Un momento de Encuentro Santiago 2019

Chile. En Santiago se construye un bien para todos

El caos y la violencia de los últimos días siguen vivos. Pero este fin de semana en la capital sudamericana se ha hablado también de diálogo, educación, encuentro con el diferente. La crónica de Encuentro Santiago
Eduardo Fredes Seleme

«Del odio y el lamento no se sale solo». Por eso se hace cada vez más urgente decir de nuevo a todos: “Tú eres un bien para mí”. «El otro es el camino del diálogo y de la autocrítica. Lo que está en juego en un contexto de desconfianzas y recriminaciones es la mirada de un hombre libre que sale al encuentro de la persona (sin etiquetas), con su historia particular, deseos y sufrimientos».

Así empezaba Encuentro Santiago 2019. Con las palabras de un documento publicado unos días antes, cuando la situación convulsa que atravesaba Chile ponía en duda todo y ni siquiera estaba decidido si se celebraría el evento. Al final, con un programa reducido a un día, menos invitados y en otra sede (el Colegio San Pablo Misionero de San Bernardo, más periférico y tranquilo que la céntrica Universidad San Sebastián), pero tendría lugar. Porque valía la pena. Todavía más.

Entrada al Colegio San Pablo Misionero de San Bernardo

En un país que menos de diez días antes se había visto inmerso de golpe en un caos de protestas en la calle y estado de emergencia, saqueos de tiendas y toque de queda, detenciones y víctimas (al menos 18), en una «hora amarga» que nos llama a todos a una responsabilidad, los organizadores decidieron arriesgar, ofrecer al mundo otra mirada. «Necesitamos un bien, encontrarnos y reconocernos por lo que somos, porque la exigencia de justicia también forma parte de nuestro deseo más profundo».

Así empezó un sábado por la mañana. Todavía se respiraba el nerviosismo que quedaba de los días convulsos, el eco de la imponente marcha del día anterior, que sacó a la calle a un millón de personas, la incertidumbre de un toque de queda que se renovaba una noche tras otra. En este contexto, todo comenzó de una manera muy significativa, con la presentación de una muestra fotográfica titulada “Aima. Una mirada más allá del paisaje”. El fotógrafo Carlos Infante explicó el significado del título. “Aima” es bueno, algo que es un bien para mí. Para empezar, lo es la naturaleza, un bien que le ha llevado a buscar fotos que nacieran de una insaciable necesidad de belleza. Era el preludio ideal para que el público pudiera maravillarse ante el trabajo de este artista. Una belleza sin fin, en cualquier paisaje de Chile y Sudamérica o en los rostros de algunos retratos, imponentes por su profundidad. Una manera de entrar directamente, de golpe, en el lema de este Encuentro.

Un millón de chilenos en las calles de Santiago el viernes 25 de octubre

Le siguió una mesa redonda sobre “Educación, una gran ocasión de encuentro”, con la exministra de Educación Mariana Aylwin, hija del primer presidente electo democráticamente tras la dictadura de Pinochet, y Davide Perillo, periodista y director de la revista Tracce. A la pregunta inicial, «¿la crisis de estos días puede ser una ocasión de unión?, ¿cómo se puede generar un diálogo?», Aylwin respondió con una frase de peso: «Después de haber vivido días de terror, hoy es un día de esperanza». Explicó que «Chile vive en un clima de desconfianza. Las instituciones, como la política, el ejército o la propia Iglesia, han perdido prestigio y autoridad. Todavía hay barrios controlados por la criminalidad y una élite que parece cada vez más alejada de la gente. Hay un gran malestar por las desigualdades sociales y un individualismo cada vez más extendido. En definitiva, es difícil tener ocasiones de encuentro». A los chilenos les ha costado mucho ganarse la democracia, «pero hoy parece que ya no estamos a la altura de aquellos momentos». Sin embargo, la convivencia «puede renacer gracias a la educación, una educación de verdad, que pueda relanzar el profundo deseo de felicidad que tenemos en el corazón». Perillo contó una escena que había visto la noche anterior, nada más llegar a Chile. «Íbamos en coche por una zona periférica, lejos de la ciudad y de las manifestaciones. Pero allí, al borde de la calle, en medio de la nada, había una familia: padre, madre y dos niños pequeños, con la bandera y las ollas para el cacerolazo. Surgió dentro de mí una conmoción y una pregunta: “¿Qué es lo que buscan realmente? ¿Qué nos están diciendo con ese gesto?”. Tenían el mismo deseo que yo y que todos llevamos dentro: una necesidad de significado, de felicidad, de justicia. Si partimos de aquí, de este punto común a todos, el diálogo vuelve a ser posible».

La segunda pregunta era más provocadora aún: ¿qué quiere decir hoy ser adultos? Aylwin respondió diciendo que «en primer lugar significa acoger a los jóvenes, escuchar sus sueños. Eso cambia la mirada». Habló del trabajo educativo que hace en su fundación. Perillo partió justo de ese ejemplo. «En lugares así es donde se pueden generar sujetos capaces de afrontar la realidad, hasta la más complicada. Si existen lugares como este, existe la esperanza. Porque indican un camino, un método. Hacen falta testigos». Aylwin añadió que «parece que queremos destruir, pero no sabemos cómo construir. Mientras que el camino, el método, existe: es el diálogo». Habló de su padre cuando, en un discurso nada más acabar la dictadura, habló de reconciliación y de un Chile para todos, «civiles y militares». Ante las protestas del público, repitió con fuerza: «Sí, civiles y militares». «Lo peor que hemos hecho estos años es no haber dialogado, hemos perdido esta fuerza que caracterizó nuestra transición». Perillo reiteró que la crisis «es una gran oportunidad para eso, para dejar de dar por descontado ciertas posiciones, ciertas posturas, y volver a hablarse». También es una oportunidad para los cristianos, para ir al fondo de la experiencia que viven. «¿Quién puede ofrecer respuestas a la altura de la necesidad que vemos hoy? ¿La fe tiene algo que decir a esto?».

El encuentro sobre educación

Justo después llegó el segundo encuentro. Puesto que Encuentro Santiago quiere ser un lugar donde se encuentra la diversidad, hasta aquí llegó para hablar de sí mismo y de su pueblo Aniceto Norin, lonko –es decir, líder– de una comunidad mapuche, un pueblo que habita en Chile desde hace milenios y que después de las oleadas de colonización lucha por mantener sus tradiciones. Él vivió uno de los episodios más dramáticos de los que se han vivido en estos tiempos de grandes discusiones sobre los derechos de las poblaciones indígenas, el asesinato de una pareja de ancianos a manos de unos mapuche. Por aquello, Aniceto fue acusado injustamente, tuvo que pasar tres procesos judiciales que no lograron probar su culpa pero que para él supusieron igualmente una condena, con un veredicto evidentemente político que no tuvo en cuenta los numerosos testimonios que le disculpaban. Tuvo que apelar al Tribunal Internacional para conseguir justicia.

Pero esta inocencia se vio sellada por el abrazo con uno de los hijos de las víctimas. Un gesto que mostraba no solo la posibilidad de perdón entre dos personas, sino también la unidad posible entre dos pueblos que pueden entenderse y vivir en armonía en el ámbito más sagrado para los mapuche, como es la tierra misma. Aparte de la conciencia de un líder que vive su liderazgo como una responsabilidad. El dinero que recibió como indemnización lo destinó a su comunidad. Llama la atención ver en un hombre así un sentido religioso, una apertura que le lleva continuamente a intentar construir puentes, crear relaciones, dentro y fuera de su pueblo.

Al terminar la mañana, se leyó el mensaje de Julián Carrón, que «en este momento especialmente dramático que está viviendo Chile» mostraba ante todo su cercanía, para luego añadir: «Como cualquier cosa que suceda, esta también es una provocación, una oportunidad para vuestra maduración. Espero que Encuentro Santiago pueda testimoniar que hay gente que acepta el desafío». Y así fue.

La jornada continuó con un foro sobre el final de la vida y la eutanasia, un tema muy actual por toda una serie de propuestas de ley sobre la mesa. Título: “Amar es decir a otro: tú no puedes morir”. La abogada Sofia Huneus y el médico Gonzalo Arradiaga, quinesiólogo, se adentraron en la cuestión desde distintas perspectivas. En juego está el descubrimiento de qué es realmente una “muerte digna”, cuando lo que se siempre se suele acabar proponiendo es la eutanasia como camino para decidir sobre la propia vida. Se habla de leyes, de cuidados paliativos, de la relación entre médico y paciente, del papel de la familia… y se abren perspectivas sobre un tema decisivo que a menudo es presa de prejuicios ideológicos.

Espectáculo musical

El toque de queda –retirado en el último momento– obligó a acortar las veladas nocturnas. El ritmo se retomó al día siguiente, domingo, con la misa. Allí se mezclaban las camisetas rojas de los voluntarios con el público. Había incluso más gente que en años pasado. Después, dos testimonios sobre el valor del deporte, sobre cómo el descubrimiento del «bien que es el otro» resulta decisivo incluso cuando uno se mide con el otro para competir.

Para terminar, un diálogo sobre la exposición de Job, “¿Hay alguien que escuche mi grito?”. Estuvo instalada durante todo el Encuentro en el patio de la escuela, junto a las fotografías de Infante. Sirvió de punto de partida para el último encuentro, sobre el dolor inocente y la relación con Dios. Hubo muchísimas preguntas que quedaron abiertas, con multitud de visitantes agolpándose ante los paneles.

Terminó con un momento de música: cantos de la tradición latinoamericana y baladas de rock. La belleza volvía a hacerse evidente. La misma belleza que la de los rostros de los voluntarios. En palabras de Laura, una voluntaria jovencísima que ha trabajado para que el Encuentro fuera posible: «Me alegro de haber participado en un gesto que es como una mano que construye el bien de todos». En el fondo, Encuentro Santiago es este descubrimiento: se puede construir un bien para todos dándose uno mismo.