Un momento del camino nocturno (Foto: Leonora Giovanazzi)

Macerata-Loreto. Nadie se salva solo

Laura se ha quedado en casa con su madre enferma, Giovanna parte después de haber pasado la noche en el hospital, Silvia no puede más. La fatiga, la ayuda recíproca, la alegría de la llegada. Crónica del camino nocturno hacia la Santa Casa
Michele Tagliatesta

Hay un pueblo que va a la peregrinación y un pueblo que no va a la peregrinación pero que se muere por ir, y te llena los bolsillos de súplicas, de oraciones, y te inunda de mensajes confiándose por entero a ti, que sí vas.

Laura se ha quedado al lado de la cama donde está su madre enferma desde hace mucho tiempo, sin saber hasta el último momento si venir con nosotros o quedarse a sonreír, a llorar, a hablar con su madre que casi nunca responde, casi nunca reacciona. Todo lo que hace Laura parece inútil. Solo sus lágrimas hablan del sabor de la impotencia. Laura ha obedecido a las cosas que suceden como suceden, le hemos mandado un selfie desde el estadio y ella nos ha contestado con uno de su madre y ella en la habitación del hospital y la hemos llevado con nosotros lo poco que hemos sido capaces. Pero su peregrinación es la misma que hemos hecho nosotros, la misma sustancia, solo distinta en la forma.

Nosotros decidimos una vez más ir a la Virgen de Loreto. Esta decisión no es nada mecánica, como dice Sandro, después de tantos años con los mismos ritos de siempre: encontrarse por la mañana, rezar el Ángelus, la salida, las bromas durante el viaje como si fuesen todavía unos chiquillos. Alguno da cabezadas, otro lee… paradas, bocadillos en un bordillo de asfalto abrasador del autogrill, las colas sin fin en los baños femeninos, el último tramo de camino recorrido con el mismo temblor de siempre, pensando en el tramo que esta noche recorreremos a pie. La llegada al estadio, los cantos, la misa, el inicio. Este año, cuatro autobuses de Amigos de Zaqueo (un grupo de amigos nacido del servicio a los minusválidos durante los ejercicios espirituales de CL) y una petición en el momento de salir: «Caminamos juntos y nos quedamos al fondo». Sí, porque hemos salido los últimos y hemos llegado los ultimísimos, pero como ha dicho monseñor Vecerrica, «los últimos son los privilegiados», porque son los que llevan la Virgen a la iglesia.



Dos carteles bien visibles con la leyenda “Amigos de Zaqueo” iluminada con unos led que el ingeniero Merello ha perfeccionado con los años, separados unos pocos centenares de metros para tratar de dar un punto de referencia, mejor dicho, una especie de abrazo dentro del cual decidimos estar.

Busco los ojos de alguien que está más cansado y que, casi bajando la mirada, me ha susurrado: «¿vamos juntos?». Salimos. Giovanna ha trabajado tanto la noche del jueves como la del viernes, en San Gerardo de Monza, y eso quiere decir que el sábado por la mañana se ha quitado el uniforme de enfermera del servicio de patologías neonatales y, somnolienta, ha arrancado el coche para volver a casa a ducharse, preparar la mochila, ponerse una camiseta negra y presentarse puntual para la salida. No sé cómo lo hace. Y no es la primera vez. Por lo que tampoco puedes pensar que no sabe la fatiga que le espera.

La fatiga. El telón de fondo de esta noche es la fatiga. Siempre hay fatiga, normalmente es una fatiga soportable, y las oraciones, los cantos, las dos charlas con el compañero que tienes al lado, una risa, una broma, te permiten llevarla medianamente bien. Pero después, nunca se sabe cuándo, la fatiga que te inunda el cerebro, se insinúa en los huesos, en los músculos, es capaz de catalizar tus pensamientos, apoderándose de un espacio exclusivo y prepotente, inexorable, siempre llega. Y es ahí donde de alguna manera se juega la partida. Nadie la quiere, todos la apartamos o al menos lo intentamos, durante esta noche y en la vida, y en cierto modo es normal intentarlo. Algunos hasta se medican para eso, y otros tratan en su vida de mirar a otra parte, ¿quién quiere el sacrificio? Sin embargo, sabemos que es una cuestión decisiva, la cuestión decisiva. Siempre me ha llamado la atención que nuestra historia sea la de la victoria sobre la muerte de un Dios que atraviesa la noche y vuelve a la vida, ya siempre presente tras la Pascua de Resurrección, y sin embargo el símbolo que nos describe no es el sepulcro abierto. En nuestras iglesias y para quien todavía lo tiene en casa, el símbolo de nuestra historia, lo que nos describe, es el crucifijo. Como si dijéramos: el que no pase por el túnel oscuro de la cruz, no verá la luz, no accederá a la Resurrección. La cruz es esencial, todos sabemos cuántas cruces debemos afrontar en nuestras jornadas y durante esta noche.



Después de un par de horas de camino, cuando me agrede esa fatiga inmensa, intercepto la mirada de Silvia buscándome, se me acerca con un dolor en los ojos que no se puede expresar, pone su mano blanca bajo mi brazo y con un hilo de voz dice: «ya no puedo más». Hay muchas maneras de afrontar el sacrificio –que siempre es personalísimo y cuyo peso nadie te puede quitar– pero Silvia ha decidido estar dentro de este círculo de sus amigos y, más aún, ha decidido pedir ayuda. No es que la haya tomado en brazos, ni siquiera ha querido una de las mil cosas que llevaba en la mochila, ni siquiera le he dicho media palabra para intentar consolarla, solo he sostenido esa mano agarrada a mi brazo hasta que ha llegado la luz del alba. Yo he sido el privilegiado, porque cuando ella ha llegado estaba en las últimas y cada paso que daba coincidía con una petición. Es ella, que renqueaba a cada paso, la que me ha sostenido a mí. Porque en esta compañía de gente que persigue el Destino vivo vamos juntos hasta al Paraíso, y no es una manera de hablar. Hay mil formas de estar frente al cansancio, pero hemos sido llamados a la relación personal con Jesús vivo a través de un pueblo. Dios me elige y suplica estar conmigo dentro de la historia de un pueblo. «Por eso nadie se salva solo como individuo aislado», nos enseña el papa Francisco en la Gaudete et exsultate. «Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo».

Este pueblo “mío” que gime, reza y canta, ralentiza el paso, se para, pero –como dice Eliot– «sin seguir otro camino», ese pueblo es sello de verdad en el camino de la noche y de toda la vida. Este pueblo mío conserva la disponibilidad a seguir e ilumina la alegría pura de Bárbara, que se echa a llorar cuando baja la última cuesta, inundada por un temor divino, mientras la tropa de los ultimísimos, capitaneados por Franz, grita desafinando y disfrutando como locos de las últimas canciones con las ambulancias a pocos pasos detrás de nosotros.