El "Donacibo" en el Instituto Técnico Estatal Artemisia Gentileschi de Milán

Levantarse por la mañana con una esperanza

Los voluntarios del Banco de Solidaridad recogen alimentos en los colegios italianos durante una semana. Multitud de encuentros que despiertan a los chavales y les invitan a un gesto de caridad que es una oportunidad para todos
Massimo Piciotti

Génova. Una mañana de colegio como otras, unos días antes de la semana del Donacibo (donación de comida, ndt), la recogida de alimentos en los centros educativos para los Bancos de Solidaridad. Le han pedido a Francesco que presente la iniciativa en un instituto: cuarenta clases en tres sedes distintas. Una logística no muy sencilla y una tarea que, frente a un auditorio de adolescentes, no parece fácil. Además, Francesco este año tiene más preocupaciones que otros. «Es un momento complicado para mí y, para ser sincero, me cuesta hasta la caritativa de llevar la caja. Tengo la impresión de que no hago nada en concreto y el gesto me parece como una reiteración idéntica, un mes tras otro, sin que, al menos ante mis ojos superficiales, ocurra algo nuevo». En esta situación, se pregunta: «¿qué les voy a contar a estos chavales?».

Preocupaciones humanas, muy comprensibles, comunes a quien vive la experiencia del voluntariado. Francesco, casi sin darse cuenta, esta mañana tiene que enfrentarse a la pregunta que Julián Carrón planteó durante la asamblea de los Bancos el pasado mes de diciembre: «¿Qué quiere decir darse cuenta de la propia necesidad? ¿Qué introduce esta conciencia en tu vida?».

Yendo a ese instituto, Francesco no quiere limitarse a «lo que toca», involucrándose solo lo justo. Sin embargo, en un momento dado, se dice a sí mismo: «¡Se acabó! Ve allí tal como estás y algo sucederá. ¡Pide y ve tal cual eres!». Así que contó a los chavales lo que más le había impactado en los últimos meses. «Palabras como “compromiso personal", “atención amorosa”, “gratuidad”, que parecen no tener nada que ver con una lata de tomates, en realidad son una experiencia que –donando– yo puedo hacer». Una experiencia que emerge casi “de golpe” cuando ocurren hechos como el de hace un mes. Falleció la madre de un beneficiario y, en el funeral, junto con un grupito de personas, estuvo también Francesco y el amigo que le acompaña a llevar la "caja". Una de las profesoras del instituto interrumpe el relato: «Entonces, ¡sois su familia!». «La mañana ha consistido en una constelación de encuentros preciosos con chavales y profesores», cuenta Francesco. «Me llevo en el corazón muchos rostros y encuentros, y una pregunta abierta: ¿por qué esta mañana temprano estaba triste y muy nervioso, y ahora estoy alegre?».

La presentación del ''Donacibo'' en el Instituto Técnico Estatal Artemisia Gentileschi de Milán

La experiencia de Francesco expresa toda la frescura del gesto del Donacibo, promovido este año también por la Asociación de los Bancos de Solidaridad, que tuvo lugar a finales de marzo en más de 2.500 colegios italianos. Un millar de voluntarios se involucraron y encontraron con casi quinientas mil personas. Más allá del éxito (que sigue siendo considerable: en 2018 se recogieron 2.500 quintales, en breve se publicarán los datos de este año), lo más asombroso del Donacibo es la respuesta inmediata y sorprendente de los chavales frente a una gratuidad a la que muchos tal vez no están acostumbrados, pero que perciben como algo correspondiente.

En el Instituto Técnico Estatal Artemisia Gentileschi de Milán, es una propuesta que la profesora de inglés lleva haciendo unos años y, en esta ocasión, el gesto se presentó en el auditorio del colegio delante de casi quinientos alumnos a través de un video editado por chavales que habían participado los años anteriores. Raiman, uno de ellos: «No importaba de dónde somos, de qué religión somos o a qué clase social pertenecemos. Cada uno estaba allí por distintos motivos, pero había una cosa que nos unía a los demás: el deseo de ayudar al prójimo y hacer un gesto de caridad». Youssur: «Al principio no sabía si hacerlo o no, pero luego empecé y ha sido fantástico. Al final me he sentido muy feliz por haber sido útil en una buena causa y darme cuenta de que con mi “poco” he hecho mucho». Francesca: «El Donacibo facilita la posibilidad a muchos chavales de diferentes culturas, edades y religiones de conocerse, porque este gesto de bien no tiene por qué ser solo un ayuda a quien está necesitado, sino también una oportunidad para nosotros mismos. Puede sonar raro, pero a través de esta experiencia uno llega a ser más consciente de quién quiere ser y conoce a gente que, de algún modo, te permite abrir los ojos, haciéndote aún más consciente del mundo que te rodea».

Andrea, por su parte, presentó el Donacibo en un Instituto Técnico de Abbiategrasso (Milán). Durante el encuentro interviene un chaval, Marco: «Hace tiempo, me encontraba con un chaval africano fuera del supermercado. Unas veces le daba dinero, otras veces le compraba algo de comer. Nos hicimos amigos pero, desde hace un tiempo, no le he vuelto a ver. A la puerta de la tienda llegó otro africano. Intercambiamos algunas palabras y vi que necesitaba ayuda, así que le di un euro, pero él, con desdén, lo tiró al suelo. Desde ese día ya no quiero hacer gestos de caridad».

Andrea, al principio, estaba un poco nervioso, pero después de oír a Marco le dice que es una pena dejarlo todo por un episodio aislado. Y lanza una pregunta a toda la clase: «¿cuántas cosas feas pasan en el mundo en un solo día y nos afectan?». Los chavales: «Muchísimas». Andrea: «Entonces, ¿por qué cada mañana nos levantamos de la cama? Yo he descubierto que tengo un deseo de felicidad que es más grande que las cosas feas que veo, y que me permite levantarme cada mañana con una esperanza». Nadie habla. Entonces Marco vuelve a levantarse: «¿Me dejas unos carteles, que empiezo a colgarlos por el instituto?».