Obras amigas

Desde las favelas brasileñas hasta las villas argentinas, el contagio estalla entre los últimos, allí donde se teme más al hambre que al virus. Voces de algunas ONG sudamericanas en Huellas de mayo
Monica Poletto y Stefano Gheno

En Brasil, el virus está golpeando a un pueblo ya probado por una dura situación social y económica. Sobre todo, naturalmente, a los últimos y a los que comparten la vida con ellos. Como las muchas obras sociales que, ante el contagio, no han dejado a su gente, a las familias de las favelas, a los muchísimos niños y jóvenes de la calle a los que educan a diario. Estas semanas –partiendo del proyecto Obras Gemelas de la CdO Obras Sociales, con el que nació hace unos años una amistad entre entidades brasileñas e italianas– esas obras se han acompañado de manera especial, en un momento tan crítico.

En la escuela agrícola de Manaos, las clases se suspendieron de un día para otro y sus responsables, Celso y Darlete Batista de Oliveira, tuvieron que decidir a toda prisa qué hacer: ¿enviar a los jóvenes a sus pueblos en barcas abarrotadas o dejarlos en la escuela? ¿Qué era más seguro? Magali Bonfim dirige la guardería João Paulo II en Salvador de Bahía. En su favela, la gente no se creía lo de la pandemia, la percibía muy lejana. Además, necesitan salir por la mañana para poder comer ese día, ¿cómo convencerles de que se queden en casa? Las familias de los cientos de niños de Samambaia que acogen a diario en el centro Nossa Senhora Mãe dos Homens también tenían problemas similares. Patricia Almeida, al tener que cerrar, se preguntaba qué hacer para no perder esa relación cotidiana que le permitía estar al tanto de los problemas en tiempo real… ¿Y cómo iban a respetar la cuarentena y las medidas de prevención en una favela?

Silvia Caironi dirige Aventura de Construir, donde trabaja con microemprendedores de rentas bajas en la periferia de Sao Paulo, que no solo corren el riesgo de perder su actividad sino incluso el de no poder comer. ¿Cómo van a quedarse en casa cuando temen más al hambre que al virus? En la favela de Salvador de Bahía, Paola Cigarini tuvo que cerrar el centro educativo, en una zona muy violenta, donde sus chicos se arriesgan a morir asesinados todos los días. ¿El virus es más peligroso que la favela?

Rosetta Brambilla, en Belo Horizonte, sabe que la mayor ayuda para las familias era cerrar el centro, explicarles que era necesario para salvar vidas y que había que quedarse en casa. Pero ella y sus educadores son conscientes de que el aislamiento es muy difícil en la favela. «Las casas son tan pequeñas que la calle es su ampliación natural. La acera es un punto de encuentro, la calle es el lugar de juego… Los jóvenes, sobre todo los relacionados con el tráfico de drogas, siguen estando en la calle, como muchísimos desempleados y ancianos».

Nadie tiene una receta para una situación así, igual que para muchos otros problemas. Pero la amistad operativa de las Obras Gemelas nació y creció precisamente para afrontar problemas que nos superan, manchándonos las manos e impulsando el corazón, por amor a las personas con las que se encuentran. Una amistad, como dice Walter Sabattoli, presidente de la CdO Obras Sociales, «que también ayuda mucho a las obras italianas. Al confrontarse con realidades y personas que viven situaciones que suelen ser mucho más difíciles que las nuestras, se amplían horizontes y se sacan ideas y energías para iniciar nuevos caminos». También ha sido así ante la emergencia del coronavirus.

«El primer sostén ha sido la ayuda para tomar conciencia de la gravedad», cuenta Adriano Gaved, que desde Río de Janeiro ayuda en la actividad de CdO Obras Sociales en Brasil, porque «cuando en Italia el contagio era ya fuerte, nos parecía un enemigo lejano, casi irreal. La relación con los italianos nos hizo darnos cuenta y preguntarnos cómo hacer conscientes también a los demás». Los gobiernos federales de los Estados brasileños no se movieron de manera muy ordenada, en muchos casos decretaron el cierre de los centros educativos de un día para otro, sin tiempo para planificar nuevas actividades, informar a las familias, ver cómo pagar a los trabajadores.

«Me sentía perdida y sin energías para moverme», cuenta Patricia, desde Samambaia. «Tenía que hablar con las familias, comprender qué hacer con nuestros empleados. No me mantendría en pie si no hubiera podido confrontarme con estos amigos». De hecho, también en Italia las obras sociales tuvieron que cerrar muchos servicios y reinventar otros. En poco tiempo, con indicaciones frenéticas y a menudo contradictorias y fragmentadas.

La pregunta que empezó a circular por Zoom era la misma en Europa y Sudamérica: ¿cómo continuar con realismo? Sobre todo, ¿cómo no dejar solos a nuestros jóvenes? ¿Y cómo tratar a nuestros empleados para permitirles mantenerse y al mismo tiempo preservar la sostenibilidad de la obra? ¿Cómo reorganizarse?

No existen recetas, existen experiencias. Mauro Battuello les habló de la Plaza de los Oficios de Turín: «Estamos cerrados, pero no parados. Las actividades continúan de manera distinta». Una manera nueva, un estallido de creatividad. «Un canal de YouTube con clases por video, perfiles de Facebook e Instagram con noticias, ejercicios, fotos, películas y sugerencias de lectura… Y grupos de WhatsApp para los proyectos y talleres, para enviar y recibir tareas». Se quedó asombrado al enterarse de que una joven colaboradora suya a veces se conectaba con los chavales para desayunar, «para que, desde por la mañana, cada uno de ellos pudiera sentir que alguien le llamaba por su nombre y le esperaba». Todo ello con el objetivo de «continuar nuestra relación, educativa y formativa, con los chicos».



Al escuchar este y otros relatos, Patricia pensaba que, al no contar con los recursos tecnológicos de la Plaza de los Oficios y teniendo delante familias muy pobres, podían probar con el WhatsApp. «Así que enseguida creamos un grupo para comunicarnos con las familias, para que pudieran plantearnos sus dudas y dificultades. Muchos no sabían cómo acceder a las ayudas del Gobierno, como la “lista de alimentos” y con el grupo de WhatsApp hemos podido ayudarles a conseguirla».

Silvio Cattarina, de la comunidad de rehabilitación El Imprevisto de Pesaro, destaca la importancia de preguntar a los jóvenes y sus familias cómo están viviendo, qué necesitan y cómo pueden ayudar. «Ellos son los protagonistas de nuestras obras. No tenemos todas las soluciones, pero debemos aprender a obedecer lo que ellos ven, que muchas veces abre una brecha inesperada en la realidad». Silvia cuenta cómo han empezado a moverse con los microempresarios de Sao Paulo para convertirlos en protagonistas. «Nunca renunciamos a reclamarles su responsabilidad. Ese es nuestro método. Les hemos pedido que nos digan cuánto tiempo pueden vivir sin trabajar y hemos buscado respuestas con ellos».

Sigue sonando con fuerza la pregunta sobre la sostenibilidad de la obra: hay que entender de cuántos recursos se dispone aún y por cuánto tiempo, con escenarios muy cambiantes. Y se discute mucho porque el “día a día” lleva a la espontaneidad, cuando es necesario estar en tensión para captar todas las sugerencias de la realidad, para descubrir cómo exigencias aparentemente contradictorias pueden hallar una cierta unidad: poco dinero y atención a los empleados, centralidad de la persona y falta de recursos para mantener los servicios a distancia. También aquí, las experiencias compartidas ayudan a tomar conciencia, hacen surgir ideas, abren preguntas. Como la de Matteo Ferracin, que dirige la Fundación San Gaetano y cuenta cómo está empezando a hacer planes de negocio en medio de una incertidumbre antes nunca vista.

A medida que en Brasil aumentaban los contagios, estalló el problema de la prevención en las favelas, superpobladas, sin higiene ni servicios sanitarios. Paola, en Salvador de Bahía, estaba muy preocupada por “su” gente, que no percibía el peligro y seguía viviendo en la calle como si nada. Empezó a pedir ayuda a estos compañeros de camino, que le propusieron implicar a Amedeo Capetti, médico especialista en enfermedades infecciosas en el hospital Sacco de Milán, en el corazón de la emergencia, que ya había participado en un diálogo con los amigos de la Familia Gran Hogar de Cristo, en Argentina. Se conectaron con él por videoconferencia y Paola invitó también a sus profesores. Se sumaron otras obras, también se coló Simona Carobene desde Rumanía, preocupada por la escasez de recursos sanitarios en su país y por la comunidad romaní que atiende en su ONG FDP.

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La conversación fue preciosa, con muchas preguntas y con el realismo de Amedeo, contextualizando y ofreciendo posibles soluciones. «Empezamos a recibir donaciones, ¿dónde tiene sentido enviarlas?», «¿cómo aislarse si en una habitación viven muchas personas y sin baño?», «¿cómo debe ser la higiene?», «¿cómo interpretar los síntomas?», «¿cómo conseguir mascarillas?»... Hablando de mascarillas salió la cooperativa social Pinocho de Brescia, que ha empezado a fabricarlas. Los chicos prepararon un video en español para explicar a sus amigos de las villas argentinas cómo realizarlas e inmediatamente surgió la idea de subtitularlo en portugués para Brasil.

El tiempo pasó enseguida mientras las preguntas se sucedían… La historia sigue adelante, así que han vuelto a “verse” varias veces para continuar el diálogo, a medida que la realidad va planteando nuevos aspectos que afrontar. «La gran ayuda que recibo», concluye Silvia, «es la posibilidad de percibir la situación de manera realista, razonable y sistemática. Eso es fundamental para actuar con serenidad y certeza en el día a día. Cuando hacemos nuestras videoconferencias, siempre tengo la sensación de entrar de una manera y salir de otra porque afrontar las cosas juntos, ponerles nombre, cambia mi manera de pensar».