La presentación de "Dov'è Dio?" en la antigua iglesia de San Agustín en Bérgamo

¿Dónde está Dios? La necesidad de un camino humano

La presentación del libro-entrevista de Julián Carrón con Andrea Tornielli en Bérgamo. Junto al sacerdote español, Valerio Onida, presidente emérito del Tribunal Constitucional italiano
Carlo Dignola

Las certezas frente a la duda. Una identidad católica clara frente a la dispersión del mundo de hoy. Son estas las oposiciones que Julián Carrón puso en tela de juicio en el encuentro del pasado miércoles 16 de mayo en Bérgamo, proponiendo, en cambio, otra clase de dicotomías: la realidad frente a los recuerdos y los sueños; la sociedad plural como “ocasión” de nuevos encuentros y no de construcción de nuevos muros.

Carrón explica que fue a partir de «una provocación del periodista Andrea Tornielli» como nació este libro-entrevista de chocante título, Dov'è Dio? (Piemme). Detrás no se esconden refinados debates de teología, sino cuestiones concretas. ¿La secularización y la decristianización de Occidente son síntomas del fin de los tiempos, como piensa cierto catolicismo identitario y conservador? ¿El fin de la civilización cristiana y la dificultad de encontrar un denominador común para los “valores” y la moral “natural” hacen imposible el diálogo entre creyentes y no creyentes?

Julián Carrón y, a la derecha, Valerio Onida

La presencia en el escenario de Valerio Onida, presidente emérito del Tribunal Constitucional y presidente de la Fundación Juan XXIII en Bolonia –en su juventud responsable en Milán de la FUCI (Federación Universitaria Católica Italiana, ndt)– para dialogar con Carrón marca ya el carácter de este debate, además de dejar fuera cierto lenguaje autorrefencial para católicos ya “fidelizados”. El mismo lugar, la antigua iglesia del monasterio de San Agustín, va en consonancia. Allí, bajo los amplios fondos góticos todavía pintados de forma extraordinaria, hace setecientos años resonaban los coros monódicos de los monjes hijos de un firme padre de la Iglesia, en el corazón de una tierra cristianizada, hoy profana y elegantemente restaurada tras las destrucciones de la época de Napoleón, esta antigua iglesia es un lugar laico, aula magna de la Universidad de Bérgamo que alberga este encuentro, organizado por el Centro San Adrés, la FUCI y los universitarios de CL de la ciudad, como destaca el capellán de la universidad, el padre Giovanni Gusmini.

Giancarlo Maccarini, vicerrector, transmite también el cordial saludo de parte del rector, Remo Morzenti Pellegrini. Interviene además el obispo de Bérgamo, Francesco Beschi, «con una mirada afectuosa y consciente del valor de realidades a las que tengo mucho cariño por lo que representan dentro de la Iglesia y de la universidad». Las visitas de Carrón a Bérgamo, dice el obispo, «siempre son de agradecer».

Presentado por el moderador, Gianmaria Martini, profesor de Economía Aplicada, Valerio Onida plantea en seguida una cuestión clave: cómo conciliar la incertidumbre actual con esa certeza que durante siglos se señaló como característica “autoevidente” de la fe. En la época de la duda y del falibilismo científico, «palabras como “pretensión”, además “del conocimiento de Dios”, parecen completamente fuera de lugar», dice Onida. Antaño, el hecho de hacer hincapié en las certezas, cada uno en las suyas, «generó comportamientos contrarios al hombre, y por lo tanto contrarios a Dios». Las guerras de religión están ahí para recordarlo.



Carrón destaca que «el hecho de que exista esta incertidumbre» indica ya una tensión de “búsqueda” en el hombre de hoy. Por supuesto, no es el momento de «intentar imponer nada a los demás», sino de «proponer un recorrido humano» en el que haya «algo interesante, algo para vivir de la mejor manera posible». Carrón cita a San Agustín para decir que «el buscar y el encontrar siempre van codo con codo. No es que si uno llegue a decir “he encontrado”, que haya terminado la búsqueda». El cristianismo vive desde siempre esta paradoja. «Uno busca para encontrar, de otra forma nunca buscaría», pero encontrar siempre representa un paso necesario para «intentar entender más».

En el centro del descubrimiento de la fe no se esconde la Verdad que se erige en la historia proclamándose a sí misma, sino siempre «la relación entre verdad y libertad humana». En el fondo, ¿qué son los Evangelios sino el relato de ese encuentro que empieza en un tejido de relaciones donde la identidad del mismo Jesús se pone de manifiesto solo después de percibir un atractivo humano? Carrón cita el Concilio Vaticano II: «La Iglesia ha aprendido, podemos decir de primera mano, que no existe una relación con la verdad que no implique la libertad». Y sigue: «La duda y la pregunta son una capacidad. Tenerlas hace posible estar atentos a todo lo que permite interceptar una respuesta». Por lo tanto, la duda «no solo no es un obstáculo, sino que representa la posibilidad misma de alcanzar el objeto».

Onida amplía el horizonte. La cuestión de Dios no es solo personal, sino que tiene un fuerte impacto social. «Una sociedad sin ningún tipo de valor común entre sus miembros, en acto, no sería una sociedad. Ni siquiera sus miembros podrían soportar vivir en ella». Pero, ¿qué hay en común entre nosotros, hoy?



El papa Francisco, contesta Carrón, subraya que «hoy ya no se comparten los valores. Es verdad, pero esto “despierta” la cuestión social, no la cierra». A condición de recordar que «las relaciones humanas son clave en nuestra manera de estar en el mundo. Un chaval que percibe un juicio negativo sobre sí mismo intenta responder a ese malestar con violencia». Si en una sociedad prevalece la sospecha y el miedo, esto supone un riesgo más grave que las diferencias que conviven en ella. La sociedad necesita lugares «donde uno encuentre una humanidad en la que sentirse cómodo, donde es posible experimentar relaciones verdaderamente humanas». Cuando esto no sucede es cuando las cosas se complican. «Sin una experiencia de plenitud es difícil que no se entablen relaciones violentas. Si no existe algo que pueda llenar el corazón del hombre, ya que el hombre no puede dejar de desear», la falsa solución será mientras tanto «la búsqueda de una mera acumulación de riquezas, en detrimento de otros». O el choque.

Llegamos así al punto culminante de la velada. «Hoy en día se escucha que “nuestra identidad corre peligro”. Pero ¿qué quiere decir exactamente?», se pregunta Onida. El error es considerar los valores como «un patrimonio», una cantidad cerrada y no, en cambio, un factor dinámico de la experiencia humana. Un patrimonio siempre es algo que defender, donde «los demás están fuera, no queremos que se mezclen con nosotros. Hace ochenta años se hablaba de “raza”». Y los matrimonios entre personas no solo de religión sino también de aspecto físico distinto «eran nulos», recuerda el jurista. Signo de que «cualquier cosa que pudiese perjudicar nuestra identidad se consideraba negativa. Eso me parece una actitud contraria a lo que Jesús nos ha enseñado. Concebir la identidad como un patrimonio amenazado por otras personas quiere decir, en el fondo, considerarla como una “cosa” que hay que sepultar bajo tierra para protegerla de los ladrones, no es una presencia dinámica y viva en la historia», afirma Onida: «Toda relación con otra persona puede enriquecernos, por lo menos potencialmente. El otro no es una amenaza. Creo que justo el cristianismo nos ha enseñado esto».

Carrón está «totalmente de acuerdo» con este gran hombre de leyes. Una concepción “patrimonial” del cristianismo «va en contra del “método” elegido por Jesús, que es un cara a cara con la libertad humana». Jesús no tenía una identidad cerrada –afirma el responsable de CL–, «iba a visitar a los pecadores. Cuanto más ella misma es una persona, será tanto más capaz de ensanchar el horizonte del fariseísmo». De hace dos mil años y de hoy.



La identidad «se puede jugar en el sentido negativo» o puede ser una manera de abrazar al otro con libertad. «Nadie se quejaría hoy si hubiese muchas más Madre Teresa de Calcuta. Sin embargo, no se puede decir que esa mujer no tuviese un rostro concreto. No es que para ser “de todos” sea preciso no ser de nadie, ser nada. Todo lo contrario. Una identidad cristalina como la de la Madre Teresa, ninguna cultura, ninguna religión la percibe como una amenaza». Existe un tipo de identidad que, en un entorno de pluralismo religioso, «es capaz de ampliar el espacio para todos».

La verificación es «si nosotros, donde estemos, creamos esta nueva humanidad donde puede resplandecer la novedad de Cristo, o si, por el contrario, nuestra identidad» se utiliza simplemente «como un escudo para defendernos».

«¿Cuántos se han replanteado la cuestión de la fe a raíz de un encuentro con personas que se interesan cada vez más por ellos?», concluye Carrón. «Es un método sencillo, como sucedió al principio. Los apóstoles Juan y Andrés, tras encontrarse con Jesús, en seguida desearon volver a verlo al día siguiente, y al siguiente. ¿Cuántos podrían decir hoy lo mismo? Si esto no vuelve a suceder en el presente, no podemos quejarnos de que los demás no se interesan por la fe». En resumidas cuentas, es la realidad, un cierto tipo de realidad que tocamos, lo que responde a la pregunta que da título al libro.


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