La clausura con Julián Carrón y Pedro Cuartango

Libres de aventurar la vida

En su 15ª edición, EncuentroMadrid ha querido aventurarse y profundizar en una experiencia que nos hace a todos menos extraños: el amor a la libertad
María Serrano

«Dios ha querido estar frente a un interlocutor libre, que pudiera cuestionar o rechazar su presencia». Julián Carrón, presidente de Comunión y Liberación, era categórico en su afirmación. «Bastaría que hubiera eliminado una pieza minúscula, como es la libertad humana, para que todos disfrutáramos ya de la gloria. Pero, ¿a qué precio? A un precio demasiado grande para la dignidad del hombre. Entonces Él prefiere correr el riesgo».

La libertad ha sido la espina dorsal en torno a la que se ha estructurado la última edición de EncuentroMadrid, un evento cultural que acaba de cumplir 15 años. En un diálogo abierto en torno al libro ¿Dónde está Dios? (Ediciones Encuentro, 2018), Carrón entraba en relación con el periodista y exdirector del periódico El Mundo Pedro G. Cuartango, que desnudaba su pregunta ante un foro de 500 personas.

«Yo me eduqué en una familia muy católica, en una escuela parroquial, me he imbuido en el cristianismo y hasta los 17 años iba a misa y rezaba el rosario a diario. Pero, de repente, me quedé vacío, perdí la gracia. Yo quiero creer, pero lo que veo es el vacío, el no-ser, que los seres humanos somos contingentes y finitos, que estamos arrojados al mundo; podemos encontrar un sentido en la lucha pero me resulta imposible creer en la trascendencia. No es una elección, no me complace, es una especie de condena». Unas palabras que publicaba también en su columna del periódico ABC. Sus reflexiones plantean continuamente la pregunta que encuentra título en el último libro del sacerdote español, ¿Dónde está Dios?

La aventura de la libertad. Carrón y Cuartango eran los encargados de desgranar el lema cervantino de esta edición, «Por la libertad se puede y debe aventurar la vida». Porque el anhelo de libertad es irrenunciable y, al mismo tiempo, pone de manifiesto una de las grandes paradojas de nuestra existencia y de nuestro tiempo: la capacidad de elección –algo precioso e ineludible– no basta para hacernos experimentar la libertad de manera que, viviendo, podamos decir “soy libre”. Esta paradoja es la que planteaba Cuartango en su diálogo, una perplejidad que se sumaba a la consecuencia más dolorosa de la libertad: la existencia del mal en el mundo.

«Explicamos el mal como una lógica o corolario cultural, como si no fuera fruto de la libertad, que ha decidido algo de una manera equivocada. El problema es si este misterio es absolutamente irresoluble o tiene alguna posibilidad de respuesta históricamente hablando. ¿Cuál es la novedad que se ha introducido en la historia? Según el cristianismo, Dios no ahorró ni siquiera a su propio hijo», contestaba Carrón, para quien «el mal produce mal, y el peor mal que produce es que introduce una sospecha en relación con el Misterio. Pero hay uno en el que el mal no ha vencido: Jesús de Nazaret».

La exposición ''1968. La revolución del deseo''

Así, para muchos de nosotros, occidentales de nuestro tiempo, nunca ha existido una época con menos ataduras e imposiciones y, sin embargo, como escribe el poeta Jesús Montiel, se advierte «un arrastrar quejoso de cadenas detrás de cada hombre que camina». Las promesas traídas por el viento de las ideologías nos han dejado un sabor amargo, mientras descubrimos que la ausencia de vínculos no nos permite hacer experiencia de una libertad verdadera. Es la decepción vital que expresaba la generación que vivió el mayo del 68. «Aquellos jóvenes estaban dispuestos a dar la vida precisamente para encontrarle un sentido. Es un deseo justo: querían ser protagonistas de su historia, encontrar algo que hiciera grande la existencia. La deriva ideológica, en todas sus versiones, que pronto se apoderó de aquel movimiento estudiantil, hizo que aquel deseo de autenticidad y protagonismo fracasara estrepitosamente», explicaba el filósofo Marcelo López-Cambronero, autor, junto a su mujer Feli, del libro-entrevista Mayo del 68: cuéntame cómo te ha ido, en la mesa redonda que inauguró EncuentroMadrid.

Y tras el fracaso, llega el desencanto, la pérdida del sentido religioso, la culpa a una sociedad demasiado estructurada y a un cristianismo demasiado moralista. «A los jóvenes de entonces, como a los de hoy, no les valen las respuestas prefabricadas. No es solo que perdieran el sentido de la vida, sino la misma esperanza de que la vida pueda tener un sentido». El también comisario de la exposición homónima, 1968. La revolución del deseo (que exploraba las sendas que recorrió este deseo y sus distintas formas de expresión: música, arte urbano, poesía, la liberación sexual, las drogas, incluso el terrorismo) para entender de qué forma somos herederos de aquel tiempo que ha configurado el nuestro, compartió mesa con dos conferenciantes de altura. Tanto Aldo Brandirali, que llegó al vértice del Partido Comunista italiano y fundó un movimiento maoísta, para darse cuenta de que nada de aquello estaba a la altura de su corazón, como el sociólogo Mikel Azurmendi, que pasó del marxismo y la militancia en ETA a ser protagonista directo de los altercados de París, contaron en primera persona lo que sucedió aquella primavera.

«El 68 fue la manifestación de un proceso que se venía fraguando desde comienzo de los 60 y el síntoma de todo lo que vino después». La pérdida de sentido, la expansión hedonista de nuestros propios deseos y la construcción del mundo fuera de la ‘cartografía de Dios’, en palabras de Azurmendi, fue el nacimiento de una ideología en forma doble. «Ideología en lo que concierne al propio cuerpo –la liberación sexual, la destrucción del amor y de la familia– y en lo que atañe al cuerpo social, es decir, a la política».

Alberto Ruiz Gallardón (a la derecha) con Soledad Becerril y Teo Uriarte

Sobre la libertad en la política versó otro acto de este fin de semana, el que ponía en el centro del debate una de las mayores preocupaciones de la sociedad de hoy: la situación de España cuando se cumplen 40 años de su Carta Magna. «La democracia es un sistema político que siempre está en riesgo, porque los sistemas que no tienen riesgo son aquellos en los que no hay libertad. Siempre ha sido un sistema frágil, pero su fragilidad es justamente su grandeza», explicaba la ex Defensora del Pueblo Soledad Becerril, protagonista de aquellos años de Transición.

En esa búsqueda de la libertad a través de la búsqueda de la democracia hubo muchos caminos. Teo Uriarte explicó su larga trayectoria política: él no abandonó ETA cuando la banda decidió emplear la violencia, sino al contrario. Fue su forma de luchar contra la dictadura. «Pero yo en realidad no luchaba por la libertad, sino por imponer mi proyecto político. ¿Cuándo empecé a jugarme la vida por la libertad? Precisamente cuando entendí la libertad del otro. Y entonces me convertí en un traidor». Este reconocimiento del valor del otro es, según los ponentes, lo que hoy más hace falta en la política.

La experiencia que se ha puesto de manifiesto en EncuentroMadrid es que solo a través de una pertenencia concreta, a través de relaciones en las que nuestra humanidad se implica, empezamos a reconocer el gusto inconfundible de la libertad. Es lo que le ha pasado a Mikel Azurmendi, a los 50 años de su abandono de la banda terrorista ETA y de su búsqueda en el exilio, en París. Hace dos años, precisamente en el EncuentroMadrid, formuló con esta palabra su descubrimiento: «Aquí sucede algo». Una experiencia que ha plasmado en un libro, El Abrazo, que presentó también junto a «este pueblo que vive una vida única, con rostro de resucitado».

Mikel Azurmendi

«Cuando llegué a EncuentroMadrid, sentí una mirada alucinante. Entre ellos, había un amigo cuya mirada entraba en mí y se quedaba en mí. Era como si me perdonara. Yo veía que era una mirada que me estimaba. Me sentí como nuevo», contaba conmovido el profesor de la Universidad del País Vasco, que comenzó entonces su trabajo de campo para llegar a la conclusión de que había dos palancas que movían este «estilo de vida (ethos)», que se pueden enunciar como dos principios: «la vida es para darla» y «el otro es un bien». Más tarde llegó a reconocer que «la gasolina que movía esos dos motores era Jesús, Dios hecho hombre, muerto y resucitado».

Libres en la persecución. ¿Se puede ser libre también en medio de la guerra, de la violencia, del dolor, de la persecución? Juan José Aguirre lleva 38 años como misionero en la República Centroafricana, un país que vive desde hace cinco años inmerso en una cruenta guerra civil alimentada por grandes potencias extranjeras. Tanto él como la responsable de las relaciones institucionales a nivel internacional de Ayuda a la Iglesia Necesitada, Marcela Szymanski, testimoniaron que sí. Cada uno partiendo de su experiencia personal, aludieron a una única fuente de esperanza. «Nuestra fe en el Jesús del Calvario es nuestra esperanza, es lo único que no nos pueden robar, es quien nos enseña a sobrellevar el sufrimiento gratuito del ser humano; Jesús que nos dice: “Tenemos que pasar por la tribulación para llegar tres días después a la resurrección”».

La libertad en la educación fue objeto de un diálogo entre el exalcalde de Madrid Alberto Ruiz-Gallardón y el editor crítico y literario Ignacio Echevarría. La libertad en el arte y en la literatura, la libertad en la economía y en la ciencia, incluso la libertad en el dolor, como testimoniaban las dos mesas redondas que hablaban sobre la enfermedad, una centrada en la salud mental y otra en los cuidados paliativos. EncuentroMadrid ha despertado, un año más, un diálogo en busca de experiencias reales que nos rescaten del escepticismo. Porque cualquiera que sea la circunstancia en la que nos encontremos, la realidad nos sigue presentando ejemplos de personas que aventuran su vida por la libertad, «el reflejo más hermoso que hay en el mundo de la libertad del Creador» (Ch. Péguy).