Los chicos del CLU de Estados Unidos de vacaciones en Colorado

Vacaciones del CLU en Estados Unidos. La vida es una promesa

Excursiones, lecciones, cantos. Y muchos momentos de asamblea y diálogo en los que cada uno habla de sí mismo, de su vida y sus fatigas. Esto es lo que ha pasado en las vacaciones de los universitarios de CL en las montañas de Colorado
Julia Bolzon

«La espera constituye la estructura misma de nuestra naturaleza, la esencia de nuestra alma. No es resultado de un cálculo: es algo dado. La promesa está en el origen, procede del origen mismo de nuestra hechura. Quien ha hecho al hombre lo ha hecho “promesa”. El hombre espera estructuralmente, es mendigo por estructura; la vida es estructuralmente promesa» (Luigi Giussani, El sentido religioso, capítulo quinto, p. 82).

El lema de las vacaciones del CLU de este año, “La vida es una promesa”, está sacado de esta cita de El sentido religioso, que es el texto que hemos trabajado en nuestras escuelas de comunidad durante el año académico que acaba de terminar. Para los que están en el CLU desde hace muchos años ha sido un gran don volver a este texto, el primero de una trilogía que reúne el contenido de las lecciones de don Giussani durante los cursos de introducción a la teología que impartía en la Universidad Católica de Milán. Para los nuevos del CLU (llegados este año o para las vacaciones), la oportunidad de “empezar por el principio” con El sentido religioso se ha mostrado muy fructífera. De hecho, durante las asambleas de estas vacaciones muchos estudiantes testimoniaron haber aprendido mucho de este texto durante el año que acaba de terminar.



El padre Pietro dio comienzo a las vacaciones leyendo un impresionante artículo del New Yorker, The Case For Not being Born, que presenta la opinión del filósofo “antinatalista” David Benatar. A la luz de su tesis, Better Never to Have Been: The Harm of Coming Into Existence (Mejor no haber nacido: el daño de venir al mundo), que no es el único de este estilo por estos lares, el padre Pietro nos lanzó la propuesta de estas vacaciones: «Un intento de afirmar que la vida es buena, que nacer es un bien». Estos días querían ser una oportunidad de «educar a nuestra razón en la totalidad de nuestra vida». Nuestra amistad es un “lugar” donde podemos hacer esto, es decir, podemos estar abiertos a acoger la realidad de cualquier manera que se nos ofrezca. En particular subrayó dos puntos: «prestad atención a lo que os interesa» y «no partáis de la duda: es como si ya os hubieseis hecho una opinión».



Tratamos de escuchar esta invitación al comienzo de los seis días de vacaciones, que estuvieron llenos de excursiones (una de ellas especialmente larga y difícil), juegos, testimonios, presentaciones, cantos y oración, todo entre las montañas de Estes Park, Colorado. Un testimonio del padre Rich Veras de Nueva York nos ilustró una parte de la historia de los primeros años de CL en América. Nos contó cómo encontró el movimiento (¡el lugar, la hora!) y cuánto le impresionó la “normalidad de la gente”, pero también su sentido de libertad y de alegría, y cómo no estaban simplemente haciendo “encuentros”, sino que estaban viviendo verdaderamente juntos la vida. El padre Pietro invitó también a dos amigos suyos que son Memores Domini a hablar de la relación entre El sentido religioso y su experiencia. El aspecto que más llamó la atención de su testimonio fue la manera en que ambos han aprendido a responder al sufrimiento. Para Lorenzo, el sufrimiento de sus pacientes no ha sido un motivo para abandonarlos o dejarlos morir, porque había encontrado una razón para pensar de manera distinta; para Francesca, Alguien ha bajado a la tierra para compartir nuestro sufrimiento, y Este ha empezado a dar un sentido misterioso al propio sufrimiento.



Otro aspecto que emergió en estas vacaciones fue el deseo de cada uno de llevar su propia experiencia a las asambleas (hasta el punto de que uno de los sketches de la fiesta de la última noche era la escena de todos saltando de la silla y poniéndose en fila para intervenir). Entre las distintas asambleas –una sobre el libro Stoner de John Williams, otra para los que terminan la universidad, otra sobre “Razón y universidad”–, la final nos pilló por sorpresa, prolongándose más de dos horas al término de nuestro último día de vacaciones. Fue uno de mis momentos favoritos, ante todo porque me impresionaba el deseo de los estudiantes de compartir todo su ser con los demás (¡y el coraje y la fragilidad que mostraban al hablar ante toda la asamblea!), y en segundo lugar porque ninguna intervención era genérica o abstracta, sino personal, genuina. Muchos hablaron de su experiencia familiar, en casa, o de las dificultades que afrontaban, o de las preguntas que les habían suscitado las vacaciones, otros hablaban de la belleza y de la intensidad de la experiencia de esa semana. Una chica dijo: «Nadie me había enseñado tantas maneras distintas de ver la presencia de Dios». Me gustó la manera en que supieron captar la unidad entre nosotros, como el padre Pietro nos invitó a observar, que era tangible cuando rezábamos Laudes juntos, participábamos en la misa, o cuando asistíamos a una presentación, a un concierto de jazz, o incluso de un amigo que interpretó la Sonata en Si bemol mayor de Schubert. El padre Pietro dio voz a lo que muchos de nosotros estábamos experimentando: la conciencia de que Dios nos prepara un lugar, que Él está ya aquí, que nos espera desde siempre.



Expresamos la alegría de haber compartido esta semana en la fiesta y los cantos de la última noche, durante la cual los “viejos” del CLU y los recién llegados (nuestros nuevos amigos de Pensacola, Florida) bailaron juntos. En la conclusión de las vacaciones, el padre Pietro subrayó que estos últimos siete días habían sido un acontecimiento; lo que experimentamos no se podía expresar con palabras. Parecía que todos –incluso los que no habían hablado en la asamblea– tuvieran algo que decir, lo que significaba que verdaderamente había sucedido algo. Espero que cada uno de nosotros pueda recordar lo que ha sucedido como un punto de referencia (como lo llamó el padre Pietro), para que podamos continuar siguiendo el modo en el que Cristo nos ha salido al encuentro (incluso ahora que ya no estamos deshidratados y quemados por el sol).