La misa del Papa en el Foro Itálico de Palermo

Palermo. «Nuestra jornada con Francisco»

No se quedaron «en el sillón». Estudiantes, adultos, jóvenes, familias. Entre las cien mil personas que acompañaron la visita del Papa a Palermo, también estaba la comunidad siciliana del movimiento. Así lo narra uno de ellos
Francesco Inguanti

Es sábado 15 de septiembre. Todo está ya preparado para la llegada del Papa a Palermo. En el Foro Itálico, lugar elegido para la misa con Francisco, ya surcan el cielo dos grupos de globos amarillos y blancos que portan dos pancartas que hacen visibles dos letras: la “C” y la “L”, muestra del numeroso grupo del movimiento que ha llegado hasta allí para ver a Francisco.

A las nueve ya están todos. La frase que más suena es la misma de siempre: «¡Esperamos poder verlo de cerca!». Palabras que están llenas del deseo de “escuchar y comprender”, cargadas de expectativas ante un hombre que viene a Palermo para honrar al padre Puglisi, pero también para dar conforto y esperanza a todos. Así, entre abrazos, cantos e historias del verano, a las once llega el helicóptero con el Papa.



El cansancio y el calor sofocante de pronto parecen desvanecerse. El papa Francisco ha querido ir a Sicilia no un día cualquiera sino el día en que se recuerda el martirio del beato Pino Puglisi. De hecho, para este sacerdote son las palabras más afectuosas de la homilía. «No se dedicaba a hacerse ver, ni a los llamamientos anti-mafia, tampoco presumía de no hacer nada mal, pero sembraba el bien». Cien mil personas escuchan al Papa. No ha venido a homenajear a “un santo de estampita”. Su invitación a evitar “atajos y trucos” es para todos.

La visita de Francisco a Sicilia ha coincidido con los veinticinco años de aquella histórica de Juan Pablo II en 1993 y su advertencia a la mafia entre los tempos de Agrigento: «¡Convertíos!». Pero el 15 de septiembre también se celebra en Sicilia la fiesta de la Virgen de los Dolores, a la que recuerdan en el palco una estatua de madera y el saludo del arzobispo de Palermo, monseñor Corrado Lorefice: «Hoy hacemos memoria de la Virgen Dolorosa, de la que el pueblo siciliano es devoto históricamente. Conservando en su corazón el dolor por el Hijo muerto y el perdón a sus asesinos, se convierte, al pie de la Cruz, en Madre de la Iglesia y de la humanidad. Ella es nuestra guía, nos indica el único camino».



Después, alrededor de los carteles con la “C” y la “L” nos encontramos con el deseo de conocer y expresar lo que acabamos de vivir. Por ejemplo, con Diana. «Hoy se nos pide elegir de qué parte estamos: vivir para nosotros mismos o entregar la vida. No se trata de ser cristianos solo en la forma, sino de decidir vivir según la lógica del Evangelio. Es la única manera de no perder la vida, al contrario de lo que el mundo cree, solo así podemos conservarla y verla florecer». Añade María: «El papa Francisco nos ha señalado en el beato Puglisi un ejemplo al que mirar para entender qué significa una auténtica vida cristiana. Para cambiar el mundo no hacen falta proclamas». También interviene Piera. «Mientras Francisco hablaba, yo me preguntaba: ¿con qué ojos puedo mirar la realidad a la cara como hizo Puglisi delante de su asesino? Hace falta una mirada que es fruto de una relación personal con Él». En el grupo también hay profesores que acompañaban a algunos de sus alumnos, como Giuseppe o Cinzia; sus alumnos la bombardean a preguntas desde el primer día de clase. «Les había llamado mucho la atención algo que dijo el Papa hablando de Puglisi y me preguntaban qué quiere decir que hay que dar la vida para salvarla. Y también qué tiene que ver el don de sí con la mafia y los mafiosos…».

La comida con los pobres en la Misión de Biagio Conte

También estaba allí Carmelo, responsable de CL aquí, que después de seguir la celebración en las primeras filas se unió a los demás para comer juntos. Le llamó la atención la cercanía del Papa. «Para mí ha sido una invitación a la conversión para todos. A elegir la vida buena y tomarla en serio, buenos y malos». También fueron llegando los universitarios que habían colaborado en el servicio de orden en los alrededores del palco. «Nos han pedido ayudar a los sacerdotes con las vestiduras», cuenta Giampiero. «Eso nos ha ayudado a entender el significado de lo que estaba pasando. El que estaba en el escenario no era una estrella de rock sino el sucesor de Pedro. Esta conciencia nos ha guiado en todo momento».

Entre tanto, el papa ya había llegado a la “Misión de Esperanza y Caridad” de Biagio Conte, para comer con los pobres. Se le veía como en casa. Ni un signo de extrañeza, sonriendo e interesándose por cada uno. También hubo tiempo para algunas bromas sobre la comida que habían preparado los voluntarios para los doscientos “afortunados” que compartían sala con él y otros mil fuera, en el patio.

El encuentro con los jóvenes en la plaza Politeama

El Papa llegó a la plaza Politeama pasadas las cinco de la tarde. Se le veía el rostro cansado, pero estaba presente. Le habían adelantado las preguntas que tres jóvenes iban a hacerle, y él no ocultó que se las había preparado, hojeando los apuntes que llevaba. La primera pregunta era sobre cómo escuchar al Señor. «No quedándote en el sillón», porque «quedarse sentados crea interferencias con la palabra de Dios», respondió Francisco. Les invitó a moverse, a ponerse en camino, a no pensar que ya habían llegado a la meta. Con ese tono de educador, de pastor que ama a sus ovejas. Y para no dejar dudas, repitió tres veces: «¿Entendido?». Y luego hizo él la pregunta: «¿Dónde buscar al Señor?». La respuesta no dejaba lugar a dudas. «No en el teléfono móvil, ni en la televisión, tampoco delante del espejo». Les puso en guardia ante las relaciones fingidas y ficticias, y les invitó a creer en sí mismos, porque «Jesús cree en vosotros más que vosotros mismos».



«Sois un pueblo acogedor». De nuevo la invitación a favorecer los encuentros. Pero no por buenismo sino porque «la fe se basa en el encuentro, en un encuentro con Dios. Dios no nos deja solos, Él bajó para encontrarse con nosotros. Él nos sale al encuentro, nos precede para encontrarnos». Y añadió: «Sois un pueblo con una gran identidad y tenéis que estar abiertos a todos los pueblos que, como en otros tiempos, vengan aquí. Con ese trabajo de integración, de acogida, de respetar la dignidad de los demás, de solidaridad. Para nosotros no son buenos propósitos para gente educada, sino rasgos distintivos de un cristiano». Un sorbo de agua y prosigue. «Lo que hoy falta es el amor. No el amor sentimental sino el amor concreto, el amor del Evangelio». Ya pasan de las seis, pero él continúa. «He hablado de vuestra esperanza, del futuro: vosotros sois la esperanza. He hablado del presente: vosotros tenéis la esperanza en vuestras manos ahora. Pero os pregunto: en este tiempo de crisis, ¿tenéis raíces?». Sabe que es una cuestión complicada. En el frenesí de vivir el presente y, tal vez, soñar con el futuro, nunca hay tiempo para entender de dónde venimos. «Sin raíces, todo se pierde. No se puede ir a crear esperanza sin raíces», afirma después de invitarles a redescubrir su cultura y buscar a los ancianos de su pueblo.

El sol se pone en la plaza y una brisa alivia la fatiga de una jornada inolvidable. Llega la hora de despedirse. «Muchas gracias por la escucha y la paciencia», dice Francisco. «Perdonadme, os he hablado sentado, pero a estas horas me duelen mucho los tobillos. Gracias. Y no lo olvidéis: raíces, el presente en vuestras manos, y trabajar por la esperanza del futuro para poder tener identidad y pertenencia. ¡Gracias!».

15 de septiembre. El pueblo vuelve a casa. Mañana vuelta a empezar, pero ya nada será como antes.