Ante la exposición “¿Y tú quién dices que soy yo?” en el campus universitario Fu Jen de Taipei

Taipei. Esa pretensión tan «simple y dificilísima»

Se presenta en Taiwán la traducción al chino del segundo volumen del curso básico de cristianismo de don Giussani. En una sociedad que casi no conoce a Cristo, se abre paso “el” desafío a la razón: «¿Ese hombre es realmente Dios?»
Gabriele Saccani

Parecía una mañana de sábado como cualquier otra en el Campus universitario Fu Jen de Taipei, pero a diferencia de otros fines de semana había movimiento en el edificio del Departamento de idiomas. Apenas eran las ocho de la mañana, pero la sala de conferencias ya estaba preparada para la presentación de la primera edición en chino del libro de
don Giussani Los orígenes de la pretensión cristiana.

Si preguntáramos a estos jóvenes estudiantes taiwaneses por qué se han implicado en la preparación de este evento, muchos responderían más o menos así: «El encuentro del jueves por la noche (la Escuela de comunidad) es un lugar muy acogedor»; o bien: «Aquí me siento a gusto y libre respecto a la presión cotidiana de la universidad». Lo más asombroso es que casi ninguno de ellos es cristiano, pero viven una experiencia concreta y sencilla de lo que el libro de Giussani explica y muestra de manera brillante: allí donde la vida que propone Cristo es vivida o al menos mirada, se genera naturalmente una amistad, una manera más humana de concebir las relaciones, en una palabra, se genera caridad.

Por ese motivo, se instaló también una pequeña exposición sobre la persona de Jesús, que culminaba justamente en la experiencia de caritativa que los sacerdotes de la Fraternidad San Carlos proponen a los alumnos. A propósito de la exposición, titulada “¿Y tú quién dices que soy yo?”, como queriendo interpelar a una cultura y un mundo que solo conoce la figura de Jesús de manera distante, una chica subrayaba que solo si proponemos lo que más nos fascina de la persona de Cristo, podrán percibir los demás esa fascinación. Por tanto, no se trata de vender un producto, sino de testimoniar lo que sucede en la propia vida.



La sección dedicada a la caridad en la muestra es lo que más impactó entre los visitantes, la mayoría estudiantes universitarios. De ahí que suponga una contribución decisiva e incluso esperada en una sociedad con un gran crecimiento económico y de bienestar, donde muy a menudo nos olvidamos de lo esencial. El fruto más valioso de la experiencia cristiana es precisamente este amor cualitativamente distinto que todos esperan secretamente.

La conferencia comenzó con los saludos del pro-nuncio apostólico Slađan Ćosić, el vicerrector de la universidad, Leszek Niewdana, el director del departamento de italiano, Chang MengJen y el ministro plenipotenciario Davide Giglio. Después tomó la palabra Donato Contuzzi, sacerdote de la Fraternidad San Carlos de misión en Taiwán, que presentó a los tres ponentes y señaló que este encuentro quería ser la continuación natural de la historia que comenzó con la presentación de la edición china de El sentido religioso, también de don Giussani.

Partiendo de las palabras de Contuzzi, el primer invitado, el profesor Zheng YinJun, director del departamento de ciencias religiosas, quiso presentar el libro midiéndose con El sentido religioso, primera parte del curso básico de cristianismo, donde la “pretensión cristiana” es el segundo paso. Fue muy interesante lo que comentó en este sentido, que este texto no puede entenderse sin su premisa natural, es decir, la exigencia de verdad que habita en todo corazón humano. Es sorprendente la lucidez con que Zheng ha comprendido un texto exquisitamente “occidental”. Afirmó que Giussani entra en diálogo con el mundo de su tiempo, pero partiendo de su vida concreta. Subrayó la importancia fundamental de la experiencia personal en el proceso de conocimiento y la pasión de don Giussani por el hombre. Todos ellos elementos que superan las diferencias que existen entre Oriente y Occidente porque son profundamente humanos.

El punto culminante de su intervención llegó cuando Zheng introdujo una palabra giussaniana por excelencia: “el otro”. En primer lugar, destacó la importancia que tiene para el pensamiento occidental, pero luego, con gran agudeza intelectual, afirmó que don Giussani “cambia” el sentido de la palabra poniéndole la “O” mayúscula. En el encuentro con el otro, sea quien sea, el hombre logra entender mejor quién es el “Otro”. Solo se puede entender quién es el Dios encarnado a través de un camino humano. Terminó diciendo que en el pensamiento de don Giussani la religión no es la respuesta a una necesidad de confirmaciones psicológicas sino todo lo contrario. El sentido religioso es el punto de mayor apertura del hombre. El cristianismo no hace otra cosa que proponerse –de ahí la pretensión de Cristo– como cumplimiento de estas exigencias, como último término de la búsqueda humana. La razón se ve desafiada a no excluir la posibilidad de que este gran Misterio, siempre anhelado, pueda encarnarse, hacerse presente como una persona histórica. La pretensión es simple pero dificilísima, concluyó Zheng, porque está en juego “la” pregunta: ¿Ese hombre que vivió hace dos mil años es verdaderamente Dios?

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A continuación de Zheng, intervino el secretario general de la Conferencia episcopal taiwanesa, Otfried Chen, que en vez de hacer una reflexión teológica quiso proponer varios puntos sobre la necesidad actual de una experiencia de fe en un país como Taiwán. Empezó elogiando a los estudiantes del CLU que conoció en Friburgo durante sus estudios teológicos. «Tenían el coraje de la fe, capacidad de reflexión y de lógica. Enseguida pensé que, para formar a esos jóvenes de aquella manera, don Giussani tenía que haber sido verdaderamente genial comunicando su fe».

Muchos puntos tocaron temas delicados y complejos: la crisis de la vida familiar, el consumismo creciente, la fuerte secularización de Occidente (y en general de los países llamados desarrollados, como Taiwán). Al terminar su intervención, volvió a la figura de don Giussani. «La fe católica es hermosa en sí misma, solo se trata de vivirla. Don Giussani atraía cuando enseñaba porque su vida estaba transfigurada por la experiencia de la fe. La Iglesia necesita una profunda catequesis, como hizo don Giussani con los tres volúmenes de este curso básico de cristianismo».



Le siguió el breve pero intenso testimonio de Ambrogio Pisoni, profesor y capellán de la Universidad Católica del Sacro Cuore en Milán. Pisoni recorrió las etapas de su vuelta a la fe y su vocación sacerdotal al conocer a don Giussani, un ejemplo vivo de lo que documentan las páginas del libro.

Por la tarde, después de un breve descanso, el clima cambió en la sala de conferencias. Con una guitarra, sonaron algunos cantos, como La strada de Claudio Chieffo, que ya se sabían los “estudiantes del jueves por la noche”, pero también un canto en chino y otro en taiwanés. Se trataba de intentar compartir la experiencia de la caritativa que documenta la vida que se esconde tras las páginas del libro, y cómo se puede responder a la pregunta de la exposición, “¿Y tú quién dices que soy yo?”.

Se empezó con algunos testimonios breves pero significativos, como Bernardo, que estudia segundo de idiomas: «Al principio iba a la caritativa del sábado por la pasta italiana que preparaban los curas, pero luego me di cuenta de que empezaba a necesitar ese momento». Luego se proyectaron algunas video-entrevistas que tenían como tema principal la actualidad del encuentro con Jesús. Las respuestas, breves y sencillas, de los entrevistados mostraban concretamente la posibilidad de una vida cristiana. La tarde acabó proponiendo a todos los participantes compartir por grupos pequeños su experiencia de caridad, o eventualmente sus dudas o dificultades. Los grupos, que siguieron el estilo de la Escuela de comunidad, resultaron inesperadamente de una gran riqueza.



Cenando con algunos amigos, Donato recordaba la importancia que tiene para la pequeña comunidad taiwanesa de CL hacer un gesto público como la presentación de este libro. «Para entender quiénes somos, debemos decírselo a todos, públicamente. La fe se profundiza cuando se ofrece a los demás». Y añadió que para que la fe se convierta en cultura e incida en la vida social hacen falta espacios públicos donde expresarla. Esa es exactamente la dinámica de la fe desde hace dos mil años. Las comunidades cristianas nunca se preocuparon por “cambiar el mundo” ni por hacer la revolución. Pero ante todo, nunca renunciaron a expresar su identidad y quién era para ellos Jesús, siempre dispuestos a dar razones de su fe.