Los equipos de rescate tras el derrumbe de la presa de Brumadinho, el pasado 25 de enero, que causó la muerte a 165 personas

Brasil. Una bocanada de aire fresco

Una serie de tragedias ha sacudido el país en los últimos meses. Rabia, miedo, perplejidad. Pero basta poco para volver a la rutina cotidiana habitual. ¿Y qué queda de esas preguntas que la realidad había despertado?
Marco Montrasi*

En lo poco que llevamos de 2019, una serie de acontecimientos dramáticos ya nos ha cortado el aliento y ha puesto en discusión nuestras certezas: la ruptura de una presa de Brumadinho provocando la muerte de 165 personas y un gran número de desaparecidos, el incendio del centro deportivo de Flamengo donde murieron diez jóvenes, el accidente de un helicóptero donde perdió la vida uno de los periodistas más famosos del país, los casos de mujeres atacadas y asesinadas por el mero hecho de ser mujeres… ¡Cuánta angustia, miedo, rabia, perplejidad!

Pero unas semanas después, cuando empieza a rebajarse el ritmo de las imágenes y noticias de estas tragedias, la angustia se va atenuando poco a poco, el dolor es menos lacerante, y volvemos a nuestra rutina cotidiana casi con alivio. Basta ver lo recurrentes que son las discusiones políticas a favor y en contra del gobierno, siempre lo mismo.

¿Pero qué pasó esos días? Ante todos esos hechos, en nuestra conciencia se abrieron paso preguntas que casi nunca nos hacemos, estando cada vez más inmersos en nuestra distracción o dedicados a resolver los problemas de la vida. ¿Dónde irá a acabar todo eso? ¿Quién soy yo? ¿Cuál es el sentido de nuestra vida? ¿Qué puede salvar a aquellos a los que amamos y a nosotros mismos? ¿Cuál es el destino del universo? ¿Y por qué deseo tanto vivir?

No hay una respuesta sencilla ni fácil. Podemos encontrar explicaciones técnicas sobre las causas de la ruptura de la presa de Brumadinho, por ejemplo, identificando así a los culpables de la tragedia, pero eso no elimina la desproporción entre las explicaciones y la pregunta que nunca lograremos apagar: ¿por qué?

Lágrimas en el Centro deportivo del Flamengo, histórico equipo de fútbol en Río de Janeiro, donde el 8 de febrero murieron 10 jóvenes en un incendio

Circunstancias como estas a las que nos referimos tienen dos consecuencias: por un lado nos golpean, causándonos malestar; pero por otro despiertan una parte de nuestra alma que normalmente, en nuestra rutina cotidiana, está como adormecida.

Vivir momentos como estos puede ser horrible pero, bien pensado, son momentos en que somos nosotros mismos, sin máscaras. Nosotros. Muchos necesitan olvidar estas preguntas porque, a veces, provocan un dolor insoportable.

Paradójicamente, tiempos difíciles como estos son una gran ocasión para verificar algo en lo que nunca habíamos pensado. Por ejemplo, podemos sorprendernos más unidos. Esa sensación de “podía haber sido yo”, “podría ser mi familia”, “¿y si fuera mi padre?” nos genera empatía, nos hace compartir el dolor de otros y nos lleva incluso a rezar y sentir afecto por las personas afectadas.

Podríamos definir ese momento como el despertar de nuestro sentido religioso, entendido como algo que no va íntimamente ligado a la religión sino ante todo esa apertura a algo que está dentro de nosotros y que se manifiesta de manera inesperada a través de esas preguntas últimas.

Tal vez, lo que caracteriza principalmente a nuestra sociedad moderna sea la sensación de inseguridad y miedo, desde la adolescencia hasta la vejez. Pero si es cierto que todo eso nos puede asustar, al mismo tiempo tenemos que admitir que nuestro sentimiento lacerante frente a estas preguntas nos lanza hacia algo más grande, algo que podemos percibir como positivo, como si esas circunstancias “fuertes” que nos suceden, de cierta manera, despertaran nuestro yo, que de pronto se siente “más yo”.

Dentro de nosotros habita, aun sin expresarse, un amor por la vida, un deseo infinito que no podemos acallar por mucho tiempo. Estas preguntas que solicitan y despiertan nuestra alma es como si estuvieran esperando algo. Una inmensa nostalgia de algo que pueda suceder.

¿Esperamos algo? ¿Podemos ponernos en camino para encontrarlo?

Por todo ello, creo que este puede ser un momento de gran renovación. Cuando parece que los muros son la única solución, descubrir este sentido religioso que está en todos nosotros puede generar nuevos caminos que recorrer juntos.

Este momento nos puede ayudar a levantar la cabeza y ver por fin el horizonte que habíamos olvidado. Ideales que pueden hacernos salir de las discusiones estériles y de las guerras ideológicas (tan frecuentes en nuestros días). Cuando descubrimos nuevos horizontes, nos invade la paz y nace una creatividad nueva.

¿Hay alguna propuesta que podamos verificar? Incluso dentro de un gran misterio, hay un sentido bueno. ¡No venimos al mundo para sufrir y morir, sino para vivir! Para descubrir nuestro yo, nuestro grito infinito que estalla delante de un horizonte grande. Ahí renacen la persona y su humanidad. ¿Es una utopía o una posibilidad real? El desafío está abierto. Nosotros estamos dispuestos a caminar juntos en esta dirección con cualquiera que desee lo mismo.

(publicado en Gazeta do Povo el 4 de marzo de 2019)

* Responsable de Comunión y Liberación en Brasil