El papa Francisco estará en Ginebra el 21 de junio

Así espera la Iglesia suiza a Francisco

Invitado por el Consejo Ecuménico de las Iglesias, el Papa llega a un país cuya historia está marcada por el encuentro-desencuentro entre las diversas confesiones. Los intelectuales se muestran prudentes, pero las entradas para la misa se han agotado
Claudio Mésoniat

El Palexpo de Ginebra se vio asaltado cuando hace un mes se pusieron a disposición 42.000 entradas, que se repartieron en dos semanas, para participar en la santa misa que el papa Francisco celebrará este jueves 21 de junio (día laborable). Miles de personas han expresado estos días su malestar en redes sociales por haberse quedado fuera. No solo se trata de fieles católicos, sino también de protestantes y no creyentes. En la gente sencilla, Francisco ha abierto una brecha también en Suiza. Para poner un ejemplo, siempre cito el caso de un amigo mío, artesano, que desde hace 30 años no pisa una iglesia y que hace dos años me dijo: «Los domingos no me pierdo el Ángelus ni la misa de este Papa. Te confieso que cuando aparece en la pantalla de televisión me pongo de rodillas a escucharle».

Menos entusiasta y un poco más sospechoso fue el primer impacto de los eclesiásticos e intelectuales católicos con el Papa argentino. Aunque sin puntos de contestación mediática clamorosa, a diferencia de otros países europeos, como Italia. En la suiza alemana, por tradición caracterizada por un robusto “espíritu antirromano” (como lo llamaba Von Balthasar), teólogos y sacerdotes miran hoy a Roma con cierta benevolencia, esperando siempre del Magisterio señales de apertura hacia esas “grandes causas” por las que lucharon especialmente bajo el pontificado de Juan Pablo II, llegando a formas de contestación evidentes durante su visita a Suiza en 1984: sacerdocio femenino, matrimonio para los sacerdotes… Unas expectativas destinadas probablemente a quedar defraudadas.

Por lo demás, el papa Bergoglio no viene a Ginebra para visitar a la Iglesia suiza, sino para una serie de encuentros en el marco del Consejo Ecuménico de las Iglesias, formado por representantes de las comunidades evangélicas y ortodoxas. El ecumenismo representa un tema consustancial al tejido socio-religioso helvético. Las antiguas batallas entre católicos y protestantes, que resultaron cruentas durante el siglo XIX, ya se apagaron hace tiempo, y hoy los cristianos conscientes de su fe saben que son pocos los que siguen nadando en ese mar de secularización e incredulidad. Los datos estadísticos son elocuentes. No tanto por el derrumbe de las proporciones entre católicos, mayoritarios con un porcentaje del 38% (gracias a la aportación de los inmigrantes latinos), y protestantes, en torno al 25% (en la Ginebra de Calvino, los calvinistas declarados son unos cuantos miles; en cambio, lo que crece en todo el país son las pequeñas comunidades evangélicas, especialmente las pentecostales).

Monseñor Charles Morerod, obispo de la diócesis de Friburgo-Lausana-Ginebra

Lo que llama la atención es el dato aparecido recientemente en un censo que refleja el número de aquellos que se declaran “sin religión” (23%), que han multiplicado más del doble su presencia en quince años. Cuando más se aclara que la necesidad del hombre que vive inmerso en una sociedad pagana y tristemente nihilista es sencillamente el de encontrar a Cristo, tanto más se disuelve un ecumenismo de fachada hecho de mutuas concesiones teológicas y patéticas liturgias mixtas. Solo queda un objetivo por el que protestantes y católicos pueden competir: el testimonio de un cristianismo vivo, pertinente para los problemas de la vida real. Von Balthasar, el gran teólogo de Basilea, lo planteaba en estos términos: el ecumenismo auténtico no consiste en el abrazo veleidoso entre las frondas de varios árboles, sino en el hundimiento de sus raíces hasta los acuíferos donde fluye la única agua viva, Cristo, que es el mismo para todos.

El estado de salud de la Iglesia en Suiza no es distinto del de toda la Europa post-cristiana. Un aspecto curioso, sin pensamos en la riqueza de la Confederación, se refiere precisamente a las dificultades económicas de las diócesis latinas. La de Friburgo-Lausana-Ginebra (y Neuchâtel) no esconde sus problemas para cubrir los gastos de la visita papal, que rondan los dos millones de francos. El joven obispo de Ticino, Valerio Lazzeri, ha cerrado inesperadamente hace unas semanas el periódico católico Giornale del Popolo, el único que había en Suiza, aduciendo motivos financieros.

Si excluimos la parte de habla italiana, la presencia de los movimientos está menos nutrida que en los países latinos, pero no carece de frutos. Entre las diócesis, la de Friburgo-Lausana-Ginebra es precisamente la que muestra un mayor dinamismo, guiada por el también joven obispo Charles Morerod, dominico, teológicamente muy cercano al papa Ratzinger y en sintonía con su sucesor, Francisco. El rector del seminario que agrupa a los candidatos al sacerdocio de toda la Suiza francesa señaló recientemente que la notable recuperación de las vocaciones no sale de las parroquias, sino de los ámbitos de movimientos o caminos individuales de fieles que ya han superado su juventud.