Las palabras de don Giussani traducidas al chino

Hong Kong. De Varigotti a las playas de Mui Wo

Vienen desde China, Taiwán y Vietnam. Una convivencia de fin de semana que es también la Jornada de apertura de curso. Las palabras que don Giussani pronunció en 1968, traducidas al mandarín. Y en vez de los Dolomitas, el Pacífico…
Davide Perillo

«El cristianismo es algo que se nos ha dado, se nos presenta como anuncio, realidad imprevista e imprevisible: no existía y ahora está aquí; no podía existir y existe, está presente… Una novedad absoluta». La voz ronca de don Giussani resuena en la sala mientras las palabras fluyen por la pantalla, un ideograma tras otro. Chino mandarín, según dicen bien traducido. Escuchas, miras alrededor y aflora una extraña conmoción al darte cuenta de cómo esas frases, pronunciadas en 1968 a un grupito de jóvenes frente al mar de Varigotti, pueden llegar a tocar el corazón de esta gente hoy aquí, cincuenta años después y a diez mil kilómetros de distancia. También aquí hay una playa cerca, pero es el Pacífico, que baña Mui Wo, a media hora en ferry de Hong Kong. Entonces ves en acto nuevamente esta «novedad absoluta», tan imprevisible que si lo hubieras planeado nunca te habrías atrevido ni siquiera a imaginar. En cambio ahí está. Tiene los rostros de Ning y Wen, Ying y Shan, y todos los demás, que han llegado hasta aquí desde China, Taiwán, y alguno incluso desde Ho Chi Minh, en Vietnam.

En total, 66 personas para pasar dos días de convivencia que unen la Jornada de apertura de curso con unas mini-vacaciones que llevan por título las palabras que aparecen en el cartel situado al fondo de la sala, “Alive means present”. Ning, que ha ayudado a organizar el gesto, se ha encargado de que lo escribieran en unas camisetas azules («impresas una a una, porque cada uno de nosotros es diferente»), con un diseño que ha pensado ella misma. «Una hilera de doce puntos, muy cerca unos de otros. Son los discípulos que siguen a Jesús». Y una franja de luz más arriba, «que recuerda a un río, porque con el paso del tiempo esa compañía que le sigue va creciendo».

Todo empezó el sábado a mediodía. Estaba prevista la asistencia de Julián Carrón, pero tuvo que quedarse en Italia. Les mandó un saludo que sirvió de hilo conductor los dos días. «Os pido que estéis agradecidos por el hecho de estar juntos. No lo deis por descontado. No habéis hecho nada para estar ahí, solo habéis dicho que sí a una iniciativa de Dios hacia cada uno de vosotros (…) Las vacaciones son una ocasión preciosa para ayudaros a reconocer este hecho». Y añadió: «La vida es algo serio, y solo si somos serios con nuestro camino podremos llegar a estar ciertos de lo que hemos recibido para compartirlo con todos aquellos con los que nos encontremos».



El encargado de la introducción fue Donato Contuzzi, que está en Taiwán con otros tres sacerdotes y un seminarista de la Fraternidad de San Carlos. «Miraba a mi alrededor mientras estábamos comiendo y me preguntaba: ¿cómo es posible que personas tan distintas estén juntas de este modo? El motivo que nos ha traído aquí es este deseo de belleza. Pidamos que se haga experiencia, como nos dice Carrón».
El canto inicial es hermoso y conmovedor, como muchos de los cantos de aquí, Cun Zai, «existencia»: «¿Cuánta gente está en camino, pero sigue bloqueada en el punto de partida? ¿Y cuántos viven pero parecen muertos?». Cita a Eliot y esa «vida que perdemos viviendo» citada también en el mensaje de Julián, y muy útil para dar paso al testimonio de Michele Faldi, uno de los responsables internacionales de CL, que trabaja en la Universidad Católica.

Él también parte de ese mensaje, que le ha impactado, por la «gratitud por estar aquí, que no podemos dar por descontado». Cuenta su experiencia a lo largo del tiempo. El encuentro con aquellos chavales del instituto a finales de los 70. «Veía gente unida por un extraño vínculo. Hermoso pero extraño. No era capaz de explicarme aquel rasgo distintivo, pero me atraía». Luego la universidad, donde conoció a Giussani. El impacto fue enorme ya en la primera clase, cuando les dijo «no estoy aquí para convenceros de nada sino para daros un método para juzgar». «Es el mismo desafío que hoy», señala Michele. «Tener un camino, algo que dure en el tiempo y resista la fatiga de la vida». Cuenta palabras, hechos, anécdotas, habla de su amistad con Giussani. Termina citando unos versos de la poetisa polaca Wislawa Szymborska: «Ayer me porté mal en el cosmos. / Viví todo el día sin preguntar por nada, / sin sorprenderme de nada». ¿Qué puede mantener esta pregunta despierta? «En el fondo, estamos aquí p ara ayudarnos en esto».

Al salir, Zhi, profesor de unos 25 años, me dice que para él «es igual. Yo también veo que esta amistad lleva dentro algo distinto. Pero no tengo prisa, quiero descubrirlo poco a poco. Es un camino».
En la mesa hay tiempo para preguntar, para darse cuenta de qué es este “rasgo distintivo” que crece –y que ahora damos menos por descontado– por todas partes. Habitualmente, chinos y taiwaneses se miran de soslayo, por mil motivos históricos y políticos. Aquí no, ríen y bromean juntos, disfrutan juntos de una amistad extraña, que no tiene más razones que Cristo mismo.

Las historias se van cruzando. Gente que lleva mucho tiempo en China, como Hermes, abogado italiano que ha echado raíces en Shanghai y te habla con pasión y con ironía de un país que al principio le llamaba la atención pero que ahora adora. Gente que se va, o que acaba de volver a su país, como Marta y Begoña. O gente que viene y se encuentra algo que no imaginaba.
Andrea, 42 años, vive en China desde hace tres. «Venir aquí ha sido una gran experiencia de pobreza. Llegas y ya no tienes nada: amigos, idioma, todas las cosas a las que estabas acostumbrado… Todo vuelve a ponerse en cuestión». Pero al final «es una ventaja, porque sale a la luz lo más importante. Te das cuenta de que solo es esencial la relación con Cristo. Y entonces buscas lo necesario para vivirla». Ahora tiene novia, una joven china. También está Davide, que se casa dentro de poco. Su futura esposa, Irene, está aquí con su hermana gemela, con la que se reunió después de años sin verse.



Por la noche, testimonio del padre Fernando Azpiroz, jesuita argentino. Viene de Macao, donde dirige la Casa Ricci, una obra que atiende a pobres, leprosos y enfermos de Sida. La fundó el padre Luis Ruiz, también jesuita, español, que murió hace seis años. Su sucesor sigue un camino que vincula al padre Ruiz con don Giussani y con China, un hilo que condensa en dos frases: «Dialogar con el diferente» y «esperar lo imposible». Palabras que aquí suenan aún con más densidad mientras vemos en la pantalla fotos de su casa y diapositivas que dibujan los contornos del único camino posible para una Iglesia que quiera dirigirse a todos, «un diálogo entre experiencias». El padre Fernando sale corriendo para subir al transbordador que le llevará de vuelta, mientras en la sala seguimos adelante con los juegos.

A la mañana siguiente, el primero que me encuentro es Steven, un chavalote chino alto y simpático. Llegó a las tres de la madrugada, después de doce horas de retrasos aéreos y de dormir en el suelo del aeropuerto. «Yo me decía: si Dios lo quiere así, está bien. Querrá decir que para estos días me ha preparado algo que vale la pena todo este cansancio. Vengo deseando ver qué es».

Pronto empieza a verlo, pues justo después vemos el video con las palabras de Giussani traducidas al chino, en la pantalla y también en los cuadernos, para poder retomarlas inmediatamente. Palabras que pronunció hace medio siglo, en un lugar y a unas personas que a primera vista no tienen nada que ver con lo que hay aquí. En cambio, también dicen mucho aquí y ahora. A contrapelo, nada más salir, el mismo Steven mi dice: «Lo tenemos todo, pero nos olvidamos de nuestras preguntas. Don Giussani me hace recordarlas, me ayuda a entender qué dice el Evangelio. Solos somos muy pequeños, pero juntos somos el cuerpo de Cristo».

Tao, que conoció el movimiento hace tres años pero ya estaba bautizado, habla de «un viaje hacia la madurez. En el fondo, todos necesitamos que nos reconozcan. Las redes sociales existen por esta razón. Partimos de lo que los demás piensan de nosotros. Pero ese no es el buen camino. La experiencia auténtica es la que sucede en tu corazón». Entonces se pone a contar la suya, su experiencia. Las dificultades con el trabajo, el fracaso de su pequeña empresa, su soledad y sus oraciones a Buda durante tanto tiempo, hasta que se topó con algo que despertó su curiosidad y empezó a leer la Biblia. Allí comenzó un camino que lo ha traído hasta aquí, a confrontarse con estas palabras. «¿Qué me ha llamado la atención? El hecho de que don Giussani hable de un anuncio. La tradición es importante, pero solo es el camino que nos ayuda a ver lo que sucede ahora. Todos somos elegidos por Dios».



Por la tarde, excursión. Una subida de una hora por un paisaje verde semitropical que no esperabas ver a orillas del océano. Paramos en la cima, junto a un templo minúsculo. Cantos, gestos, risas. Escenas que has visto un montón de veces en los últimos años. Solo que aquí, cuando miras alrededor, no se ven los Dolomitas sino el mal, un campo de golf y Discovery Bay, donde tomamos el transbordador que nos lleva de vuelta al hotel. Al fondo, los rascacielos de Hong Kong, al otro lado de la bahía, un poco velados por la niebla. Aún no es de noche, pero oír las notas de Luntane, cchiù luntane (Lejos, muy lejos, ndt), el canto a las estrellas de los marineros italianos, multiplica la belleza. Que se hace aún más intensa después de la cena, al terminar la jornada con una velada de cantos: chinos, napolitanos, irlandeses y españoles. Terminando con Romaria, «peregrinación», con ese texto abrumador y cargado de historia, de pasos y de una mirada, pues a fin de cuentas no tenemos mucho que ofrecer, pero a Dios le basta, y de qué manera.

El lunes, asamblea. Empieza con otro canto precioso (Solo me interesas tú) que dirige a todos estas preguntas: «Si no te hubiera encontrado, ¿dónde estaría ahora? ¿Cómo sería mi vida?...». El padre Donato empieza diciendo: «Ayer escuchamos que los apóstoles creyeron por las palabras, los milagros, ciertas cosas que hacía Jesús. Para nosotros es igual. No hemos venido aquí para rezar, hacer excursiones, estar juntos. El cristianismo no es solo realizar actividades. El cristianismo es un acontecimiento. Cristo presente ahora. Pues bien, ayudémonos a reconocer dónde se ha mostrado».

Chiara, una italiana residente en Vietnam que venía a Mui Wo con su pequeño Tommaso, habla justo de una pregunta que Tommy lleva un tiempo haciéndole de manera insistente. «De vez en cuando se pone a llorar y pregunta: mamá, ¿qué voy a hacer cuándo ya no estés? Me obliga a preguntarme: ¿qué dura para siempre? Vine a las vacaciones desarmada, abierta a lo que pudiera suceder y agradecida porque aquí estaban amigos de hace muchos años que se han convertido en parte de mi familia. Vuelvo a casa tranquila, con ganas de volver a empezar la vida de todos los días». «Eso es lo que nos ha dicho Carrón», señala Faldi. «La vida es algo serio. Solo si somos serios con nuestro camino podemos llegar a estar seguros de lo que hemos recibido».

Steven cuenta el viaje que ha tenido para llegar hasta aquí, lleno de imprevistos. Y una pregunta que sigue abierta. «Al terminar un gesto como este, vuelvo a casa y pienso: ¿qué habrá querido decirme Dios con estas vacaciones? Quiero tomarme tiempo para comprenderlo».
Wen también llegó con una pregunta sobre la Jornada de apertura de curso. «Vi la foto en Instagram, y le pregunté a mis amigos ¿qué significa “vivo quiere decir presente”?». No es una curiosidad intelectual. Cuenta que desde hace tiempo no está bien, empezó a alejarse. En la Asamblea de Responsables de Corvara, durante una comida habló con Carrón. «Le pregunté cómo puedes entender tu vocación. Y entendí que solo hay que estar abiertos para poder reconocer la respuesta cuando llega». «Fijaos, esta es la pregunta más importante de la vida», comenta Faldi. «Los que estuvieron presentes en esa conversación dicen que Carrón saltó. Por esta razón quería venir personalmente, decía: “Si allí hay gente que vive así, sin duda tengo que ir a verlo”...».



Luego interviene Tao. Dice que «don Giussani apareció en un momento de la historia de crisis, y nos ayudó a recuperar el significado de la fe». Entonces habla de sí mismo, de cómo una época difícil se convirtió en ocasión de volver a abrirse cuando una amiga le recordó un versículo del Evangelio: «Hijo, todo lo mío es tuyo». «Me cambió la existencia. Si mi relación con Cristo se aclara, entonces mi vida también se aclara».



El último en intervenir es Chi Fang, de Taiwán. Es la primera vez que viene. Dice que cuando conoció CL tenía ciertas resistencias, «muchas veces delante de las cosas es como si oyera dos voces: una me gusta, la otra no. Normalmente la que al principio no me gusta viene de Dios… Cuando preguntas algo, Él responde enseguida, pero nosotros necesitamos tiempo para comprender. Nuestra velocidad en el camino puede ser distinta, porque cada uno es diferente, pero en cada paso hay siempre alguien que nos ayuda».

El camino. Mejor dicho, «la tenacidad de un camino», como decía el mensaje inicial. «Estad contentos de estar juntos, disfrutando de los frutos que hará madurar en vosotros». Donato termina volviendo sobre este punto. «Nos hemos dicho que las vacaciones sirven para aprender un método. Este método es el punto en común de las intervenciones que hemos escuchado. Se trata de levantar la cabeza y mirar, preguntar. ¿Pero qué es lo que nos permite mantener esta actitud de apertura? Debemos entrar en lo que Dios nos propone: su compañía. Porque Él usa un modo muy concreto: nuestros rostros».

Precisamente por estos rostros, cuando todo acaba y llega la hora de irse, la palabra que más se oye es «gratitud». La pronuncia Lorenzo, que trabaja en una multinacional. «He entendido mejor que la vida es vocación. La forma la descubres poco a poco, pero el camino ya existe». La repite Qing, que conoció el movimiento en Italia y cuando le preguntas qué ha visto, responde: «gente abierta, que te quiere y mira la realidad de un modo que me interesa». También la dice Emilia, que vive en Taipei y se casa en menos de un mes. Las expectativas son muchas, y la han traído hasta aquí con el corazón aún más abierto: «Es una gracia, porque el mayor regalo es poder conocer a Jesús».