El Papa al Meeting. «El secreto de la vida: fijar la mirada en el rostro de Jesús»

«Entre nosotros está Aquel que es la esperanza de la vida. Seremos “originales” si nuestro rostro es el espejo de Cristo resucitado». El mensaje de Francisco en ocasión de la 40 edición de la kermesse de Rimini

Con ocasión de la 40 edición del Meeting por la Amistad entre los Pueblos, que empezará mañana en Rimini, "Tu nombre nació de lo que mirabas", el Santo Padre Francisco ha enviado al Obispo de Rimini, S.E. Mons. Francesco Lambiasi, mediante el Cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin, el mensaje que publicamos a continuación:

Vaticano, 16 de agosto de 2019

A su Excelencia Reverendísima
Monseñor Francesco LAMBIASI
Obispo de Rímini

Excelencia Reverendísima:
Con ocasión de la 40 edición del Meeting por la Amistad entre los Pueblos, me alegra hacerle llegar a usted, a los organizadores y a todos los que participan el saludo y los mejores deseos del Sumo Pontífice.
El tema elegido este año está tomado de una poesía de san Juan Pablo II, referida a la Verónica, que se abre paso entre la multitud para enjugar el rostro de Jesús de camino a la cruz: «Tu nombre nació de lo que mirabas» (K. Wojtyla, «III. Il nome», en Id. Tutte le opere letterarie, Milán). El siervo de Dios don Luigi Giussani comentaba así este verso: «Imaginemos el gentío, Cristo que avanza con la cruz a cuestas y ella que le mira y se abre paso manteniendo los ojos fijos en él. Todos la están mirando. Y ella, que no tenía rostro, que era una mujer anónima, una entre muchas, adquiere un nombre, es decir, un rostro, una personalidad en la historia, tanto que todavía la recordamos. Todo nació de Aquel a quien ella miraba. […] Amar es afirmar a otro» (La conveniencia humana de la fe, Madrid 2019, 134-135).



«Fue mirado y entonces vio; […] si no hubiese sido mirado, no habría visto» (S. Agustín, Discursos, 174, 4-4), dice san Agustín a propósito de Zaqueo. Esta es la verdad que la Iglesia anuncia al hombre desde hace dos mil años. Cristo nos ha amado, ha dado su vida por cada uno de nosotros, para afirmar nuestro rostro único e irrepetible. ¿Por qué es tan importante que resuene de nuevo este anuncio? Porque muchos de nuestros contemporáneos caen bajo los golpes de las pruebas de la vida y se encuentran solos y abandonados. Y se les trata como números de una estadística. Pensemos en los miles de individuos que cada día huyen de las guerras y de la pobreza: antes que números, son rostros, personas, nombres e historias. Pero debemos olvidarlo, especialmente cuando la cultura del descarte margina, discrimina y se aprovecha, amenazando la dignidad de la persona.

¡Cuántos olvidados tienen la necesidad urgente de ver el rostro del Señor para poder encontrase a sí mismos! El hombre de hoy vive a menudo en la inseguridad, caminando a tientas, fuera de sí mismo; parece no tener consistencia, hasta tal punto que se deja atrapar fácilmente por el miedo. Pero entonces, ¿qué esperanza puede haber en este mundo? ¿Cómo puede el hombre recuperarse, a sí mismo y su esperanza? No puede hacerlo solo mediante un razonamiento o una estrategia. Este es entonces el secreto de la vida, lo que nos hace salir del anonimato: fijar la mirada en el rostro de Jesús y adquirir una familiaridad con Él. Mirar a Jesús purifica la mirada y nos prepara para mirarlo todo con ojos nuevos. Encontrándose con Jesús, mirando al Hijo del hombre, los pobres y los sencillos pueden encontrarse a sí mismos, sentirse profundamente amados por un Amor sin medida. Pensemos cuando el Innominado de Los novios de Manzoni se encuentra delante del cardenal Federigo, que le abraza: «El innominado, soltándose de ese abrazo, se cubrió de nuevo los ojos con una mano y, alzando a la vez la faz, exclamó: “¡Dios verdaderamente grande! ¡Dios verdaderamente bueno! Ahora me conozco”» (A. Manzoni, Los novios, cap. XXIII) También nosotros hemos sido mirados, elegidos, abrazados, como nos recuerda el profeta Ezequiel en la magnífica alegoría de la historia de amor con su pueblo: «Tu padre fue amorreo y tu madre heteta, fuiste arrojada sobre la faz del campo; y yo pasé junto a ti, y te miré; y extendí mi manto sobre ti» (cfr. Ez 16). También nosotros éramos “extranjeros”, y el Señor ha venido y nos ha dado una identidad y un nombre.

En una época donde las personas ya no tienen rostro, figuras anónimas porque no tienen a nadie sobre quien posar los ojos, la poesía de san Juan Pablo II nos recuerda que existimos en cuanto que estamos en relación. Al papa Francisco le encanta subrayarlo refiriéndose al Evangelio de la vocación de Mateo. «Un día, como otro cualquiera, mientras estaba sentado en la mesa de recaudación de los impuestos, Jesús pasaba, lo vio, se acercó y le dijo: “‘Sígueme’. Y él, levantándose, lo siguió”. Jesús lo miró. ¡Qué fuerza de amor tuvo la mirada de Jesús para movilizar a Mateo como lo hizo; qué fuerza han de haber tenido esos ojos para levantarlo! […] Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida» (Homilía, Plaza de la Revolución, Holguín [Cuba], 21 de septiembre de 2015).

Esto es lo que hace del cristianismo una presencia en el mundo diferente de todas las demás, que porta el anuncio de aquello de lo que –sin saberlo– los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen más sed: entre nosotros está Aquel que es la esperanza de la vida. Seremos “originales” si nuestro rostro es el espejo de Cristo resucitado. Y esto será posible si crecemos en la conciencia a la que Jesús invitaba a sus discípulos, como hizo después de enviarles en misión. «Los sesenta y dos volvieron llenos de alegría» por los milagros realizados; pero Jesús les dice: «Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos» (cfr. Lc 10,20-21). Este es el milagro de los milagros. Este es el origen de esa alegría profunda que nada ni nadie nos puede quitar: nuestro nombre está escrito en el cielo, y no por nuestros méritos, sino por un don que hemos recibido en el Bautismo. Un don que estamos llamados a compartir con todos, sin excepción. Esto significa ser discípulos misioneros.

El Santo Padre Francisco os desea que el Meeting sea siempre un lugar de acogida, donde las personas puedan “fijar su mirada en rostros”, experimentando así su propia identidad inconfundible. Es la manera más bonita de festejar este aniversario, mirando adelante sin nostalgia ni miedo, siempre sostenidos por la presencia de Jesús, dentro de su cuerpo que es la Iglesia. Que la memoria agradecida de estas cuatro décadas de compromiso solícito y de creativa obra apostólica pueda suscitar nuevas energías a través del testimonio de la fe abierto a los vastos horizontes de las urgencias contemporáneas.

Su Santidad invoca la protección maternal de la Virgen María y envía de corazón la Bendición Apostólica a su Excelencia y a toda la comunidad del Meeting.

Añado mis mejores deseos y aprovecho para confirmar mis sentimientos de distinguido respeto.

Vuestra Excelencia Reverendísima
dev.mo
Card. Pietro Parolin
Secretario de Estado