El cardenal Edoardo Menichelli

Cardenal Menichelli: «Voy a contaros mi vocación»

Los jóvenes, el papel de los adultos y el sínodo de octubre. El arzobispo de Ancona-Osimo abordó estos temas hablando de sí mismo y de su historia. Y de cómo aprendió a «aceptar los planes de Otro»
Emmanuele Michela

«Los jóvenes no son una categoría que hay que estudiar, sino un pueblo que amar, tal como los ama Dios». Para el cardenal y arzobispo de Ancona-Osimo Edoardo Menichelli no bastan los análisis sociológicos para afrontar con ímpetu el malestar de las nuevas generaciones, centro del próximo Sínodo convocado por el Papa Francisco para octubre. «Es necesario mirar a estos chicos con pasión y paciencia renovadas, pero también con amor renovado», dice desde el escenario de Villa Ghirlanda en Cinisello Balsamo, donde acudió invitado por el centro cultural “Cara Beltà”, en el primero de tres encuentros de camino hacia el Meeting 2018 que animarán en las próximas semanas esta ciudad de la provincia milanesa.

Presentado por Simone Riva, coadjutor de la parroquia de la Sagrada Familia, y ante centenares de personas (muchas de ellas jóvenes), el cardenal Menichelli habló sobre todo de sí mismo y de su juventud, transcurrida en un pueblo de campo en Las Marcas. «Mi madre era costurera, mi padre hacía trabajos ocasionales, con el tiempo “determinadísimo” en definitiva. En nuestro pueblo no había un sacerdote fijo, hasta que llegó un antiguo capuchino que a diario venía a comer con nosotros. “¿Qué le daremos hoy de comer?”, decía mi madre. “Donde comen tres, comen cuatro”, respondía mi padre. Ahí aprendí a compartir el pan con otros». A los 11 años, sin embargo, perdió a sus padres en pocos meses. «Ahí comenzó otra historia, misteriosa. La de la misericordia de Dios».



Fue duro empezar a trabajar. «Mi abuelo hacía de tutor. Yo tenía 12 años pero me trataba ya como a un adulto. Junto a otro chico nos hacían recoger las ovejas de la zona, un trabajo durísimo. Fueron los dos años más feos de mi vida: podría haberme hecho un delincuente, robábamos para comer, blasfemábamos, no había tiempo para ir a misa… Pero siempre está el designio de Dios, que no habla nunca, pero te lleva donde Él quiere». Fueron algunos amigos de la familia en Roma (que veraneaban en su pueblo) los que le empujaron al seminario. «”Este chico no puede seguir así”, decían. Pero no querían que me hiciera cura. Simplemente me mandaron allí porque se estudiaba, se comía y se estaba seguro. Sin embargo ese camino me gustaba. Seguí adelante, y gracias a algunos buenos compañeros y a superiores inteligentes en el 65 fui ordenado sacerdote».



Menichelli habla con la franqueza del que ha encontrado algo en la vida que hace sencillo aceptar el plan de Otro. «Las vocaciones no se deciden, no responden a lo que nos gusta, sino a un designio que alguien te grita». Después de los primeros encargos, Edoardo fue nombrado funcionario del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, para ser después secretario del cardenal Silvestrini. Después llegó el nombramiento como obispo, primero de Chieti y después de Ancona. Todavía hoy recuerda como un momento decisivo el día en que conoció al papa Francisco, pocos meses después de la renuncia de Benedicto XVI. Bergoglio, en 2015, le nombró cardenal. «“Si mis padres me vieran, no me reconocerían”, le dije por teléfono al Papa cuando me llamó pocos días después del nombramiento. Por esto os quiero decir a todos que no violentéis nunca la voluntad de Dios, que siempre sabe dónde llevarnos. Lo importante es dejar que Él nos acompañe».



En cuanto a los jóvenes, su mensaje es claro. «Es un tema muy debatido, pero poco amado». Por ello el cardenal mira su propia historia. «¿Quién me ha salvado? Una comunidad. Si hoy le sucede algo a un joven, ¿quién lo salva? ¿Existe todavía una comunidad?». El cardenal Menichelli acompañó a los presentes mediante ciertas preguntas y reflexiones. «Siempre preguntamos a nuestros chicos: “¿Qué quieres hacer de mayor?” Por qué no les preguntamos en cambio: “¿Quién quieres ser?”». Una diferencia pequeña pero decisiva, que valora plenamente la libertad de cada uno. «Se nos hace pensar en la libertad como gestión autónoma de la vida. Pero la vida nos llama siempre a unas responsabilidades. La libertad comporta hacer una elección que también te compromete en relación con los demás». No por casualidad, al hombre o mujer con que se comparte la vida se le llamaba antes “consorte”, «una palabra que indica a la persona a la que he confiado mi suerte y que me ha confiado la suya. La vida te compromete en una relación directa y personal».



Una atención a las palabras que también resulta decisiva en el término “bienestar”. «Debería salvarnos, en cambio nos ha disociado», dijo el cardenal, invitando a pensar hasta qué punto es inconsistente esta palabra, y qué poco nos paramos, en cambio, en los dos factores que la componen (“bien” y “estar”). «¿Entendéis la diferencia? Vivimos en un bienestar que nos ha quitado el “bien-estar”. Pero la culpa no es de los chicos, a los que muchas veces los agradables benévolos se contentan con satisfacer, como todos. Sin embargo, estamos en un tiempo en que al final lo que ha faltado es la educación en un método, un camino». Para terminar, la última diferencia lingüística: «Cuando decimos “yo te contesto”, ¿por qué no decir “yo estoy contigo”? Digo lo mismo, pero mostrando atención a custodiar al otro como hermano, al que la sociedad suele ver tan solo como enemigo. Pero no es así. Nosotros adultos debemos ser los primeros en enseñar la vida como compañía».