Angelo Scola y Guzmán Carriquiry (Foto: Filmati Milanesi)

Scola, Carriquiry y el pensamiento de Bergoglio

No fue solo la presentación de la biografía intelectual de Francisco firmada por Massimo Borghesi sino más bien una confrontación que arrojó luz sobre los desafíos que la modernidad plantea a la vida de la Iglesia
Maurizio Vitali

El estilo pastoral del papa Francisco lleva cinco años despertando un gran entusiasmo popular al mismo tiempo que hace fruncir el ceño a ciertos críticos según los cuales la teología de Bergoglio no es lo suficientemente fuerte en materia doctrinal. Pero curiosamente, en la marea de publicaciones sobre Francisco, faltaba una presentación sobre su pensamiento, una reconstrucción de su formación intelectual. El primero en abordarlo ha sido el filósofo Massimo Borghesi, profesor en la Universidad de Perugia, con una cuidadosa investigación publicada en Italia por Jaca Book bajo el título Jorge Mario Bergoglio: una biografía intelectual. Dialéctica y mística.

La presentación del libro, organizada el pasado 19 de abril por el Centro Cultural de Milán, tuvo como protagonistas, aparte del autor, al cardenal Angelo Scola, arzobispo emérito de Milán, y Guzmán Carriquiry, secretario vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina. La velada, moderada por el vaticanista Andrea Tornielli, fue más allá de una simple presentación de un libro. Supuso una valiosa contribución a la comprensión de los fundamentos más profundos de este pontificado, proyectado sobre el contexto de un cambio de época de dimensiones planetarias.

Scola y Carriquiry son dos personalidades perfectas a la hora de afrontar este tema y focalizar el valor del libro. En el primero se cruzan una biografía como pastor de la Iglesia y una densa trayectoria teológico-académica. Carriquiry, uruguayo, intelectual y escritor, lleva toda una vida trabajando al más alto nivel que un laico puede ocupar en los dicasterios de la Santa Sede. Él fue quien echó una mano (¡y menuda mano!) en la tarea de Borghesi. «Hice de intermediario y confidente», confesó, a la hora de plantear al Papa las preguntas que el autor sentía la necesidad de dirigirle. Preguntas a las que Bergoglio respondió, «favorablemente sorprendido por la labor de Borghesi y directamente implicado en él», afirmó Carriquiry. Para el intelectual uruguayo, el estudio de Borghesi es una profundización sistemática y muy lograda en la influencia teológica, filosófica y cultural más decisiva en la formación del pensamiento del Papa, y permite comprender la unidad profunda e inseparable que existe en su persona entre la dimensión pastoral (evidente), mística e intelectual (ignoradas y en cierto modo eclipsadas por la sobreexposición mediática de este pontífice).

Andrea Tornielli y el cardenal Angelo Scola

«Al propio Francisco no le gusta mostrarse como un intelectual», explicó Carriquiry. «Ni se considera teólogo (“en sentido académico”, especificará poco después el cardenal). Privilegia una gramática de la sencillez para alcanzar a todos. Sin perder una brizna de verdad. De hecho, esta sencillez, según Borghesi, presupone la complejidad de su pensamiento. Palabras y gestos van en busca del corazón “anestesiado” de la persona».

¿Es un Papa argentino? «Argentino, sí. Muy argentino», exclama Carriquiry. «Porteño, es decir, de Buenos Aires de pura cepa, muy porteño. ¿Y jesuita? Muy jesuita. Pero no existe una auténtica universalidad si no es a través de una historia particular». «Además Bergoglio también es europeo: familia piamontesa, maestros –grandes teólogos– europeas, la propia Buenos Aires es la ciudad latinoamericana más europeizada». Conoce muy bien qué es un pueblo fiel joven y quizás aún inmaduro, y qué significa una gran tradición que se vuelve estéril. Como decía con agudísima sencillez Alberto Methol Ferré, el gran intelectual católico latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX, «mientras vemos las brasas del fuego europeo, nosotros encendemos cerillas». La cerilla será poco, pero es lo que prende.

Scola coincide en considerar que el libro de Borghesi «es muy valioso para la vida de la Iglesia y para cualquiera», porque «arroja luz sobre una dimensión esencial e ignorada de Bergoglio», ayudando a poner en evidencia «la propia identidad» de este pontificado. Contribuye «a superar prejuicios».

El Papa, según el cardenal, desarrolla «un ministerio y un magisterio poliédricos, como una unidad armónica que no lo homologa todo en una esfera, sino donde hay que salvar sus múltiples caras, es decir, las particularidades de cada una de ellas». El punto de partida es un pensamiento que «nunca debe perder la referencia inmediata y directa a lo humano». «El pensamiento de la Iglesia», y aquí Scola citó palabras del propio pontífice, «debe recuperar una cierta genialidad y comprender cada vez mejor cómo se concibe el hombre de hoy, para desarrollar y profundizar su propia enseñanza». La formación intelectual de Bergoglio «tiene bases muy sólidas. Una de ellas se asienta entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado y es la rigurosa y profunda formación típica de la Compañía de Jesús, que tiende a asimilar el pensamiento ignaciano de los Ejercicios, incluidos los numerosos comentarios sobre estos, y a asimilar contextualmente el pensamiento de grandes maestros, no solo jesuitas, ni solo de la escuela teológica francesa». Nombres como Fessard, Przywara, De Lubac, Congar, Von Balthasar, Guardini, Methol Ferré (gran amigo y admirador de Augusto del Noce, entre otros). «Y también Giussani a partir de los años ’92-’93, quizás por sugerencia del cardenal Guarracino». Pero en cualquier caso, señala Scola con contundencia, ¿quién ha dicho que para poseer una sólida y completa filosofía o teología haya que ser académico de profesión? «De hecho hay una solidez de pensamiento, que es original, donde el sàpere precede al sapére, la experiencia es el primer grado del saber que luego se desarrolla como conciencia crítica y sistemática de esa experiencia».

Guzmán Carriquiry

El corazón de la concepción filosófica de Bergoglio es la “polaridad”, el hombre existe como una unidad dual insuperable, como se ve en la pareja hombre-mujer. Eliminar esa unidad “tensionante” entre los dos polos –suprimiendo uno para afirmar el otro de manera autorreferencial, como hace el integrismo; o fundiéndolos en una unidad racionalista y ficticia, de manera hegeliana– significa violentar la realidad, y más aún no conocerla. Scola invitó a profundizar bajo esta perspectiva en los famosos cuatro principios de la Evangelii Gaudium: «El tiempo es superior al espacio, la unidad es superior al conflicto, la realidad es superior a la idea, y el todo es superior a la parte». Y concluyó invitando a seguir con «sencillez de corazón y linealidad, sin mecanicismos, el magisterio bergogliano, apoyándose en la experiencia del pueblo fiel que en Europa ha cedido el puesto a una fe solitaria».

Cierra el turno de palabra Borghesi. Contó qué se movió dentro de él, lo provocado que se sintió por la falta de estudios sobre el pensamiento de Bergoglio y cómo «entendí que debía hacer este trabajo, desviándome de mis tareas académicas ordinarias». El filósofo llevaba entonces en su mochila tres puntos que le ofrecía su experiencia personal: el recuerdo de ciertas homilías límpidas del obispo Bergoglio en la iglesia de San Lorenzo en Roma que llegaban directas al corazón; la lectura de la estupenda biografía a cargo de Austen Ivereigh en la que se documentan sus estudios; el recuerdo de algunas lecturas en sus años juveniles de textos del entonces provincial de los jesuitas donde ya estaba presente la idea de la polaridad. Según Borghesi, todo esto le permitió no caer en la trampa de izquierda-derecha propia de aquella época –que te obligaba a estar con los conservadores clericales proclives a regímenes dictatoriales, o con la teología de la liberación vinculada con el marxismo revolucionario más o menos armado– y poder así desarrollar una pastoral original y una innovadora teología del pueblo fiel.

«En la visión bergogliana de la realidad, la historia se desarrolla en la constante polaridad gracia-libertad», explica Borghesi. «Y la unidad no la genera la razón, como en Hegel, sino el Espíritu Santo». «De modo que el papa Francisco no reprime sino que espera (el tiempo es superior al espacio, es el tiempo de Dios), no quiere una unidad forzada sino libre».

Massimo Borghesi

En un cierto punto de la investigación, a Borghesi le surgieron ciertas preguntas fundamentales a las que solo el interesado, Su Santidad, podía responder. «Y él no las evitó, permitiéndome encontrar la clave en su maestro Fessard, especialmente en el de la Dialéctica de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola».
El otro gran factor constitutivo de la concepción del papa Francisco es la idea del encuentro, tan querida también por el papa Ratzinger, como se ve en la cita de la Deus caritas est incluida en la Evangelii Gaudium, o por Giussani.
Ratzinger es el papa teólogo que definió como «necio prejuicio» la insistencia en contraponer su pontificado con el de Francisco. «Espero que todos tomen en serio lo que Benedicto ha dicho con tanta claridad».

El libro es denso. «No es facilísimo, son trescientas páginas en un cuerpo de letra que a mi edad cuesta un poco leer», sonrió el cardenal, para terminar diciendo que «es un libro que hay que leer».