Los niños de Haití en Casa Lelia

La esperanza de los niños de Haití

Desde Puerto Príncipe, una veintena de niños y jóvenes acompañan a sor Marcella Catozza esta Navidad en la tierra de san Francisco. El asombro por el frío, las luces, los amigos… y esa noche que les lleva ante Aquel que puede cumplir todas sus esperanzas
Marcella Catozza

«¿Pero Papá Noel sabe que ahora vivimos en la Casa Lelia?», me preguntaba Jesimel la mañana del 24 de diciembre. Tras esta pregunta tan sencilla se esconde el coraje de una niña de ocho años que está poniendo todo de su parte por ganarse un lugar en el mundo. Una guerrera, como los otros 19 guerreros con que llegamos desde Haití hace unos meses hasta Cannara, en la provincia italiana de Perugia. Dejamos atrás la violencia y soledad de un país que cada vez se hunde más, un país que ha visto cómo crecía en los últimos meses el caos, la miseria, el hambre y la desesperación. Pero no hemos dejado atrás nuestra casa Kay Pè Giuss en Puerto Príncipe, donde desde hace años acogemos a niños que viven solos porque se han quedado huérfanos o han sido abandonados. Esa casa, ese pedazo de esperanza en Haití, la llevamos con nosotros, pioneros en esta nueva aventura, para que siga marcando nuestro camino ahora, la historia que vivimos, los rostros que nos vamos encontrando.

Así, en silencio, poco a poco, 19 niños haitianos se han preparado para la fiesta de Navidad. Acostumbrados al calor, al sol, al ruido caótico, descubren ahora el frío, las luces de colores, la música por las calle, la sonrisa de la gente que bien a casa cargada de regalos.
Prepararon sus cartas y las metieron en una gran caja debajo del árbol: unos pedían un coche teledirigido, otros un helicóptero, una cinta para el pelo, golosinas… o incluso una mochila, una bicicleta y hasta una mascota. Alguno hasta quiso escribir una carta a nombre de sor Marcella pidiendo mucho dinero después de dos robos que dejaron a la Casa Lelia sin el presupuesto de invierno.

Esos días la casa se llenó de dulces que vecinos y amigos trajeron en procesión como si fueran una multitud de reyes magos visitando el pesebre. Con sus mejores vestidos, esperando los primeros días de enero que pasarían en casas de amigos para disfrutar los últimos días de vacaciones, la llegada de Papá Noel y el canto del coro deseando a todos una feliz Navidad. Días llenos de espera y curiosidad por ver quién vendría a vernos y qué nos traería.

La noche de Navidad nos preparamos para ir a la iglesia, pero era un gran paso para los más pequeños, debido al frío que hacía y lo tarde que era. Pero ninguno quiso quedarse en casa, todas las furgonetas se llenaron en medio de la noche cargadas de niños envueltos en sus abrigos pero emocionados por la aventura. La iglesia estaba caldeada y el ambiente era muy acogedor, lleno de rostros amigos, la alegría del sacerdote y el repique de campanas. Otro lugar, otras circunstancias, pero la misma historia de bien, para nosotros y para el mundo, compartida con nuestros hermanos de Haití, con todos nuestros amigos, con toda la gente que lucha a nuestro lado, todos aquellos que entonces acudieron a postrarse en silencio ante el pesebre de Belén para reconocer, agradecidos y conmovidos, que todo es dado, aunque hayas nacido en Haití, aunque tengas que luchar por recuperar la dignidad que el buen Dios te dio al venir al mundo.

«¿Qué deseas esta Navidad?», era la pregunta que les habían propuesto a los niños de segundo curso. «Ir a ver a mi papá», escribió Jesimel, y la noche de Navidad ante el pesebre iluminado entregamos a Jesús esta esperanza, con la seguridad de que lo que el corazón del hombre pide siempre tiene respuesta.