Los jóvenes con los protagonistas de "Pulseras rojas"

Las “pulseras rojas” de Anna

Teatro Duse de Bolonia. Un grupo de jóvenes se reúne con el director y los actores de la famosa serie televisiva. ¿En una realidad así, de dolor y enfermedad, puede nacer una amistad? Lo cuenta una chavala de 14 años, con la que empezó todo…
Paola Bergamini

Esta historia empieza con un nombre malvado: sarcoma de Ewing, una forma de tumor maligno que afecta sobre todo en la edad juvenil. Otello le pidió a su mujer, Daniela, que se lo repitiera hasta dos veces por teléfono. No podía creer que su hija Anna, de 14 años, tuviera algo tan terrible. Aquel día de hace un año, con la cabeza entre sus manos, murmuró: «Señor, ayúdame. Señor, muéstrate». Una frase que había oído un montón de veces empieza a resonar en su mente: «La realidad nunca me ha traicionado. ¿Pero qué significa eso ahora? Hazlo Tú. Yo solo no puedo».

La primera realidad con que se topa es la planta de oncología pediátrica en el hospital santa Úrsula de Bolonia, donde tratan a Anna. Fue el impacto con una humanidad fuera de lo común. Una doctora que se queda más tarde de su horario para hablar con Anna y aclarar algunas de sus dudas y miedos. Un enfermero que bromea por el altavoz con todo el mundo y se pasa la noche revisando las historias clínicas para controlar que todos los datos están correctos y actualizados. Mientras operaban a Anna, la jefa de la quinta planta bajó a la segunda con la bandeja de la comida para “obligar” a Daniela a comer, porque «una madre, para poder estar en condiciones de apoyar siempre a su hija, tiene que cuidarse». La enfermedad, el dolor, siempre han estado ahí, pero siempre han tenido enfrente una sobreabundancia de bien que se ha impuesto y no ha dejado de asombrarles. Solo hay que mirarlo. Y ese bien, para los padres de Anna, ha llegado más allá que los muros del hospital.

Un día, un compañero de Otello le dijo en el cambio de turno: «Pero tú, ¿te toca trabajar el día de Reyes y no me dices nada? Déjalo, yo vengo en tu lugar». A la semana siguiente, otra colega le sustituye en sábado. Sin que él lo pidiera. Por Anna rezan sus amigos, los niños del colegio, sacerdotes de misión, algunos organizan peregrinaciones, otros vuelven a ir a misa. Una vecina budista se presentó en casa de Otello y Daniela para decirles que ha pedido oraciones daimoku a todos los budistas de la ciudad, y eso que la relación entre ellos se limitaba a un «buenos días» o «buenas noches» cuando se encontraban.

¿Y Anna, la protagonista de esta historia? ¿Qué quiere decir para ella que la realidad no defrauda? A los catorce años, de un día para otro, tiene que dejar las clases, la equitación, los amigos, para afrontar el dolor, la rabia, la terapia, la postración, el miedo que esa palabra, “sarcoma”, evoca. Los enfermeros, los pacientes y los médicos se vuelven amigos, tienen ese plus de humanidad fuera de lo común que le ayuda a afrontar el miedo y el dolor. Le permite vivir. Le parece estar dentro de su serie preferida, Pulseras rojas, que veía antes de enfermar y que cuenta la historia de un grupo de chavales ingresados en una planta de oncología.

Durante uno de los primeros ingresos, mediante una amiga común del movimiento, fue a verla Chiara Locatelli, médico de la planta de pediatría. No estuvo mucho rato pero al salir de la habitación, Anna le dijo a su madre: «Es verdad que la gente del movimiento es diferente». Otello se quedó de piedra, pensando en la cantidad de veces que había intentado que se acercara a la experiencia de CL. Quizás por esa nueva amistad que se iba haciendo cada vez más cotidiana, quizás por todo lo que le estaba pasando, la joven empieza a ir a misa y vuelve a rezar. Por ella y por los demás.

Un momento de la velada en el Teatro Duse

Una noche, Chiara invitó a la familia de Anna a cenar en su casa. Al terminar, envían un selfie a Riccardo Masetti, el oncólogo de Anna, con la leyenda: «Solo faltabas tú». Él responde: «Quiero mucho a Anna y a su familia, a veces todo parece un torbellino y pierdes de vista a las personas, que es lo más hermoso de nuestro trabajo. Por suerte, a veces en cambio nos paramos un poco».

A raíz de la relación con la familia de Chiara, Anna se hace amiga de su hija, María. Las dos compartes su pasión por la famosa seria inspirada en la historia real de su creador, el español Albert Espinosa. Han visto todos los episodios varias veces. Algunas canciones se las saben de memoria. Un día Anna le dice a su amiga: «¿Quién sabe si los actores serán amigos también en la vida real? Me gustaría conocerlos. Y también al autor, ¿qué tenía en mente?». María le da vueltas y le pide una cita a su abuelo, Francesco Bernardi, industrial boloñés y presidente de la asociación cultural “Encuentros existenciales”. La joven va directa al grano: «¿Organizarías uno de “tus” encuentros con el director y los actores de Pulseras rojas? El tema es la amistad. Mejor dicho, cómo la amistad ayuda a afrontar el dolor». Franco nunca había visto la serie, pero conoció a Anna y su familia, vio la amistad que había surgido. Algo que estaba siendo precioso para todos. Así que habla con Chiara, que tampoco conoce la serie. Ambos se ponen delante de la pantalla y ambos deciden dar crédito a la petición de estas chavalas, por lo que Anna está viviendo en la planta, por esa amistad que la está cambiando, por su familia y por otros tantos. Por esa necesidad de sentido que hizo decir a Anna: «A este periodo de mi vida no quiero llamarlo “enfermedad” sino “experiencia”. No lamento nada, he ganado mucho».

Se ponen en contacto con los protagonistas de la serie. Un mes antes del evento, a través de Sabina, que es profesora, un grupo de bachilleres de Bolonia se reúne con Anna. Ellos también han visto la serie y tienen un montón de preguntas que hacerle. El programa del encuentro empieza a sufrir cambios y se va modificando prácticamente hasta el último día.

El 16 de enero, el Teatro Duse, en el centro de Bolonia, está abarrotado. En el escenario están, por un lado, el director Giacomo Campiotti, los actores Carmine Buschini y Pio Luigi Piscitelli, Niccolò Agliardi, cantautor de la banda sonora, y el médico Riccardo Masetti; y por otro, Anna, su padre, amigos del hospital y bachilleres.

Chiara, a modo de presentadora, cuenta de dónde ha nacido esa velada. Ponen unos minutos de la serie y empiezan las preguntas de los chavales. «Los personajes que interpretáis, ¿os representan? ¿Pulseras rojas os ha cambiado?». Responde Carmine: «A mi personaje, Leo, lo construimos día a día. En algunos rasgos nos parecemos, en otros le admiro. Este proyecto me ha enseñado a llamar a las cosas por su nombre y a dejarme ayudar por los que me quieren. A nivel humano, me ha cambiado por completo, me ha hecho ver que la verdadera felicidad está en las pequeñas cosas». Pio tiene el mismo humor que su personaje y suscita varias carcajadas con sus bromas. Pero afirma que ese trabajo ha introducido en su vida una experiencia muy bonita.

La segunda pregunta es para el director: «En Pulseras rojas la amistad es lo que les permite estar delante de la enfermedad, ¿de dónde surge esa idea?». «La amistad es el tema central de esta serie y de la vida», afirma el director. «Darse cuenta de que no estamos solos. Vivimos una época de soledad increíble, brutal. La serie muestra la alegría en el lugar más doloroso: una planta de oncología. Es la alegría de poder compartir cosas bonitas y cosas feas, compartir con las personas que la vida te pone delante. En el hospital encuentras amigos de verdad porque buscas el sentido de la vida y eso es lo que ha fascinado a los chavales. Es una propuesta sencilla». Una amistad deseable. «¿Pero vosotros sois amigos?», pregunta un chico. «Inesperadamente, de modo increíble, ficción y realidad se han mezclado», cuenta Niccolò Agliardi. «Nos conocemos hace cinco años y no pasa un día sin que hable al menos con uno de ellos. Después de tomar caminos diferentes, incluso alejados, tenemos el deseo de saber unos de otros. Es algo sorprendente».

Por la gran pantalla pasan fragmentos de la serie que introducen otros temas y preguntas. Nada de respuestas formales o precocinadas, todos hablan de su propia experiencia. No faltan las bromas, están entre amigos. Anna cuenta lo que ha vivido en el hospital. Habla de la relación con los médicos. Entonces Chiara, como médico que es, pregunta al doctor Massetti: «¿Por qué puede pasar esto?». «Cuando un joven está ingresado, el encuentro no se da entre el médico y la enfermedad. Se instaura una relación donde las emociones están aún más vivas. En el hospital se caen las formalidades y las superestructuras, la vida va más rápida y genera estas relaciones, las emociones y los sentimientos se hacen más reales». «Para nosotros tú eres fundamental, pero nosotros, los pacientes, ¿cómo podemos influir en ti como médico y como persona?», pregunta una chica. «¡Vas directa al corazón! El crecimiento profesional se corresponde con un crecimiento humano. Con vosotros yo siento malestar, miedo, pero también me gratifica mucho veros cambiar. Pero cambiamos juntos».

Otros minutos de ficción y Otello toma el micrófono. «Solo tengo una palabra: gracias. Por estar aquí y también por todo lo que ha sucedido. Pulseras rojas y esta velada nos han hecho ver que en el dolor existe un bien que debemos buscar, y juntos es más fácil. Esa ha sido nuestra experiencia. Dentro de una amistad, es posible vivir así».

Así voló una hora y media casi sin darse cuenta. Chiara dio entonces la palabra a la última chica: «¿Tenéis algún lugar de esperanza que os permita respirar?». Todos responden lo mismo: la familia. Para Carmine, «es mi puerto seguro, donde puedo volver a empezar. Y esta noche me han dado la sorpresa de venir aquí». Pio: «Yo igual, y añado mis pasiones: tocar, dedicarme a los que amo y a aquello que amo». Nicolò: «La familia y los músicos con los que comparto parte de mi vida». Para terminar, Campiotti: «Sin duda, la familia, pero también muchos amigos. La amistad es una de las formas más elevadas cuando es profunda y libre. Significa recorrer el mismo camino».

«Esta noche nos dice que se puede mirar la realidad sin partir del miedo sino de una pregunta, y eso es posible si no estamos solos. Pedir cosas grandes y ser amigos a la altura de esas grandes cosas», concluye Chiara.

Carmine baja corriendo los escalones para abrazar a su familia, Nicolò y Pio se acercan a Otello para darle las gracias por lo que ha dicho. Campiotti se queda charlando con Franco. Parece difícil vaciar el teatro. Parece que nadie tiene ganas de irse.