora releyendo estos libros, como yo y muchos de nosotros hemos visto directamente: que el movimiento es la posibilidad de una vida plena, gustosa, tal vez llena de dolor, pero llena de verdad y de gusto, como testimonian tantos de nosotros.

Bien pensado, este reclamo queda resumido en una cita de tres líneas de don Giussani que tenéis en la introducción de los Ejercicios –que yo leí como todos pero que solo llegué a entender hasta cierto punto–: el reclamo al hecho de que una presencia es original porque hay Alguien que la genera, que una presencia original es originada. ¿Cómo puede estar en el mundo esta presencia que todos esperan, cómo se convierte en una presencia original y no reactiva? «Una presencia –dice don Giussani– es original cuando brota y encuentra su consistencia en una identidad consciente [¿recordáis la referencia al papa Francisco y a la historia que hacía al principio?] y en el afecto a ella» (L. Giussani en J. Carrón, «Prosigo mi carrera para alcanzarlo», op. cit., p. 5). De modo que todo se juega en el afecto, hoy, a lo que hemos encontrado, que nos ha desvelado a nosotros mismos y que puede darnos consistencia en el mundo. De ahí nace esa figura humana descrita en una de las expresiones incomparables de don Giussani, que me gusta especialmente porque habla de la jornada: «Para el cristiano [es decir, para el hombre original] no existe la banalidad en la vida de ningún día [¡no existe!]. Cada impacto [hasta lo que tenemos programado, las cosas menos fascinantes] es un kairós divino [es la Providencia, como diría Manzoni], y ningún esfuerzo es inútil, por desconocido e ignorado que sea» (El movimiento de Comunión y Liberación, op. cit., p.143).

Hace falta la sencillez inicial del encuentro, que es la manera de hablar de la “Gracia”. Pero –hay un pero– lo que te ha pasado sucede hoy si tú estás presente. Hace poco Julián lo señalaba recordando cuando, en el lago de Galilea en medio de una tempestad, los discípulos dicen: «Hemos olvidado el pan», y Él: «Pero chicos, ¿aún no habéis entendido? Lo importante es que yo esté. ¿No hemos resuelto otras veces el problema del pan?». Si hemos vivido, tal vez incluso madurando un poco, el ’68, luego puede venir el ’69, el ’70, el 8016, el 23418… Si Él está, lo importante es que yo esté atento para reconocerlo, para seguirlo. Al principio, uno puede no ver que este trabajo es necesario, pero luego se hace indispensable que tú estés, con la memoria de Su presencia, que no es solo el recuerdo de lo que te sucedió al principio, ¡también es el hecho de reconocerlo ahora! Esta es la cuestión. No se trata de una complicación, ¡es un trabajo! Y el trabajo –como siempre nos decía don Giussani, como siempre nos han dicho todos los Papas y como el papa Francisco acaba de repetirnos– es algo que da dignidad a la vida. Por tanto, ¡alegrémonos porque hay un trabajo por hacer!
Gracias.