Monseñor Macek Jedrasazewski y Julián Carrón en Cracovia (Foto: Gabriel Piętka)

Cracovia. «¿De dónde nace tu libertad?»

Presentada la edición polaca de La belleza desarmada. Con Julián Carrón, el arzobispo Macek Jedrsazewski y el teólogo Robert Wozniak. Y un montón de preguntas del público. Tantas que, para responder, «haría falta otro libro»
Davide Perillo

Silencio. Total e intenso. Dura poco menos de medio minuto, después de la última nota de Chopin que acaba de tocar Krzystof Ksiazek. Se trata de la Mazurka opera 24 n.4, interpretada después de un nocturno también sobrecogedor. No hay aplausos, no se oye una voz en la sala. Solo un silencio cargado de la belleza que acabamos de presenciar. Resulta difícil encontrar mejor manera de introducir la presentación de Bezbronne piękno, es decir La belleza desarmada, de Julián Carrón, en polaco. «Esta música nos devuelve a nosotros mismos, heridos por la belleza», señala Anna Orkisz, que modera el encuentro. Es verdad. Llama la atención que algo así suceda en un lugar tan lleno de gente, como el auditorio de la Academia de Bellas Artes de Cracovia, lugar emblemático en una ciudad que es una joya, donde cada piedra te habla de historia y de fe, donde la presencia de Juan Pablo II –que aquí vivió, estudió y trabajó como auxiliar y luego como arzobispo, antes de convertirse en Papa en 1978– es mucho más que un recuerdo. Incluso el rector, Stanisław Tabisz, se refiere a él en su saludo inicial. «Nacimos en 1818, el 16 de octubre, el mismo día en que fue elegido nuestro Karol Wojtyla», recuerda. Añade que «festejar dos siglos» supone «una buena ocasión para hablar de belleza, pues nuestra existencia debe estar al servicio de la belleza». Y propone profundizar en un pasaje del libro que le ha «fascinado especialmente: “el acceso a la verdad solo es posible a través de la libertad”. Solo así se pueden expresar las grandes cosas».

Luego empiezan las intervenciones. El primero es monseñor Macek Jedrsazewski, arzobispo metropolita de la ciudad y vicepresidente de la Conferencia episcopal. Habla del título, que traducido al polaco –dice– adquiere un matiz aún más claro («la belleza existe “sin armas”, inerme: no es que haya sido “desarmada” a lo largo de la historia»). Para entrar en materia, cita a Leskez Kolakowski, el gran filósofo polaco desaparecido hace diez años, en uno de sus textos de los años ochenta aunque publicado póstumo, poco antes de La belleza desarmada. «Habla de Jesús burlado. Un estado de ánimo que definía a Francia y Europa en aquella época que él tan bien conocía, pero también ahora. Resulta paradójico. Sabemos que Jesús tenía razón, afirma Kolakowski, pero ya no le toman en serio. No dicen: “no es verdad”, sino “esto no es serio, da risa, es una banalidad…”. Ser cristiano se considera como una vergüenza, algo moralmente ridículo».

Un vacío lleno de nostalgia. Un vacío cuyos contornos identifica Juan Pablo II cuando, en Ecclesia in Europa, la exhortación postsinodal de 2003, ve «la necesidad de anunciar el Evangelio a una Europa que cree saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Viven como si Cristo no existiera. También los cristianos. Se observan las prácticas religiosas, pero no hay adhesión a la fe. Los valores de la cultura europea se han separado del Evangelio y por tanto han perdido su espíritu más profundo».
Así hasta llegar a la pregunta capital y dramática que plantea el mismo Jesús: «cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? Es el mayor desafío para nosotros». Es, sustancialmente, el desafío que encuentra en el libro de Carrón. «Su mensaje es que la belleza de Cristo todavía puede golpear nuestro corazón, como el puñal del amor golpeó el corazón de santa Teresa, permitiéndole vivir de amor». Esta belleza puede «responder a la situación actual de Europa, al Cristo burlado y, por otra parte, a un Evangelio que ya no pertenece a la vida. Puede acercarnos al único bien que responde plenamente al deseo de felicidad del hombre. En este libro reside la certeza de que Cristo es la respuesta a nuestra herida».



El padre Robert Wozniak, prestigioso teólogo, añade otras tres claves de lectura. Ante todo, «la actualidad del libro», que en su opinión llega «en el momento justo», también para su historia personal. Habla de un mes marcado por la enfermedad y posterior muerte de una querida amiga de su madre, que para ellos formaba parte de la familia. «Rezamos mucho, a veces hay que entrar en lucha con Dios». Pero en esta lucha, cuenta, llegó a un momento en que «sentí dentro de mí una frase: “Déjate vencer”. Ser derrotado tiene un sentido. El Señor quiere enseñarnos algo. He aprendido que en esta debilidad reside una posibilidad mayor». Este episodio personal «tiene que ver con la mayor crisis que vivimos. A menudo me pregunto: ¿qué camino debemos recorrer para que la sociedad vuelva a descubrir el valor de la Iglesia? ¿La lucha? ¿O la belleza desarmada, como eligió Jesús?». También él habla de Wojtyla, de su «opción por una belleza que se llama misericordia» y de la pregunta que este testimonio le suscitó: «¿Qué deberíamos hacer como Iglesia? ¿Cómo se debería expresar nuestro seguimiento a Cristo? El Evangelio dice que la belleza es el camino».
Segunda clave: la libertad. «Yo soy discípulo de Jozef Tischner, que decía que la libertad es “un gran don pero también una gran desgracia”. Nuestra libertad siempre implica un riesgo. Pues bien, en este libro he encontrado la respuesta. Carrón nunca separa la libertad de la razón y del amor. Es una tríada inseparable, y es una medicina para la mentalidad dominante en nuestra época, después de la Ilustración, que lleva al triunfo de la razón pero la separa del resto».
Tercer punto: el yo. «Muchas veces lo ocultamos en nuestros sermones. Como si fuera sinónimo de egoísmo. Nosotros los modernos pensamos en el yo como una esfera cerrada en sí misma. Todos padecemos esta enfermedad atroz que es la soledad, presos de un yo mal entendido. En cambio, Carrón nos recuerda algo precioso: para el cristianismo, el yo es relación, es diálogo. En cierto sentido, Cristo no hizo otra cosa que estar continuamente en relación con el hombre». De ahí nace su atractivo.



Preguntan a Carrón cómo nació este libro, de dónde viene esa certeza que le permite afrontar problemas como la sociedad, la educación, la familia, Europa… Y él responde devolviendo el desafío. Explica por qué la época en que vivimos «es una ocasión para volver a descubrir qué puede fascinarnos de la fe». Y esto «no puede suceder si nos separamos de la libertad, que es el valor fundamental de nuestro tiempo». Por eso, nosotros los cristianos estamos llamados ante todo «a testimoniar: es la única forma de comunicar la verdad sin imponerse a la libertad del otro. Solo una verdad encarnada en alguien puede desafiar la razón, la libertad y el afecto» del hombre de hoy. Solo volver a poner en marcha el yo puede «generar un espacio que permita reconstruir el tejido social allí donde todos podamos vivir y buscar el bien común. Este es el desafío que tenemos».
En el fondo, es la gran pregunta de Dostoyevski: un europeo de nuestros días, ¿puede creer realmente en Cristo? «¿Esto es posible? Ahí está nuestro desafío». Para el cristianismo, es una gran posibilidad «de mostrar su verdad, que no necesita ninguna otra arma más que el atractivo de su propia belleza». No hay más camino que «el método elegido por Dios, que se humilló encarnándose para comunicar el atractivo de una vida plena. El cristianismo solo tendrá una oportunidad si es capaz de mostrar que la vida puede hallar una respuesta a nuestro deseo de plenitud».



Turno de preguntas recogidas entre el público, que al entrar recogía papel y lápiz, que por cierto no dejaron de utilizar. No paraban de llegar folios a la mesa. «¿Qué significa que Europa puede ser un espacio para buscadores de verdad? ¿Por dónde empezar? ¿Cómo construir?». De nuevo la respuesta contiene el desafío. «Esta pregunta no solo afecta a las grandes cuestiones. Todos podemos contribuir al bien común allí donde estemos». El método consiste en «hacer como al principio: comunicar algo que nos ha cambiado a nosotros». Cita entonces algunos ejemplos: un amigo enfermo que ha cambiado por completo el clima del hospital, los universitarios que se comprometen en la construcción de su ámbito… «Es una contribución que todos podemos ofrecer, desde abajo».

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Siguen lloviendo preguntas: sobre la esperanza, sobre cómo estar delante de circunstancias tan dramáticas como el suicidio de un amigo… y sobre la libertad, sobre el riesgo que implica, sobre qué quiere decir amarla. «Para responder, haría falta escribir otro libro», bromea Carrón. Pero el último es un tema tan decisivo que decide retomar ese hilo. «Todos hablamos de libertad, pero las circunstancias nos ahogan. Es un bien muy escaso y es aquí donde cada uno de nosotros, independientemente de lo que piense, debe verificar de qué vive. Si le libera o le ahoga. Esta es la belleza que puede experimentar una persona viviendo». Y es también «la contribución que los cristianos podemos ofrecer, no como discurso. Si uno va a trabajar y ve que un compañero no se agobia en el trabajo, o que el compañero de habitación no vive aplastado por su enfermedad, no puede evitar preguntar: ¿pero de dónde nace tu libertad? El Misterio no hace abstracciones. Igual que envió a Su hijo, puede enviarte a un compañero, a un amigo, que te permita tocar de primera mano lo que más deseas pero no puedes darte a ti mismo. La verdad se ha hecho carne». Desde entonces, recuerda, el método no ha cambiado: «ven y verás».