La exposición sobre Job durante Rio Encontros (foto de Rodrigo Canellas)

Brasil. ¿Quién engendra las gotas de rocío?

El joven Francisco Cantero Burroni en su silla de ruedas, un obispo de la Amazonia, alguien que acompaña a las víctimas de la violencia, y también a los culpables… Diario de Rio Encontros: dos días ante el grito de Job (y el nuestro)
Isabella Alberto

«Dejémonos herir por la belleza». Con esta invitación, Marta Lobo Borges, miembro del comité organizador, provocó a los participantes en Rio Encontros. Esa fue exactamente la experiencia que pudimos vivir el fin de semana del 25 y 26 de enero, aunque a primera vista parecía una contradicción oír hablar de belleza ante el valiente lema elegido para la quinta edición de este evento, “¿Hay alguien que escuche mi grito? El enigma del sufrimiento”.
Este año, Rio Encontros se celebró en Campo Grande, un barrio de la zona oeste de Río de Janeiro, a casi cincuenta kilómetros del centro de la capital del estado de Río. La ubicación no fue casual. Los organizadores, un grupo de seis amigos que forman parte del Centro Cultural Fato e Presença, trabajaron durante todo el año recabando la ayuda de la comunidad parroquial del Buen Pastor y su párroco, el padre Gilson Oliveira, para hacerlo allí, en el teatro Arthur de Azevedo.

Laura Cardia, neuróloga especialista en cuidados paliativos, protagonizó, junto a Francisco Cantero Burroni, estudiante argentino, la primera mesa redonda, titulada “¿Hay algo positivo en el sufrimiento? Experiencia de vida”. Francisco está en silla de ruedas por una enfermedad neurológica. Empezó su testimonio diciendo que «el vínculo que me permite vivir el sufrimiento es mi relación con Cristo». Hablando con dificulta, pero lleno de energía, conmovió a todos cuando describió sus dolores físicos, pero sobre todo de su dolor “invisible”. «Mi mayor dolor es no lograr comunicar a Cristo a mis amigos». Porque «Cristo es quien da color a mi vida». Mirarlo causaba una alegría tan contagiosa que todos en Rio Encontros querían estar con él.

También las historias narradas con sencillez por la doctora Laura impresionaron a la platea. Durante su especialidad en Sao Paulo, en una de las universidades más importantes de Brasil, se sentía frustrada. «Veía una tendencia a trabajar mirando la enfermedad y no la persona. Decidí dedicarme a los cuidados paliativos y durante estos años de servicio he visto que del sufrimiento, aunque no es deseable, nacen cosas muy hermosas». Laura sigue aprendiendo de cada encuentro, como cuenta en su libro Segura a minha mão, presentado en Rio Encontros.

El encuentro con Francisco Cantero Burroni (foto de Rodrigo Canellas)

Lucia, que participó en la jornada del sábado, llegó desde la ciudad vecina de Niterói y volvió a casa muy agradecida. Escribió esto a sus amigos: «He estado poco tiempo en Rio Encontros, pero he vivido una experiencia muy intensa. El debate al que he asistido ha sido precioso, y al final he tenido la oportunidad de hablar con la doctora Laura, en ella he visto la presencia amigable de los médicos que me han ayudado en mi camino, porque yo he tenido una hija muy especial, Renata, que vivió 21 años. Le he hablado del sentimiento de plenitud que ahora experimento. Leyendo su libro, me he descubierto a mí misma en muchas de sus palabras, que son las mismas que siempre he tenido en mente: he sido elegida para ser la madre de Renata y he dicho sí. Gracias, amigos, por esta riqueza».

El sábado por la tarde, en la mesa redonda “Una compañía para quien sufre”, intervinieron el padre Renato Chiera, italiano que vive en Brasil desde hace más de cuarenta años y fundador de la Casa do Menor São Miguel Arcanjo en Río de Janeiro, y Geraldine Grace da Fonseca da Justa, delegada de la Policía federal, que actualmente trabaja en el Ministerio de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, cofundadora del Instituto Humanizar en Brasilia. Hablaron de su dedicación a obras que atienden a personas que sufren, una compañía hecha no de discursos sino de cercanía y de escucha al grito de cada uno. El padre Renato, a sus 78 años, habla con un gran entusiasmo. Contó lo que significa vivir «inmerso en el dolor de un pueblo». Acoge a niños de la calle, «hijos del abandono», y va a buscar a personas drogodependientes a zonas violentas para abrazar así «la carne viva de Cristo».

El concierto de Marcelo Cesena (foto de Rodrigo Canellas)

Geraldine Grace, una mujer fuerte, dijo que el coraje se abrió paso en ella a raíz de la inquietud. Hace años, el deseo de vivir de un modo más humano en su ámbito laboral la llevó a dar vida a un lugar donde continuar su relación con mujeres víctimas de la violencia. Con la colaboración de otra amiga, Ana María, y el apoyo financiero de un grupo de italianos, nació el Instituto Humanizar. Con el tiempo, descubrió una mirada nueva también hacia los acusados, que cuando se sienten acogidos por ella llegan incluso a confesar sus culpas. Vive una experiencia de maternidad impensable, como se ve cuando habla de hijo de una de las madres a las que asiste como si fuera su propio sobrino. La periodista Patrícia Molina, que llegó al encuentro acompañada de unos amigos de Sao Paulo, comentó: «Oír que no podemos cambiar a las personas ni resolver su problema sino solo amarlas, para que al sentirse amadas puedan abrazar sus propios sufrimientos, abrirse a Cristo y cambiar, me educa para afrontar mi pretensión con los que más quiero».
Por la noche, concierto con el pianista Marcelo Cesena. Muchos esperaban volver a escucharlo después de su actuación del año pasado. Sus composiciones son siempre una sorpresa por cómo se deja provocar por la realidad y transforma los encuentros que vive en música, contando antes de cada pieza la historia de la que nace.

El domingo, jornada soleada y muy calurosa, se dieron cita en Campo Grande 250 personas para escuchar a monseñor Giuliano Frigeni, obispo de Parintins hablando sobre el Sínodo de la Amazonia. Misionero del PIME, lleva cuarenta años en Brasil. Ilustró la mirada de la Iglesia, compartió sus experiencias, sus primeros años de “aprendiz” entre las poblaciones del río, la fe que vive día a día. Hay un grito, pero dirigido a Alguien que nos acompaña. «Vivir con ellos me permite una conversión personal y cultural». También señaló la necesidad de evangelizadores, personas que permitan a otros encontrar a Cristo, como un hombre casado, padre de ocho hijos, dos de los cuales han entrado en el seminario. «Tienen el ejemplo de sus padres, que viajan en canoa durante ocho horas para hacer catequesis y luego volver. Por eso Cristo les fascina». Luego transmitió la sencillez de apostolado del papa Francisco. «Tiene una energía extraordinaria para sus 83 años, y nada le es ajeno. Por eso el Sínodo ha querido entrar en la carne, en la encarnación».

En el teatro Arthur de Azevedo (foto de Rodrigo Canellas)

En el patio de la parroquia del Buen Pastor se instaló la exposición, clave de todo el encuentro, “¿Hay alguien que escuche mi grito? Job y el enigma del sufrimiento”. En total, 57 paneles explicados a los visitantes por los guías: estudiantes universitarios, formados por Márcia Valéria Rosa, profesora de Historia del Arte en Unirio. Estos jóvenes llevan estudiando un mes y escucharles, tan entusiasmados y conmovidos, ayudaba a “entrar” en la muestra, presentada por primera vez en el Meeting de Rímini 2018. Para Rio Encontros se enriqueció con algunas imágenes de las recientes tragedias vividas en Brasil. Esos días se celebraba el primer aniversario del derrumbamiento del dique de residuos ferrosos de Brumadinho, en el estado de Minas Gerais, que causó 270 víctimas, once de las cuales aún desaparecidas. El grito de Job entra así en diálogo con nuestro grito, hasta llegar a “chocar” con Dios, y con la respuesta divina, que no es una explicación sino una presencia amorosa.

El domingo por la tarde, encuentro final. La periodista Diane Kuperman, experta en diálogo interreligioso, y el filósofo Costantino Esposito, acompañados por las lecturas del Libro de Job, se confrontaron sobre su confianza en Dios y la pregunta por el significado que vibra en todo hombre. «En el sufrimiento se plantea la pregunta por toda la existencia», señaló Esposito. «Nuestro “ser humanos” consiste en “estar a la espera”, preguntarse “¿por qué a mí?” abre ya la hipótesis de Otro. El signo de esta Presencia soy yo mismo con mi corazón que pide ser amado». Kuperman se preguntaba: «Job, que era una hombre justo y muy rico, lo perdió todo. Bienes, familia y salud. En su dolor se entregó al amor de Dios. ¿El amor solo es suficiente?». El diálogo se vio enriquecido por Marcelo Cesena, invitado a tocar dos piezas, Pecado original y O filho que retorna à casa. Mientras las notas llenaban el teatro, corrían las imágenes de la exposición, empezando por Auschwitz. Luego resonaba la pregunta de Dios a Job: «¿Quién engendra las gotas del rocío?». Estamos llamados al ser, no a la nada. Esposito describió así que en su vida, dentro de la experiencia del sufrimiento, «hace falta algo histórico, una historia particular que me lleve a ser un hombre feliz».

Después de la misa celebrada por monseñor Frigeni con el padre Gilson, Rio Encontros concluyó con una velada de música y poesía dedicada al grito del hombre. «Han sido unos días preciosos, en primer lugar para nosotros, los organizadores», decía al acabar Carlos Faria, médico. «Esto lo hacemos ante todo para nosotros. Me voy de aquí con el corazón lleno porque me encuentro delante a un Dios que me habla de la belleza de todo lo que ha hecho».