Giovanni Bellini, Virgen con el niño y los santos, Metropolitan Museum, Nueva York

Conmovidos por el infinito

Con motivo de la fiesta de la Anunciación, recordamos la carta que Giussani dedicó al “Himno a la Virgen” de Dante. Estas fueron sus palabras, y lo que suscitó en otros (de “Luigi Giussani. Su vida”)
Alberto Savorana

Una revolución grande y sencilla
Después de la peregrinación de Loreto, el 22 de junio de 2003 Giussani escribió una larga carta dirigida a los amigos de la Fraternidad de CL. La imagen de aquella multitud reunida en torno a la Santa Casa le había interpelado profundamente; por esto deseaba comunicar a todos el contenido de las reflexiones que le había sugerido además el rezo cotidiano del Himno a la Virgen de Dante. La carta, que le costará algunos días de trabajo –en un continuo añadir, corregir y rehacer– es una de las más intensas y profundas que él escribiera jamás, y por eso la reproducimos aquí íntegramente.

«Queridos amigos:
Ahora, después de la peregrinación a Loreto, comprendo que la personalidad de la Madre de Cristo ha jugado un papel decisivo y clarificador para el carisma que la Iglesia ha reconocido como origen de nuestro camino.
Os envío unas reflexiones y os pido humildemente que imploréis todos los días al Espíritu que nos conceda, al igual que a los primeros Apóstoles, la ayuda necesaria.
Os aseguro mi compañía para que podáis abordar todo interrogante, duda o incertidumbre que pueda surgir, para que nuestro corazón se mantenga fiel.

Virgen madre, hija de tu Hijo,
humilde y alta más que cualquier criatura,
término fijo del consejo eterno.


1) El Himno a la Virgen de Dante coincide con la exaltación del ser, con la tensión extrema de la conciencia del hombre ante la presencia de la “realidad”, que no se hace a sí misma, sino que está hecha de un focus inefable: en efecto, la realidad es creada.
El drama supremo es que el Ser pida al hombre que le reconozca. El drama de la libertad que toda persona debe vivir es la adhesión al hecho de que el yo debe ser exaltado continuamente por un renacer de la realidad, por una nueva creación, que en la figura de la Virgen llega a ser conmoción por el Infinito. La figura de la Virgen es el constituirse de la personalidad cristiana.
El principio fundamental del cristianismo es la libertad, que es la única expresión de la infinitud del hombre. Y esta infinitud se descubre en la finitud que experimenta el hombre.
La libertad del hombre es la salvación del hombre. Ahora bien, la salvación es el Misterio de Dios que se comunica al hombre. La Virgen respetó totalmente la libertad de Dios, “salvó” Su libertad; obedeció a Dios porque respetó Su libertad sin oponer un método suyo. Esta es la primera revelación de Dios.
El Ser “se coextiende” a su comunicación total; el Ser alcanza todo lo que le rodea y que creó para Sí, y en esta comunicación total de Sí mismo (su coextensión) acontece y te alcanza. Por ello, la virginidad –“Virgen madre”– coincide con la naturaleza del ser real, según la fórmula de su revelación completa. La virginidad es el ser real. “Virgen madre”: virgen, porque eterna. “En tu vientre prendió el Amor / por cuyo calor en la paz eterna...”. Por cuyo calor: ¿qué poeta utiliza un término tan concreto? Es de la Virginidad eterna de donde surge la virginidad de la maternidad. Así “Virgen madre” indica la modalidad eterna con la que Dios comunica Su naturaleza. Virgen viene antes que madre; virgen es conforme a la naturaleza del Ser, al esplendor del Ser; madre es el instrumento que el Ser utiliza para comunicarse.
Virgen: no existe nada más definitivo y apremiante que haya suscitado Dios, creador de todo, que la virginidad. Será interesante leer los pasajes del Éxodo, del Deuteronomio, de la Sabiduría y de Isaías. La primera cuota de valor de un yo, de lo creado, de toda criatura, el absoluto es la virginidad. La primera característica con la que el Ser se comunica es la virginidad. Es el concepto de pureza absoluta cuya consecuencia arrolladora es la maternidad. La virginidad es maternal, es madre de lo creado. La virginidad es maternidad. En ella se expresa y culmina la consistencia del Ser: la perfección que tiene su punto luminoso en la virginidad, el calor de la virginidad, la riqueza de la maternidad.
La Virgen es el método necesario para tener una familiaridad con Cristo. Ella es el instrumento que Dios usó para entrar en el corazón del hombre. Y Dante es el sumo poeta de nuestra estirpe que hace una teología de la Virgen sin parangón. O percibimos cómo el primer terceto de Dante se dilata en el corazón o puede tornarse en una piedra que nos aplasta. El Misterio del que todo procede, en el que se mantiene y culmina lo creado, está en la Virgen. “Virgen madre, hija de tu Hijo”: este verso indica el significado pleno de lo creado, en cuanto digno de ser aceptado por el hombre, es decir, ofrecido al hombre. Así apareció en el seno de María el Espíritu creador, la evidencia del Espíritu.
“Término fijo del consejo eterno”: este verso define las cosas que existen, expresa el poder creador de Dios. “Fijo” no señala un freno a la libertad de María, porque el término fijo es una sugerencia que viene de lo eterno y que confirma la obra de Dios. Por ello, la primera parte del himno de Dante es la exaltación de lo eterno. Esto es lo que hay que avivar en nuestro ánimo y en el de los creyentes: el amor a Cristo, Cristo que es el consejo eterno. Todo pertenece a lo eterno. Término fijo del consejo eterno: él es el designio último, el primero y el último de la creación. Es un consejo eterno, algo que vibra y que se llama eternidad.
Reflexionando sobre la carta del Papa a la Fraternidad con motivo del vigésimo aniversario, se me ha aclarado la cuestión: el Espíritu Santo es la actuación providencial del término último del consejo eterno, la creación del Espíritu, del genio de Dios que se fija en un punto definido.
“Consejo” implica percibir la dimensión infinita, inalcanzable e invencible del Espíritu Santo. Lo cual revela la razón que justifica el método de la Encarnación. Sin este paso no comprenderíamos a la Madre de Cristo.
Todo esto se le presenta al hombre como el método supremo de la libertad de Dios: la libertad de Dios es su poder infinito que fija –que establece– la obra del Espíritu dentro de su mirada. Veni Sancte Spiritus, mentes tuorum visita.
Hay que leer estas cosas con humildad, porque Dios te destina a lo eterno, te hace eterno, te destina a comprender quién eres y esto sucede dentro de los espacios infinitos del tiempo.

2) La persona, el tú de la persona, es el lugar que asegura la nobleza generadora, en la conciencia continua de la gran promesa (siempre superior a sí misma) que domina toda la acción del Espíritu: Dios crea al hombre y le invade mediante el deseo. Nuestro deseo sin fin es la llama de un dinamismo infinito ante una fuente provisional. Dios es la medida de la invasión del deseo, siendo Él la medida del deseo. Solo teniendo presente a Dios uno se percata de que lo que lleva dentro es una fuente inagotable.
Esto significa que el Espíritu suscita en el hombre la palabra, el designio que lo define. Y dicha palabra coincide con un impulso misionero, pues vuelve a los campos de nuestra tierra como desafío provocador.

3) El empeño total de la persona hace “uno” –unicum– lo que de otra manera sería una provisional luz participativa. Es la última, eterna fórmula del Misterio amoroso, el dramatismo vertiginoso en el que el tú, desde las entrañas de todas las cosas, se precipita en un abrazo cósmico.

4) El amor es así la manera de participar en aquello que sería algo meramente efímero. Spiritus est Deus, el Espíritu es Dios, pero el Espíritu de Dios es amor: Deus charitas est (la esencia de la Trinidad son los tres que se aman). La gran revelación es que la esencia del Ser es el amor. Por lo tanto, toda la ley moral se define con el término caridad.

5) La caridad resplandece como la única forma de la moralidad, que aparece como éxtasis de esperanza, inagotable esperanza. “Eres fuente viva de esperanza”. La esperanza pasa como luz en los ojos y como ardor en el corazón por aquel Ser que constituye la recompensa de la espera humana: no es un premio porque el yo sea bueno, sino porque el yo vive el éxtasis de la esperanza.
La esperanza es una fórmula viva y gozosa, y con su ímpetu y pureza de contenido plasma la imagen de toda la humanidad: la caridad como forma de la moralidad. Al igual que cuando Jesús se encontró con el joven rico: “Anda, vende lo que tienes, y sígueme”; estas palabras dan forma a la moralidad; aquel joven no tenía mucha energía y no Le siguió.
Todo lo que sucede es gracia y toda la gracia está en ese Tú en el que acontece el cumplimiento.

6) Desde la misericordia hasta el perdón, y desde la riqueza insondable, la alegría cobra cuerpo en el corazón del hombre como luz sin confines, que prueba la intensidad de la bondad creadora.

7) La “música” humana es el escenario donde todo acontece: el Misterio se convierte en pueblo humano y en “coro” del Infinito. Se realiza así un énfasis de la personalidad cristiana: nos levantamos por la mañana para ir a misa, para que nos cuiden, para ir al trabajo, por los hijos... ¡nos levantamos por un desbordamiento en nosotros mismos del hecho de Cristo!
Mis mejores deseos para vuestras familias y vuestras comunidades».

Giussani dudó hasta el último momento si debía hacer partícipes a todos de estas reflexiones suyas, tal como contó él mismo el 28 de junio de 2003, hablando en el Consejo nacional de CL en Milán. Por eso, al ver a monseñor Scola, le preguntó: «Quisiera saber tu opinión sobre la posibilidad de compartir lo que digo en este texto [la carta recién citada, nda] y de transmitirlo a todos».
El patriarca de Venecia le respondió con esta nota: «Querido don Gius: tres veces he leído atentamente tu texto. Lo encuentro de una belleza vertiginosa. Es un texto que te pone enseguida contra las cuerdas. Es apasionante y requiere un trabajo de identificación o ascesis que no podrá dejar de suponer un camino largo y duradero. Por ello, me permito, discretamente, sugerirte de nuevo lo que te decía ayer: hay que acompañar a los Memores, a los miembros de la Asamblea Internacional de responsables y, paso a paso, a todo el movimiento, en este empeño ascético ingente».
Tranquilizado por estas palabras, Giussani envió la carta. Y a los consejeros de CL, el 28 de junio, les dijo: «Como dice don Angelo en las líneas que os he leído, se trata realmente de una gran revolución, inmensa, pero, como todas las revoluciones verdaderas e inmensas, es sencilla». Después les dirigió una invitación: «Procuremos recordarnos mutuamente, todos los días, en el misterio eucarístico, signo inconmensurable de lo que ha sucedido y sigue sucediendo».
Casi pidiendo excusas por haber intervenido, concluía: «Me he atrevido a sumar también mi voz a la vuestra; a la fuerza tendrá que introducirse en los días y los momentos que el Señor nos ofrezca». Y dirigiéndose a cada uno de los presentes, añadió: «Amigo mío, seas quien seas, no hay un instante de mis jornadas en que, si pienso “¿Qué estará haciendo ahora?”, no hay un instante en el que Cristo no entre a decidir sobre el corazón, apresurando así el paso con el que tratamos de arrancar del corazón de todos los hombres, y en primer lugar del de nuestros amigos, esa división que ha introducido el pecado original», porque «es algo grande, realmente grande, aquello por lo que vale la pena vivir, aquello por lo que vale la pena que exista la vida. Este año espero que la Virgen nos haga capaces de expresarlo, de modo que ensanche continuamente nuestro corazón, cualquiera que sea la situación en que nos encontremos».
Durante todo el verano y el otoño siguiente Giussani recibió comentarios a la carta como los que siguen a continuación.
Julián Carrón le escribía: «Una abstracción, algo virtual no hace vibrar a un hombre de esta manera. No le cambia de este modo. Es necesario el Ser para explicar el hecho de esta carta. Fe: reconocimiento de una Presencia presente. Por eso a través de ti –de tu carne– el Misterio del Ser desafía nuestra nada y la vence. […] Por ello, lo que vemos acontecer en ti delante de nuestros ojos nos permite comprender lo que le sucedió a la Virgen. Partimos siempre del presente. En caso contrario, sucumbimos a nuestra imaginación».
El expresidente de la República Francesco Cossiga observaba que Giussani «continúa con su inteligente, nada abstracta sino pastoral obra de enseñanza teológica, que habla juntamente al corazón y a la mente de la trascendencia y de la “carnalidad” de la revelación y la redención, fuera de cualquier esquema “ilustrado” o de devoción pietista». Mientras que Luigi Accattoli, vaticanista del Corriere della Sera, escribía que «a su edad, él no deja de pensar en la humanidad de Cristo y de buscar la familiaridad con él; cada vez que lo hace, busca nuevas palabras para comunicar lo que ha contemplado; […] se advierte la fascinación y el esfuerzo de quien piensa en algo que no se ha pensado todavía por completo. Por ejemplo, cuando dice que Dios es la medida del deseo». Y Marco Politi, vaticanista de La Repubblica, escribía: «¿Qué es lo que distingue […] al “acontecimiento de Cristo”? ¿Qué es lo que lo hace único respecto a los demás? Creo que se trata de esa admirable carnalidad, a la que don Giussani se refiere cuando repite, lleno de asombro, los versos de Dante Alighieri. Asombro que nos invade a todos, aferrados por la potencia del poeta. Es esta carnalidad tan real, tan tangible, tan plena».
El arzobispo de Utrecht y primado de Holanda, Adrianus Simonis, subrayaba que las palabras de Giussani «son un himno al núcleo de la fe, de la fe católica cuyo eje es la encarnación. […] Parece que se confirma la tarea de monseñor Giussani y de sus cada vez más numerosos amigos: regenerar el pensamiento basándose en el evento cristiano. Ha abierto un camino providencial para liberar la fe de su reducción a moral. Solo de este modo la Iglesia puede volver a ser vida entre los hombres y para los hombres».
Desde Estados Unidos, John Mc Carthy, profesor de filosofía en la Universidad Católica de América, en Washington DC, observaba: «Lo que más me sorprende es la humilde audacia de don Giussani, o mejor dicho, su humildad audaz. A él no le preocupa usar el lenguaje pretencioso de la metafísica (“ser”, “naturaleza”). ¡Y con esta seguridad nos habla! Todavía más notable es su atrevida identificación entre “ser” y “virginidad”. ¿Qué filósofo o qué teólogo ha dicho esto jamás?».
Y Paul J. Griffiths, profesor de teología en la Universidad de Chicago (Illinois), escribía: «Todo es don, inmerecido, sin medida, sobreabundante: nuestro único objetivo como cristianos es adorar al Dador de todo, y solo lo podemos hacer aceptando el don –de la vida, de la inteligencia, del amor, de la belleza– y restituyéndolo a su creador».
También desde Norteamérica, Stanley Hauerwas, teólogo metodista y profesor de Ética teológica en la Duke University Divinity School de Durham (Carolina del Norte), expresaba su gratitud a Giussani por lo que había escrito: «Uno de los problemas más graves que se nos plantean a los protestantes es haber perdido a María como primogénita de la nueva creación de Dios en Cristo. […] Por eso recibo con alegría las profundas reflexiones de don Giussani sobre María que –como él apunta justamente– ejemplifica el éxtasis de esperanza que hace cristiano a un cristiano».
Desde la cárcel de Pisa, Adriano Sofri, periodista y escritor, observaba que «sus pensamientos discurren tan libremente que se asemejan más al agua que cae de una cima antes de encauzarse, que a un canal o a un río que corra en llano. […] Los últimos puntos son un saludo y una revelación del alma de quien escribe: alegría condensada como luz ilimitada, la explosión íntima del hecho de Cristo».
Bruno Tolentino (1940-2007), el poeta brasileño más conocido de la época, estaba profundamente asombrado por la carta: «A medida que se hace más profundo el pensamiento de Luigi Giussani, la gracia le conduce cada vez más en dirección al centro vivo, al alma expuesta en el centro mismo del misterio de la encarnación. No hay que extrañarse por tanto de que en los últimos tiempos la meditación giussaniana se haya dirigido con creciente insistencia a la contemplación del vientre abismal de la Virgen Madre».
Finalmente, el profesor Nikolaus Lobkowicz, director del Centro de estudios sobre Europa del Este y Europa central, encontraba sorprendente el contenido de la carta: «Un himno, al estilo de los antiguos, como los de Plotino, y cuyo eco familiar resuena ya en los “balbuceos” de los místicos cristianos. La grandiosidad de este texto radica en que restituye al Ser la dimensión que le es propia».

en A. Savorana, Luigi Giussani. Su vida, Encuentro, Madrid 2015, pp. 1162-1168)