Julián Carrón en Sao Paulo, Brasil

Brasil. Una certeza en medio de la confusión

Julián Carrón visita a la comunidad brasileña. Una asamblea sobre la experiencia de familiaridad con Cristo en los relatos de Claudiana, Alejandra, Ana Lucía, Otoney... «Nuestra contribución al bien de todos es seguir lo que Cristo hace en nosotros»
Isabella Alberto y Silvia Brandão

El pasado domingo 9 de septiembre tuvo lugar en Sao Paulo un encuentro con Julián Carrón para profundizar en el camino de la comunidad de Comunión y Liberación en Brasil, partiendo de la pregunta: “¿Qué experiencia estamos teniendo de la familiaridad con Cristo?”. Allí se dieron cita cerca de trescientas personas, más otras muchas que pudieron seguir la emisión en directo desde varias ciudades e incluso por Facebook.

El diálogo empezó con el testimonio de Claudiana, madre de cinco hijos, a propósito del homeschooling, una opción que cada vez eligen más padres intentando proteger a sus hijos de la confusión del mundo actual. Carrón explicó que, frente al derrumbe de las certezas, crece el miedo, la inseguridad, y la reacción de la mayor parte de la gente, incluso católica, es la de intentar defenderse. «Pero si nuestros hijos no pueden vivir en el mundo que nos rodea, será un fracaso nuestro. ¿Cuál es la verdadera protección que permite vivir la realidad sin miedo? Ver gente que se ha topado con la novedad cristiana y que vive en la realidad sin miedo. Cuando la fe empieza a convertirse en experiencia, uno se sorprende porque llega a tener una certeza en medio de la confusión generalizada, se libera». Carrón subrayó que el cristianismo nació en tiempos del Imperio Romano y el apóstol Pablo no tenía miedo, no se aisló sino que llevó a todos la certeza de Cristo.



La familiaridad con Cristo, que nace gracias a una historia, fue el tema central del testimonio de Ana Lucía y Alejandra, hermanas gemelas que han descubierto la fascinación de esta experiencia siguiendo los gestos del movimiento. Ana Lucía participó en la presentación del libro A beleza desarmada, en Sao Bernardo do Campo, y ante la potencia de lo que vio allí decidió, después de catorce años, participar en las vacaciones de la comunidad. Invitó a su hermana y salieron de viaje con sus maridos e hijos. De camino de regreso a casa, sentían el deseo de volver a estar cerca de esta historia, ya fuera en el grupo de madres o en la caritativa, con el mismo ardor que sentían al principio. Carrón nos pide seguir dando espacio a estas experiencias donde observa que la familiaridad con Cristo no sucede gracias a un esfuerzo o pensamiento nuestro, sino que se realiza exactamente igual que en la relación del niño con su madre: viendo todo lo que hace por él, crece su certeza de que ella es su madre. El hijo incluso podría pensar que el mundo está a punto de acabar, pero no puede olvidarse de que su madre le ama. La familiaridad con Cristo aumenta a partir de lo que vemos suceder en los hechos en los que participamos, por ejemplo en las vacaciones. «¿Cómo podemos saber que allí puede suceder nuevamente el encuentro con Cristo? Porque nos volvemos más libres, más abiertos a la realidad. Solo una presencia que penetra en lo más íntimo de nuestro yo puede darnos la fuerza necesaria para afrontar la realidad sin tener que defendernos ni levantar muros. Pertenecemos a un lugar que genera este tipo de persona».

Carolina contó su experiencia de familiaridad con Cristo con motivo del ingreso de su hija en la unidad de cuidados intensivos y su sorpresa cuando, ante las complicaciones de las pruebas clínicas de su hija, se descubrió sintiendo una sensación de inestabilidad y duda. Carrón aprovechó la circunstancia como una ocasión estupenda para preguntarse: ¿mi coherencia depende de lo que yo soy capaz de hacer, o de Él? «Nosotros queremos poner nuestra seguridad en lo que hacemos, cuando nuestra seguridad está en Él. La seguridad consiste en que Cristo está contigo incluso cuando no puedes hacer lo que más desearías». El camino está lleno de altibajos, como decía san Agustín, afirma Carrón. «La madurez no significa no caer, sino verificar que Cristo no es derrotado por nuestras derrotas. Cuando tienes miedo, la sensación de no poder es una ocasión para mirar a Cristo, para hacer crecer tu certeza en su presencia. La certeza no es en nosotros sino en lo que miramos, y esto podemos hacerlo por frágiles que seamos».



Otoney trabaja como abogado en la Archidiócesis de Salvador y contó que por su cincuenta cumpleaños organizaron una fiesta en la que él quiso dar gracias por todo lo que ha recibido desde su conversión, hace 26 años, por la posibilidad de conocer y servir a personas de carismas distintos teniendo claro el lugar al que pertenece. La fiesta se organizó gracias a la insistencia de sus compañeros, que tuvieron mucha tarea que hacer. Carrón destacó la sorpresa constante porque el camino de personalización de la fe es posible en cualquier situación en que uno se encuentre. De tal modo que los que nos rodean reconocen que algo sucede en nosotros. «Esta es la naturaleza del carisma que Dios nos ha dado: una gracia para la persona y un bien para todos». Hasta el punto de que Dios rejuvenece a su Iglesia con los dones que le da, tanto dentro como fuera de ella.

Para terminar, Cleuza contó lo abrazada que se sintió cuando conoció el movimiento y cómo, silenciosamente, esto ha ido cambiando poco a poco su vida y la de muchas personas. «El verdadero trabajo es el que genera personas, como pasó en los barrios de la Asociación de los Trabajadores Sin Tierra de Sao Paulo, donde, según la policía militar, el nivel de violencia se ha reducido mucho». Carrón insiste en que nuestra forma de contribuir es la misma dentro y fuera de la Iglesia, y que todos pueden reconocerla. «A la violencia solo la vence el amor, y ese proceso empieza cuando cada uno de nosotros se siente amado». El inicio del cambio no se limita a la persona sino que, como en el caso de Cleuza, ha llegado a los barrios desde la asociación. «Nuestra contribución al bien de todos es seguir, dar espacio a lo que Cristo hace en nosotros. El bien común no es algo que venga impuesto o programado, sino algo que nace de la experiencia de cada uno y, en la medida en que otros lo ven, poco a poco se reconoce como un bien para todos».