Antonio Polito y Julián Carrón

Milán. Un diálogo sobre amistad y resurrección

La presentación del último libro de Antonio Polito, subdirector del Corriere della Sera, con su director, Luciano Fontana, y Julián Carrón. «Como viajantes hacia su destino, que se apoyan mutuamente en el camino de la vida»
Maurizio Vitali

Antes se hablaba de tercera edad, ahora del último cuarto. Se puede hablar, y en efecto se habla mucho –y se escribe–, sobre ancianidad sin abordar realmente todo lo que supone el hecho de envejecer. «Es como si de pronto apareciera en tu mirada una advertencia de mortalidad enviada desde quién sabe dónde», escribe en su último libro Antonio Polito, subdirector del Corriere della Sera. A partir de este hallazgo ha empezado a tomar más en serio las implicaciones de este hecho en su existencia y en la de todos. Sin «escapar de las dificultades del momento, sin banalizar», sino buscando un camino para «intentar resurgir».

Pruebas técnicas de resurrección es justamente el título del libro, que ha presentado en Milán la Fundación del Corriere della Sera, con la participación del director de este periódico, Luciano Fontana, el propio autor, y Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación.

La pregunta era si es posible una resurrección “laica”, siendo Polito no creyente. Carrón no respondió con una definición sino con un itinerario que puso de manifiesto dos detalles importantes. Primero, que había tomado en serio todo lo que el libro afirma, sin pasar nada por alto; segundo, la evidencia pública de un diálogo personal, íntimo y profundo entre Carrón y Polito, cuyo punto central era el destino del hombre y la provocación de la fe.

Antonio Polito, Luciano Fontana, Maria Serena Natale y Julián Carrón

Carrón compartió la observación de Polito de que, «después de esta revelación, todo parece distinto. Muchas de las cosas en que crees que consiste tu vida de repente pierden valor y significado, parecen obstáculos y cargas. La postración hace que te preguntes en cada gesto que haces: “¿Pero qué sentido tiene?”. De golpe eres otra persona». Señaló que «habrá alguien a quien pueda parecer exagerado conceder una importancia tan significativa a un hecho aparentemente tan banal como los primeros síntomas del envejecimiento, pero no es así». Y no lo es porque –y aquí Carrón citó a Finkielkraut, que comenta el cambio radical de perspectiva que causó en un gurú de la modernidad como Roland Barthes la muerte de su madre– un hecho particular tiene un alcance cultural y es el método supremo del conocimiento.

Junto a “acontecimiento”, otra palabra clave de la lectura de Carrón fue “razonabilidad”. «Igual que Barthes, Polito ha tenido la audacia de ser verdaderamente razonable», es decir, la audacia de «someter la razón a la experiencia». Y añadió: «Antonio es tan leal que llega hasta reconocer que hay una sola palabra para definir el alcance de esta operación, que él define “audaz hasta el límite de lo imposible: resurrección”». El libro afirma: «La resurrección de los muertos es competencia de los creyentes, y yo no lo soy. […] Pero, llegado a este punto de mi vida, siento igualmente una apremiante y desesperada necesidad de resurgir». Carrón destacó el dilema radical que Polito plantea aquí, «cuando uno no cree en la resurrección», es decir, la muerte como el final de todo, donde nuestra humanidad se rebela por una exigencia inextirpable de infinito –Polito cita a Leopardi y Dario Fo– o de una resurrección laica: seguir la vía del justo para cambiar antes de que sea la muerte la que nos cambie. En cualquier caso, una «resurrección en vida». Polito propone una “pequeña vía”. Parece una serie de sugerencias, pero son los pasos de una búsqueda: mirar a la muerte a la cara y hacer las paces con ella porque forma parte de la vida, retirar los oropeles para mantener lo esencial, restituir el bien recibido, enamorarse de la mujer, amar tanto a los hijos como para ayudarles a marcharse. Para llegar al punto culminante: buscar la felicidad aceptando los propios límites.

En este punto, Carrón lanzó un gran desafío: «Este libro nos invita a valorar las imágenes de resurrección que tenemos, a verificar si nuestros intentos nos satisfacen o si evitan el problema». Y atención: «En este punto, solo el testimonio es creíble… La respuesta al dilema central de este libro (el final o la resurrección, ndr) no puede ser una doctrina o un moralismo sino algo vivo, un testigo».

Terminó con un himno a la verdadera amistad, una amistad viva. «Antonio, yo no puedo pensar en la resurrección sin pensar en ti, ¡sin incluirte a ti! Que exista la resurrección es un hecho que no depende de nosotros. Así que mientras los dos esperamos a que se desvele el misterio, podemos vivir juntos como dos viajantes hacia su destino, que se apoyan mutuamente en el camino de la vida».



Un viajante no creyente y un viajante creyente. ¿Qué forma tiene una compañía así? Carrón remitió al relato hebreo de Martin Buber, citado por Ratzinger en su Introducción al cristianismo. Buber habla del ilustrado decidido a destruir a golpe de objeción las certezas de fe del rabino, el cual no entró en la lucha dialéctica, admitiendo que nadie había conseguido persuadirlo con sus teorizaciones, simplemente le dijo: «piénsalo, quizá sea verdad».

«Nuestra amistad, Antonio, está marcada por este “quizá sea verdad”», dijo Carrón antes de releer el comentario de Ratzinger, haciéndolo suyo. «Nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda… Esta impide a ambos que se cierren en sí mismos: al creyente lo acerca al que duda y al que duda lo lleva al creyente; para uno es participar en el destino del no creyente; para el otro la duda es la forma en la que la fe, a pesar de todo, subsiste en él como exigencia».

«Por eso somos amigos», terminó diciendo Carrón, compartiendo las mismas preguntas y permaneciendo abiertos al imprevisto, que es nuestra única esperanza, como escribió Eugenio Montale. Luego llegaron las preguntas de la moderadora y del público, dando comienzo a un diálogo en el que Luciano Fontana confesó que había «descubierto a un Polito que no conocía» (siendo ambos compañeros y amigos de toda la vida); que el libro le ha inoculado preguntas que, inmerso en supercompromisos profesionales, aún no se había planteado a pesar de estar rozando los sesenta años; y que quiere iniciarse en esa “pequeña vía” sugerida por Polito, empezando por el ejercicio de la “restitución”, del altruismo, que es lo que sintió inmediatamente más consonante con él. No es poco.

¿Y Polito? Retomó de Carrón –y relanzó– palabras clave como “acontecimiento” («el imprevisto»). «Hace que la reflexión y la mirada no partan del envejecimiento en sí sino de la experiencia de la vida». O como “razonable”, una bocanada de oxígeno para alguien que, como ha hecho él con su libro, se ha «desnudado» y luego se ha encontrado con reacciones como: «¿Pero qué problemas te haces? Déjalos pasar»; o recomendaciones para ir a un «buen psicoterapeuta»; o sugerencias (como la de un tío positivista) para tomar unas píldoras milagrosas.

Entre las muchas lecturas que ha realizado mientras componía su libro, Polito citó el librito del papa Francisco titulado La sabiduría del tiempo, donde valora su invitación a valorar la experiencia y hacer frente a la cultura del descarte. «Algo aún más necesario en una época de cambios tan rápidos. En cambio, casi da la sensación de que los ancianos nunca hayamos sido tan juveniles». Y considera que eso no está bien, porque así nos rendimos a la ruptura total con la tradición, es decir con la transmisión de valores y saberes. Como decía Rousseau: se rechaza la experiencia porque basta la red para conocer. De ahí, según Polito, la crisis de la escuela, la emergencia educativa, la explotación comercial exasperada de los menores, y otros fenómenos sobrecogedores.

Fontana mostró su acuerdo, y señaló también los procesos políticos que reflejan esa deriva. Por ejemplo, el mito (y la operación) del desguace. La ilusión, más aún el engaño, de que pueda hacerse algo bueno desechando todo lo anterior. Y la mala costumbre, muy frecuente en las redes sociales, de gritar «¡qué vergüenza!» al que piensa de otra manera, intentado descalificar brutalmente al adversario sin concederle siquiera el honor de argumentar. «Tal vez sea el momento de batirse para ser conservadores». Es decir, anti-descarte.

Respecto a la pregunta de alguien sobre los destinos cruzados de la fe y la duda, respondió Polito: «Los descubriremos viviendo».