Raffaella Paggi, directora de la Fundación Vasili Grossman

El salto educativo

Raffaela Paggi, directora de la Fundación Vasili Grossman de Milán, cuenta cómo la emergencia del coronavirus está cambiando la vida académica. «Ahora a los chicos no se les puede pedir menos que a los adultos»
Alessandra Stoppa

«Hago todo lo que haya que hacer, pero el innominado no. A distancia, no». La decisión de la profesora de Literatura, que no quiere explicar en un video una de las páginas más bellas de Manzoni, ayuda a mirar lo que está pasando en la escuela. Esta emergencia ha desatado una creatividad, con lecciones online y chats, una capacidad de abrir nuevos caminos, de renovar lo que siempre se ha hecho. Pero eso no significa que sea igual. Por eso Raffaela Paggi, que dirige desde este año la Fundación Vasili Grossman de Milán (con cinco centros, desde infantil hasta el liceo), se revuelve cuando oye decir que el coronavirus “nos está preparando para la educación del mañana”, es decir, la educación digital. «La educación presencial es insustituible. Porque la escuela vive de la presencia. El aprendizaje siempre tiene lugar en una relación, que implica razón, afecto, corporeidad». Por eso en este momento se redescubre que forma y contenido son inseparables, no basta encontrar formas nuevas para los contenidos de antes, hay que reinventarse la escuela.

Cuando llegó el protocolo de cierre, después de los primeros momentos de confusión, Paggi vio movilizarse una fuerza de iniciativa increíble: directores, profesores, consultores informáticos, todos empeñados en organizar una “escuela virtual”, replanteándose su manera de trabajar, poniendo a punto las herramientas. «Hemos tenido en cuenta dos ejes: mantener viva la posibilidad de relacionarse y la pregunta por un significado que permita afrontarlo todo». Así nació la idea de la llamada matutina, en la plataforma donde la clase se conecta por videoconferencia, para que cada alumno se sienta “llamado”. «Para el profesor también es importante llamar uno a uno, convocar a cada alumno en el itinerario cognoscitivo, que es personal y comunitario a la vez. Muchos aspectos que se dan por descontado en el trabajo cotidiano adquieren un valor nuevo». Hasta las notas. Cuando los profesores le preguntan cómo castigar a los alumnos que interrumpen la videoconferencia, «ya estamos todos suspensos», responde, «¡no hay mayor castigo!». Este estar desarmados, hasta del “arma” de una nota, les pone en cuestión. «Nos lleva al meollo, porque lo único que puedes hacer es reclamar a un valor». No como conducta, sino como una pregunta para todos: ¿qué es lo que vale realmente? En la educación que se hacía hasta ayer, a menudo sin pensarlo demasiado, «¿qué era lo esencial?».

Al encontrarse de repente sin alumnos, «en la desolación que te asalta» al caminar por los pasillos, viendo a los profesores hablar delante de una pantalla, «el riesgo de desmoralizarse es alto. Este momento te revela quién eres. No en el sentido de las capacidades que tienes, desvela qué quieres y qué te parece importante». El trabajo didáctico se destila, como dice una profesora. «Tenemos que elegir lo “super-esencial” y no temer dejar el resto, seleccionando dentro de eso “super-esencial” lo que funciona para comprender y sostener el momento presente. Los chicos necesitan adultos valientes que elijan, los de lengua especialmente podemos decirles “mirad, la literatura puede contribuir a sostener la vida”». Y sobre estas elecciones se construyen formas nuevas. Todo está en juego, notas incluidas. «Por la situación en la que estamos, a nadie le interesa la “nota” pero la evaluación sí, ¿qué evaluamos? Más allá de convenciones, ¿qué considero esencial para que mis alumnos lo aprendan? ¿Cómo sé que me están siguiendo? ¿Cómo no perder por el camino al que más le cuesta?».

Lo que ella más agradece es «el realismo, tal como nos lo enseñó don Giussani». Hoy que se oscila entre un resignado aceptarlo todo o fijarse en la propia idea resistiendo a un cambio que se impone, «el realismo es una relación entre dos: el objeto que te dicta el método –un acontecimiento que te exige cambiar– y el sujeto, que no está aplastado por la realidad sino que toma conciencia de ella, la interroga, trata de comprender su sentido».
Junto a los profesores, ha decidido colgar en la web un testimonio cada mañana, con la carta de una estudiante, de un padre que necesita él en primer lugar verse «relanzado», una madre que agradece «la atención con que nuestros hijos son acompañados en este momento un poco confuso y fatigoso. Qué diferencia respecto a la simple mole de trabajo enviada por mail por la preocupación de no llegar a cumplir el programa».

«El enemigo que nos puede contaminar es la pérdida del gusto de vivir», añade Paggi, «el gusto de las cosas, del hacer, aprender, combatir. Estamos juntos para mantener despierto el deseo de vivir “a todo trapo”, como dicen los alumnos». La hipótesis de un sentido con el que afrontar este tiempo «no es un discurso». Es un sentido por descubrir, como decía en un video a todos sus alumnos, niños y jóvenes, animándoles a no tener miedo a arriesgar en este tiempo, con sus pasiones, su libertad y creatividad, a vivir este momento, a «usarlo» para «mirarnos en acción: es una posibilidad de conocimiento, para entender quiénes somos». Es lo mismo que pide para sí misma y para sus docentes. «Ahora a los chicos no se les puede pedir menos que a los adultos. Este es el salto que la llegada de este virus nos exige dar».

También el «miedo al vacío», que acecha a todos, puede ser «una ocasión para verificar. Las cosas que hacía hasta ayer, ¿las hacía por convicción o porque las deseaba? Y las que me pesaban, ¿por qué las echo de menos?». Escribe una alumna: «Ser estudiante muchas veces me parecía solo un obstáculo. Pero ahora todos estamos confusos y desorientados. (...) Sentimos nostalgia de la clase, de poder aprender enseñanzas que nos acompañarán toda la vida de las palabras de nuestros profesores o de otros adultos que estos días se han preocupado por nosotros, animándonos y ayudándonos a vivir una vida lo más normal posible, sin paranoias ni miedo a lo que vendrá. Es la primera vez que consigo ver la escuela no como algo que soportar antes de poder empezar a vivir de verdad, sino como una oportunidad, a pesar de las fatigas cotidianas del diálogo y la relación, aún inmadura y desenfocada, con la realidad. Espero volver pronto a clase».