Julián Carrón en Reading. Foto © Anna Arigossi/Icon Photo

Asamblea del norte de Europa. La sorpresa de descubrirse siendo testigos

Las comunidades del norte de Europa se han reunido en Reading, al oeste de Londres, para pasar un fin de semana con Julián Carrón. El trabajo, la familia, el drama de la muerte… Una ayuda para afrontar los desafíos que la sociedad actual no ahorra a nadie
Luca Fiore

«¿Qué sostiene nuestra vida en medio del dramático ambiente social y laboral en que nos encontramos? ¿Cuál puede ser nuestra contribución en este mundo?». Con esta pregunta dio comienzo la asamblea con Julián Carrón durante un fin de semana de convivencia con las comunidades de los países del norte de Europa y lengua inglesa en Reading, pocos kilómetros al oeste de Londres. Eran 400, muchas familias con hijos, procedentes de Gran Bretaña, Irlanda, Holanda, Suecia, Noruega, Malta y Luxemburgo. El clima era distendido, con los últimos ecos de las vacaciones navideñas y la celebración de la Epifanía. Al día siguiente comenzaría la vida diaria, en un ambiente social y laboral que no ahorra nada a nadie. Muchos eran “expatriados” italianos. Hay empleados de multinacionales, investigadores universitarios, madres que tienen que sacar adelante a sus hijos sin la ayuda de abuelos. A veces los problemas parecen insuperables. Y hay que hacer frente también a dificultades culturales inimaginables hace apenas diez años para las que nadie tiene una solución preparada. Sin embargo, escuchando las intervenciones de los que han venido hasta aquí, ves que muchos han aceptado esta aventura con entusiasmo y curiosidad.

Maria hace el doctorado en un centro de investigación de la Universidad de Southampton. Después de un congreso en Brasil, pasó unos días de vacaciones con otros estudiantes. Uno de ellos empezaba a beber cerveza y caipirinha a las diez de la mañana. Siempre estaba borracho y Maria, tras una primera reacción un tanto molesta, se acordó de que, unos meses antes, esa misma persona le contó que su familia era un desastre y que había tenido una infancia muy complicada. Entonces, una extraña ternura ocupó el lugar del fastidio que le causaba. Una mañana, delante de una playa preciosa, su amigo se encendió un porro. «¿Estás seguro de que eso es lo que necesitas?», le preguntó Maria. Él, con tono desafiante, respondió: «Esta es mi manera de estar más cerca de Dios…». Y añadió: «Maria, creo que la vida te asusta demasiado». «No, no es cierto», le dijo. Él la miró un instante y comentó: «Es verdad, no pareces una persona que tenga miedo, se ve por cómo estás en el trabajo». Ella añadió: «Haz lo que quieras, ¡pero haz lo que te hace feliz! Lamento si a veces te sientes juzgado por cómo te miro. Haz aquello que te haga feliz, es lo mismo que deseo para mí».
Al día siguiente el chaval se acercó a Maria y le dijo que había escrito un poema sobre su amistad y se lo leyó. Hablaba de la fatiga de su vida y de su búsqueda desesperada de algo que lo salve. El último verso decía: «Sol italiano, ayúdame a hacer que mi oscuridad se evapore». Contaba Maria: «Me conmovió mucho porque llevaba unos meses en que me costaba trabajo hasta soportarme a mí misma: lo que soy, lo que hago…».
«¡Hacía falta un borracho que te hiciera ver lo que puedes llegar a ser para el mundo!», señaló Carrón. Y Maria: «Y lo que pensaba que podía ser útil –el reproche por lo que no está bien– en realidad resulta completamente inútil…». Carrón: «Siempre pensamos que nuestra contribución consiste en hacer algo. Pero no es así. El desafío consiste en ser nosotros mismos en el mundo, no encerrarnos en nuestro cascarón, porque ahí, en el mundo, el Misterio nos manda a alguien que nos recuerda lo que Él ha hecho en nuestra vida. Parece nada, y en cambio… ¿Qué ha visto ese chico en la vida de Maria? ¿Por qué la llama italian sun? ¡Ha viso que ella no tenía miedo a las circunstancias! Y eso no es un sentimiento, es un juicio. Un juicio del que puede partir nuestro camino».



En la introducción del viernes por la noche, Carrón insistió en el reconocimiento de la Gracia que supone el encuentro con Cristo. «No tenemos que hacer nada para ser elegidos. Pero no podemos dar por descontado esa preferencia. Es fundamental que, dentro de la confusión de estos tiempos, que hace que nos sintamos perdidos, reconozcamos el don que supone para nosotros estar aquí hoy. Significa que, de algún modo, las dificultades de las circunstancias no prevalecen, sino que ha vencido en nuestra conciencia ese abrazo». Y añadió: «Mirad a Abrahán, Moisés o Pedro. Fueron elegidos, y ninguna de las dificultades que vivían las sociedades mesopotámica, egipcia o romana pudo frenar la iniciativa del Misterio con estos tres hombres. A nosotros nos pasa lo mismo ahora».

Francesca vive en Durham, al noreste de Inglaterra. Contó que, en los últimos años, desde que se enteraron de que estaba esperando a su tercer hijo, dos madres empezaron a acercarse a ella. Le decían: «¡Estás loca! Siempre estás diciendo que te gustaría trabajar y luego esperas otro hijo. Ni siquiera puedes emborracharte para reírte con nosotras…». En septiembre, al volver de las vacaciones, se enteró de que ambas estaban embarazadas. «Las dos, en ocasiones distintas, me habían dicho que yo tenía algo que ver con sus embarazos. Verme llegar sonriente y llena de alegría al llevar a los niños al colegio les hizo cambiar de idea… y yo me doy cuenta de que esta alegría nace del “sí” que intento decir a Cristo. Veo que esta es la contribución que puedo ofrecer a los que me rodean. Pero ese “sí” tengo que volver a decirlo todos los días».
«¿No será acaso demasiado intimista?», preguntó Carrón con un toque de ironía. «Hay dos formas de vivir nuestra pertenencia al movimiento: una nos introduce en la realidad, la otra intenta evitar nuestra relación con ella. Así vemos que, ante los mismos desafíos de la vida, unos no hacen más que quejarse y otros cada vez viven más alegres y libres. Por tanto, ¿qué es el movimiento? Somos tú y yo dentro de las circunstancias. La cuestión es si nos movemos o estamos parados. Porque estamos llamados a hacer un camino, un camino humano».



En la sala de al lado, un grupo de babysitters juega con los niños mientras sus padres están en la asamblea. Para las madres con bebés hay un altavoz que les permite escuchar en el hall del hotel.

Maria, de Cambridge, cuenta que fue con su amiga Irene a visitar a una familia de Tromsø, Noruega, a la que conoció el año pasado. «Lo que más me conmovió, más que la belleza del paisaje o la aurora boreal, fue ver el cristianismo sucediendo de nuevo ante mis ojos. En primer lugar porque, a pesar de que nos conocíamos desde hacía poco, nos sentíamos como en casa. Una noche empezamos a cantar villancicos, en italiano y en inglés, y en un momento dado la madre se puso a tocar y cantar cantos tradicionales noruegos. Al día siguiente estuvimos jugando juntos y al padre hasta se le olvidó poner la televisión para ver el partido de fútbol que había dicho que no se lo perdería por nada del mundo». Antes de marcharse de vuelta a Cambridge, la pareja les dijo: «Habéis despertado algo bueno que había en nosotros». El marido añadió: «Llevo toda la vida buscando amigos como vosotras. Y ahora os he encontrado».
«¿Qué tiene que ver esto con la Navidad?», preguntó Carrón, dando la impresión de que iba a cambiar el discurso. «Si no tomamos conciencia de la ternura de la que hemos sido objeto, no podremos tratar con ternura a los demás, aunque defendamos los valores cristianos. ¿Cuál ha sido vuestra contribución con estos amigos noruegos? Habéis despertado su humanidad. Pero eso no ha sido posible porque os sabíais el discurso cristiano y respetáis las reglas del catecismo, sino porque erais conscientes del hecho de ser generadas por la presencia de Cristo. De otro modo, si solo fuera un discurso, el Misterio no habría necesitado hacerse hombre. Habría podido enviarnos una carta. La cuestión es cómo despertar la grandeza de nuestro yo. A través de un encuentro. No hay otro método. Toparse con otro. Es así desde los tiempos de Juan y Andrés».



A Reading llegaron también los amigos de Estocolmo. Estaba Sara, clarinetista de la orquesta local de la ópera; Alessio, que trabaja en Google; Anna, que estudia el doctorado en Matemáticas; y Giovanni, informático. También estaba Jorge, que trabaja en la embajada española de Oslo y que se conecta vía Skype con los de Suecia para la Escuela de comunidad. Están charlando en el hall y se les ve contentos. «¿Los suecos son tan cerrados como dicen?». Sara sonríe: «Al principio sí, pero cuando se abren son maravillosos».

Laurens, de Bolduque, en Holanda, puso en marcha hace unos años junto a sus amigos una pequeña escuela de primaria por el deseo de que la belleza de la amistad del movimiento que había vivido en la parroquia pudiera llegar a todos. Es una aventura que acaba de empezar pero que ya ha obtenido reconocimiento estatal.

Claudia, de Dublín, nos contaba el camino que ha hecho desde la muerte de sus padres, su suegro y un cuñado. «Estos años tengo que reconocer que he cambiado. Es como si se hubiese esfumado el filtro que había entre yo y lo que tengo delante. Ante la muerte de los míos, se ha despertado en mí la pregunta sobre el significado de la vida. He empezado a preguntarme si Cristo responde realmente. Si puede sostener mis jornadas en serio». Poco a poco, la vida cotidiana se ha ido transformando para ella en un diálogo con Cristo. «He empezado a reconocer los signos de su presencia, a ver que Él me acompaña, sin quitarme el dolor, sino haciendo que lo pueda vivir con una esperanza dentro». Justo después de la muerte de su madre, sintió la necesidad de un tiempo «de silencio, para estar con Él». No quedaba con nadie, solo algunos momentos con los amigos más cercanos. «No podía soportar nada que no fuera profundamente verdadero, nada de falsas sonrisas, nada de palabras buenas pero vacías. Cuando volví a ir a los encuentros de la comunidad, llevaba conmigo esta exigencia de autenticidad. Necesitaba ser fiel a la profundidad de mi deseo. Y descubrí que lo que lo mantiene vivo es la Gracia, que actúa en los sacramentos –empecé a ir a misa más a menudo– y en la compañía de los amigos verdaderos. Ahora veo que, dentro de las circunstancias, me siento más libre. Las incógnitas sobre el futuro ya no me asustan».
«Libre, ¡por fin libre!», exclamó Carrón. «Este es el fruto del camino que nos proponemos. De otro modo, ¿por qué tendía que interesarnos? El cristianismo es este tipo de experiencia». Lo que nos parece un obstáculo, algo que hay que evitar, en realidad es la clave para entender, añadió. «Es entonces cuando empezamos una relación con Cristo que se convierte en diálogo. ¿Quién más puede estar a este nivel? Cuando escuchamos un testimonio como el de Claudia, nos damos cuenta de cómo solemos reducir lo que hemos recibido. Don Giussani nos ha enseñado que “la realidad se revela en la experiencia”, no en una explicación. Pero nos suena a chino. Pensamos que la cuestión es poseer una fórmula adecuada. Por eso, si nosotros no aceptamos hacer este camino, podemos aprendernos de memoria todos los libros de Giussani, pero no entenderemos nada. Porque sería contrario al método que él mismo nos enseñó en el primer capítulo de El sentido religioso. La experiencia cristiana debe compararse con la propia experiencia. “¿Quién eres Tú que haces posible no tener miedo?”. Una palabra no es capaz de vencer el miedo. No podemos ser útiles en este mundo si no nos interesa realmente nuestra vida. Tenemos todos los instrumentos para hacer el camino, esta es la gracia del encuentro con Giussani. Pero hay que utilizarlos del modo en que nos los ofrece».

La convivencia terminó con la misa en la fiesta de la Epifanía. En la homilía, Carrón destacó una frase del profeta Isaías: «Levántate, Jerusalén, porque ha llegado tu luz». Esa luz, afirmó, viene de este Niño y «nosotros somos como la luna, que recibe esa luz y la refleja. Ninguna tiniebla, ninguna situación caótica podrá vencerla. Si aceptamos acogerla, pobres como somos, nos hace testigos. Así hasta los paganos, como los Magos, podrán reconocerla».