Foto Unsplash/Ksenia Makagonova

Canadá. «¿Qué se nos está pidiendo?»

El hallazgo de cientos de sepulturas de niños en torno a antiguas escuelas ha sobrecogido a todo el país y a mundo entero, reabriendo grandes heridas. La comunidad local de CL publica un documento al respecto

Canadá y el mundo entero han quedado impactados por el descubrimiento de multitud de tumbas sin nombre en los alrededores de antiguas escuelas residenciales, 215 en Kamloops, 751 en Marieval, Saskatchewan, y otras. Después de la consternación y el desconcierto iniciales, surge la necesidad de buscar respuestas. ¿Cómo es posible que escuelas del Estado canadiense, gestionadas por congregaciones católicas, hayan podido albergar tantas sepulturas? ¿Cómo pudieron morir así tantos niños? ¿Por qué no devolvieron sus cuerpos a sus familias? Hay muchas acusaciones e insinuaciones, pero en este momento aún no se conocen todos los hechos. Faltan respuestas a muchas preguntas, y llevará tiempo encontrarlas.

Mientras los canadienses pueden sentirse sobrecogidos ante las primeras noticias publicadas, nuestros hermanos y hermanas de las “primeras naciones” (los llamados “indígenas”) están traumatizados. No sospechaban que hubiera tantos niños sepultados junto a las escuelas, aunque sabían que existía esa posibilidad, que solo era cuestión de tiempo que los hechos salieran a la luz. Como toda injusticia cuando no se llega a una reconciliación, este hallazgo ha hecho que vuelva a aflorar un trauma vinculado a la experiencia de estas escuelas residenciales en miles de personas que ya lo habían vivido.

En cuestiones tan complejas y dolorosas como esta, es fácil perder la fe, buscar culpables, ponerse a la defensiva y empeñarse en discusiones hostiles que no llevan muy lejos. Un deseo sincero de conocer la verdad nos pide tener al menos la honestidad y la paciencia de esperar a que se aclaren los hechos. Nuestro objetivo final es la justicia, pero los muchos niños y familias afectadas nunca podrán obtener una justicia completa, del mismo modo que los responsables directos tampoco podrán resarcir nunca plenamente el daño que han causado. Nuestra necesidad de justicia es infinita.

La necesidad de justicia nos puede hacer intentar entender de dónde viene el “otro”, ayudar a nuestras hermanas y hermanos indígenas, tomar conciencia de su drama, sus heridas, sus necesidades y deseos, e intentar ir a las raíces de nuestros deseos más profundos. Julián Carrón, comentando la petición de perdón del papa Benedicto XVI en 2010 a los niños que sufrieron abusos sexuales por parte de sacerdotes y religiosos, afirmaba que «el único modo de salvar –para considerarla y tomársela en serio– toda esta exigencia de justicia es reconocer la verdadera naturaleza de nuestra necesidad, de nuestro drama».

Muchos políticos, representantes del Gobierno y medios de comunicación han ejercido una gran presión sobre la Iglesia y sobre el papa Francisco para que presenten una petición formal de perdón. El papa Benedicto XVI pidió excusas ante el líder indígena Phil Fontaine, al que recibió en el Vaticano en 2009 con una delegación en audiencia privada. Los obispos canadienses han pedido perdón muchas veces por los errores cometidos en estas escuelas residenciales. Si las investigaciones identifican a representantes de instituciones católicas que hayan cometido abusos, estos crímenes y errores deberán ser reconocidos pues no se ajustan de ningún modo al Evangelio.

¿Qué nos pide todo esto? ¿Queremos señalar con el dedo a otros o compartir la herida y el sufrimiento de estos pueblos indígenas de Canadá? Nuestro querido amigo Dave Frank, un anciano indígena de los Ahousaht, nos recuerda que el verdadero perdón solo es posible dentro de una relación. Solo si estamos dispuestos a caminar con las personas a las que hemos hecho daño y a entrar en su mundo, a sufrir con ellos, podremos empezar a pedirles perdón. El perdón sincero requiere un encuentro, no una declaración genérica a un grupo de personas, sino un mensaje cara a cara. El dolor y el arrepentimiento verdaderos solo son posibles delante de una presencia. Otra gran amiga, Christine Jones, que trabaja con los indígenas Stó:lō, nos recordaba que el verdadero cambio solo puede acontecer a nivel local, «cara a cara, en un encuentro muy humano». Dave Frank decía que nuestro principal obstáculo a la reconciliación es la falta de fe. Creemos que tenemos algo que defender y en cierto modo el riesgo de pedir perdón nos podría exponer a cualquier peligro. ¿Pero qué debemos temer? ¿Qué tenemos que defender? ¿Por qué tener miedo a la verdad? «Si tenéis fe», dice Dave Frank, «habrá alguien que cuide de vosotros». De hecho, precisamente porque son conscientes de su necesidad y viven aferrados a Cristo, los cristianos no temen reconocer su pecado ni sus errores delante de todos, y no dudan en pedir perdón.

El perdón nunca puede ser un acto formal porque pone su esperanza en lo inesperado, en la posibilidad del perdón, en la perspectiva de una novedad que no podemos darnos solos.

Hay un largo camino hacia la reconciliación con nuestros hermanos y hermanas indígenas, pero hay un camino igualmente largo para todos los canadienses, sea cual sea su origen. Nuestro orgullo y nuestras prisas por acusar a otros en el pasado y en el presente, buscando chivos expiatorios, nuestro olvido e indiferencia hacia nuestros pueblos indígenas que sufren el descuido de la sociedad, nuestro desprecio por la humanidad de los demás, deben ser sanados.

Independientemente de nuestro vínculo con esta compleja historia, al menos podemos testimoniar el hecho de que todos estamos heridos de un modo u otro. Podemos reconocer nuestra humanidad común, desear una unidad nueva y tender una mano a nuestros amigos nativos. ¿No podemos partir de un «perdón sincero», como sugiera Dave Frank? Eso significa admitir los errores del pasado y los de hoy, arrepentirse, desear acompañar y ser acompañados, fiarse y no temer las consecuencias. El perdón sincero implica un riesgo porque nos abandonamos a un camino nuevo y desconocido con la persona a la que hemos ofendido o nos ha ofendido. Pero, como añade Dave, «es siempre un nuevo inicio, y Cristo nos mostrará el camino».

Comunión y Liberación Canadá