Por la izquierda, Lluís Bou, Julián Carrón, Viqui Molins y Gregorio Luri

Barcelona. Un cambio de perspectiva

«Dios se encuentra hoy allí donde ves una presencia real que puede desafiar cualquier nihilismo». Crónica de la presentación el libro ¿Dónde está Dios? con Gregorio Luri, Viqui Molins y Julián Carrón
Joan Alsina

El Ateneu Barcelonès, centro neurálgico del pensamiento y la cultura catalanas desde hace unos 150 años, acogió el pasado 30 de mayo la presentación del libro ¿Dónde está Dios?, del sacerdote Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación. La sala Oriol Bohigas estaba llena a rebosar.

Moderaba el acto Lluís Bou, presidente de la asociación PuntBCN, que presentó al autor del libro y a los dos invitados: Maria Victòria Molins y Gregorio Luri, dos reconocidas personalidades en Barcelona, una en el ámbito social y caritativo, el otro sobre todo en el ámbito educativo y pedagógico.

Viqui Monins, religiosa teresiana de 83 años, dedicada a las personas en situación de exclusión social, «incombustible» en palabras del moderador, en su primera intervención confesó que la lectura del libro había sido todo un descubrimiento. Explicó cómo recordaba a Comunión y Liberación en los años 70 y 80 en Roma, siempre cerca del Papa, que movía a tanta gente… con una cierta envidia y a la vez con inquietud por su autorreferencialidad, su cierto integrismo, como el de otros movimientos apostólicos que entonces proliferaban y de los que ella misma había formado parte. Sin embargo en este libro, decía a Julián Carrón: «Has contestado tan bien a cosas que a mí me preocupan que me has convertido a Comunión y Liberación».



Luri, maestro y escritor, doctor en Filosofía en la Universidad de Barcelona y licenciado en Ciencias de la Educación, enfocó desde el inicio su abordaje del libro mediante la dialéctica entre la vida y la ley. «En el libro dejas claro que el cristianismo no es una posición sentimental frente a la vida, Jesús no era un sentimental, pero (…) en el mismo pasaje de la mujer adúltera que están a punto de lapidar, Jesús le dijo “Vete y no peques más”, indicando una ley; por tanto, la ley es importante».

Julián Carrón, retomando el comentario del Luri, respondió: «¿De dónde nace la ley? Lo que llama la atención del pasaje evangélico que citabas es de dónde nace la posibilidad de que esta mujer pueda vivir, a partir de ese momento, sin saltase la ley. Solo puede nacer de la misericordia, que es de donde va a surgir». Y añadió que el primer gesto de Dios no fue la ley, fue lo que leemos en el Éxodo: «“He visto la aflicción de mi pueblo en el país de Egipto. Conozco sus sufrimientos. Bajaré para librarlo del poder de los egipcios y hacerlo salir de aquella tierra hacia una tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel” (Ex, 3, 7). Después de este gesto de misericordia, el pueblo de Israel llega a la conclusión de que no tiene nada más interesante que hacer que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Sin este contexto, la ley, en lugar de ser un signo de gratitud, se convierte en un peso insoportable, como vemos después en los fariseos».

Viqui Molins, interpelada por estas palabras, no pudo dejar de compartir una experiencia personal en su vocación como religiosa. «Para mí era importantísimo cumplir, tenía una obsesión. Y cuando no cumplía me sentía muy mal. Siempre estaba luchando conmigo misma porque yo quería ser santa y, en aquellos tiempos, eso implicaba cumplir una serie de cosas, yo nunca estaba a la altura. Hasta que un día me enfadé tanto conmigo y con Dios que le dije: ¡Se acabó, no quiero ser santa! Ahora decide Tú qué quieres hacer conmigo, pero hazlo Tú, porque yo sola no puedo. Desde aquel día soy un poco mejor, por lo menos me aguanto a mí misma siendo lo que soy, y eso ya es mucho. Ahora ser cristiana ya no es pasarse el día mirándose el ombligo, sino mirarlo a Él».

Gregorio Luri, aunque se mostraba de acuerdo con sus compañeros de diálogo, quería seguir profundizando en la cuestión de la ley, ya que le parecía el fundamento necesario para una estabilidad sin la cual veía imposible cualquier juicio y, por tanto cualquier ética. Además, la palabra «deseo», sin concretarse en qué, en una forma, le parecía poco adecuada para describir la dinámica de la acción humana, hasta el punto de plantearse si «cuando miramos el presente críticamente porque encontramos algo que nos perturba, eso que nos perturba (que es un fenómeno europeo), ¿no es también una herencia del cristianismo? ¿Y en qué medida el olvido de la ley no sería la apología de un deseo sin ley?».

Julián Carrón quiso concretar y darle forma al deseo: «La cuestión fundamental es qué permite la estabilidad. Nadie se casa para fregar los platos, ni para hacer una lista de tareas, sino por el atractivo de vivir la vida en compañía de otro, por un tú. Si no, ¿quién se casaría? (…) ¿Qué hizo que alguien como Zaqueo cambiara? Una mirada y una voz que le dijo: “Baja, que hoy voy a comer a tu casa”. Frente a eso los fariseos exclaman escandalizados: “¡Ha ido a hospedarse a casa de un pecador!”. Pero ninguno de aquellos fariseos de Jericó, con la ley en la mano, había podido mover a Zaqueo ni un solo milímetro. Solo una mirada cambió el corazón de Zaqueo. (…) Entiendo que esto puede parecer más inestable, porque depende de un acontecimiento, de un tú, que no es una ley. Pero el caso es si eso, inestable o no, tiene la capacidad de hacer cambiar. Me sorprende que de un gesto de Dios a partir del cual comenzó todo, como es la liberación de Egipto, de esta misma historia de misericordia, pueden surgir los fariseos, pero también la virgen María. (…) Son muestras, como explicaba Viqui, de la facilidad con la que podemos reducir el cristianismo a ética».



Interpelada de nuevo por lo que la conversación suscitaba, Viqui Molins puso el ejemplo de las bienaventuranzas. «Las bienaventuranzas también te exigen un compromiso. Pero en lugar de hacerlo amenazadoramente, como cuando a los niños les dices “no hagas eso” o “no hagas aquello”, se presentan como una propuesta: “Serás muy feliz si...”. La perspectiva cambia».

Y ponía también el ejemplo de cómo se hacían los votos en el noviciado en los años 60, cuando se ponía el acento en la renuncia. «Al final acabé pensando que la única diferencia que había entre mi vocación y la de mi hermana al matrimonio era que ella renunciaba a todos los hombres menos a uno y yo renunciaba a todos. No me hacía gracia pensarlo así. Yo vivo mi voto religioso, no como una renuncia, sino como una opción para una vida que me hace feliz. Es muy diferente. Ya sé que parece filosofía barata, pero es que habitualmente la filosofía barata es muy inteligente: ¡para optar hace falta amar mucho!».

Lluís Bou, que había estado disfrutando de la frescura del diálogo, como todos los presentes, comentó a Gregorio Luri que le había llamado mucho la atención que, en un libro suyo, dijera que San Nihilismo es el día de Viernes y Sábado Santo. Y que afirmara que lo más universal es la búsqueda de sentido.



Luri aclaró esta extraña onomástica afirmando que en el nihilismo no se puede vivir, y que para hacernos conscientes sería necesario que nos pusiéramos en la piel de aquellos que, después de morir Jesús en la cruz, se encontraron delante del sepulcro sellado. «Sería el nihilismo de verdad. Y todo lo que había sucedido hasta aquel momento se acabaría delante de la piedra del sepulcro. Creo que hace falta vivir estos días de la Semana Santa así para entender qué significa el Domingo de la Resurrección».

Enseguida Carrón añadió que por eso es tan importante que la Iglesia no haya censurado el Viernes y el Sábado Santo, porque «a la muerte no podemos responder con una explicación sobre el sentido de la muerte, solo se responde con Uno que vive. Y a aquellos que estaban delante de la tumba sellada solo les valía encontrarlo vivo. Sin eso, el nihilismo ha vencido. Si nosotros podemos estar delante del Viernes Santo y del Sábado Santo, es solo porque lo hemos visto vivo y lo seguimos viendo vivo». Y en este punto, Carrón dio la respuesta al título de su libro. «Hoy, ¿dónde está Dios? Allí donde ves a alguien cuya presencia en la realidad desafía cualquier nihilismo. ¡Alguien! No una autosugestión. Alguien que se mueve por una audacia que no nace de él».

Julián concluyó diciendo que lo único que puede responder al deseo de felicidad que nos constituye, lo único que permite renacer de las propias cenizas, es que alguien te diga: «Aunque tu padre y tu madre te abandonen, yo no te abandonaré». Lo único que podía cambiar el corazón de la mujer que iban a lapidar era alguien que le dijera: «¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno». A partir de este gesto de Jesús ella pudo desear de nuevo la fidelidad y el perdón. «¿Cuántas veces tenemos que perdonar? No te digo siete veces, si no setenta veces siete».

Y el Ateneu Barcelonès se fundió en aplausos.