Meeting 2018. El ojo de cristal y la felicidad
Crónica de una jornada llena de encuentros y personajes. Desde la libertad de Jean Valjean a la de la escritora adolescente Verónica Cantero Burroni. Para continuar con un viaje por las estrellas que culminó en las aulas…La palabra que cierra el lema del Meeting parecía haberse hecho dueña del Meeting en le jornada de ayer: felicidad. El Meeting está en camino, el itinerario de Job, el deseo de vivir “días felices” citado por el Papa en su mensaje. Fascinante. Y mucho. «Pero yo no me siento feliz. Quizás la felicidad solo sea una tregua a la infelicidad. Un hombre puede ser afortunado, pero no feliz». Palabras que resonaban en el auditorio en el primer gran encuentro de la mañana. Era la voz de Franco Branciaroli en un video previo al diálogo entre Davide Prosperi y Luca Doninelli sobre Los Miserables de Víctor Hugo. «En el fondo a Jean Valjean, por el tipo de hombre que era, le bastaba poco para atenuar su tensión. Como un día hermoso, quizás». No está de acuerdo Doninelli, escritor y autor de una versión teatral breve del clásico francés, y parte de lejos, de lo que es una gran obra, «no un fresco sino un nexo con las estrellas, la expansión de algo que sucede en un instante, la relación con el universo aquí y ahora». Hugo lo construye con un héroe que no habla, no triunfa, con digresiones impropias… «Si hay cosas que un escritor no debe hacer, él las hace todas». A Hugo solo le interesa su camino de purificación, su camino humano. «Es una novela sagrada escrita por un hombre anticlerical». «Toca el corazón de quien se acerca», añade Prosperi, un bioquímico apasionado por esta novela y antiguo alumno de Doninelli cuando daba clase de filosofía. «Es una gran obra porque describe al hombre en su nivel más esencial: el deseo de bien, de ser amado». En Los miserables reside toda la venganza de una generación que ha sido víctima de la injusticia. Pero para Valjean hay un hecho, al principio de la novela: el gesto del obispo Myriel, que no solo le exonera de la acusación de haberle robado la cubertería, sino que además le da más de lo robado. «Se ve liberado de su culpa, pero recibe el descubrimiento de una libertad más grande». Ya no se separará de ese hecho, hasta el final, «en un camino de autoconciencia lleno de encuentros, a lo largo de toda su vida».
Una libertad distinta de los que iban a morir en los motines de 1832 que narra la novela de Hugo. Distinta de la de muchos de los que estos días se oye hablar en la zona del Meeting dedicada a la historia. No es casual que, después del encuentro con el exbrigadista Bonisoli, se gire la mirada hacia el 68 en el este de Europa, en un encuentro organizado por la Fundación Rusia Cristiana con monseñor Francesco Braschi, Adriano dell’Asta y la investigadora Annalia Gugliemi. O en el ámbito religioso, donde se habla del encuentro-proceso con Sabino Cassese, Joseph Weiler y la jurista Francesca Martines.
Vuelve a resonar el mensaje de Francisco, y esas dos palabras que ha recordado al Meeting: «Venid y lo veréis». Vienen cientos de personas que esperan a las puertas del gran salón para conocer a dos “Testigos de la felicidad”. Verónica Cantero Burroni, una adolescente de 16 años argentina, con discapacidad, escritora desde los siete años y ganadora del Premio Elsa Morante 2016 con su Ladrón de sombras. Junto a ella, Paola Cigarini, originaria de Maranello –«una Ferrari por tanto», dice Giorgio Vittadini, moderador del encuentro–, que vive en Salvador de Bahía (Brasil), donde dirige un centro educativo en el corazón de una favela. Una hora que nos corta la respiración. «Si uno se queda sentado y no intenta levantarse, deja de ver las cosas que tiene delante, encima de la mesa», dice Verónica desde su silla de ruedas en el video de presentación. Pero luego vuelve al ataque en vivo, desde el escenario de Rímini. «Se puede ser feliz. Y no es una pregunta». Porque la felicidad es sentirse abrazado. Como cuando cuenta que fue a ver al Papa en audiencia. «Yo esperaba. Sabía que existía la posibilidad de verle. Llevaba conmigo mi libro». ¿Qué podía escribir en el ejemplar que iba a regalar a Francisco? «“Gracias”, pensé. ¿Pero gracias por qué? Me vino a la mente su discurso a los jóvenes cubanos, cuando habló de ver la vida de otra manera, con un ojo de carne y otro de cristal; con el primero vemos lo que miramos, con el otro lo que soñamos, lo que deseamos. Quien no sueña vive cerrado en sí mismo. La capacidad de desear es lo más valioso que tenemos». Así que Verónica escribió: «Gracias, porque me has enseñado a mirar con el ojo de cristal y con el ojo de carne». O lo que es lo mismo, un modo distinto de amar la realidad. Y añade: «¿Cómo puede vivir alguien que nunca espera milagros?». No magia ni fenómenos paranormales sino algo que sucede «y te permite valorar cada detalle de este mundo». Como el regalo de Jesús ante el sufrimiento de la enésima intervención quirúrgica en su columna vertebral. «Le llamo mi “amigo bisturí”. Yo pedía que acabara el calvario, pero Él esperó hasta el final para hacerme entender que era para mí, desde el primer día. He sufrido, pero el regalo ha sido comprender qué era identificarme con Él, con su cruz. Un milagro. La felicidad no es un cielo sin tempestad».
Después llegó el turno de Paola Cigarini, con la historia de su Centro Educativo Juan Pablo II en una ciudad cuya extensión es de favelas al 60%. «En nuestro barrio matan cada día a dos chavales entre 14 y 28 años, en una metrópolis que registra unos 30.000 homicidios al año». De ahí que desde el año 2000, «de la gratuidad de uno que se conmueve y da crédito a la posibilidad de algo distinto, lejos del cálculo, se haya acogido a 500 jóvenes del barrio entre actividades deportivas y de apoyo escolar». Nada puede darse por descontado. «Una cama, dormir con sábanas, una madre que te cuide, tener qué comer… Muchos de nuestros niños no tienen nada de lo que nosotros tenemos en nuestra vida rutinaria aparentemente banal», añade. La violencia no deja de crecer. «Aquí todos tienen en su familia alguien que ha muerto asesinado». Pero nadie va al núcleo del problema, ni siquiera hay vigilancia. «Este lugar todos lo reconocen como un bien, incluso “aquellos” a los que la gente tiene miedo». Los padres ven niños felices que crecen y aprenden. Ven que están bien, que por fin les educan en una perspectiva positiva para la vida. Educados para soñar. «Un milagro», repite Vittadini. «La fuerza que el hombre solo no consigue tener. La realidad y el milagro. No hay que superponer a Dios, ya está ahí».
Los ojos de cristal y el deseo. Igual que para un grupito de chavales que visita la zona científica dedicada a los exoplanetas, los planetas extrasolares que los científicos estudian desde hace unos años como posibles “espacios de vida” en el universo. Rondan los 16 años y contemplan con admiración el modelo de telescopio que se montará en un satélite en una próxima misión espacial de la Agencia Europea. Un ojo de cristal, literalmente. Para ver ese cielo que, desde que existe, el hombre no deja de observar. A su alrededor, decenas de personas, niños, jóvenes y adultos, entre piezas de plástico y fragmentos de meteorito. Y en un rincón de la zona, un encuentro multitudinario sobre alguno de los descubrimientos más recientes en esta materia.
Todos ellos, todos esos ojos de carne y de cristal, se dan cita después en el encuentro de la tarde con los científicos Enrico Flamini, Alessandro Morbidelli y Roberto Battiston, presidente de la Agencia Espacial Italiana que se conecta desde la Guyana francesa, donde trabaja en la puesta en marcha de su enésima misión. Se habla de la vida extraterrestre y el trabajo que hacen los tres, partiendo justamente de los planetas extrasolares.
«Hasta hace veinte años era impensable que existieran. De hecho, todos pensábamos que era imposible. Hoy estamos convencidos de que lo anómalo es que no haya una estrella. En el universo hay cientos de miles de millones de estrellas…». Un descubrimiento tras otro, con observaciones experimentales. «Todo a partir de intuiciones, pruebas, errores y éxitos», dicen los tres, cada uno a su manera. Como ese lago de agua subterránea en Marte, que fue noticia a primeros de agosto. «Un descubrimiento que es fruto de un proyecto que dio comienzo a mediados de los noventa», explica el científico. Con un instrumental que no se podía probar en la Tierra más que mediante simulaciones informáticas. «Un éxito». Y Morbidelli casi se conmueve, «como siempre», al ver una secuencia de imágenes que muestra cuatro exoplanetas girando alrededor de su estrella. Y Battiston, a la pregunta sobre la posibilidad de vida extraterrestre: «La respuesta está en cada uno de nosotros. No puede dejar de resonar esta pregunta que nos pone en contacto con la inmensidad. Forma parte de nuestra naturaleza». La necesidad del otro forma parte del ser humano, como dicen también sus compañeros. Es imposible no preguntárselo y no trabajar para responder, porque el hombre no puede imaginarse solo.
De las estrellas a las aulas, con el nuevo ministro italiano de Educación, Marco Bussetti. Una visita institucional pero fruto también de una amistad con Portofranco, entidad que él conoció hace tiempo en Milán y que no duda en elogiar. «Un lugar donde he visto gente competente que da su tiempo con pasión, amor y dedicación a chicos que piden ayuda y que luego logran resultados. Y que luego vuelven para devolver lo que han recibido». Nada de mítines. Bussetti respondió a las preguntas de estudiantes, profesores y padres. Sobre la evaluación de docentes dijo que «tienen que estar claros los indicadores a partir de los que se puede evaluar a una persona, aunque es verdad que entre estos aspectos hay algunos que un docente debería tener innatos», respondió a Marco, un chaval que le habló de su relación con un profesor que le ha devuelto el interés por el estudio y no solo por el estudio. Respecto a la formación profesional, que en Italia nació en los años cincuenta, afirma que puede ser una gran oportunidad también hoy, reforzando la relación con las empresas. También habló de autonomía y paridad, dos aspectos propios del sistema educativo italiano.
«¿La educación nos puede hacer felices?», se pregunta al final Alberto Bonfanti, profesor y moderador del encuentro: «Si, si es educación. Es decir, si nos introduce en la realidad entera, como nos enseñó don Giussani». Vuelve de nuevo el binomio realidad-felicidad… «Una educación que permite que cada uno, personalmente, pueda descubrir su propia identidad, es decir, qué es lo que mueve su corazón».
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