El cardenal Angelo Scola

Meeting 2018. ¿Cómo se puede cambiar el mundo?

La pregunta de una universitaria hoy y el deseo de los jóvenes del 68 y el camino de la libertad, protagonista de tantos encuentros… Y el testimonio del cardenal Scola
Alessandra Stoppa

En la exposición dedicada al deporte, Enjoy the game, fruto de la pasión de un grupo de veinteañeros, hay un impactante video sobre Jesse Owens, con palabras tomadas de su autobiografía. El campeón negro, que en el day of days (el 25 de mayo de 1934) consiguió en menos de una hora batir cuatro récords mundiales, sufrió la segregación racial desde pequeño, cuando iba corriendo detrás del autobús, que no se paraba por el color de su piel, y hasta en aquellas carreras que le hicieron inmortal en los Juegos Olímpicos, donde la discriminación se hacía muy dura. Pero él dice: «Me preguntan si estoy enfadado por la injusticia. No. Yo corro porque soy feliz. Corro porque soy libre. He tenido muchos éxitos pero nada tiene el valor de saber quién eres tú y quién es el otro».

Las palabras del campeón resuenan en mi cabeza cuando, a mitad del encuentro que abría la jornada de ayer, dedicado a “La libertad en el espacio público”, el jurista Joseph H.H. Weiler va a fondo en su diálogo con el magistrado Sabino Cassese y el periodista Alessandro Barbano. Hablan sobre la relación entre individuo y comunidad, del actual exceso de derechos que a veces sale caro y la necesidad de recuperar la dimensión de los deberes, pero Weiler insiste en una cuestión que le parece radical, «la felicidad y la libertad de la persona no dependen de la libertad que garantiza el espacio público». Y añade: «Tenemos muchísimos ejemplos de gente que vive en regímenes de países donde se niega la libertad pero en cambio ellos son libres. Y también tenemos personas que viven en nuestras sociedades, caracterizadas por una amplia libertad pública, pero no son libres. Porque no son libres interiormente».

El tema del «lado oscuro de internet», que plantea Barbana, es un ejemplo cotidiano. «Ese lado oscuro», precisa Weiler, «depende de la persona, si es esclava o no de esos instrumentos». Por tanto, «es esencial garantizar la libertad en el espacio público, pero de ninguna manera esto garantiza la libertad de la persona». Cuando Cassese vuelve a reclamar la perspectiva de los deberes para contribuir a “liberarse de las necesidades” –y se refiere a la sanidad, al trabajo, a la educación y a la asistencia–, Weiler responde con una provocación propia de un judío errante que ha vivido en muchos países: «Los países nórdicos tienen sistemas perfectos, pero los italianos son más felices».



El porqué de esta afirmación sería una pregunta interesante para el ciclo “Ser italianos”, que este miércoles contó con la presencia del empresario Brunello Cucinelli, que no ocultó su alegría por estar en el Meeting. «Me ha gustado muchísimo que Violante me invitara a hablar sobre la identidad italiana. Nos hace mucha falta volver a partir de quiénes somos». La cuestión de la identidad, de la pregunta ¿quién soy yo?, estalla también en el encuentro sobre “La unidad de la persona”, con José Clavería, rector de la Fundación Sacro Cuore de Milán, y Pilar Vigil, medico chilena, miembro de la Pontificia Academia por la vida y presidenta de “Teen Star”, un método de educación afectivo-sexual creado en los años 80 en Estados Unidos por Hanna Klaus. Un método en cuya historia, como en la persona de Vigil, se mezcla también la historia de la Iglesia, y concretamente las figuras de Wanda Półtawska y san Juan Pablo II.

El encuentro con José Clavería yPilar Vigil

Vigil y Clavería respondían a las preguntas que les lanzaba Giulia, estudiante universitaria, y lo hacían partiendo de su propia experiencia –totalmente abierta– sobre qué es la «persona» y sobre el maravilloso riesgo de acompañarla en toda su integridad, de cuerpo y alma, en su dimensión física, biológica, psíquica, emotiva, afectiva. «“Teen star” quiere mirar a la persona no como un problema sino como una realidad única que siempre está en un momento único de su vida», afirma Vigil, que desde niña ha estado fascinada por el inicio de la vida, a lo que ha dedicado todos sus esfuerzos. En el escenario de Rímini se abre paso el drama de una sexualidad “protegida” que pierde su verdad auténtica, la rebelión ante los límites biológicos, la experiencia del amor, la urgencia de «una pedagogía que sea realmente cristiana, encarnada». Al oírla hablar se abre de par en par la curiosidad por la propia humanidad, por la libertad con que ella la mira, «sin ese velo de vergüenza y temor», como dice Giulia cuando habla de su encuentro con Vigil, «que normalmente hay en torno a la afectividad y la sexualidad. Cuestiones que tienen que ver con el deseo más importante de toda nuestra vida: amar y dejarnos amar».



Clavería narró su experiencia educando, las heridas y fragilidades afectivas que acompaña, ofreciendo a la platea una riqueza de detalles muy personales y concretos, preguntas, episodios, consejos, provocaciones. «Para que un joven sea feliz es decisiva una claridad sobre la cuestión afectiva, que demasiado a menudo se confunde con los sentimientos, y así se termina arruinando las relaciones, perdiendo a las personas, que se quedan “tiradas como un juguete roto”». Habla del «sacrificio» como parte del cumplimiento de la afectividad, «no se puede eludir: busca e imita a aquellos que viven las relaciones queriendo el bien del otro». Pilar añade: «Comunicación no significa relación. Tenemos que aprender qué implica una relación: optar por la intimidad. ¿Y qué es la verdadera intimidad? La capacidad de existir en el corazón del otro, que es distinto de mí». De hecho, «solo hay verdadera intimidad si está clara la identidad. Si tengo una mirada verdadera hacia quién soy yo, entonces podré estar delante de ti sin manipularte».

Maria Bocci y Mario Calabresi

Verdadero conocimiento de la realidad y de uno mismo. «¿A mí qué me oprime? ¿A mí qué me libera?». Es la pregunta de Margherita, una de las universitarias que ha preparado la exposición sobre el 68, pregunta que la historiadora Maria Bocci, una de las comisarias, toma como punto de partida para el encuentro con Mario Calabresi, director del diario La Repubblica. Bocci repasa un año de trabajo con los chavales, su disponibilidad personal para cambiar de perspectiva siguiendo lo que les interesaba. Habla del anhelo de «autenticidad» como clave interpretativa de la exposición y de cómo este deseo en los jóvenes de hace cincuenta años la ha provocado, a ella y a sus alumnos, mirando el momento presente. De tal modo que el 68 –con sus «pasos en falso», su quererlo «todo y ya» y su rechazo a priori del pasado que «desembocaron en el horizonte vacío que tenemos hoy»– ha hecho estallar en ellos «una avalancha de preguntas». Como dice la carta de Margherita: «Ahora me pregunto a menudo qué significa cambiar el mundo, cómo se hace; me he quedado asombrada por el hecho de que cambiar el mundo perdiéndote a ti mismo no es cambiar el mundo sino perder el tiempo». Por eso, con esta exposición, «no hemos querido contar lo que sabemos sobre el 68 sino ofrecer todo el desafío que plantea, y que no se ha perdido».

Calabresi recordó a Sergio Marchionne, que quedó «hechizado» por el Meeting. «Cuando me contó lo que había visto me dijo: “No es verdad que a los jóvenes ya no les brille la mirada”». Luego habló del hospital de Uganda que hoy atiende a cientos de pacientes al año pero que nació de la lista de bodas de su tía, que se casó en 1969 y que junto a su marido quería «cambiar el mundo, marcar la diferencia», y por eso pidieron a todos sus invitados que para la boda les regalaran todo lo necesario para abrir una maternidad (por aquel entonces una sala) en el corazón de África.



El empeño y anhelo por la libertad y la felicidad, no solo en los jóvenes, ha marcado el ritmo de los encuentros, uno tras otro. El “extraño caso de Moisés” planteado por Weiler y Stefano Alberto, el relato de Aldo Brandirali, y sobre todo el hermoso testimonio del cardenal Angelo Scola en la presentación de su autobiografía Ho scommesso sulla libertà (He apostado por la libertad, ndt.), con Alberto Savorana y Luigi Geninazzi. El relato de Scola es un crescendo. Su experiencia de fe, que comenzó «mamando la leche materna», el descubrimiento total del cristianismo «en un encuentro», con Giussani y su carisma, «ese Jesús del que tanto había oído hablar y del que tanto había hablado estaba delante de mí, contemporáneo a mí. Desde entonces mi vida cambió».



El recorrido de su vida, la conquista de la «humildad» que fue un largo camino, hasta el estupor de hoy en día, pasando por el propio Meeting, por «la permanencia de esta posibilidad de suscitar el gusto de lo nuevo, del nacer. ¡Lo nuevo en mí, en ti, entre nosotros! Salgo distinto después de media jornada así. Todo lo que Dios me ha dado, también con grandes responsabilidades, es como si se hiciera vano en comparación con la posibilidad de que lo nuevo se regenere».



Cuando afronta el tema de la libertad, Scola va hasta el fondo de la propuesta de Jesús: «No se da la felicidad en la vida sin la expansión cotidiana de esa libertad, sin el cumplimiento de la libertad. “Si me seguís seréis libres, verdaderamente libres”. Ese verdaderamente lleva dentro una contestación radical a todo el vilipendio de la libertad que se practica en la historia del hombre. Es una invitación actualísima para cada uno de nosotros». Terminó hablando del «testimonio», algo que ha aprendido visitando a los enfermos, que «siempre es personal y comunitario», con el que tenemos un deber de manifestación pública. «Sin embargo, también tenemos el deber de leer hasta el fondo lo que el momento histórico nos pide y lo que es proporcionado o no a la hora de poner en camino el principio irrenunciable que quiero afirmar. Y luego está el respeto a la sensibilidad y estilo de cada uno».

Para él, no hay testimonio sin un criterio de valoración histórica objetiva y, sobre todo, sin relación con la autoridad, ofreciendo así una profundización en la realidad de Comunión y Liberación. «El movimiento siempre ha podido gozar de la certeza inquebrantable de don Gius respecto a la autoridad de la Iglesia. Y esta ha sido sin duda una condición para florecer. Si hoy el movimiento está en más de noventa países no es por casualidad. Es por la conveniencia de la autoridad, para que la comunidad adquiera todo su espesor. Nunca es un factor contra la libertad, permite siempre reconducirse en el cauce de la unidad, sin la cual ninguna realidad eclesial tiene futuro».