Excursión en Madonna di Campiglio

Universitarios. La posibilidad de una “vida más vida”

El equipe de los responsables del CLU con Julián Carrón en Madonna di Campiglio. Intervenciones, diálogos, el testimonio del padre Sergio de la Cascinazza, para descubrir algo capaz de imantarnos por entero
Riccardo Sturaro

«Lo más importante que he dicho en mi vida es que Dios, el Misterio, se ha desvelado, se ha comunicado a los hombres de tal manera que pudiera ser objeto de su experiencia». En la síntesis, al terminar el equipe, tres días en Madonna di Campiglio con los responsables de las comunidades universitarias de CL en Italia y fuera de ella, Julián Carrón insistió en este punto que don Giussani recalcó hace más de veinte años. Esta indicación fue el centro de atracción, el punto ardiente en torno al que gravitaron estas jornadas de finales de agosto, entre convivencia, encuentros, diálogos y testimonios.

El hilo central de la conclusión se fue devanando desde la primera intervención de la asamblea inicial. «Durante las vacaciones del CLU (vacaciones estivales de la comunidad universitaria, ndr», contaba Matteo, «me sorprendió el momento de los juegos. Los rostros de los que jugaban transmitían una alegría evidente, hasta un amigo que había estado un tiempo marcado por una objeción tenía una cara que todavía me sigue pareciendo inexplicable». Hay algo irreductible en esta excepcionalidad, tanto que una vez captada la diferencia, la plenitud de esas caras, cualquier intento de explicación resulta insuficiente. ¿Qué es lo que genera la alegría? ¿Cuál es el motivo de esas caras? «No basta la perfección de una organización ni el entusiasmo del momento para dar razón de la experiencia de total correspondencia que vivo aquí», concluyó Matteo.



A partir de aquí, de este toparse con un grupo de amigos que se implica totalmente en el juego, empieza el camino hacia la verdad. De hecho –insistió Carrón–, sin la experiencia de un encuentro que nos cambie la cara, que haga la vida verdaderamente vida, la fe se queda en algo abstracto, un fenómeno del todo imposible. Lo que hace actual, creíble y vencedor al cristianismo es encontrar un hombre tan implicado con el significado que anuncia que lleva sus signos en el rostro y en la mirada. Desde los tiempos de Zaqueo, la verdad se ha manifestado a los hombres desde dentro de una experiencia de plenitud sin parangón. Y es el mismo acontecimiento que sigue teniendo lugar hoy. Juan lo testimoniaba contando un episodio de las vacaciones del CLU en España. Una joven marroquí, que iba por primera vez, justo después de la introducción le confesó: «Estoy triste, porque estando con vosotros afloran muchas cosas dolorosas de mi vida que preferiría esconder. Pero desde que he conocido el movimiento puedo mirarlas, porque aquí me miráis como nunca me habían mirado antes». La novedad de la vida traspasa la mirada. «El cristianismo», señaló Carrón, «o es este acontecimiento, o es un hecho del pasado». Justo quien advierte con mayor urgencia su fragilidad y su límite desvela con más inmediatez el signo de una excepcionalidad. Porque, para reconocer la verdad, no hay más requisito que una conciencia auténtica de la propia humanidad, un sentido profundo de la propia necesidad afectiva. De hecho, solo una presencia que esté a la altura de este drama podrá interesar al hombre. Ante los amigos del CLU, esta joven marroquí interceptó algo que es capaz de satisfacer el “vacío afectivo” que cada uno siente en su interior. De repente, toda su afectividad se ha vista imantada por estas personas. Este es el método con que el Misterio ha decidido revelarse. Desde el principio, y aún hoy, se hace presente mediante una experiencia de exaltación y cumplimiento de la vida. «Sabemos que es Él», dijo Carrón, «porque el afecto encuentra respuesta. Sin esta experiencia de verse imantados, es imposible ser cristianos, esta es la experiencia que da razón de nuestra fe».

La posibilidad de una “vida más vida” se hizo patente en los testimonios. Una noche, Francesco contó el semestre que había pasado de Erasmus en Tubinga: el viaje en Flixbus, la convivencia con unos compañeros de apartamento muy lejanos a él por cultura y sensibilidad, el encuentro con personas de la comunidad de Alemania, la posibilidad de una mirada distinta hacia sí mismo y su propio límite, los meses pasados en el extranjeros, la vida cotidiana, todo ello constelado con hechos excepcionales, dones. La aparente soledad se rompía continuamente por el reclamo, discreto pero intensísimo al mismo tiempo, de una Presencia que siempre sorprende.

Giacomo también contó algunos episodios de su verano en Múnich para aprender alemán. Tras pasar los primeros días a la defensiva, sin conceder un espacio disponible al imprevisto, empezó a abrirse e implicarse en la relación con compañeros hasta entonces desconocidos. Y cuando llegó el momento de volver a Italia, su profesora le despidió diciendo: «Qué pena que tengas que irte. Hace falta gente como tú en clase. Basta tu presencia». ¿Qué pasó para generar algo así en los demás? ¿Qué se introdujo para que los demás de repente se dieran cuenta de su presencia? La amistad que surgió no era el resultado de una estrategia ni de una capacidad, «bastaba su presencia». Giacomo intuyó enseguida que había un nexo entre esta posibilidad de relacionarse así con los demás y el encuentro que tuvo con los universitarios del CLU de Múnich. «Con ellos tampoco entendía lo que decían, pero nunca me habría marchado, sus rostros me hablaban. Me di cuenta de que con ellos se despertaban en mí las mismas preguntas que me hacían mis compañeros». El encuentro con personas cuyo rostro había cambiado socavó su cerrazón inicial e imprimió un rasgo nuevo en su propia cara. Por eso, sin tener que añadir ni explicitar nada, solo su presencia anunciaba una diferencia interesante para cualquiera a su alrededor.



La última intervención de la asamblea final recordaba al primer relato de Matteo. Luigi describió el contraste que había vivido entre un verano agotador y los días del equipe. A pesar de todo el malestar y el sentimiento de fracaso que le acompañaba, nada podía impedir que en cierto momento aflorara en él una esperanza. Desde el momento en que oyó a sus amigos jugar y vio su cara cambiada, estalló en él un deseo: las ganas de ser como ellos, de tener esa cara. El impacto fue tal que desató la petición de que esa misma excepcionalidad que había entrado en la vida de esas personas pudiera conquistarle a él por entero. «Eso es», respondió Carrón «el cristianismo es eso: encontrarse delante de uno que toma tu vida entera. En un acontecimiento tan sintético que tú empiezas a desear tener esa cara».

En el fondo, es la misma intuición a la que el padre Sergio, prior del monasterio benedictino de la Cascinazza, citaba en su testimonio. La verdad se muestra en una experiencia de plenitud que por su atractivo lo imanta todo hacia sí, y cuanto más se adhiere el hombre a la propuesta, esta más transfigura y conquista a la persona que se adhiere. El abad lo decía con una expresión de don Giussani: «Esta es la regla que define la tarea cotidiana para los “llamados”: (…) “intuarse”, hacernos “tú”, al igual que Él se ha hecho nuestro, (…) se ha hecho tú, porque llamándote se ha hecho tú».