Mario Ottoboni, fundador de las Apac

Mario Ottoboni. «Aparte de la vida, el don más valioso es la libertad»

El 14 de enero murió el fundador de las APAC, las cárceles sin carceleros. Una frase le cambió la vida: «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme». Le encantaba insistir en que «nunca se puede empezar nada si no es partiendo de Cristo»
Julián de la Morena

«¿Someter la razón a la experiencia? ¡Esa es la cuestión! Es exactamente esto. ¿Pero quién ha dicho esta frase?». Así reaccionó Mario Ottoboni al oír las palabras de don Giussani, una vez que fui con unos amigos a verle a su casa. Era un día de octubre de 2015, en São José dos Campos, a 70 kilómetros de São Paulo en Brasil. Mario, que murió el 14 de enero a los 87 años, fue el fundador de las APAC, las cárceles sin carceleros. Fuimos a verle porque su historia nos impactó y queríamos conocerlo. Nos encontramos ante un hombre anciano de gran lucidez, un humor muy vivaz, calurosamente acogedor y de una profunda escucha.

Abogado especialista en derecho administrativo, contaba entre sus antepasados con los papas Adriano V y Alejandro VIII. Su encuentro personal con Cristo tuvo lugar cuando él tenía 38 años, en 1969, mediante el movimiento jesuita de Cursilhos. Durante uno aquellos encuentros le alcanzó una frase de Jesús que le cambió la vida: «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme». De ahí nació en 1972 un trabajo de pastoral penitenciaria al que se dio el nombre de APAC, acrónimo de “Amando al Prójimo Amarás a Cristo”. Hoy esas siglas corresponden a la Asociación de Protección y Asistencia a los Condenados, que tiene como objetivo el desarrollo, dentro de la cárcel, de una acción que favorezca la recuperación del preso. El valor del método APAC, que no establece vigilantes en las estructuras penitenciarias, ha sido reconocido internacionalmente, hasta el punto de que hoy está presente en cien ciudades brasileñas y en 27 países del mundo, como Colombia, Argentina, España, Corea del Sur, Canadá, Estados Unidos y otros países europeos.

Las paredes de la sala en que Ottoboni nos recibió hablaban, a través de regalos recibidos, de su relación con mucha gente que con los años fue haciendo suyo el método APAC. Con los presos, contaba Mario, es posible vivir una experiencia de redención que toca también a los que van a verlos y a atenderles. Nos puso el ejemplo de un grupo procedente de Estados Unidos. Le dijeron: «Antes teníamos una idea de qué era el amor. Ahora, por la experiencia que hemos vivido, lo hemos conocido realmente». Y él comentaba: «Ellos están acostumbrados a pensar en términos de pena de muerte… Fijaos qué cambio».

Mario Ottoboni (segundo por la derecha) con Julián de la Morena y otros amigos de CL

Una de las razones que permitió una difusión tan grande de esta experiencia fue la tasa de recuperación de los presos, que con este método se eleva hasta el 80 por ciento, frente a una media que en el resto del mundo se sitúa en el 30. Además, según el Tribunal Superior de Justicia brasileño, en las estructuras de APAC nunca se han registrado revueltas. Es realmente impresionante ver el tipo de novedad que puede llegar a generar el abrazo a la humanidad herida de un “asesino”.

Otro rasgo que me llamó la atención de Ottoboni es que, a pesar de los éxitos y satisfacciones que había tenido en su vida, él vivía totalmente volcado en el presente, toda su atención estaba centrada en el momento actual, el que cada uno está llamado a vivir. Qué sorpresa ver a un hombre de ochenta años con esa energía. «Está prohibido repetir, todo tiene que ser reinventado siempre, todo debe ser siempre nuevo».

En nuestro diálogo conversamos también sobre la laicidad del Estado. Un amigo que nos acompañaba, en relación a un debate que se estaba produciendo entonces en el estado del Salvador sobre la oportunidad o no de abrir un centro APAC, preguntó a Ottoboni cómo poder garantizar la laicidad de una institución estatal, puesto que su método se basaba en la fe. «Que el Estado sea laico no significa que tenga que existir sin Dios», nos dijo. «Sin Dios, nada funciona, pero los hombres tenemos siempre la pretensión de que todo exista sin Dios. Ya no existe virtud más santificante ni excelente que el amor de Dios. No podemos no reconocer esto como experiencia visible».

A los que iban a verlo con quejas por diversas razones, él siempre respondía: «Pero la vida, ¡la vida! ¿Qué tenemos más valioso que la vida?». Un enfoque que, bien pensado, reflejaba el clima que habíamos visto visitando las APAC personalmente: no dominado por reglas sino por la voluntad de hombres libres de adherirse a una propuesta. A esta observación, Ottoboni nos contestó con una mezcla de energía y ternura: «Después de la vida, lo más valioso que hemos recibido es nuestra libertad».

Entre una pregunta y otra, algunas bromas y una profunda intensidad en las miradas, aquel día de octubre pasamos más de dos horas charlando con él. Llegado el momento de despedirnos, no quiso dejarnos marchar sin regalarnos antes algunos de sus libros. Le acompañamos hacia la biblioteca, pasando por un pasillo a lo largo del cual había varias plantas. Nos dijo: «Aquí tenemos de todo: oro, incienso y mirra». Y agarró una hoja de mirra. Uno de nosotros preguntó: «¿Y el oro dónde está?». Respondió: «Allí, en el dormitorio». Estaba hablando de su mujer, que llevaba 29 años inmóvil a causa de dos ictus. Nos llevó a la habitación donde ella estaba y oímos cómo él le decía: «¿Quieres volver a casarte conmigo?».

El tesoro de la vida de Mario Ottoboni era sin duda una familiaridad con el Misterio que dominaba su cotidianidad y que permitía a un hombre tan grande ser tan sencillo y auténtico. Se apoyaba por entero en una certeza profundísima en el Señor, que le hacía decirnos, a nosotros que habíamos ido para conocerle: «Nunca se puede empezar nada si no es partiendo de Cristo. Recordad siempre que la obra es de Dios. Él nos ayuda a recuperarnos de las dificultades. Dios es bueno». Su vida ha sido un gran testimonio de misericordia para el mundo, que se resume en las últimas palabras que dejó escritas a un amigo antes de morir: «Todo pasará. Excepto el amor, que supera el tiempo».