(Foto Getty: Doug Kanter/AFP via Getty Images)

11 de septiembre de 2001. «Dios salve al mundo»

Se cumplen veinte años del ataque a las Torres Gemelas. El mundo nunca volvió a ser igual. ¿Por dónde empezar? Las palabras de don Giussani aquellos días, tomadas de su biografía
Alberto Savorana

El martes 11 de septiembre de 2001, a primera hora de la mañana, un grupo de kamikazes islámicos desvió el rumbo de algunos aviones en vuelo sobre Estados Unidos. Dos de ellos chocaron contra las Twin Towers, las torres gemelas del distrito financiero de Nueva York, que se derrumbaron causando la muerte de casi tres mil personas. Provocaron otras víctimas un avión que se abatió sobre el edificio del Pentágono, en a Washington DC, y un cuarto avión que cayó en Pensilvania. Los atentados fueron reivindicados por Al Qaeda, el movimiento fundamentalista islámico fundado por Osama Bin Laden.

Nada más conocer la noticia –en Milán era primera hora de la tarde–, Giussani telefoneó a Jonathan Fields, responsable de la comunidad de CL en Nueva York. Lo primero que le pidió fue que rezara a san José por la Iglesia universal y por estos terribles sucesos.
Mientras Giussani hablaba, Fields anotó como pudo sus palabras, y después las transmitió inmediatamente a todos los amigos del movimiento esparcidos por Norteamérica. Eran frases sueltas, apuntes de pensamientos que sin embargo permitían comprender la preocupación que había movido a Giussani a telefonear enseguida: «Nosotros debemos mantener firme nuestro juicio y comparar todo con lo que nos ha sucedido, en este momento grave y grande… Tenemos que repetirnos este juicio en primer lugar a nosotros mismos. Este momento es por lo menos tan grave como la destrucción de Jerusalén. Está totalmente dentro del Misterio de Dios… Todo es signo… Recemos a la Virgen… La definición última de la realidad es que esta es positiva y la misericordia de Dios es la palabra más grande. Esto es cierto, hay que permanecer firmes en la esperanza. Gracias a cada uno de vosotros, uno por uno, por estar allí».
Al enviarles la transcripción de la llamada de teléfono recibida de Italia, Fields invitó a los amigos: «Por favor, haced todo lo posible por reuniros para celebrar misa o rezar el rosario».

La portada de septiembre 2001

Las primeras palabras de Juan Pablo II en la audiencia general del miércoles 12 de septiembre estuvieron dictadas por el dolor ante la tragedia que había golpeado a Norteamérica: «Ayer fue un día tenebroso en la historia de la humanidad, una terrible afrenta contra la dignidad del hombre. […] El corazón del hombre es un abismo del que brotan a veces planes de inaudita atrocidad, capaces de destruir en unos instantes la vida serena y laboriosa de un pueblo. Pero la fe sale a nuestro encuentro en estos momentos en que todo comentario parece inadecuado. La palabra de Cristo es la única que puede dar una respuesta a los interrogantes que se agitan en nuestro espíritu. Aun cuando parecen dominar las tinieblas, el creyente sabe que el mal y la muerte no tienen la última palabra».
Giussani envió un telegrama al presidente de Estados Unidos, George W. Bush: todos los miembros del movimiento católico de Comunión y Liberación, escribía, «quieren expresarle su cercanía en un momento tan doloroso para toda la nación estadounidense –y por consiguiente para todos los hombres– a causa de los trágicos sucesos de Nueva York y de Washington DC, terrible afrenta a la dignidad del hombre».
En el mensaje a Bush, Giussani retomaba las palabras del Pontífice y rogaba a Dios «por su persona y por su pueblo, a fin de que unidos alcancen esa justicia pacificadora de la que tienen sed y el mundo entero necesita, dado el deber histórico que los Estados Unidos de América tienen con relación a todos».

La portada de octubre 2001

La portada del número de septiembre de Tracce se dedicó a la tragedia americana y proponía una frase escrita por Giussani: «Dios salve al mundo. Si pusiéramos ante Dios todos los pecados de la Tierra, cabría decir: “¿Quién podrá resistir? Nadie puede salvarse”. Y sin embargo Dios muere por un mundo así, se hace hombre y muer por los hombres. El sentido último del Misterio es su misericordia: una positividad que vence toda presunción y desesperación».
El editorial de la revista retomaba además las primeras reflexiones de Giussani, formuladas durante una conversación con algunos responsables del movimiento: «El atentado terrorista contra Estados Unidos constituye ante todo una sorpresa terrible. Los símbolos del poder mundial han sido abatidos arrastrando consigo a miles de muertos. Como si el poder y la ostentación de la capacidad de construcción del hombre nada pudieran frente a otra capacidad humana, la de destruir y de aniquilar el esfuerzo de la civilización». Y así los occidentales, continuaba el editorial, «distraídos y olvidados de su fragilidad, del mal y del pecado que llevan dentro de sí, se han quedado atónitos ante la televisión, que muestra escenas de ciencia-ficción llevadas a cabo por la intención malvada de los “otros”». En efecto, todo lo humano corría un gravísimo riesgo que «ninguna clase de escudo antimisiles puede eliminar. No tanto por cuestiones técnicas, sino por el veneno –los cristianos lo llaman “pecado original”–, por la envidia que el hombre lleva dentro con el bien y contra sí mismo».

El texto proseguía manifestando que «es difícil luchar contra quienes no temen morir y llegan a convertir la muerte y la autodestrucción en una estrategia absurda para afirmarse a sí mismos […] contra quienes, estando vivos, andan voluntariamente como muertos al haber quemado el sabor de la existencia y de la libertad en la alienación total. […] Estos, tanto si se entregan a su dios o, peor aún, a otros hombres, no existen, son una nada atiborrada de explosivos que aniquila todo lo que toca». El desconcierto y el dolor por lo sucedido imponían «buscar la justicia con todos los medios que el hombre tiene a su alcance, pero no con la presunción de los hombres, sino más bien conforme a la voluntad de Dios, de ese Dios que el Papa ha invocado, junto con todos los que se han arrodillado para orar».
En la mente de Giussani la consideración del sufrimiento del mundo se asociaba a la de su situación personal: reflexionando sobre el paso de los años y su estado de salud, en aquel trágico mes de septiembre, le confió a Jone, durante una sesión de fisioterapia: «Dios permite el sufrimiento a fin de que la vida sea más vida. La vida sin sufrimiento se empequeñece, se cierra».

La portada de noviembre 2001

Estos sentimientos de Giussani se reflejaron también en las portadas de la revista Tracce de los meses de octubre y noviembre, que fueron inspiradas directamente por él. La de octubre, con el titular «Cruz y misericordia», proponía una foto del Via Crucis de 2001 sobre el puente de Brooklyn, con las Torres Gemelas todavía en el fondo, y esta frase de Giussani (sacada de una meditación sobre los misterios dolorosos del rosario): «Bajo este “madero” se dan cita la maldad del hombre que desoye la llamada del Infinito y los estragos que este delito provoca, de manera que la muerte del Hombre-Dios es compendio y símbolo de todos los males. Porque el mundo vive bajo el poder de la mentira y del mal. Pero, al mismo tiempo, en la cruz se manifiesta el poder irresistible de Dios, de modo que precisamente esa maldad y esos desastres se tornan instrumentos para la redención». La portada de noviembre era un fotomontaje del cráter de la Zona Cero y de Juan Pablo II abrazado a la cruz pastoral. Tenía como titular: «Ante quien quiere la muerte, la inexorable positividad de lo real». Y proponía estas palabras de Giussani: «Si otros llegan hasta el terrorismo, nosotros tenemos que alcanzar una conciencia que sustente la vida que el Señor ha creado, hasta las últimas consecuencias. Esto es lo que aportan los cristianos al mundo tantas veces sumido en un marasmo incomprensible: la afirmación de una positividad inexorable que siempre permite volver a empezar en la vida».

El saludo final en la Jornada de apertura de curso de CL en Milán, el 22 de septiembre de 2001, aun dentro de la preocupación por los asuntos del mundo, rebosaba una seguridad que Giussani tomó de un pasaje del profeta Jeremías: «Tú estás entre nosotros, Señor, y por tu nombre se nos llama. ¡No nos abandones!». Y subrayó que esto era el resultado, «el resultado más hermoso de una conciencia que se ve recuperada y siempre impulsada por la gracia de Dios durante toda la vida».