Meeting 18. El grito, el autógrafo y esas gotas de rocío

Segunda jornada en Rímini. La política, Bergoglio, el encuentro con un exbrigadista, la Iglesia actual según el cardenal Tagle. Y el diálogo sobre Job. Con testigos conocidos, y también otros más escondidos
Alessandra Stoppa

Entre los rostros de la segunda jornada del Meeting, el del cardenal filipino Luis Tagle es todo un espectáculo. Tanto cuando se ríe con gusto como cuando se conmueve, lo que sucede varias veces durante su intervención. Ha llegado a Rímini después de un complicado viaje desde Manila a causa de los retrasos aéreos y con prisa por tener que salir a Dublín justo después. Durante su relato, en el encuentro con el historiador de las religiones Philip Jenkins titulado “La Iglesia en este cambio de época”, cuenta lo que ha visto en un semáforo de Manila. Iba en coche con un amigo y el conductor, que ya había dicho “no” a varios vendedores ambulantes que salían de todos los rincones para asomarse a las ventanillas de los coches mientras estaba en rojo. Todos se iban marchando hasta que un chaval que vendía galletas se giró de nuevo llamándole: «¡Cardenal, cardenal!». El conductor reiteró su “no”. «Yo bajé la ventanilla para saludarle», cuenta Tagle. «Le dije que no íbamos a comprar nada, pero él me dijo: “es que yo quiero darle estas galletas como regalo”. En aquel momento una Iglesia nueva estallaba ante mis ojos mostrándome el poder de los últimos».

Así, siguió contando de mil maneras cómo «se anuncia el Evangelio eterno», hasta con una camiseta. Una noche se encontró con un grupo de jóvenes. Después de charlar con ellos, le invitaron a cantar, hacerse un selfie con ellos y firmarles sus camisetas, como si fuera una estrella de rock. «Aquel hecho para mí fue un misterio. No entendía lo que había pasado. La respuesta me llegó un año después». Se reencontró con uno de aquellos chavales, que le confesó que aún guardaba la camiseta con su firma debajo de su almohada. «Llevo muchos años sin ver a mi padre y esa camiseta me recuerda que en la Iglesia tengo una familia y en ti, un padre». Con lágrimas en los ojos, Tagle afirma: «¡Cuántos jóvenes están buscando un padre!».



Una presencia que acompañe en la vida, sobre todo ahora, en este «momento de cambio histórico», en que la Iglesia está llamada a ser una gran mesa donde haya sitio para todos, «donde los que no tengan nada que comer ni nadie con quien comer pueda sentarse con dignidad», afirma reclamando con fuerza la urgencia de acoger. Después de oírle hablar, es fácil comprender la seguridad con que Jenkins, tras presentar sus datos y estudios con unas perspectivas inesperadas –y no solo demográficas– sobre el futuro de la Iglesia, dice: «¿Puede desaparecer el cristianismo? No. El cristianismo siempre muere, pero siempre renace. La Resurrección forma parte de la historia. No es una doctrina teológica sino un hecho histórico. En China el cristianismo ha muerto cuatro veces y ahora ha resucitado aún más fuerte».

Al escucharle vemos cómo ya se han emprendido algunos de los caminos indicados en el encuentro que abrió la segunda jornada, dedicado al pensamiento de Bergoglio. Massimo Borghesi, Rocco Buttiglione, Guzmán Carriquiry, Austen Ivereigh respondían desde diversos puntos de vista a las preguntas planteadas por Alejandro Bonet, comisario de la exposición del Meeting dedicada al Papa. «¿Qué significa para la Iglesia y para el mundo este acontecimiento histórico que se llama Francisco? ¿De dónde nace un hombre así? ¿Por qué habla así? ¿Por qué hace estos gestos que nos dejan estupefactos?». En todas las intervenciones, la mirada a Bergoglio es ocasión para un reclamo a la conversión de la Iglesia y sobre todo personal. Es la manera de conocer la travesía por la que él nos guía «en este mundo al revés», como dice Ivereigh. El estudioso inglés, que según Bonet «ha ayudado a los argentinos a tener una mirada no ideologizada», hizo un recorrido precioso por los textos de Bergoglio, desde los años ochenta hasta la llamada “encíclica chilena”, el discurso en Santiago de Chile del pasado mes de enero y las cartas que ha dirigido a la Iglesia en este momento de crisis por los casos de abusos.

El cardenal Tangle en el Meeting

El “hilo rojo” fue el peligro y la tentación interna en la Iglesia al «enrocamiento», a encerrarse en los «palacios de invierno» para sentirse protegidos y seguros. El Papa nos pone en guardia frente a la «estrategia de la resistencia», como la define Borghesi, las desviaciones intelectuales, el moralismo defensivo, «un pensamiento lineal, bloqueado, estático, donde no hay sitio para el estupor y que avanza en dirección contraria a la gracia, algo que se recibe y que es puro don. El pensamiento tensional, en cambio, expresa una conciencia de mendigo». El caso chileno es un caso muy concreto «pero emblemático», continúa Ivereigh. «En vez de discernir, nos quejamos y condenamos. Pero la buena noticia sigue vigente. La acusación de uno mismo es una humillación pero también es la posibilidad de encontrarse con el Dios de la misericordia, como Pedro, que después de ser perdonado por Jesús pasa de estar abatido a ser apóstol, deja de estar concentrado en sí mismo y en sus perseguidores para concentrarse en Cristo. Solo volver a centrarse en Cristo permite evangelizar».

Rocco Buttiglione y Massimo Borghesi en el encuentro sobre Bergoglio

La segunda jornada continuó llena de encuentros, con el potente testimonio del exbrigadista Franco Bonisoli, que describió con gran lealtad y dolor el engaño de la ideología, el deseo auténtico de cambiar el mundo y la vía de la lucha armada. «Elegir la vía del conflicto es una espiral de la que resulta difícil salir. No hemos llegado a ningún sitio, la violencia solo nos trajo violencia y nos deshumanizó. Pero yo», afirma con la voz rota, «he tenido la suerte de poder salir y por eso estoy hoy hablando aquí». La justicia volvió a ser protagonista con el vicepresidente del Consejo Superior de la Magistratura, Giovanni Legnini; y también la política, con el Intergrupo de trabajo sobre la subsidiariedad (al que ya se han sumado doscientos diputados y senadores) y con las intervenciones de Graziano Del Rio, Maurizio Lupi, Mariastella Gelmini, Massimiliano Romeo, Gabriele Toccafondi y el subsecretario de Presidencia del Consejo, Gianluca Giorgetti, que habló de la importancia de pasar «de la sociedad a la comunidad», denunciando la sobredosis de lo políticamente correcto que «ha generado la reacción populista que está sacudiendo a la democracia». También fue provocador respecto al lema del Meeting, a propósito de la palabra “felicidad”. «Es arriesgado no combinarla con la “libertad”. Como nos enseña Dostoyevksi, si el pueblo tiene que elegir entre “libertad” y “felicidad” elige la segunda, pero sabemos lo peligroso que eso es...». Al responderle, Giorgio Vittadini habla de la emergencia educativa y de una felicidad que «no significa acomodarse, sino que de hecho es el incómodo e insaciable deseo del corazón», ese “nunca es suficiente” sin el cual se acaba todo, hasta la política. «La tentación del poder existe, para todos, también para nosotros. La acción del Gobierno no nos deja en estado de perplejidad, está claro que cada uno corre el riesgo que corría quien le precedió».



El lema del Meeting también ha subido a escena en el Teatro Novelli, con la historia de Farhad Bitani, afgano, hijo de un general muyahidín, autor de La última hoja en blanco. Es la historia de un hombre cuyo corazón y pensamiento cambian radicalmente gracias a sencillos gestos de humanidad que acaban convirtiéndose en la fuerza que mueve el mundo en el encuentro entre Occidente y Oriente, islam y cristianismo. Pero antes, durante la tarde, la vida en el recinto ferial se detuvo para seguir el encuentro sobre Job, al que se dedica la exposición “¿Hay alguien que escuche mi grito?”. Un diálogo moderado por Monica Maggioni entre Julián Carrón y el filósofo Salvatore Natoli.

Natoli resumió la postura de Job, un hombre justo delante del misterio del sufrimiento pero que lo vive dentro de una lógica de alianza con Dios: «Job dice: “Yo he respetado la ley, ¿por qué entonces Tú no eres fiel a los pactos? Pero antes de rechazarte, te llamo en causa, dime por qué. Porque yo, a pesar de todo, no te quiero perder”. Job no sigue el consejo de su mujer de maldecir a Dios: “Quiero entender por qué, porque sin el Dios que salva yo estaría perdido igualmente”». Dos horas intensas de encuentro que fueron un intento de «abrir fallas en un texto abismal», desde el judaísmo hasta nuestros días, con testimonios, fotografías y palabras, con textos de Zvi Kolitz, Elie Wiesel, los «instantes que asesinaron el alma» vividos en Auschwitz, de Mario Luzi, Eugenio Montale, cantos sobrecogedores interpretados por la siria Mirna Kassis. Todo y todos en el palco afirman que «Job está dentro de cada uno de nosotros». Su grito, su pregunta, que como dice Carrón «no se borra por la presencia buena de la que el pueblo de Israel tiene experiencia. La pregunta desaparece cuando se niega esta presencia, cuando prevalece la sospecha y Dios se convierte en el culpable. Mientras pueda ser el compañero con el que vivir el dolor, podrá determinar la forma de afrontar incluso el misterio del sufrimiento, como sucedió durante siglos en la historia hebrea y cristiana».



Come le sucedió a Mario Melazzini, médico paralizado por una enfermedad degenerativa, que también contó su historia: un diagnóstico feroz, el deseo de optar por la eutanasia en una clínica suiza, un amigo jesuita que le regala la Biblia con un marcapáginas en los 42 capítulos de Job y la compañía de este hombre en su drama humano. Hasta poder decir a Dios, exactamente igual que Job: «Te conocía solo de oídas, ahora te han visto mis ojos». Porque «el dolor desafía a la razón y a la libertad», añade Carrón, y la respuesta de Dios es silenciosa, distinta de la que imaginamos, «no es una explicación, es una Presencia», desde la imponencia del ser, de la realidad creada, de esa pregunta que resuena en los paneles de la muestra («¿quién ha puesto en el mundo las gotas de rocío?») y de la compañía divina, íntima y carnalísima que hace brotar las lágrimas de conmoción de Etty Hillesum, mientras contempla un pedazo de cielo con sus pies en la tierra del campo de concentración. Que hace de la vida «un diálogo ininterrumpido» con Dios. Esa gran esperanza que nace de ver un sufrimiento que no mata el alma sino que da fruto y está en los testigos que todos conocemos y en quién sabe cuántos más escondidos, como cuenta Francesco, que ya no es un jovencito pero lleva puesta la camiseta naranja y repite por segundo año como voluntario del Meeting. Viene de un pueblo de Veronese, San Giovanni Lupatoto. El año pasado trabajó aquí porque una de sus mejores amigas, Fiorenza, le confesó su sueño: participar aquí como voluntaria. Un sueño imposible debido a su enfermedad. «Así que vinimos en su nombre Ivo y yo a trabajar como voluntarios». Ellos siguieron el ardor del deseo de Fiorenza, y Fiorenza les siguió a ellos. «Decir sí a la enfermedad me ha permitido vivir la comunión de los santos hasta el punto de “ser voluntaria” del Meeting a través de mis amigos». Después de contar a otros la belleza de lo que habían vivido y hacer una presentación del Meeting con un aperitivo público en su pueblo, este año han vuelto, pero esta vez son catorce.