El Tocuyo

CESAL. ¿Cabe esperar cuando parece que toda esperanza ha desaparecido?

Uno de los proyectos de campaña Manos a la Obra pasa por Venezuela, por el colegio de El Tocuyo, el único de la localidad que mantiene activa la formación en todos los ciclos, y donde los profesores siguen dispuestos a educar “contra toda esperanza”
Néstor García

Dentro del marco de la campaña de Navidad de la ONG CESAL, bajo el lema «Levanta tu mirada: la esperanza junto a quien tiene necesidad», el pasado 12 de diciembre organizamos un encuentro virtual con las hermanas Pérez de El Tocuyo, en Venezuela.

Si bien el miedo estuvo presente desde el primer minuto, pues las conexiones a internet en Venezuela son poco estables y eso hacía presagiar que un directo en vídeo de las hermanas acabaría poco menos que en fracaso, quién sabe, quizás porque el acto fue el día de la Patrona de las Américas, Nuestra Señora de Guadalupe, o quizás por la ilusión y las plegarias de todos los que preparamos el acto, o quizás por ambas razones, fue un sorprendente éxito. No hubo un solo corte de conexión durante los 60 minutos; ¡sorprendente!

Las hermanas Pérez nos situaron en su realidad cotidiana, en El Tocuyo: una población de unos 130.000 habitantes al noroeste del país. Aproximadamente vive allí esa cantidad de población, pero hace tiempo que los censos oficiales dejaron de realizarse y de ser fiables.
Mediante el CESAL nos pusimos en contacto con Jenny y Rafaela Pérez, que nos expusieron su experiencia: una como coordinadora de secundaria y la otra como directora del colegio de Nuestra Señora de la Concordia, respectivamente. Jenny es viuda y vive con sus dos hijos y su yerno; Rafaela, en cambio, es consagrada y entrega su vida a la Iglesia y al mundo a través de la congregación de las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús.

Esa amistad generó este encuentro virtual, sencillo pero contundente. Ellas nos regalaron su experiencia, cruda pero alegre. Nosotros tratamos de recoger fondos a través del acto para su colegio, alumnos y familias. Un colegio con más de medio siglo de presencia, sesenta trabajadores y setecientos alumnos. El único colegio en El Tocuyo que ofrece actualmente formación completa, tres ciclos formativos. Solo hay otro colegio más pequeño donde se ofrecen dos ciclos y que siga operativo en la ciudad, y pertenece también a la misma congregación. El resto de colegios son públicos y están cerrados. Nadie quiere trabajar, ni siquiera los funcionarios, por un salario mensual equivalente a dos dólares americanos.

Entender por qué Jenny y Rafaela sí lo hacen es toda una lección de realismo, humildad, amor a su tierra y a la Iglesia, y que realmente ayuda a levantar la mirada a cualquiera que las escuche. Por eso el acto se “bautizó” con el título “Esperando contra toda esperanza”. Porque, lamentablemente, Venezuela hoy es caldo de cultivo ideal para la renuncia, la desesperación, el regocijo en la miseria, el rendirse. ¿Por qué vale la pena luchar si todo está absolutamente controlado y envenenado por el Estado?

Jenny y Rafaela dicen no ser ajenas al sufrimiento y al dolor que emana de esta desesperada situación, pero su vida está claramente movida por la espera, por el agradecimiento y por la lucha –valiente– por dar valor a lo humano, a la educación, al acompañamiento de las familias de la escuela, a las relaciones. Fue un testimonio claro de la potencia de la comunidad. De la potencia que tiene cualquier hombre cuando se le abraza y se le afirma en cualquier circunstancia.

Narraron y testimoniaron que ellas han vivido de la providencia: han visto ocurrir cosas en el colegio que difícilmente se pueden explicar desde la razón y mantienen viva la esperanza en el Señor, pues son continuamente testigos de cómo Él actúa. De hecho, de los sesenta profesores con que cuenta el colegio en plantilla, solamente uno ha renunciado durante este durísimo año.
Su respuesta frente a la enfermedad y la falta de recursos sanitarios ha consistido en organizarse de manera no poco misteriosa para acabar consiguiendo los medicamentos necesarios para un enfermo de la comunidad escolar; a través de distintas donaciones han sido capaces de generar bolsas de alimentos para las 150 familias más desfavorecidas de la escuela. Y las clases siguen en marcha; virtualmente, eso sí. Compartiendo teléfonos móviles entre distintos profesores para poder dar clase, recibir las tareas, corregirlas y entregarlas de vuelta a los alumnos.

Los hijos de Jenny hoy se han acostumbrado a agradecer, a dar gracias por cada plato de comida que pueden compartir en familia, en la mesa de su casa. Jenny decía que antes daba por sentadas cosas que ahora es imposible ignorar o pasar por alto. Se despierta la sencillez y el agradecimiento en el corazón de uno. Porque tener un plato cada día en la mesa no es evidente. Hay alguien que les cuida para que eso sea así. Y eso debe agradecerse. Eso los vuelve creativos y les permite afrontar la cruda realidad que viven con una mirada distinta, con una mirada de esperanza. Sabiendo que no están solos. Que se tienen allí los unos a los otros, que hay gente que les ayuda y apoya, y que el Padre no los abandona a pesar de estar atravesando su particular desierto.
La recaudación de donaciones sigue abierta a través de los amigos de CESAL, en cesal.org/dona, destino MAO Venezuela.