Lisboa (foto Unsplash/Vita Marija Murenaite)

Eutanasia en Portugal. El manifiesto de CL

Tras el debate sobre la “Ley para la muerte médicamente asistida”, la comunidad local del movimiento ha escrito un documento titulado «Qué valor hace falta para sostener nuestra esperanza»

El debate actual sobre la eutanasia es síntoma de una pérdida del deseo de vivir, mucho más extendida de lo que querríamos admitir o afrontar. Un momento como este nos recuerda cuánto valor hace falta para sostener nuestra esperanza y la de aquellos que nos miran. Frente al sufrimiento, las preguntas estallan: «¿Por qué yo? ¿Cómo se puede soportar esto? Si la vida es esto, ¿merece la pena vivir?».

Todos tenemos estas preguntas que, en cierto sentido, gritan a pesar de que a veces parezcan apagadas o anestesiadas, como si lo que hasta hace poco tiempo era evidente ya no lo fuera, tanto entre los jóvenes, que muchas veces viven asfixiados por el contexto que les rodea, como en aquellos que, aprisionados en una cama y en un dolor del que no ven su final ni su objetivo, perciben la realidad como un obstáculo para su deseo de felicidad. Pero la eutanasia no resuelve este drama.



1. Dice un médico enfermo de ELA (esclerosis lateral amiotrófica) en una entrevista: «Perdone, ¿acaso piensa que alguien querría vivir así? ¿Qué cree usted que pensé hace diez años, cuando entré en la sala de cuidados intensivos y vi gente entubada que vivía enganchada a tubos y en unas condiciones precarias? Nunca, nunca, querría vivir así». Y añade: «Pero la enfermedad me ha permitido darme cuenta de lo hermoso que es pedir ayuda y, sobre todo, que si nosotros, los enfermos, contamos con los cuidados adecuados, no hay enfermedad que impida que la vida sea un derecho y siga siendo un don que merece la pena vivir hasta el final».

2. También una oncóloga dice: «Cuando llega el cáncer, cuando llega el dolor, es como si la vida se mostrara al desnudo. Todo se simplifica, brotan las auténticas preguntas. He aprendido que el cáncer no siempre quita la vida, pero puede darla. Porque el hombre que vive es el hombre que pide».

3. Una profesora de secundaria añade: «Como docente, veo que los más pequeños nos miran y nos piden ayuda para mantener viva la esperanza de que vale la pena haber nacido, que es posible ser felices. Son capaces de bombardearnos de preguntas existenciales, sobre el significado de la vida, de la muerte y del sufrimiento». Para esta profesora, el drama que afronta cada día al entrar en clase es el de decidir sostener el deseo infinito que hay en el corazón de sus alumnos, o relativizarlo.

4. Al empezar el segundo confinamiento, el módulo de urgencias del hospital de Lisboa lanzó un llamamiento a los voluntarios para apoyar a los trabajadores sanitarios en la labor de asistencia a los pacientes y de trabajo administrativo. Los requisitos eran tener más de 18 años y haber pasado ya el virus. Necesitaban 80 voluntarios. Hubo 845 inscripciones.

En esta pandemia, hemos visto aparecer huellas de esperanza en muchos que no han dejado de afirmarla, incluso sacrificándose: capellanes de hospital o muchos jóvenes voluntarios en las residencias afectadas por el Covid (donde todos huyeron, ellos entraron); médicos y enfermeros que trabajan sin renunciar a atender a sus pacientes; profesores empeñados en mantener la relación con sus alumnos, aunque sea a distancia, adaptándose a la modalidad que la realidad permite; empresarios y empleados que con creatividad reinventan su trabajo para no tener que cerrar.

Una esperanza que encuentra eco en muchos que se han ofrecido voluntarios para ayudar en primera línea, discretamente y con tareas sencillas (diez veces más de lo necesario y en un contexto de crisis y dificultad extremas), mostrando que lo que les mueve son las ganas de vivir y de no dejar a otros morir.

Este mismo deseo ha llevado a algunos a participar en el debate público, movidos por la necesidad de afirmar y testimoniar que el problema planteado requería buscar una respuesta verdadera, que no podía limitarse únicamente al debate político partidista.

Las preguntas que la vida plantea exigen una respuesta creíble, una respuesta que solo puede dar quien las ha detectado, quien no las ha eliminado, quien usa la razón como una apertura, dejándose interpelar por la vida, y no quien tiene una razón atrofiada, cerrada, que anula esas preguntas. Necesitamos adultos que no tengan miedo de las preguntas de la razón. Sobre todo de aquellas que estallan en momentos de sufrimiento: «¿Por qué yo? ¿Cómo se puede soportar esto? Si la vida es esto, ¿merece la pena vivir?». Estas preguntas llevan dentro un camino de bien que se puede recorrer en compañía de Cristo, que ha venido a acompañarnos y que, para dar una respuesta única y total, sufrió y murió igual que nosotros, atravesando la contradicción de una vida que parece fracasar. Y lo hizo venciendo a la muerte, permaneciendo a nuestro lado, para siempre. Responde a nuestras preguntas con su presencia, visible hoy, al lado de los que sufren.

Por ello, nuestros obispos nos recuerdan con insistencia que toda vida humana tiene valor y «ahora más que nunca reforcemos nuestro intento de acompañar con cuidados y amor a todos los enfermos, en todas las etapas de su vida terrena, y especialmente en la última».

Mirar a quien ya lo hace sostiene nuestra esperanza y abre la posibilidad de un camino que no nos queremos perder, con todos aquellos con los que nos encontremos.

Comunión y Liberación Portugal