El encuentro del Centro Cultural de Milán (foto: Filmati Milanesi)

Milán. La caída del Muro y la libertad posible

Un diálogo a varias voces a partir del último libro de Antonio Polito a los treinta años del derrumbe del comunismo. Junto al subdirector del Corriere, Julián Carrón y Fausto Bertinotti
Maurizio Vitali

Hace treinta años caía el Muro de Berlín, acontecimiento simbólico del fin del comunismo y de la fe en un liberalismo global. Pero después de treinta años, ya no somos tan optimistas. En el malestar del desencanto vuelven a abrirse preguntas fundamentales. Para quien tiene la honestidad intelectual de no dejarse de interrogar, el Muro cayó dos veces, como dice el título del último libro de Antonio Polito, subdirector del Corriere della Sera. Porque, como articula el subtítulo, que aparece como un arco voltaico entre Marx y Woody Allen, “el comunismo ha muerto, el liberalismo está enfermo, y yo tampoco me encuentro muy bien”.



Así planteado, hay bastante materia para la reflexión y confrontación, aunque no puramente académica. La ocasión la brindó el Centro Cultural de Milán, con un debate el jueves 21 de noviembre entre Fausto Bertinotti, histórico líder sindical y político (Refundación Comunista), actualmente presidente de la Fundación “Cercare Ancora” (buscar todavía, ndt.); Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación; y el autor, moderados por el periodista de la RAI Alessandro Banfi, que guio el debate proponiendo tres “macrotemas”: el fin del comunismo, los problemas del liberalismo, y la perspectiva del futuro.

El comunismo ha muerto. Banfi parte de la reacción del gran filósofo católico Augusto Del Noce, a la caída del Muro. «Del Noce temía que con esa caída se perdiera lo que en su opinión era lo mejor del comunismo, es decir, la aspiración casi religiosa a la justicia, a la igualdad, a la defensa de los pobres… En ciertos aspectos, el propio Juan Pablo II, que tanto había contribuido con su pontificado y sus viajes a Polonia a aquella caída, en sus primerísimos discursos después del ’89 se mostraba preocupado por los nuevos desafíos».

Según Carrón, el libro de Polito, que es también un diario con toques autobiográficos, muestra cómo todo partió, para él y para tantos de su generación, «de un deseo de cambiar el mundo, de no conformarse con el status quo y de la voluntad de ofrecer una contribución propia». ¿En virtud de qué? «De una cierta imagen de la historia», señaló Carrón, por la cual esa aspiración casi religiosa a la justicia iba conectada con la convicción «de conocer y cabalgar con la corriente de la historia». Pero esa imagen «demuestra su verdad si resiste el embate del tiempo. Del Noce y Juan Pablo II nos enseña que la aspiración a la justicia no fue capaz de resistir como tensión, y por eso el proyecto comunista estalló desmoronándose».

Antonio Polito

¿Pero puede existir hoy una forma política que aún logre encarnar los ideales del comunismo? Se lo pregunta Banfi a Bertinotti, recordando que el libro de Polito también cuenta cómo se archivó increíblemente en los países de la Europa del Este a personas como Jan Palach o al propio Walesa, «e incluso a Imre Nagy», en nombre de una nostalgia del tipo «estábamos mejor cuando peor estábamos».

«Formas políticas, partidos: no. Instancia de liberación: sí». Eso de lo que hablaba Del Noce (esa famosa concordancia entre una inteligencia “de izquierdas” y otra “de derechas” que acaba con los bandos). Bertinotti invita a evitar «dos reducciones del comunismo: al socialismo real (“el error y la traición no eliminan la aspiración”) y a la mera aspiración (“el merecido fracaso de la URSS no arrastra la damnatio memoriae de la experiencia histórica del movimiento obrero. Hay una factibilidad en el proceso de emancipación de las masas, socialistas y católicos, en competición y en cooperación, como Pepón y don Camilo”)». Si comunismo es “movimiento que cambia el orden existente de las cosas”, eso se ve, según Bertinotti, «en el pueblo que tuvo fe en ese ideal». Fe. Dijo fe. Pero bueno, Polito en su libro usa la palabra “credo”: «Buscábamos un nuevo credo en el mercado, en la Europa unida». Bertinotti cita este pasaje para subrayar que la aspiración a la libertad es sagrada, como a la justicia, pero también ella, siguiendo la vía del capitalismo financiero global, ha producido un mundo peor que el de los “dueños del vapor”: deshumanización y producción de descarte, como siempre advierte el papa Francisco. ¿Y Europa? «Hay que admitir que la Europa real es un poco repelente».

Alessandro Banfi

Pero la izquierda italiana, en cierto punto, como señala Banfi, «ha sustituido a la utopía comunista con la utopía europeísta, sin entender sus límites, incluso en términos de democracia, de la burocracia de Bruselas», como indica el libro de Polito. «También para nosotros, entonces comunistas, la caída del Muro fue un acontecimiento alegre», testimonia el autor. «En el libro reflexiono sobre lo que pasó después, en estos treinta años, gloriosos para algunos. ¿Dónde nos hemos equivocado? ¿Cómo hemos terminado dando la razón a Fukuyama?» (El fin de la historia). Para Polito, uno de los culpables es la utopía, «literalmente un no-lugar, es decir, una idea desvinculada de la historia, como la Europa que no quería reconocer sus raíces (también) cristianas. De ahí, el monstruo de Bruselas (H.M. Enzensberger), la involución burocrática». ¿Y el mercado global? «Acabado su competidor, el comunismo, también la socialdemocracia, con su bienestar, su mercado global ha… exagerado: para gente como yo el Muro ha caído dos veces».

El liberalismo está enfermo. Bueno, la Iglesia tiene los papeles en regla. Siempre condenó al comunismo y al liberalismo salvando su aspiración a la justicia y a la libertad. ¿O no? Banfi le pregunta a Carrón. En el fondo, ¿acaso no es el nihilismo, al menos el “práctico”, el problema dominante en nuestro tiempo? ¿La crisis de Europa no puede ser la ocasión de focalizar este problema? Para Bertinotti lo es. Hoy, un individualismo desilusionado parece alimentar el deseo de un “despotismo mórbido”, del que ya prevenía Tocqueville y que hoy hace pensar en Trump o Salvini. Aquí la pregunta va para Polito.

Fausto Bertinotti

«Si vence la cultura del descarte, estamos acabados», empieza diciendo Carrón. Por ello, como hace justamente el libro de Polito, hay que preguntarse cómo hemos podido llegar a este punto, «aprender de la historia de lo que pasó tras la caída del Muro». Hay una concepción errada de la historia que nos causa problemas. Es la idea de la historia, afirmó Carrón, como «una marcha continua y progresiva, que avanza inexorablemente en su propia dirección». En cambio, «la historia no es irreversible». Como escribe Polito, «la libertad no es un hecho natural, es un producto cultural». Carrón retoma la lección de Benedicto XVI cuando, en la Spe salvi señala que un progreso acumulativo solo es posible en el ámbito material: la acumulación de bienes; mientras que en el ámbito ético y moral no es posible. Porque la libertad es siempre nueva, y siempre debe tomar sus decisiones de nuevo. «Por tanto, no se puede dar nada por descontado», concluyó Carrón. «Debemos hacer frente al desafío crucial de nuestros días, que es este: ¿qué hace posible esta libertad? Es decir, ¿qué nos permite secundar en la vida la aspiración a la justicia, al bien, a la belleza?». Nota bene: «La Iglesia también tiene que aprenderlo continuamente. No basta subrayar el principio, no basta la doctrina social si luego es cristianismo no es un acontecimiento, es decir, una fuerza que salva y mueve el corazón del hombre».

Justicia y libertad. Son las dos dimensiones inseparables que comunismo y liberalismo, en cambio, disociaron. Para Bertinotti, «la justicia social sin libertad aniquila al hombre. Perdonad si es poco para un viejo comunista pero la libertad sin justicia, como hemos visto en estos treinta años ignominiosos, acaba matando a la justicia (28 ricos poseen la riqueza de 3.800 millones de personas) y a la libertad, con el riesgo de privar de ella a la democracia, que es ante todo privarla de humanidad, secuestrar la libertad, producir descartes humanos y riesgo de catástrofe ambiental». El descarte es «el producto sistémico de la victoria de una presunción de libertad contra la justicia. Pero en nuestra Constitución, justicia y libertad van firmemente unidas».

Julián Carrón

Privación de la democracia. Despotismo mórbido. «Sí, eso es lo que debemos temer», insiste Polito. En el mundo de los miedos, «estamos dispuestos a ceder democracia a cambio de seguridad». Pero el problema no es cómo se mantiene la libertad sino cómo se puede conquistar constantemente.

La política y la esperanza. ¿Y ahora? ¿Cómo debemos mirar la política? Como un desafío para todos, en primer lugar, según Carrón. De acuerdo, «justicia sin libertad, y también libertad sin justicia, aniquilan al hombre». De acuerdo, la Constitución italiana es un buen ejemplo de equilibrio entre ambos valores. «Pero no basta para frenar la deriva». ¿Qué contribución puede ofrecer el cristianismo en la política? «Ante todo, el despertar de la libertad». El propio Polito señala en el libro que el cristianismo introdujo en el mundo pagano la distinción entre religión y política, quitando a esta última su horizonte de totalidad, su valor sagrado, su pretensión salvífica. «El despertar de la libertad siempre implica riesgos», advierte Carrón. «¿Basta un equilibrio, una justa medida? ¿Resiste? ¿O queda un vacío en el corazón humano que, si no encuentra una respuesta adecuada, siempre intentaremos colmar con acumulaciones, a menos que nos demos cuenta de que cualquier acumulación es siempre demasiado poco en comparación con el alcance del deseo? O bien encontramos una respuesta al drama del hombre para que la vida social resulte realmente humanizada, o de otro modo será cada vez más difícil una continua reconquista de la libertad».

La política «debe tener una gran ambición, una gran fe, una meta que alcanzar», insistió Bertinotti. Quien sorprendió al retomar una observación de Carrón sobre la salvación, que no podemos seguir esperando de la política. «La política debe ser consciente de su límite. La salvación no está a su alcance. Las metas son la justicia y la libertad, y el camino es el indicado por la Constitución italiana: eliminar obstáculos. ¿Parece poco? No, es una ambición gigantesca...».